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– No hables con Hannah -le dijo Ruth-. También me he peleado con ella

– Entonces, ¿estás ahí sola? -inquirió Allan.

– Sí, estoy sola -respondió Ruth

Intentó tenderse de costado con las piernas bien apretadas, pero Scott Saunders era fuerte y consiguió ponerla de rodillas. Había aplicado suficiente gelatina lubricante al preservativo, de modo que penetró en ella con una facilidad pasmosa. Por un momento la dejó sin respiración

– ¿Qué? -dijo Allan

– Me siento fatal -le dijo Ruth-. Ya te llamaré por la mañana.

– Podría reunirme contigo -le sugirió Allan

– ¡No! -exclamó Ruth, dirigiéndose tanto a Allan como a Scott

Apoyó su peso en los codos y la frente. Persistió en el intento de tenderse boca abajo, pero Scott le tiraba de las caderas con tanta fuerza que a ella le resultaba más cómodo permanecer de rodillas. Su cabeza golpeaba una y otra vez contra la cabecera de la cama. Quería despedirse de Allan, pero tenía la respiración entrecortada. Además, Scott la había desplazado tan adelante que no llegaba a la mesilla de noche para colgar el teléfono

– Te quiero -le dijo Allan-. Lo siento

– No, soy yo quien lo siente -logró decir Ruth antes de que Scott Saunders le quitara el teléfono y colgara

Entonces Scott le rodeó ambos senos con las manos, apretándoselos hasta hacerle daño, y copuló por detrás, como un perro, a la manera en que Eddie O'Hare había copulado con su madre

Afortunadamente, Ruth no se acordaba del episodio de la lámpara inadecuada con mucho detalle, pero su recuerdo bastaba para que no quisiera encontrarse nunca en la misma posición. Ahora lo estaba. Tenía que empujar hacia atrás contra Scott con todas sus fuerzas para evitar que su cabeza siguiera golpeando contra la cabecera de la cama

Había dormido sobre el costado derecho y tenía el hombro de ese lado dolorido tras el partido de squash, pero el hombro derecho no le dolía tanto como las embestidas de Scott Saunders. Había algo en esa postura que le hacía daño, no se trataba tan sólo del recuerdo de su madre. Y Scott le apretaba los senos con mucha más brusquedad de la que a ella le hubiera gustado

– Para, por favor -le pidió, pero él notaba la presión de las caderas de Ruth contra su cuerpo y arremetía con más intensidad. Cuando él hubo terminado, Ruth se tendió sobre el costado izquierdo, frente al lado de la cama que Scott acababa de abandonar. Oyó el ruido del agua cuando el pelirrojo echó el otro preservativo a la taza y tiró de la cadena. Al principio ella tuvo la sensación de que sangraba, pero sólo era el exceso de gelatina lubricante. Cuando Scott volvió a la cama, trató de tocarle de nuevo los senos, pero Ruth le apartó la mano

– Te dije que no me gusta de esa manera -le dijo.

– La he metido en el sitio correcto, ¿no? -replicó él

– Te dije que no me gustaba por detrás, y no hay más que hablar

– Vamos, mujer, bien que meneabas las caderas -arguyó Scott-. Te gustaba

Ella sabía que se había visto obligada a mover las caderas contra él a fin de no seguir aporreando con la cabeza la cabecera de la cama. Tal vez él también lo sabía. Pero Ruth se había limitado a decirle: "Me haces daño"

– Vamos… -dijo Scott. Trató una vez más de tocarle los pechos, y ella le apartó la mano

– Cuando una mujer dice que no, cuando dice "para, por favor"…, si entonces el hombre no se detiene, ¿qué significa? ¿No es en cierto modo como una violación?

Él se volvió en la cama, dándole la espalda.

– Vamos, vamos. Estás hablando con un abogado.

– No, estoy hablando con un gilipollas -dijo ella

– En fin…, ¿quién te ha llamado por teléfono? -inquirió Scott-. ¿Era alguien importante?

– Más importante que tú

– Dadas las circunstancias, supongo que no es tan importante -dijo el abogado

– Vete de aquí, por favor -le pidió Ruth-. Te ruego que te vayas

– Muy bien, muy bien -replicó él

Pero cuando Ruth regresó del baño, Scott había vuelto a dormirse. Estaba tendido de lado, con los brazos extendidos hacia el lado de la cama que le correspondía a Ruth. Ocupaba toda la cama

– ¡Levántate! -le gritó ella-. ¡Fuera de aquí!

Pero él, o se había vuelto a dormir profundamente, o fingía estarlo

Más adelante, cuando pensara en lo sucedido, Ruth se diría que debía haber reflexionado un poco más en la decisión que tomó entonces. Abrió el cajón de los preservativos y sacó el tubo de gelatina lubricante, y la vertió en la oreja de Scott. La sustancia salió del tubo mucho más rápidamente de lo que ella esperaba. Era más líquida que la gelatina normal, y despertó a Scott Saunders en el acto

– Es hora de que te vayas -le recordó Ruth

No había previsto en absoluto la posibilidad de que él le pegara. Con los zurdos, siempre hay algo que no ves venir. Scott la golpeó una sola vez, pero lo hizo con violencia. Primero se llevó la mano izquierda al oído, y al cabo de un instante estaba fuera de la cama, de pie ante ella. Alcanzó el pómulo derecho de Ruth con un directo propinado con el puño izquierdo, un movimiento que ella ni siquiera vio. Mientras yacía sobre la alfombra, aproximadamente donde había visto la maleta abierta de Hannah, Ruth comprendió que su amiga había acertado de nuevo: su supuesto instinto para detectar la capacidad de un hombre para mostrarse violento con las mujeres, incluso la primera vez que estaban juntos, no era el instinto que ella había creído poseer. Según Hannah, hasta entonces tan sólo había tenido suerte. "Lo que pasa es que aún no has salido con esa clase de hombres", la había advertido Hannah. Por fin se había relacionado con esa clase de hombres

Ruth esperó a que la habitación dejara de dar vueltas antes de intentar moverse. Una vez más, pensó que estaba sangrando, pero era sólo la gelatina con que se había embadurnado la mano de Scott cuando se la llevó a la oreja

Yació en una posición fetal, con las rodillas alzadas hasta el pecho. Tenía la sensación de que la piel del pómulo derecho estaba demasiado tensa, y notaba un calor antinatural en la cara. Al parpadear veía estrellas, pero cuando mantenía los ojos abiertos, las estrellas desaparecían en pocos segundos

Volvía a estar encerrada en un armario. No había experimentado tanto miedo desde su infancia. No podía ver a Scott Saunders, pero le dijo:

– Iré a buscarte la ropa. Aún está en la secadora

– Sé dónde está la secadora -replicó él de mal humor

Como si estuviera separada de su cuerpo, le vio pasar por encima del lugar donde ella yacía sobre la alfombra. Entonces oyó el crujido de los escalones a medida que él bajaba

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