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Aunque por entonces a Harry le quedaban por lo menos cuatro años y medio para su jubilación, no le servía de gran cosa leer acerca de una policía que se había jubilado, sobre todo porque lo esencial de la novela era que, incluso después de retirarse, la sargento McDermid seguía pensando como una policía

Llega a convertirse en una prisionera de las fotografías de aquellos muchachos norteamericanos desaparecidos para siempre. No puede decidirse a destruir las fotos, aun cuando sabe que nunca encontrarán a los jóvenes. La novela finaliza con la frase: "Cifraba su esperanza en que un día tendría el valor suficiente para destruirlas"

¿Cifraba su esperanza?, se preguntó Harry. ¿Eso era todo? ¿Sólo tenía esperanza? ¡Mierda! ¿Qué clase de final era ése? Profundamente deprimido y todavía despierto, Harry miró la foto de la autora. Le irritaba no poder hacerse nunca una idea cabal del aspecto que tenía Alice Somerset. Siempre volvía la cara y se cubría la cabeza con un sombrero. El sombrero era lo que realmente fastidiaba a Harry. Está bien usar seudónimo, pero ¿qué era aquella mujer? ¿Una criminal?

Y como Harry no podía ver con claridad el semblante de Alice Somerset, su cara oculta le recordaba a la testigo desaparecida, cuya cara tampoco había visto bien. Cierto que había reparado en sus pechos y en la actitud precavida de todo su cuerpo, pero también le había impresionado la manera en que parecía estudiarlo todo. Ésta había sido en parte la motivación de su propio deseo de estudiarla. Se daba cuenta de que si quería volver a verla, no era sólo por su condición de testigo. Quienquiera que fuese, era una mujer a la que quería conocer

En abril de 1991, cuando apareció en los periódicos de Amsterdam la noticia de que habían capturado al asesino de la prostituta, el hecho de que el asesino resultara ser un enfermo incurable no dejó de causar cierto desengaño. Urs Messerli no saldría nunca del hospital y moriría en el transcurso de aquel mismo mes. Un asesino en serie de ocho prostitutas debería haber provocado más sensación, pero la noticia ocupó un lugar destacado en la prensa durante menos de una semana, y hacia fines de mayo ya no había ninguna mención del asunto. Maarten Schouten, el editor holandés de Ruth Cole, se hallaba en la Feria del Libro Infantil de Bolonia cuando se difundió la noticia, la cual no llegó a Italia porque ninguna de las prostitutas asesinadas era italiana. Y todos los años, tras la Feria de Bolonia, Maarten viajaba a Nueva York. Ahora que sus hijos eran mayores, Sylvia le acompañaba a ambas ciudades. Como Maarten y Sylvia no se enteraron de que la policía había encontrado al asesino de Rooie, Ruth tampoco se enteró. Seguía creyendo que el hombre topo se había salido con la suya y que andaba por ahí totalmente libre

Cuatro años y medio después, en el otoño de 1995, Harry Hoekstra, de cincuenta y ocho años y a punto de jubilarse, vio la nueva novela de Ruth Cole en el escaparate de aquella librería en el Spui, la Athenaeum, y se apresuró a comprarla

– Ya era hora de que esta autora escribiera otra novela -le dijo el sargento Hoekstra a la dependienta

Todos los empleados de la Athenaeum conocían a Harry. Su aprecio por las novelas de Ruth Cole les era casi tan familiar como el chismorreo de que el sargento Hoekstra había conocido allí a más mujeres, mientras ojeaba libros, que en ninguna otra parte. A los empleados de la librería les gustaba bromear con él. No dudaban de su afición a leer libros de viaje y novelas, pero se divertían diciéndole lo que sospechaban, que iba allí no sólo a leer

Mi último novio granuja, que Harry compró en inglés, tenía un título atroz en holandés, Mijn laatste slechte vriend. La empleada que atendió en esa ocasión a Harry, y que era una profesional muy experta, le explicó las posibles razones por las que Ruth Cole había necesitado cinco años para escribir un libro que no parecía muy largo

– Es su primera novela en primera persona -empezó a decir la joven-. Y parece ser que tuvo un hijo hace unos años

– No sabía que estuviera casada -dijo Harry, mientras contemplaba con más atención la foto de Ruth en la sobrecubierta. Se dijo que no parecía casada

– Su marido murió hace cosa de un año -le informó la empleada

Así pues, Ruth Cole debía de estar viuda. El sargento Hoekstra examinó la foto de la autora. Sí, tenía más aspecto de viuda que de casada. Había en sus ojos un aire de tristeza, o tal vez tenían algún defecto. La mujer miraba a la cámara con recelo, como si su inquietud fuese incluso más permanente que su aflicción

La novela anterior de Ruth Cole trataba de una viuda, ¡y ahora ella también lo era!

Harry pensó que un problema de las fotos de los autores es que éstos siempre afectan una pose y no saben qué hacer con las manos. Unos las tienen entrelazadas, otros se cruzan de brazos, algunos meten las manos en los bolsillos. En esas fotos no faltan las manos en el mentón y en el aire. Harry pensaba que deberían tener las manos a los costados o en el regazo

El otro problema que presentaban las fotos de autores era que a menudo no constaban más que de la cabeza y los hombros. Harry quería verlos de cuerpo entero. En el caso de Ruth, uno ni siquiera podía verle los pechos

En sus días de asueto, al salir de la Athenaeum, Harry solía sentarse a leer en un café del Spui, pero se sentía inclinado a leer en casa la novela de Ruth Cole

¿Qué más podía desear? ¡Una nueva novela de Ruth Cole y dos días de fiesta!

Cuando llegó a la parte del relato en que aparecen la mujer mayor y el hombre joven, se sintió decepcionado. Harry tenía casi cincuenta y ocho años, y no le apetecía leer sobre la relación entre una treintaañera y un hombre más joven que ella. No obstante, le intrigaba que la historia transcurriera en Amsterdam, Y cuando llegó a la parte en que el joven convence a la mujer para pagar a una prostituta a fin de que les permita mirarla mientras está con un cliente… la sorpresa del sargento Hoekstra es imaginable. "En la habitación predominaba el color rojo, y la pantalla de vidrio coloreado de rojo de la lámpara la enrojecía aún más", había escrito Ruth Cole. Harry sabía en qué habitación pensaba

"Estaba tan nerviosa que no servía para nada -escribía Ruth Cole-. Ni siquiera pude ayudar a la prostituta a colocar los zapatos con las puntas hacia fuera. Tomé sólo uno de los zapatos y lo dejé caer enseguida. Ella me reconvino por ser semejante incordio para ella, y me pidió que me escondiera detrás de la cortina. Entonces alineó los zapatos restantes a cada lado de los míos. Supongo que mis zapatos se movían un poco, porque estaba temblando."

A Harry no le resultó difícil imaginarla temblando. Puso un punto entre las páginas donde había interrumpido la lectura. Terminaría la novela al día siguiente. Ya eran altas horas de la noche, pero ¿qué importaba? Tenía libre el día siguiente

El sargento Hoekstra montó en su bicicleta y recorrió la distancia desde el oeste de Amsterdam hasta De Wallen en muy poco tiempo. Había recortado la foto de la sobrecubierta del libro, pues no había ningún motivo para que nadie más supiera quién era su testigo

Encontró primero a las dos mujeres gordas de Ghana, y al mostrarles la foto tuvo que recordarles a la misteriosa mujer de Estados Unidos que se detuvo en el Stoofsteeg y les preguntó de dónde eran

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