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– Bueno, pues te esfuerzas un poco más y punto. Eso es lo que harás, ¿de acuerdo? Además, las dietas están relacionadas con la química y la ciencia. ¿Tengo razón o no? Vamos, admítelo; sabes que tengo razón. Ya me conoces: cuando tengo razón, la tengo. Es más, estoy barajando unas cuantas posibilidades sobre…

– He visto las luces -lo interrumpió Jeremy.

– Bueno, veamos, si realmente tienes algo entre manos que valga la pena, podemos hablar. Pero te juro que me estoy volviendo loco con tantas llamadas de los productores, y ese proyecto sobre las dietas podría ser un trampolín para lanzarte a…

– Te digo que he visto las luces -volvió a repetir Jeremy, elevando el tono de voz.

Esta vez Nate le prestó atención.

– ¿Te refieres a las luces en el cementerio?

Jeremy continuó frotándose las sienes.

– Sí, a ésas.

– ¿Cuándo? ¿Y por qué no me has llamado? ¡Pues eso puede ser una auténtica bomba! ¡Oh, por favor, dime que las has filmado!

– Sí, pero todavía no he visto las grabaciones, por lo que no puedo confirmarte si han salido bien o no.

– ¿Así que las luces existen?

– Sí. Pero creo que he averiguado su origen.

– Así que no existen…

– Escucha, Nate, estoy cansado, así que escúchame durante un minuto sin interrumpir, ¿vale? Ayer por la noche fui al cementerio y vi las luces. Y te aseguro que ahora comprendo por qué algunas personas creen que son fantasmas; es por la forma en que aparecen. Existe una bonita leyenda, además, y los del pueblo incluso han organizado este fin de semana una gira para sacar partido de la ocasión. Pero después de marcharme del cementerio, indagué el motivo y estoy casi seguro de que lo he encontrado. Todo lo que tengo que hacer es descubrir cómo y por qué sucede, aunque ya tengo algunas ideas vagas, y si todo va bien, lo habré averiguado esta misma noche.

Sorprendentemente, Nate no parecía tener nada que decir. Sin embargo, como buen profesional que era, se recuperó rápidamente.

– Vale, vale; dame un segundo para imaginar la mejor forma de sacarle partido a esta historia. Estoy pensando que los de la lele podrían…

Jeremy se preguntó en quién más debía de estar pensando.

– ¡Ya lo tengo! A ver qué te parece esto -continuó Nate-. Empezamos con la leyenda, como para situar la historia en escena. Un cementerio entre la bruma del crepúsculo, un primer plano de algunas de las tumbas, quizá de un cuervo ominoso, y tu voz en off…

Ese hombre era un maestro de los clichés a lo Hollywood, y Jeremy volvió a consultar la hora, pensando que aún era demasiado temprano para atender una clase magistral sobre efectos especiales.

– Nate, estoy cansado. ¿Qué te parece si maduras un poco la idea y me llamas más tarde?

– Vale. Para eso estoy aquí, ¿no? Para hacerte la vida más fácil. Oye, ¿te parece bien si se lo comento a Alvin?

– No, todavía no. Primero déjame ver las cintas, y luego ya le llamaré yo para saber su opinión.

– De acuerdo -aceptó, con un tono lleno de entusiasmo-. Me parece perfecto. ¡Buena idea! ¡Una historia de fantasmas genuina! ¡Seguro que les encantará! ¿Te he dicho que esos productores parecían realmente interesados en el proyecto? Créeme, les dije que regresarías con un reportaje cojonudo y que probablemente no estarías interesado en eso de las dietas. Pero ahora que tenemos este bombazo entre las manos, podremos negociar con ellos. ¡Se volverán locos! Me muero de ganas de decírselo, y escucha, te volveré a llamar dentro de un par de horas, así que haz el favor de no alejarte del móvil, ¿me oyes? Las cosas podrían precipitarse aquí, y…

– Adiós, Nate. Ya hablaremos más tarde.

Jeremy volvió a acurrucarse en la cama y se cubrió la cabeza con la almohada, pero al no poder conciliar el sueño de nuevo, se levantó de mal humor y se dirigió al cuarto de baño, procurando no reparar en las criaturas disecadas que parecían observar cada uno de sus movimientos. Sin embargo, se estaba acostumbrando a ellas, y mientras se desnudaba, colgó la toalla en las garras extendidas de un tejón, pensando que podía beneficiarse de la postura conveniente del animal.

Entró en la ducha, abrió el grifo y se quedó debajo del chorro de agua durante veinte minutos, hasta que su piel estuvo completamente arrugada. Sólo entonces empezó a sentirse despierto. Dormir apenas un par de horas podía provocar esa sensación de malestar en cualquiera.

Después de ponerse los vaqueros, agarró las cintas de vídeo y se montó en el coche. La niebla flotaba sobre la carretera como una capa de hielo seco evaporado en el escenario de un concierto, y el cielo ofrecía los mismos tonos mates del día anterior, lo cual le hizo suponer que las luces volverían a aparecer esa noche, y eso no sólo era una buena noticia para los turistas que se acercaran hasta el pueblo ese fin de semana, sino que también significaba que probablemente debería llamar a Alvin. Aunque las grabaciones hubieran salido bien, Alvin era un genio con la cámara; podría capturar imágenes que seguramente provocarían una enorme hinchazón en el dedo de Nate a causa de tantas llamadas telefónicas como haría.

Sin embargo, lo primero que quería hacer era ver qué había grabado, sólo para estar seguro de si había conseguido captar algo. Como era de esperar, en Greenleaf no disponían de un magnetoscopio, pero había visto uno en la sala de los originales, y mientras conducía por la carretera intransitada camino del pueblo, se preguntó cómo reaccionaría Lexie cuando lo viera. ¿Volvería a marcar distancias, ofreciéndole sólo un trato frío y profesional? ¿Persistirían los sentimientos del día que habían pasado juntos? ¿O simplemente recordaría los momentos finales en el porche, cuando él se excedió con tanta insistencia? No tenía ni la menor idea de lo que iba a suceder, si bien se había pasado gran parte de la noche pensando en ello.

Había encontrado el origen de las luces. Como en casi todos los casos, resolver el misterio no era tan difícil si uno sabía dónde buscar, y un rápido vistazo a una página electrónica patrocinada por la NASA eliminó la única posibilidad alternativa. Averiguó que la luna no podía ser la responsable de las luces. Esa noche había luna nueva, es decir, cuando la luna se oculta tras la sombra de la tierra, y Jeremy albergaba la sospecha de que las luces misteriosas sólo aparecían en esa fase en particular. Tenía sentido: sin la luz de la luna, incluso los vestigios de cualquier otra luz serían mucho más evidentes, especialmente si se reflejaban en las gotitas de agua de la niebla.

Sin embargo, mientras se hallaba de pie, expuesto al aire helado y con la respuesta al alcance, todo lo que podía hacer era pensar en Lexie. Le parecía imposible que sólo hiciera dos días que se conocían. No, no era posible. Einstein había postulado que el tiempo era relativo, y supuso que ésa podría ser la explicación de lo que le sucedía a él. ¿Cómo era el viejo proverbio acerca de la relatividad? Más o menos venía a decir que un minuto con una bella mujer duraba un instante, mientras que un minuto con la mano sobre un hornillo caliente podía parecer una eternidad.

De nuevo se arrepintió de su comportamiento en el porche, maldiciéndose por milésima vez por no haber sabido captar las indirectas que Lexie le lanzaba mientras él estaba pensando en besarla. Lexie había expuesto sus sentimientos de una forma evidente, pero él los había ignorado. En circunstancias normales, ya haría muchas horas que Jeremy se habría olvidado del fiasco por completo; se habría reído de lo sucedido, restándole importancia. Pero por alguna razón desconocida, esta vez no le resultaba tan fácil.

A pesar de que había salido con un montón de chicas y que no se había convertido exactamente en un ermitaño después de que María lo abandonara, no solía hacer eso de pasarse todo el día charlando con una mujer. Generalmente sólo salía a cenar o a tomar unas copas para preparar el terreno antes de que llegara la mejor parte. Sabía que tenía que madurar en lo que se refería a salir con alguien, a lo mejor incluso debería sentar la cabeza y vivir una vida similar a la de sus hermanos. Sus hermanos ya le habían demostrado que eso era precisamente lo que esperaban de él, y sus esposas también. Eran de la opinión ampliamente compartida de que debería intentar conocer a las mujeres antes de acostarse con ellas, y uno de sus hermanos había ido tan lejos como para montarle una cita con una vecina divorciada que abogaba por la misma idea. Por supuesto, la vecina rechazó un segundo encuentro, básicamente porque en la primera cita él no demostró ni el más mínimo interés por ella. En los últimos años le parecía todavía más fácil intentar no conocer a las mujeres con profundidad, mantenerlas en el reino de los extraños a perpetuidad, donde todavía podían albergar esperanzas de llegar a establecer una relación más estable con él.

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