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– Sólo la que hemos tomado para venir hasta aquí, la que atraviesa el pueblo.

– Hum -musitó él frunciendo el ceño.

– Vaya, esta vez no has recurrido a tu expresión favorita. ¿Es que aún no has hallado la solución al misterio?

– No, aún no -contestó Jeremy-. Pero no te preocupes; lo encontraré.

A pesar de la oscuridad total, le pareció que podía verla sonriendo socarronamente.

– ¿Por qué tengo la impresión de que tú ya sabes el motivo que origina esas luces?

– No lo sé -respondió ella en un tono inocente-. ¿Por qué?

– Sólo es un presentimiento. Yo también soy muy bueno leyendo los pensamientos de la gente. Un individuo llamado Clausen me enseñó todos sus secretos.

Lexie se echó a reír.

– Perfecto. Entonces ya sabes lo que estoy pensando.

Ella le dio un momento para que intentara averiguarlo antes de inclinarse hacia delante. Sus ojos transmitían una oscura aura de seducción, y a pesar de que Jeremy debía de estar pensando en otras cosas, nuevamente recordó lo guapa que estaba en la fiesta.

– ¿No te acuerdas de mi historia? -susurró ella-. Eran mis padres. Probablemente querían conocerte.

Quizá fuera el tono huérfano que usó cuando pronunció esas palabras -triste y tierno a la vez- lo que provocó que Jeremy notara cómo se le formaba un nudo en la garganta; tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no abrazarla con fuerza allí mismo, con la intención de no separarse nunca más de ella.

Media hora más tarde, después de cargar todo el material en el coche, estaban de nuevo delante de la casa de Lexie.

Ninguno de los dos había hablado demasiado durante el trayecto de vuelta, y cuando estuvieron frente a la puerta, Jeremy se percató de que, mientras conducía, había pasado más tiempo pensando en ella que en las luces. No deseaba que la noche tocara a su fin, todavía no.

Estaba pensando en cómo insinuarle que lo invitara a entrar cuando Lexie se tapó la boca con una mano y bostezó antes de soltar una carcajada incómoda.

– Lo siento, pero es que a estas horas no suelo estar despierta.

– No pasa nada -respondió él, mirándola fijamente a los ojos-. Lo he pasado estupendamente esta noche.

– Yo también -asintió ella.

Jeremy dio un pequeño paso hacia delante. Lexie se dio cuenta de que él pretendía besarla y se puso a manosear la solapa de la chaqueta nerviosamente.

– Bueno, será mejor que entre -dijo, esperando que él captara la indirecta.

– ¿Estás segura? Podríamos ver las grabaciones juntos, si quieres. Quizá podrías ayudarme a averiguar qué son realmente esas luces.

Lexie desvió la vista hacia un lado, con una expresión melancólica.

– Por favor, no lo eches a perder, ¿vale? -murmuró.

– ¿Echar a perder el qué?

– Esto… Todo… -Cerró los ojos, intentando ordenar sus pensamientos-. Los dos sabemos que quieres entrar, pero aunque yo también lo desee, no te invitaré a pasar, así que por favor, no me lo pidas.

– ¿Acaso he hecho algo malo?

– No, qué va. Hoy me lo he pasado muy bien, te lo aseguro; ha sido un día estupendo. Francamente, hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto.

– Entonces, ¿qué pasa?

– Desde que llegaste al pueblo, no has parado de cortejarme, y ambos sabemos lo que pasará si dejo que atravieses el umbral de esta puerta. Pero después tú te marcharás. Y cuando lo hagas, la única que saldrá malparada seré yo. Así pues, ¿por qué empezar algo que no tienes intención de acabar?

Con otra persona, con cualquier otra persona, Jeremy habría hecho gala de su astucia con alguna broma o habría cambiado de tema con el fin de ganar tiempo y pensar en otra forma de conseguir que lo invitaran a entrar. Pero mientras la contemplaba en el porche, no conseguía hallar las palabras adecuadas. Aunque pareciera extraño, él tampoco quería echar a perder la historia tan especial que había nacido entre ellos dos.

– Tienes razón -admitió al tiempo que se esforzaba por dibujar una sonrisa en sus labios-. Será mejor que me marche. Debería estar investigando de dónde provienen esas luces.

Por un momento, Lexie pensó que no había oído bien, pero cuando Jeremy dio un paso hacia atrás, ella lo miró directamente a los ojos.

– Gracias.

– Buenas noches, Lexie.

Ella asintió con la cabeza y, después de una pausa incómoda, dio media vuelta en dirección a la puerta. Jeremy interpretó el movimiento como una señal de despedida, y bajó los peldaños del porche mientras Lexie sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta. Ya había insertado la llave en la cerradura de la puerta cuando oyó la voz de Jeremy a sus espaldas.

– ¡Eh! ¡Lexie!

En la niebla apenas podía distinguir su silueta.

– ¿Sí?

– Supongo que no me creerás, pero lo último que desearía sería hacerte daño o alguna cosa por la que te arrepintieras de haberme conocido.

A pesar de que ella sonrió brevemente a raíz del comentario, se dio la vuelta y desapareció sin decir ni una sola palabra. La falta de respuesta surtió más efecto que mil palabras, y por primera vez en su vida, Jeremy no sólo se sintió decepcionado consigo mismo, sino que de repente sintió un enorme deseo de ser alguien completamente distinto.

Capítulo 11

Los pájaros trinaban, la niebla empezaba a disiparse, y un mapache atravesó corriendo el porche del búngalo justo en el momento en que el teléfono móvil de Jeremy empezó a sonar. La luz matinal, opaca y gris, se colaba a través de las cortinas deshilachadas, dándole de lleno en un ojo como si fuera un puñetazo propinado por un boxeador profesional.

Echó un vistazo al reloj. Eran las ocho de la mañana; demasiado pronto para hablar con nadie, especialmente después de una larga noche. Se estaba haciendo viejo para esos trotes, y antes de responder la llamada, soltó un bufido.

– Será mejor que se trate de algo importante -musitó.

– ¿Jeremy? ¿Eres tú? ¿Dónde diablos te habías metido? ¿Por qué no me has llamado? ¡He intentado contactar contigo un millón de veces!

«Nate -pensó Jeremy, cerrando de nuevo los ojos-. Por el amor de Dios, Nate.»

Entretanto, Nate proseguía con su charla. Indudablemente debía de estar emparentado con el alcalde de Boone Creek, aunque él no lo supiera, razonó Jeremy. Si encerraran a ese par en una habitación y los colgaran de un generador mientras hablaban, seguramente producirían suficiente energía como para alumbrar a todo Brooklyn durante un mes entero.

– ¡Me dijiste que estarías en contacto!

Jeremy se esforzó por incorporarse hasta que logró sentarse en la cama; tenía todo el cuerpo entumecido.

– Lo siento, Nate. He estado ocupadísimo, y además, la cobertura no es muy buena en este lugar.

– ¡Tenías que mantenerme informado! ¿Recuerdas? Ayer te estuve llamando todo el día, pero cada vez me salía tu maldito I contestador. No puedes ni imaginarte cómo están las cosas por aquí. Los productores me asedian sin parar; me vienen a ver para solicitarme ideas sobre temas que puedan despertar tu interés. Te aseguro que va en serio; ¡te quieren fichar! Uno de ellos me ha sugerido que investigues un poco sobre la cuestión de las dietas elevadas en proteínas. Ya sabes, esas que certifican que puedes zamparte todo el beicon y los bistecs que quieras y que todavía perderás peso.

Jeremy sacudió la cabeza, intentando no perder el hilo de la conversación.

– Un momento. ¿De qué diantre estás hablando? ¿Quién quiere que investigue sobre qué dieta?

– Los de GMA. ¿A quién creías que me refería? Les he dicho que les llamaré para darles una respuesta, pero creo que podrás realizar el trabajo sin ningún problema.

Jeremy se frotó la frente. A veces ese hombre le provocaba dolor de cabeza.

– Mira Nate, no tengo ningún interés en dedicarme a investigar nada sobre esas dichosas dietas de moda. Por si no lo recuerdas, me dedico al periodismo científico.

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