– ¿A quién buscas? -le preguntó la corpulenta mujer morena.
– A nadie -respondió Ruth-. Me he perdido
La mujer de la limpieza seguía trabajando con expresión malhumorada, pero las prostitutas que estaban ante el espejo, y la corpulenta que había tomado a Ruth del brazo y no se lo soltaba, se echaron a reír
– Sí, se nota que te has perdido -le dijo la mujerona, y la condujo fuera del callejón
Cada vez le apretaba más el brazo, como si le hiciera un masaje que ella no le había pedido o como si amasara pasta de una manera cariñosa, sensual
– Gracias -le dijo Ruth, fingiendo que realmente se había perdido y la habían rescatado de veras
– No hay ningún problema, encanto
Esta vez, cuando Ruth cruzó de nuevo la Warmoesstraat, reparó en la comisaría. Dos policías uniformados conversaban con el hombre fornido de la cazadora que la había seguido. ¡Vaya, le habían detenido!, se dijo Ruth. Entonces conjeturó que aquel hombre con cierto aspecto de matón era un policía de paisano, pues parecía dar órdenes a dos agentes uniformados. ¡Ruth se sintió avergonzada y apretó el paso como si fuese una delincuente! De Wallen era un distrito pequeño. Se había pasado la mañana allí y, al final, había llamado la atención; la consideraban sospechosa
Y a pesar de que prefería De Wallen por la mañana a lo que se convertía de noche, dudaba que fuese el lugar o la hora del día adecuados para que sus personajes abordaran a una prostituta y le pagaran a fin de que les permitieran mirarla mientras estaba con un cliente. ¡Podían pasarse toda la mañana esperando al primer cliente!
Pero ahora, poco antes del mediodía, apenas tenía tiempo para seguir andando más allá de la zona de su hotel, y se dirigió a la Bergstraat, donde esperaba encontrar a Rooie en su escaparate. Esta vez la prostituta había sufrido una transformación más ligera. El cabello pelirrojo tenía un tono menos anaranjado, menos cobrizo, y era más oscuro, más castaño rojizo, casi rojo oscuro, mientras que el sostén y las bragas eran blancuzcos, marfileños, y acentuaban la blancura de la piel de Rooie
A la mujer le bastó con inclinarse para abrir la puerta sin bajar del taburete. Así pudo permanecer sentada en el escaparate mientras Ruth, que no estaba dispuesta a cruzar el umbral, asomaba la cabeza
– Ahora no tengo tiempo de quedarme, pero quiero volver -le dijo a la prostituta
– Muy bien -replicó Rooie, encogiéndose de hombros
Su indiferencia sorprendió a Ruth
– Anoche te busqué, pero había otra mujer en tu ventana -siguió diciendo Ruth-. Me dijo que estabas con tu hija
– Todas las noches estoy con mi hija, y también los fines de semana. Sólo vengo aquí cuando ella está en la escuela
– ¿Qué edad tiene tu hija? -inquirió Ruth, esforzándose por ser amistosa
La prostituta suspiró. -Oye, no voy a hacerme rica hablando contigo
– Perdona
1º
Ruth se retiró del umbral como si la otra la hubiera empujado
– Ven a verme cuando tengas tiempo -le dijo Rooie antes de inclinarse y cerrar la puerta
Sintiéndose estúpida, Ruth se reprendió a sí misma por esperar tanto de una prostituta. Por supuesto, el dinero era lo que ocupaba el lugar principal en la mente de Rooie, si no era lo único que le importaba. Ella intentaba tratarla como a una amiga, cuando todo lo que realmente había sucedido era que le había pagado por su primera conversación
Ruth había caminado demasiado, sin haber desayunado siquiera, y a mediodía tenía un hambre voraz. Estaba segura de que en la entrevista había dado una imagen desorganizada. No pudo responder a una sola pregunta referente a No apto para menores ni a sus dos novelas anteriores sin abordar algún elemento de la novela que tenía entre manos: la ilusión de comenzar su primera novela en primera persona, la irresistible idea de una mujer que, al cometer un error de juicio, se humilla hasta tal extremo que emprende una vida del todo nueva. Pero mientras Ruth hablaba, se decía: "¿A quién pretendo engañar? ¡Todo esto trata de mí! ¿No he tomado ciertas decisiones erróneas? (Por lo menos una, hace poco…) ¿No voy a emprender una vida del todo nueva? ¿O acaso Allan no es más que la alternativa "segura" a una clase de vida que me atemoriza?". Durante su conferencia, que impartió al atardecer en la Vrije Universiteit (en realidad, fue su única conferencia; la revisaba una y otra vez, pero en esencia seguía siendo la misma), sus palabras le parecieron poco sinceras. Allí estaba ella, mostrándose partidaria de la pureza de la imaginación opuesta a la memoria, ensalzando la superioridad del detalle inventado en contraposición a lo meramente autobiográfico. Allí estaba ella, entonando un canto a las virtudes de crear unos personajes totalmente imaginados en vez de poblar la novela de amigos personales y miembros de la familia ("ex amantes y esas otras personas, limitadas y decepcionantes, de la vida real"), y, sin embargo, de nuevo la conferencia le salió francamente bien. Al público siempre le gustaba. Lo que había comenzado como una discusión entre Ruth y Hannah le había prestado un gran servicio como novelista. La conferencia se había convertido en su credo
Ruth afirmaba que su mejor detalle en la narración era un detalle seleccionado, no uno recordado, pues la verdad de la ficción no era tan sólo la verdad de la observación, que es tan sólo la del periodismo. El mejor detalle de la ficción era el que debería definir al personaje, el episodio o el ambiente. La verdad de la ficción era lo que debería haber sucedido en un relato, no necesariamente lo que sucedía en realidad o lo que había sucedido
El credo de Ruth Cole era una declaración de guerra contra el roman á clef, e implicaba el rechazo de la novela autobiográfica, cosa que ahora la avergonzaba, porque sabía que se estaba preparando para escribir su novela más autobiográfica hasta la fecha. Si Hannah siempre la había acusado de escribir sobre dos personajes, que correspondían a ellas dos, ¿sobre qué escribía ahora? ¡Estrictamente sobre un personaje correspondiente a Ruth que toma una decisión errónea, al estilo de Hannah!
Por ello le resultaba doloroso sentarse en un restaurante y escuchar los cumplidos de los que habían organizado la conferencia en la Vrije Universiteit, todos bienintencionados, pero unos tipos de lo más académico, que preferían las teorías y los comentarios teóricos a los aspectos prácticos de la narración. Ruth se reprendía a sí misma por proporcionarles una teoría de la ficción sobre la que ella albergaba ahora considerables dudas
Las novelas no eran razonamientos. Una historia funcionaba o no por sus propios méritos. ¿Qué importaba que un detalle fuese real o imaginado? Lo que importaba era que el detalle pareciese real y que fuese sin discusión el mejor detalle para las circunstancias relatadas. Eso tenía poco de teoría, pero era todo a lo que Ruth podía comprometerse en aquellos momentos. Era hora de retirar su vieja conferencia, y su penitencia consistía en soportar los cumplidos que le dirigían por un credo superado