– ¿Qué te parece esta mujer?
– Demasiado mayor -respondió el joven
Entonces Ruth tuvo la certeza de que había terminado con él. Pero aunque ella tenía planes para cenar aquella noche, Wim le dijo que la esperaría después de la cena en la parada de taxis del Kattengat, frente al hotel
– ¿No te esperan tus estudios? -le preguntó-. ¿Y tus clases en Utrecht?
– Pero quiero volver a verte -dijo él en tono suplicante.
Ruth le advirtió que estaría demasiado cansada para que pasaran la noche juntos. Tenía que dormir, era una necesidad auténtica
– Entonces sólo te veré en la parada de taxis -le dijo Wim. Parecía un perro apaleado que quería ser azotado de nuevo. Ruth no podía saber entonces cómo se alegraría más tarde al ver que la estaba esperando. No tenía ni idea de que aún no había terminado con él
Encontró a Maarten en un gimnasio del Rokin, cuya dirección él le había dado. Ruth quería comprobar si ése podría ser un buen lugar para el encuentro de la escritora y el joven. Era perfecto, lo cual significaba que no se trataba de un lugar demasiado elegante. Había allí varios levantadores de pesas que se entregaban con gran concentración a los ejercicios. El joven en el que Ruth pensaba, un chico mucho más frío e indiferente que Wim, podría dedicarse al culturismo
Ruth les dijo a Maarten y a Sylvia que "había pasado casi toda la noche" con aquel joven admirador suyo, y que le había sido útil, pues le convenció para que la acompañara a "entrevistar" a un par de prostitutas en De Wallen
– Pero ¿cómo te libraste de él? -le preguntó Sylvia
Ruth confesó que no se había librado por completo de él. Cuando les dijo que el chico la estaría esperando después de la cena, la pareja se echó a reír. Tras estas confidencias, si la acompañaban al hotel después de cenar, no tendría que explicarles la presencia de Wim. Ruth se dijo que todo cuanto había querido realizar le había salido bien. Lo único que faltaba era visitar de nuevo a Rooie. ¿No había sido ésta quien le dijo que podía suceder cualquier cosa?
Ruth prescindió del almuerzo y, en compañía de Maarten y de Sylvia, acudió a una librería del Spui para firmar ejemplares. Comió un plátano y bebió un botellín de agua mineral. Luego dispondría de toda la tarde para sus cosas…, es decir, para visitar a Rooie. Su única preocupación era que no sabía a qué hora la prostituta abandonaba el escaparate para ir a recoger a su hija a la escuela
Durante la firma de ejemplares tuvo lugar un episodio que Ruth podría haber tomado como un augurio de que no vería de nuevo a Rooie. Entró una mujer de la edad de Ruth con una bolsa de la compra, sin duda una lectora que había comprado toda la producción de Ruth para que se la firmara. Pero además de las versiones en holandés e inglés de las tres novelas de Ruth, la bolsa también contenía las traducciones al holandés de los libros infantiles, mundialmente famosos, de Ted Cole
– Lo siento, pero no firmo los libros de mi padre -le dijo Ruth-. Son sus obras, no las he escrito yo y no debo firmarlas
La mujer pareció tan pasmada que Maarten le repitió en holandés lo que Ruth había dicho
– ¡Pero son para mis hijos! -le dijo la mujer a Ruth
Ruth se preguntó por qué no iba a hacer lo que quería aquella dama. Es más fácil ceder a lo que quiere la gente. Además, mientras firmaba los ejemplares de su padre, tuvo la sensación de que uno de ellos era su obra. Allí estaba el libro que ella había inspirado: Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido
– Dime este título en holandés -le pidió a Maarten.
– En holandés suena fatal
– Dímelo de todos modos
– Het geluid van iemand die geen geluid probeert te maken. Incluso en holandés, el título hacía estremecerse a Ruth. Debería haberlo tomado como una señal, pero lo que hizo fue consultar su reloj. ¿Qué le preocupaba? Ya sólo quedaba menos de una docena de personas en la cola ante la mesa en que firmaba los libros. Dispondría de tiempo más que suficiente para ver a Rooie
En aquella época del año, hacia media tarde, en la Bergstraat sólo había algunos trechos iluminados por la luz del sol. La habitación de Rooie estaba sumida en la penumbra. Ruth encontró a la mujer fumando
– Fumo cuando me aburro -le dijo, haciendo un gesto con la mano que sostenía el cigarrillo
– Te he traído un libro… -le dijo Ruth-. Leer es algo más que puedes hacer si te aburres
Le había llevado la edición inglesa de No apto para menores. El inglés de Rooie era tan bueno que una traducción holandesa habría sido insultante. Tenía la intención de dedicarle la novela, pero aún no había escrito nada en el ejemplar, ni siquiera lo había firmado, porque ignoraba cómo se escribía el nombre de Rooie
Rooie tomó la novela, le dio la vuelta y miró atentamente la foto de Ruth que había en la contracubierta. Entonces la dejó sobre la mesa al lado de la puerta, donde estaban las llaves
– Gracias -le dijo la prostituta-. Pero aun así, tendrás que pagarme
Ruth abrió el bolso y echó un vistazo al billetero. Tuvo que esperar a que sus ojos se adaptaran a la penumbra, porque no podía leer el valor de los billetes
Rooie se había sentado ya en la toalla, en el centro de la cama. Se había olvidado de correr la cortina del escaparate, posiblemente porque suponía que no iba a acostarse con Ruth. Aquel día, su actitud práctica y flemática parecía indicar que había renunciado al juego de la seducción con respecto a Ruth, resignada a que su visitante no quisiera más que hablar con ella
– Qué guapo era ese chico que te acompañaba -comentó Rooie-. ¿Es tu novio, o tu hijo?
– Ninguna de las dos cosas -replicó Ruth-. Es demasiado mayor para ser mi hijo. Vamos, si fuese mi hijo, lo habría tenido a los catorce o los quince
– No serías la primera que tiene un bebé a esa edad -dijo Rooie. Reparó en que la cortina estaba descorrida y se levantó de la cama-. Es lo bastante joven para ser mi hijo -añadió
Estaba corriendo la cortina cuando algo o alguien que se encontraba en la Bergstraat atrajo su mirada. Sólo corrió la cortina las tres cuartas partes de la longitud de la barra
– Espera un momento… -le dijo a Ruth, antes de acercarse a la puerta y entreabrirla
Ruth aún no se había sentado en la butaca de las felaciones. Estaba de pie, en la habitación a oscuras, con una mano en el brazo de la butaca, cuando le llegó desde la calle la voz de un hombre que hablaba en inglés
– ¿Vuelvo más tarde? ¿Me espero? -preguntó el hombre a Rooie
Hablaba inglés con un acento que Ruth no lograba identificar.
– Enseguida estoy contigo -le dijo Rooie. Cerró la puerta y corrió la cortina hasta el final