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Pero hoy, mientras leía, su mente estaba ausente, en otro lugar lejos de la sala y de lo que allí sucedía, pensando en el rato que había compartido con Jeremy durante la hora de la comida. Aunque no pudiera definirse como una cita, para ella había tenido casi el mismo efecto, lo cual era francamente desconcertante. Reviviendo esos momentos, se dio cuenta de que había revelado más cosas de sí misma de las que quería, y trató de recordar cómo había sucedido. Él no había intentado sonsacarle ninguna información; simplemente había pasado y punto. Pero ¿por qué diantre seguía todavía dándole vueltas al asunto?

No se consideraba una neurótica; no era propio de ella realizar esa clase de análisis inacabable. Y además, se dijo a sí misma, ni siquiera había sido una cita formal. No obstante, no importaba lo mucho que intentara no pensar en él, la imagen de Jeremy continuaba apareciendo en su mente irremediablemente, con su sonrisa socarrona y su expresión genuinamente divertida ante las anécdotas que ella le contaba. ¿Qué debía de pensar sobre su vida en el pueblo? ¿Y qué pensaba sobre ella? Recordó que incluso se había ruborizado cuando él le había dicho que la encontraba encantadora. ¿Qué demonios le pasaba? Quizá, pensó, se debía a que se había sincerado más de la cuenta con él hablándole sobre su pasado, y eso la había dejado en una posición vulnerable.

Se dijo a sí misma que no volvería a caer en el mismo error. Sin embargo…

No podía negar que no lo había pasado nada mal. Charlar con un desconocido, con alguien que no conocía nada ni a nadie del pueblo, le había resultado un ejercicio sencillamente refrescante. Casi había olvidado lo especiales que esas situaciones podían llegar a ser. Y se sintió gratamente sorprendida. Doris tenía razón. Ese individuo era más interesante de lo que le había parecido a simple vista, y si bien continuaba mostrándose del todo incrédulo respecto a la existencia de misterios sobrenaturales, había demostrado gozar de un excelente humor a la hora de abordar sus creencias y sus formas de vida tan divergentes. Incluso había sido capaz de reírse de sí mismo, lo cual le pareció un hecho francamente destacable.

Mientras continuaba leyendo historias a los niños -gracias a Dios, no era un libro complicado-, su mente se negaba a abandonar tales pensamientos.

De acuerdo. Le gustaba Jeremy; lo admitía. Y la verdad era que deseaba pasar más tiempo con él. Pero incluso esa aseveración no consiguió convencer a su vocecita interior, que le recordaba que no debía arriesgarse demasiado si no quería salir herida.

Tenía que andar con sumo cuidado, ya que -aunque parecían llevarse bien- Jeremy Marsh le haría daño irremediablemente si ella bajaba la guardia.

Jeremy estaba sentado con el cuerpo encorvado sobre una serie de mapas de Boone Creek que se remontaban a 1850. Cuanto más antiguos eran, más detalles parecían contener, y mientras examinaba cómo el pueblo había cambiado década tras década, se dedicó a apuntar notas adicionales. Desde la pequeña villa tranquila que había nacido al abrigo de una docena de carreteras, el pueblo se había ido expandiendo sin parar por todos lados.

El cementerio, tal y como ya sabía, estaba ubicado entre el río y Riker's Hill, y lo que era más importante: si trazaba una línea recta entre Riker's Hill y la fábrica de papel, dicha línea pasaba por el cementerio. La distancia total era de un poco más de tres millas, y sabía que era posible que una luz se refractara en esa distancia, incluso en una noche con niebla. Se preguntó si la fábrica contaba con un tercer turno de trabajo, porque eso implicaría que el lugar estaría totalmente iluminado incluso por la noche. Con la capa adecuada de niebla y con suficiente luminosidad, podría explicar todo el misterio en un santiamén.

En cuanto a la posibilidad del reflejo de la luz, pensó que debería haberse fijado en la línea recta entre la fábrica de papel y Riker's Hill cuando se hallaba en la cima de la colina. En lugar de eso, se había dedicado a disfrutar de la panorámica, reconocer diversos enclaves del pueblo y pasar el rato con Lexie.

Todavía intentaba comprender el repentino cambio en el comportamiento de ella. Ayer no quería saber nada de él, y hoy…, bueno, hoy era un nuevo día, ¿no? Y lo más preocupante era que no podía dejar de pensar en ella, y no precisamente en los aspectos habituales, como por ejemplo: qué tal se comportaría en la cama. No podía recordar la última vez que le había sucedido algo similar. Probablemente desde María, pero de eso hacía mucho tiempo. Casi toda una vida, cuando él era una persona completamente distinta a la que era ahora. Mas hoy la conversación había fluido de una forma tan natural, tan cómoda, que a pesar de que sabía que debía acabar de analizar esos mapas que tenía delante, todo lo que deseaba era pasar más tiempo con ella para conocerla mejor.

«¡Qué raro!», pensó, y antes de que pudiera pararse a pensar en lo que estaba sucediendo, se levantó de la mesa y se encaminó hacia las escaleras. Sabía que ella estaba leyendo historias a un puñado de niños, y no tenía intención de molestarla, pero de repente le entraron unas enormes ganas de verla.

Bajó las escaleras y enfiló hacia las puertas de cristal. Sólo necesitó un instante para divisar a Lexie sentada en el suelo, rodeada de niños.

Leía de un modo muy animado, y Jeremy no pudo evitar sonreír al ver sus exageradas muecas: los ojos abiertos como un par de naranjas, la boca abierta, su forma de inclinarse hacia delante cuando quería enfatizar algo en la historia. Las madres estaban sentadas con las caras complacidas. Había un par de niños tan quietos como estatuas; el resto tenía pinta de haberse tomado alguna pastilla para estar en movimiento constante.

– Realmente es especial, ¿eh?

Jeremy se dio la vuelta, sorprendido.

– Alcalde, ¿qué está haciendo aquí?

– He venido a verte, por supuesto, y también a la señorita Lexie, por lo de la cena de esta noche. Prácticamente ya está todo organizado; me parece que te quedarás bastante impresionado.

– No me cabe la menor duda -apuntó Jeremy.

– Pero tal y como te decía, ella es realmente especial, ¿eh?

Jeremy no contestó, y el alcalde le guiñó el ojo antes de proseguir.

– Me he fijado en el modo en que la miras. Los ojos pueden delatar los sentimientos de un hombre. Los ojos siempre dicen la verdad.

– ¿Qué se supone que significa eso?

El alcalde sonrió burlonamente.

– No lo sé. ¿Por qué no me lo cuentas tú?

– No hay nada que contar.

– Claro que no -dijo el alcalde al tiempo que esbozaba una mueca de complicidad.

Jeremy sacudió la cabeza repetidas veces.

– Mire, señor alcalde… Tom…

– Oh, no importa. Sólo estaba bromeando. Pero déjame que te diga un par de cosas acerca de la fiestecita de esta noche.

El alcalde le refirió dónde se celebraría la cena y luego le explicó cómo llegar hasta allí.

– ¿Crees que serás capaz de encontrar el lugar? -le preguntó el alcalde cuando terminó de darle las indicaciones.

– Tengo un mapa -murmuró Jeremy.

– Seguramente te ayudará, pero no olvides que esas carreteras no están muy iluminadas, que digamos. Resulta muy fácil perderse si uno no va con cuidado. Lo más aconsejable sería que fueras con alguien que sepa cómo llegar hasta allí.

Cuando Jeremy lo observó con curiosidad, Gherkin miró insistentemente a través de los cristales de la puerta.

– ¿Cree que debería pedirle a Lexie que me acompañe? -preguntó Jeremy.

Los ojos del alcalde parpadearon.

– Eso es cosa tuya. Si piensas que ella accederá… Muchos hombres la consideran el bien más preciado de todo el condado.

– Ella aceptaría -proclamó Jeremy, sintiéndose más esperanzado que seguro.

El alcalde lo miró con porte dubitativo.

– Me parece que sobreestimas tus habilidades. Pero si estás tan seguro, entonces supongo que será mejor que no me interponga. Precisamente venía a invitarla para que fuera conmigo. Pero puesto que tú te ocuparás de ella, me retiro. Ya nos veremos esta noche.

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