La reunión había empezado con buen pie. Nate les había resumido los aspectos más intrigantes a los productores, y éstos se quedaron pasmados cuando vieron las imágenes. Nate hizo todo lo que estaba en sus manos para animar el ambiente. Después, Jeremy les relató la leyenda, notando cómo se incrementaba el interés de esos tipos al hablarles de Hettie Doubilet y de la concienzuda investigación que había llevado a cabo. Entrelazó la historia de Boone Creek con las pesquisas del misterio, y más de una vez vio que los ejecutivos intercambiaban miradas, como si estuvieran considerando la mejor manera de exponer la historia en su programa.
Pero ahora que estaba sentado solo, con el diario en el regazo, tuvo la certeza de que no acabaría trabajando con ellos. La historia -el misterio del cementerio de Boone Creek- era similar a una novela apasionante que al final quedaba en agua de borrajas. La solución era demasiado simple, carecía de fuerza; él había notado la clara decepción de los productores cuando se despidió de ellos. Nate les prometió que seguirían en contacto, pero Jeremy sabía que no volverían a llamar.
En cuanto al diario, ni lo había mencionado, al igual que había hecho antes con Nate.
Más tarde llamó a Gherkin. La petición de Jeremy fue clara: Boone Creek dejaría de hacer propaganda sobre la posibilidad de ver fantasmas en el cementerio durante la «Visita guiada por las casas históricas». Eliminarían la palabra «encantado» del folleto, así como cualquier referencia a que las luces estaban vinculadas a algo sobrenatural. En lugar de eso, darían relevancia a la historia de la leyenda, y se informaría a los visitantes de que iban a presenciar algo realmente espectacular. Si bien era posible que algunos turistas vieran las luces y se cuestionaran en voz alta si se trataba de los fantasmas de la leyenda, se pediría a los voluntarios que se encargaran de las giras que nunca sugirieran dicha posibilidad. Finalmente, Jeremy solicitó al alcalde que retirara las camisetas y las tazas de su bazar en la zona comercial.
A cambio, Jeremy prometió que jamás mencionaría nada sobre el cementerio de Cedar Creek en la tele, ni en su columna, ni en ningún otro artículo independiente. No expondría el plan del alcalde de convertir el pueblo en una versión de la localidad encantada de Roswell, en Nuevo México, ni tampoco le comentaría a nadie en el pueblo que el alcalde conocía la verdad desde hacía mucho tiempo.
Gherkin aceptó la oferta. Después de colgar el teléfono, Jeremy llamó a Alvin y le hizo jurar que jamás contaría a nadie el secreto.
Capítulo 21
Los días que siguieron a la frustrada reunión con los productores, Jeremy centró toda su atención en intentar retomar sus antiguas rutinas. Contactó con su editor del Scientific American. Consciente de que iba retrasado respecto a la fecha de entrega de su artículo, y recordando vagamente algo que Nate le había sugerido, convino en redactar una columna sobre los posibles riesgos que conllevaban las dietas de bajo contenido en hidratos de carbono. Se pasó horas en internet, examinando un sinfín de periódicos, buscando historias que pudieran ser interesantes. Se sintió defraudado cuando se enteró de que Clausen -con la ayuda de una firma de publicidad de gran renombre en Nueva York- había sobrevivido a la tormenta de críticas tras la aparición de Jeremy en Primetime, y ahora estaba en negociaciones con una cadena televisiva para montar su propio espectáculo. A Jeremy no se le escapó la ironía de la situación, y se pasó el resto del día lamentando la fe ciega de los seguidores incondicionales.
Poco a poco iba retornando a sus hábitos. O, por lo menos, eso creía. A pesar de que todavía pensaba en Lexie con frecuencia, preguntándose si debía de estar muy ocupada con los preparativos de su boda con Rodney, puso todo su empeño en apartar esos pensamientos de su mente. Le resultaban demasiado dolorosos. Entonces adoptó la prudente determinación de intentar reanudar su vida, tal y como la había vivido antes de conocer a Lexie. Un viernes por la noche decidió ir a una discoteca. La experiencia no fue muy alentadora. En lugar de disfrutar con la ensordecedora barahúnda y tratar de captar la atención de las mujeres que estaban cerca de él, se sentó en la barra del local y se pasó casi todo el rato meciendo una única jarra de cerveza; además, se marchó muy pronto. Al día siguiente visitó a su familia en Queens, pero la imagen de sus hermanos y esposas jugando con sus hijos sólo consiguió incrementar su tristeza al desear lo imposible.
El lunes al mediodía, mientras otra tormenta invernal amenazaba con descargar sobre la ciudad, se convenció a sí mismo de que todo había acabado. Lexie no había llamado, y él tampoco lo había hecho. A veces, esos exiguos días con Lexie le parecían un mero espejismo de la historia que había estado investigando. No podía haber sido real, se decía; pero sentado delante de la mesa de su despacho, se sorprendió de nuevo ojeando las postales, y finalmente separó una y la colgó en la pared situada detrás de la mesa. Era la postal con la foto de la biblioteca.
Por tercera vez en esa semana, llamó por teléfono al restaurante chino de la esquina y encargó la comida, después se acomodó en la silla, pensando en la selección de platos que acababa de solicitar. Por un instante se preguntó si Lexie estaría comiendo a esa misma hora, mas sus pensamientos se vieron truncados por el ruido del timbre del interfono.
Agarró el billetero y se dirigió a la puerta. Una voz femenina sonó a través del interfono.
– Está abierto. Sube.
Buscó entre los billetes, sacó uno de veinte dólares, y llegó a la puerta justo en el momento en que sonaba el timbre.
– ¡Qué rápido! -exclamó-. Normalmente tardáis…
Su voz se quebró cuando abrió la puerta y vio a la persona que estaba de pie, delante de él. En medio del silencio, miró boquiabierto a su visitante, antes de que Doris finalmente sonriera.
– Sorpresa -lo saludó ella. Jeremy parpadeó varias veces seguidas.
– ¿Doris?
Ella se sacudió la nieve de los zapatos.
– Vaya tormenta, ¿eh? Está todo tan helado que por un momento pensé que no conseguiría llegar a tu casa. El taxi ha patinado varias veces en la carretera.
Jeremy continuó mirándola pasmado, intentando comprender qué hacía ella allí, en su puerta.
Doris apretó las asas de su bolso y lo miró fijamente.
– ¿Piensas tenerme aquí plantada en el pasillo mucho rato, o vas a invitarme a pasar?
– ¡Ay! Perdona. Entra, por favor.
Doris pasó delante de él y depositó el bolso sobre la consola del recibidor. Echó un vistazo al apartamento y se quitó la chaqueta.
– Qué agradable -comentó, paseándose por el comedor-. Es más grande de lo que me había figurado. Pero no esperaba que tuviera que subir esa pila de escaleras. De verdad, tendríais que arreglar el ascensor.
– Sí, lo sé.
Doris se detuvo frente a la ventana.
– Pero la ciudad es preciosa, incluso con esta tormenta. Y es tan… bulliciosa. Ahora comprendo por qué tanta gente quiere vivir aquí.
– ¿Qué haces aquí?
– He venido para charlar contigo.
– ¿Sobre Lexie?
Doris no contestó rápidamente. En lugar de eso, suspiró, y luego se limitó a decir con un tono calmoso:
– Entre otras cosas.
Cuando vio que Jeremy enarcaba las cejas con expresión perpleja, se encogió de hombros.
– No tendrás un poco de té, ¿verdad? El frío me ha calado los huesos.
– Pero…
– Mira muchacho, tenemos mucho de que hablar -lo interrumpió con voz tajante-. Sé que debes de tener bastantes dudas, por lo que necesitaremos bastante tiempo; así pues, ¿qué tal si preparas un poco de té?
Jeremy se dirigió a la diminuta cocina y calentó una taza con agua en el microondas. Después de añadir un sobre de té, llevó la taza al comedor, donde encontró a Doris sentada en el sofá. Le pasó la taza, y ella tomó un sorbo inmediatamente.