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Capítulo 10

La noche caía sobre la plantación de Lawson. Jeremy y el alcalde charlaban, apartados en un rincón del porche, mientras Lexie y Doris los observaban desde el otro extremo.

– Estoy plenamente convencido de que le habrás sacado partido a esta noche -dedujo Gherkin-, y de que has sido capaz de ver por ti mismo la maravillosa oportunidad que tienes entre los manos con esta fabulosa historia.

– Así es. Muchísimas gracias por todos los esfuerzos, aunque no teníais que molestaros tanto -afirmó Jeremy.

– Bobadas -replicó Gherkin-. Es lo mínimo que podemos hacer. Y además, quería que vieras lo que la gente de esta localidad es capaz de montar cuando se lo propone. Así que ya puedes imaginarte lo que haríamos por los de la tele. Por supuesto, aún podrás saborear un poco más la hospitalidad sureña durante este fin de semana. La atmósfera del pueblo, la sensación de viajar hacia atrás en el tiempo mientras te paseas por las casas antiguas: nada que te puedas imaginar es comparable a eso.

– No me cabe la menor duda -apuntó Jeremy.

Gherkin sonrió.

– Bueno, mira, tengo que ocuparme de un par de cosas ahí dentro. Ya sabes; las obligaciones de un alcalde nunca tienen fin.

– Lo comprendo. Ah, y gracias por esto -agregó Jeremy al tiempo que levantaba la llave de la ciudad.

– De nada. Te la mereces. -Le tendió la mano-. Pero no te hagas ilusiones. No es que con ella puedas abrir la caja acorazada del banco ni nada por el estilo. Se trata simple y llanamente de un gesto simbólico.

Jeremy sonrió mientras Gherkin apretaba su mano efusivamente. Cuando el alcalde desapareció dentro de la casa, Doris y Lexie se acercaron a Jeremy, mostrando unas amplias sonrisas burlonas. Pero a pesar de esas muecas divertidas, a Jeremy no se le escapó que Doris tenía aspecto de estar exhausta.

– Caramba, caramba -dijo Doris.

– ¿A qué viene eso? -preguntó Jeremy, desconcertado.

– Vaya con el urbanita encantador.

– ¿Cómo dices?

– Tendrías que haber oído los comentarios de algunos de los muchachos -se río Doris-. Simplemente me siento orgullosa de poder afirmar que yo ya lo sabía antes de que te hicieras famoso.

Jeremy sonrió, con cara de corderito.

– Menuda locura colectiva, ¿eh?

– Ni que lo digas -contestó Doris-. Mis alumnas del grupo de estudios de la Biblia se han pasado toda la noche hablando sobre lo guapo que eres. Un par de ellas querían invitarte a sus casas, pero afortunadamente, he sido capaz de disuadirlas. Además, no creo que a sus esposos les hubiera hecho ni pizca de gracia.

– Te lo agradezco mucho.

– ¿Has comido suficiente? Creo que todavía puedo rescatar algo de las mesas, si estás hambriento.

– No, estoy bien, gracias.

– ¿Seguro? Tu noche no ha hecho más que empezar.

– Aguantaré -le aseguró. Jeremy aprovechó el silencio que se formó a continuación para mirar a su alrededor, y se dio cuenta de que la niebla se había vuelto más densa-. Pero en cuanto a eso de que mi noche no ha hecho más que empezar, supongo que tienes razón. Será mejor que me vaya; no me gustaría perder la oportunidad de ver esa magnífica experiencia sobrenatural con mis propios ojos.

– No te preocupes. Verás las luces -lo tranquilizó Doris-. No aparecen hasta más tarde, así que todavía te quedan un par de horas.

Pillando a Jeremy desprevenido, Doris se abalanzó sobre él y le propinó un abrazo fatigado.

– Sólo quería darte las gracias por dedicar parte de tu tiempo a conocer a los del pueblo. No todos los desconocidos son tan pacientes como tú.

– No ha sido nada. Además, lo he pasado francamente bien.

Cuando Doris lo soltó, Jeremy puso toda su atención en Lexie, con la impresión de que criarse con Doris debía de haber sido muy similar a la experiencia de criarse con la madre de él.

– ¿Estás lista para que nos marchemos?

Lexie asintió con la cabeza, sin dirigirle ni una sola palabra. En lugar de eso, besó a Doris en la mejilla, le dijo que la vería al día siguiente, y un momento más tarde, Jeremy y Lexie se hallaban camino del coche, con el ruido de la gravilla bajo sus pies como único sonido reinante. Lexie parecía mirar fijamente hacia un punto en la distancia, aunque daba la impresión de que no veía nada. Después de unos cuantos pasos en silencio, Jeremy le dio un codazo afectuoso.

– ¿Estás bien? Te veo muy callada.

Ella sacudió la cabeza, y lo miró con tristeza.

– Estaba pensando en Doris. La preparación de la fiesta la ha dejado absolutamente agotada, y aunque no debería, estoy preocupada por ella.

– Pues a mí me ha parecido que estaba la mar de bien.

– Sí, siempre acostumbra a poner buena cara. Pero debería aprender a tomarse la vida más sosegadamente. Hace un par de años sufrió un ataque de corazón, aunque ella prefiera fingir que eso jamás sucedió. Y después de esta noche, le espera un largo fin de semana.

Jeremy no estaba muy seguro sobre qué decir; no le cabía en la cabeza que Doris no fuera una mujer con una salud de hierro. Lexie notó su malestar y sonrió.

– Pero se lo ha pasado estupendamente, de eso estoy segura. Las dos hemos tenido la oportunidad de hablar con mucha gente que hacía tiempo que no veíamos.

– Creía que aquí todos os veíais a diario.

– Así es. Pero todos andamos muy ocupados, y pocas veces se nos presenta la ocasión de charlar distendidamente. Sin embargo, esta noche ha sido muy especial. -Lo miró a los ojos-. Y Doris tenía razón. La gente te adora.

Jeremy ocultó las manos en los bolsillos y se quedó un momento pensativo. Por el modo en que ella lo había dicho, parecía como si le costara admitirlo.

– Bueno, no deberías estar tan sorprendida. Realmente soy un tipo adorable, de veras.

Lexie hizo una mueca de fastidio, aunque su semblante revelaba que lo hacía más en broma que con enojo. Detrás de ellos, la casa se fue haciendo cada vez más pequeña en la distancia.

– Oye, ya sé que no es asunto mío, pero ¿qué tal te ha ido con Rodney?

Ella dudó unos instantes antes de acabar encogiéndose de hombros.

– Tienes razón. No es asunto tuyo.

Él buscó una sonrisa, pero no vio ninguna.

– La única razón por la que te lo he preguntado es para confirmar si crees que es una buena idea que huya sigilosamente del pueblo arropado por la oscuridad de la noche, para que él no tenga la oportunidad de retorcerme el pescuezo con sus enormes manos.

El comentario logró que Lexie sonriera.

– No te preocupes; no te pasará nada. Además, le darías un enorme disgusto al alcalde si te marcharas sin despedirte. No todos los forasteros son obsequiados con una fiesta como la de esta noche o con la llave de la ciudad.

– Es la primera vez que me dan una. Normalmente suelo recibir cartas declarándome que me odian a muerte.

Lexie se echó a reír. Bajo la luz de la luna, sus rasgos eran impenetrables, y Jeremy recordó lo animada que la había visto hablando con todo el mundo durante la fiesta.

Llegaron al coche, y él se adelantó para abrirle la puerta. Al entrar, ella lo rozó suavemente, y Jeremy se preguntó si lo había hecho en respuesta al codazo cariñoso que él le había dado previamente, o si ni siquiera se había dado cuenta. Después dio un rodeo hasta la otra puerta y se sentó detrás del volante; insertó la llave en el contacto, pero dudó unos instantes antes de poner el coche en marcha.

– ¿Qué pasa? -preguntó Lexie.

– Estaba pensando… -empezó a decir él, sin saber cómo continuar.

Las palabras se quedaron colgadas en el aire. Ella lo miró insistentemente, mostrando curiosidad.

– ¿En qué estabas pensando?

– Sé que se está haciendo tarde, pero ¿te importaría venir al cementerio conmigo?

– ¿Por si te entra miedo?

– Más o menos.

Lexie echó un vistazo a su reloj de pulsera y suspiró.

Sabía que no debería ir. Ya había claudicado demasiado al aceptar ir a la fiesta con él, y pasar juntos las próximas horas significaría ceder todavía más. Sabía que no podía esperar nada bueno de eso, y no había ni una sola buena razón para aceptar la invitación. Pero antes de que tuviera tiempo de arrepentirse, las palabras emergieron de su boca.

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