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El alcalde se dio la vuelta para marcharse, y unos minutos más tarde Jeremy observaba cómo Lexie daba por terminada la sesión. Cerró el libro, y mientras los padres se levantaban del suelo, se sorprendió por lo nervioso que se sentía. ¿Cuándo fue la última vez que había sentido una subida de adrenalina similar?

Algunas madres empezaron a llamar a los pocos niños que no habían estado atentos a la narración, y unos breves momentos más tarde Lexie se incorporó al grupo que estaba a punto de abandonar la sala infantil. Cuando vio a Jeremy, fue directamente hacia él.

– Supongo que estás listo para empezar a examinar los diarios -conjeturó.

– Si todavía te queda tiempo para buscarlos, perfecto, aunque aún no he terminado con los mapas. De todos modos, hay otra cosa de la que quería hablarte.

– ¿Ah, sí?

Lexie irguió la barbilla ligeramente.

Mientras Jeremy pensaba en el modo de pedirle que fuera con él a la fiesta, se sintió invadido por una sensación de embriaguez absolutamente extraña.

– El alcalde ha venido para contarme lo de la fiesta de esta noche en la plantación de Lawson, y no está seguro de si seré capaz de encontrar el lugar yo solo, así que me ha sugerido que busque a alguien que sepa llegar hasta allí. Y bueno, ya que tú eres la única persona que conozco en el pueblo, me preguntaba si no te importaría acompañarme.

Durante un larguísimo momento que pareció eterno, Lexie no dijo nada.

– ¡Cómo no! -exclamó finalmente.

La respuesta cogió a Jeremy desprevenido.

– ¿Cómo has dicho?

– Oh, perdona; no me refería a tu propuesta. Estaba pensando en la forma tan maquiavélica que tiene el alcalde de hacer las cosas. Sabe que evito asistir a eventos como el de esta noche siempre que puedo, a menos que no estén directamente vinculados con la biblioteca. Habrá pensado que le diría que no si él me lo pedía, así que ha urdido un plan para que me lo pidas tú. Y mira por dónde se ha salido con la suya, ya que eso es precisamente lo que acabas de hacer: pedirme que te acompañe porque el alcalde te lo ha dicho.

Jeremy parpadeó varias veces, intentando comprender el sentido de la disertación que acababa de escuchar, aunque sólo lo logró a medias. ¿Quién había sugerido que él fuera con Lexie? ¿El alcalde, o él?

– ¿Por qué tengo la terrible sensación de estar en medio de un culebrón?

– Porque lo estás. Se llama vivir en una pequeña localidad sureña.

Perplejo, Jeremy se quedó callado un momento, y después agregó:

– ¿De veras crees que el alcalde ha planeado todo esto?

– Sé que lo ha hecho. De entrada puede parecerte un pobre zoquete, pero tiene la habilidad de conseguir que todos hagan exactamente lo que él quiere, haciéndoles creer que la idea no parte de él sino de ellos. ¿Por qué otra razón crees que todavía te alojas en el Greenleaf?

Jeremy hundió las manos en los bolsillos y consideró la explicación de Lexie.

– Mira, no te preocupes. No tienes que venir. Estoy seguro de que encontraré el lugar yo solo.

Ella se llevó las manos a las caderas y lo miró fijamente.

– ¿Me estás diciendo que no quieres que te acompañe?

Jeremy se quedó paralizado, sin saber qué responder.

– Bueno, sólo pensé que ya que el alcalde…

– ¿Quieres que vaya contigo o no? -insistió Lexie.

– Claro, pero si tú no…

– Entonces vuélvemelo a pedir.

– ¿Cómo has dicho?

– Pídeme que te acompañe esta noche. Pero esta vez sin nombrar al alcalde; y no uses la excusa de que me necesitas para no perderte. Di algo como: «Me encantaría que me acompañaras a la cena esta noche. ¿Te parece bien si paso a recogerte más tarde?».

Jeremy la miró fijamente, intentando descifrar si ella estaba hablando en serio.

– ¿Quieres que diga esas palabras?

– Si no lo haces, interpretaré que es idea del alcalde, y entonces no iré. Pero si tú me lo pides, tiene que ser porque quieras que te acompañe, así que usa el tono adecuado.

Jeremy se sintió tan nervioso como un chiquillo ante el primer día de escuela.

– Me encantaría que me acompañaras a la cena esta noche. ¿Te parece bien si paso a recogerte más tarde?

Ella sonrió y apoyó la mano en el hombro de Jeremy.

– Caramba, señor Marsh -gorjeó-. Estaré más que encantada.

Unos minutos más tarde Jeremy todavía se sentía aturdido, mientras observaba cómo Lexie agrupaba los diarios guardados en un arcón cerrado con llave que había en la sala de los originales.

Las mujeres en Nueva York simplemente no le hablaban del modo en que lo hacía ella. No estaba seguro de si Lexie había sido razonable o no, o ni una cosa ni la otra. «Vuélvemelo a pedir y usa el tono adecuado.» ¿Qué clase de mujer decía una cosa así? ¿Y por qué diantre le había parecido una petición tan… ocurrente?

No estaba seguro, y de repente, la historia de las luces y la oportunidad de aparecer en televisión le parecieron simplemente unos detalles irrisorios. Mientras seguía contemplando a Lexie, sólo podía pensar en la calidez de su mano cuando la había puesto con tanta dulzura sobre su brazo.

Capítulo 9

Un poco más tarde, esa misma noche, mientras la niebla se tornaba más densa, Rodney Hopper pensó que la plantación de Lawson tenía toda la pinta de estar lista para un concierto de Barry Manilow.

Durante los últimos veinte minutos había estado ocupado dirigiendo el tráfico hacia los terrenos que habían habilitado para aparcar los coches de los invitados, contemplando con desconcierto la procesión de individuos eufóricos que se dirigían hacia la puerta. Hasta ese momento había visto a los doctores Benson y Tricket; a Albert, el dentista; a los ocho miembros del Consistorio, entre ellos Tully y Jed; al alcalde y al personal de la Cámara de Comercio; a toda la junta directiva de la escuela; a los nueve comisionados del condado; a los voluntarios de la Sociedad Histórica; a tres contables; a todo el personal del Herbs; al barman del Lookilu; al barbero, e incluso a Toby, quien a pesar de que se dedicaba a limpiar las fosas sépticas del pueblo, tenía un aspecto remarcablemente distinguido. La plantación de Lawson ni siquiera estaba tan concurrida en Navidad, cuando la decoraban hasta límites inimaginables y permitían el acceso libre a todos los de la localidad el primer viernes de diciembre.

Sin embargo, esta vez era diferente. No era una celebración en la que los amigos y los familiares se reunieran para disfrutar de la compañía antes de la locura y las prisas de las fiestas navideñas. La finalidad del evento era honorar a alguien que no tenía nada que ver con el pueblo y al que el lugar le importaba claramente un pimiento. Incluso peor: aunque estaba allí por una cuestión oficial, de repente Rodney tuvo la certeza de que no debería ni haberse preocupado por planchar la camisa y lustrarse los zapatos, puesto que dudaba que Lexie se fijara en esa clase de detalles.

Lo sabía todo sobre ese par. Después de que Doris regresara al Herbs para hacerse cargo de la cena, el alcalde se había dejado caer por el restaurante y había mencionado las ominosas noticias sobre Jeremy y Lexie, y Rachel lo había llamado sin perder ni un segundo. Rachel, pensó, era un cielo en ese sentido; siempre lo había sido. Sabía lo que él sentía por Lexie y no le gastaba bromas al respecto como el resto de sus amigos. De todos modos, tuvo la impresión de que a ella tampoco le hizo ni pizca de gracia que los dos fueran juntos a la fiesta. Pero Rachel sabía ocultar mejor sus sentimientos que él, y justo en ese momento Rodney hubiera preferido estar en cualquier otro lugar menos en la plantación de Lawson. Le molestaba todo, absolutamente todo, lo referente a esa noche.

Especialmente el modo en que se estaba comportando toda la población. No recordaba haber visto a los muchachos tan excitados ante las perspectivas del futuro del pueblo desde que Raleigh News amp; Observer envió a un reportero para escribir un artículo sobre Jumpy Walton, quien intentaba construir una réplica del rudimentario avión de los hermanos Wright y en el que pensaba volar en conmemoración del centésimo aniversario de la aviación en Kitty Hawk. Jumpy, al que todos sabían que le faltaban un par de tornillos, llevaba tiempo proclamando que prácticamente ya había terminado la réplica, pero cuando abrió los portones del granero para mostrar con pleno orgullo su obra maestra, el reportero se dio cuenta de que Jumpy no tenía ni idea de lo que hacía. En el granero, la réplica se asemejaba a una versión gigante y retorcida de un pollo hecho con alambres y paneles chapados.

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