Литмир - Электронная Библиотека

– ¿Dejando de lado el que esos acontecimientos trastornan por completo la vida de mucha gente durante varios días? -se lamentó ella-. Bueno, es… Digamos que en esta época del año es necesario. Pasamos del Día de Acción de Gracias a Navidad en un abrir y cerrar de ojos, y luego no hay nada significativo a celebrar hasta la primavera. Y mientras tanto, los días son fríos y grises y lluviosos… Así que hace bastantes años, los del Ayuntamiento decidieron organizar la «Visita guiada por las casas históricas», y desde entonces se las han apañado para ir añadiendo más actos festivos con la esperanza de poder ofrecer un fin de semana completo a los turistas. Este año le toca el turno al cementerio; el año pasado organizaron el desfile, y el anterior fue el baile en el granero el viernes por la noche. Esas actividades están empezando a engrosar la lista de tradiciones del pueblo, así que prácticamente todos las esperan con muchas ganas. -Lo miró altaneramente-. Aunque te parezca un pueblecito de mala muerte, puedes pasártelo francamente bien aquí.

Jeremy había seguido toda la explicación con suma atención. Entonces se acordó de la fotografía del baile en un granero que aparecía en el folleto.

– ¿Así que organizan un baile? -preguntó, fingiendo no saber nada al respecto.

Lexie asintió.

– El viernes por la noche. En el granero de tabaco de Meyer, en medio del pueblo. Es bastante divertido, con una orquesta en directo y toda esa parafernalia. Es la única noche del año en la que el Lookilu está prácticamente vacío.

– Bueno, si me da por ir, supongo que aceptarás bailar conmigo, ¿no?

Ella sonrió antes de lanzarle una mirada casi seductora.

– Mira, hagamos un trato. Si el viernes has hallado la solución al misterio, bailaré contigo.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo -repuso ella-. Pero el trato es que primero tienes que resolver el misterio.

– De acuerdo -aceptó Jeremy-. ¡Estoy impaciente! Y si me pongo a pensar en el lindy o el fox-trot… -Sacudió la cabeza y soltó un prolongado suspiro-. Bueno, lo único que puedo decir es que espero que estés a mi altura.

– Lo intentaré -dijo Lexie entre risas. De repente se puso seria; cruzó los brazos, desvió la vista hacia el sol que intentaba abrirse paso entre la bruma sin éxito y anunció-: Esta noche.

Jeremy frunció el ceño.

– ¿Esta noche qué?

– Verás las luces esta noche, si vas al cementerio.

– ¿Cómo lo sabes?

– Se acerca la niebla.

Él siguió su mirada.

– ¿Cómo lo sabes? Yo no aprecio nada diferente.

– Mira al otro lado del río, detrás de mí. Las puntas de las chimeneas de la fábrica de papel ya están prácticamente ocultas entre las nubes.

– ¡Ya! -soltó él con incredulidad.

– Date la vuelta y mira.

Jeremy miró hacia atrás por encima del hombro. Entonces volvió a mirar con más atención, estudiando el contorno de la fábrica de papel.

– Tienes razón -confesó.

– Claro.

– Supongo que has mirado de refilón cuando estaba despistado, ¿no?

– No -repuso ella-. Simplemente lo sabía.

– Ah -dijo él-. ¿Otro de esos misterios inexplicables?

Lexie se separó de la barandilla.

– Defínelo como quieras. Vamos, se está haciendo tarde y he de regresar a la biblioteca. Dentro de quince minutos tengo una sesión de lectura con los niños.

Mientras regresaban al coche, Jeremy se fijó en que la cima de Riker's Hill también había quedado oculta. Sonrió, pensando que así lo había adivinado ella. Desde su posición había avistado la niebla en lo alto de la colina y había deducido que también habría niebla al otro lado del río. Trampa, trampa.

– Y bien; puesto que parece que tú también tienes poderes ocultos, ¿cómo puedes estar tan segura de que esta noche se podrán ver las luces? -inquirió él, intentando encubrir su sonrisa burlona.

Lexie tardó unos instantes en contestar.

– Porque lo sé -dijo simplemente.

– Entonces supongo que tengo que creerte. ¿Y sugieres que vaya a verlas? -Súbitamente, tras formular la pregunta, se acordó de la cena a la que se suponía que debía asistir y entornó los ojos con aire de fastidio.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella, desconcertada.

– El alcalde va a organizar una cena con varias personas a las que quiere que conozca; algo parecido a una presentación oficial.

– ¿Para ti?

Jeremy sonrió.

– ¿Qué? ¿Impresionada?

– No, sólo sorprendida.

– ¿Por qué?

– Porque no me han dicho nada.

– Yo me he enterado esta mañana.

– De todos modos es extraño. Aunque vayas a cenar con el alcalde, no te preocupes por la posibilidad de perderte el espectáculo de las luces. Suelen aparecer bastante tarde, por lo que tendrás tiempo de sobra de verlas.

– ¿Estás segura?

– Así es como las vi yo. Era casi medianoche

Jeremy se detuvo en seco.

– Espera un momento. ¿Tú las has visto? ¿Y por qué no me lo habías dicho?

Ella sonrió.

– No me lo habías preguntado

– Siempre te sales por la tangente con la misma excusa.

– Eso, señor periodista, es porque usted se olvida siempre de preguntar.

Capítulo 8

En el otro extremo del pueblo, en el Herbs, Rodney Hopper, el ayudante del sheriff, tenía un aspecto apesadumbrado, con la mirada clavada en su taza de café, preguntándose adonde había ido Lexie con ese urbanita.

Se había aventurado a presentarse en la biblioteca por sorpresa con la intención de invitar a Lexie a comer para que el urbanita supiera exactamente cómo estaban las cosas. Pensó que a lo mejor ella incluso le permitiría escoltarla hasta el coche mientras el forastero los observaba por la ventana, muerto de envidia.

Sabía exactamente lo que a ese tipo le atraía de Lexie; había que estar ciego para no verlo. Ella era la chica más guapa del condado, probablemente de todo el estado, incluso quizá del mundo entero.

Normalmente los tipos que decidían encerrarse un par de días en la biblioteca para llevar a cabo alguna investigación no le quitaban el sueño, y tampoco se inquietó la primera vez que oyó hablar del urbanita. Pero entonces empezó a oír cuchicheos por doquier sobre el recién llegado y decidió verlo con sus propios ojos. Y se dio cuenta de que los del pueblo tenían razón: sólo necesitó examinarlo una única vez para cerciorarse de su innegable pinta de seductor empedernido; nada que ver con el típico provinciano. Se suponía que los que se encerraban en la biblioteca eran hombres mayores con aspecto de profesores despistados, ratitas sabias con gafas, con los hombros caídos hacia adelante y con un apestoso aliento a café. Pero el urbanita no era así. Ese tipo parecía como recién salido del Della, el único salón de belleza del pueblo. Pero incluso eso no le habría preocupado demasiado de no ser porque, en esos precisos instantes, ese par andaba paseándose por el pueblo sin ninguna otra compañía; sólo ellos dos.

Rodney resopló con rabia. ¿Dónde diantre se habían metido?

No en el Herbs, y tampoco en el Pike's Diner. Había inspeccionado el aparcamiento del otro restaurante, y el coche de Lexie no estaba allí aparcado. Podría haberse atrevido a entrar y preguntar si los habían visto, pero probablemente entonces él se habría convertido en la comidilla del pueblo, y no estaba seguro de que fuera una idea demasiado acertada. Todos sus amigos siempre le gastaban bromas sobre Lexie, especialmente cuando mencionaba que tenía otra cita con ella. Le decían que se olvidara de ella, que Lexie sólo accedía a salir con él para no ser descortés, pero él sabía que no era cierto. Lexie siempre aceptaba salir con él cuando él se lo pedía, ¿no? Se quedó meditabundo… Bueno, al menos la mayoría de las veces. Ella jamás le había dado un beso, cierto, pero eso no significaba nada. Rodney tenía la paciencia de un santo con Lexie, y creía que poco a poco se iban acercando al momento estelar. Cada vez que salían, presentía que daban un paso adelante hacia algo más serio. Lo sabía. Y también sabía que lo único que les pasaba a sus amigos era que estaban celosos.

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