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– Ah -asintió Jeremy, empezando a imitar al alcalde con los saludos para quienes lo miraban con enorme curiosidad-. Intentaré recordarlo.

Lexie lo estaba esperando entre el resto de los empleados del Ayuntamiento, y Jeremy suspiró aliviado cuando ella se colocó a su lado mientras le presentaban a la poderosa élite del pueblo. La mayoría de ellos demostraron ser francamente amables -a pesar de que Jed se pasó todo el rato mirándolo con cara de malas pulgas y con los brazos cruzados-, pero Jeremy no pudo evitar observar a Lexie con el rabillo del ojo. Parecía ausente, y se preguntó qué había pasado entre ella y Rodney.

No tuvo la oportunidad de averiguarlo, ni siquiera de relajarse, en las siguientes tres horas, ya que el resto de la velada estaba organizado a modo de convención política a la vieja usanza. Después de conocer a los del Consistorio -uno a uno, con la excepción de Jed- y de ser agasajado por el alcalde, quien le aseguró que «podría ser la mejor historia jamás contada» y le recordó que «el turismo es una fuente de ingresos muy importante para el pueblo», fue conducido hasta el escenario, que estaba adornado con una espectacular pancarta que proclamaba: ¡Bienvenido Jeremy Marsh!

Técnicamente no era un escenario, sino una enorme tabla de madera engalanada con un mantel de color púrpura brillante. Jeremy tuvo que recurrir a una silla para subirse al estrado, al igual que Gherkin, sólo para ponerse frente a un mar de caras desconocidas que lo miraban con expectación. Cuando la multitud se hubo calmado, el alcalde pronunció un larguísimo discurso en el que alabó a Jeremy por su profesionalidad y su honestidad, como si se conocieran de toda la vida. Gherkin no sólo mencionó su intervención en el programa Primetime Live -lo que provocó las sonrisas y asentimientos ya familiares y unas cuantas exclamaciones de admiración-, sino también un número de artículos destacados que Jeremy había escrito, entre ellos uno para la revista Atlantic Monthly sobre la investigación de armas biológicas en Fort Detrick. Aunque a veces aparentara ser un poco despistado, el alcalde había hecho los deberes y sabía cómo halagar a alguien. Al final del discurso le hizo entrega de la llave de la ciudad, y los Mahi-Mahis -subidos a otra tabla emplazada en la pared adyacente- arrancaron con fuerza y cantaron tres canciones: Carolina in My Mind, New York, New York y, quizá la más apropiada, el tema principal de la banda sonora de Los cazafantasmas.

Sorprendentemente, los Mahi-Mahis no eran tan malos, aunque le costó comprender cómo podían sostenerse en pie sobre la tarima. Tenían embelesada a la multitud, y por un instante, Jeremy se dio cuenta de que estaba sonriendo y pasándolo francamente bien. De pie, encima del escenario, vio cómo Lexie le guiñaba el ojo, lo cual sólo consiguió que toda esa parafernalia pareciera todavía más surrealista.

Después el alcalde lo condujo hasta un rincón apartado y lo invitó a sentarse en una silla tan antigua como cómoda, delante de una mesa también antigua. Con la grabadora en marcha, Jeremy se pasó el resto de la noche escuchando una historia tras otra sobre los encuentros con los fantasmas. El alcalde consiguió que la gente formara una fila, y todos empezaron a parlotear de forma excitada mientras aguardaban pacientemente su turno para hablar con Jeremy, como si éste estuviera repartiendo autógrafos.

Desgraciadamente, la mayoría de las historias que escuchó divergían en detalles significativos. Cada uno en la fila aseguraba haber visto las luces, pero cada uno le ofrecía una descripción diferente del fenómeno. Algunos juraban que tenían aspecto humano; otros decían que se asemejaban a luces estroboscópicas. Un sujeto proclamó que esos fantasmas eran igualitos a los disfraces de Halloween, con forma de sábana blanca y dos agujeros negros por ojos. La explicación más original se la dio un muchacho llamado Joe, quien declaró que había visto las luces más de media docena de veces, y habló con autoridad cuando aseveró que tenían el mismo aspecto que la señal luminosa de Piggly Wiggly que había en la ruta 54 cerca de Vanceboro.

Durante todo el rato, Lexie se mantuvo cerca de la zona charlando con diversas personas, y de vez en cuando, sus ojos se encontraban cuando tanto ella como él se hallaban inmersos en alguna conversación con terceros. Como si estuvieran compartiendo una broma privada, ella sonreía enarcando las cejas, con una expresión como si le recriminara: «¿Ves en qué barullo te has metido tú sólito?».

Jeremy pensó que Lexie no era como ninguna de las mujeres con las que había salido últimamente. No ocultaba lo que estaba pensando, ni intentaba impresionarlo, ni tampoco se mostraba afectada por nada de lo que él había hecho en el pasado. En lugar de eso, parecía evaluarlo por sus actos, por cómo reaccionaba en cada momento, sin apoyarse en prejuicios acerca del pasado o el futuro.

Esa era una de las razones por las que se había casado con María. No fue simplemente la aglomeración de emociones que sintió la primera vez que hicieron el amor lo que lo cautivó, más bien fueron un par de cosas simples las que lo convencieron de que ella era la mujer que buscaba. Su falta de pretensión delante de los otros, su forma fría de confrontarlo cuando hacía algo incorrecto, la paciencia con la que lo escuchaba cuando él estaba intranquilo a causa de algún problema imprevisto. Y a pesar de que él y Lexie no habían compartido ninguno de los pequeños detalles diarios de la vida, no podía dejar de pensar que seguramente esa mujer podría hacer frente a cualquier cosa, si se lo proponía.

Jeremy se fijó en que ella sentía un afecto genuino hacia la gente del pueblo, y parecía estar verdaderamente interesada en cualquier cosa que le contaban. Su conducta sugería que no albergaba ninguna razón para cortar a nadie en medio de una conversación -o para hacer que su interlocutor se diera prisa por acabar-, y mostraba un absoluto impudor a la hora de soltar sonoras carcajadas cuando algo la divertía. De vez en cuando, se inclinaba hacia delante para abrazar a alguien, y cuando retrocedía hasta la posición inicial, asía las manos de la persona y murmuraba algo en la línea de: «Qué contenta estoy de verte». Que no se sintiera diferente al resto, o incluso que no se fijara en que los demás eran obviamente distintos, le recordó a Jeremy a una tía que siempre había sido la persona más popular en las cenas de familia, simplemente por su destacado altruismo, porque centraba por completo su atención en los demás.

Unos breves minutos más tarde, cuando se levantó de la mesa para estirar las piernas, Jeremy vio a Lexie que se dirigía directamente hacia él, dejando a su paso una leve estela de seducción con el suave balanceo de sus caderas. Mientras la contemplaba, hubo un momento, un brevísimo momento, en que la escena le pareció como si no estuviera pasando en ese preciso instante sino en el futuro; sólo otra fiestecita en una larga procesión de fiestecitas en un pequeño pueblo del sur de Estados Unidos, en medio de la nada.

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