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Se puso una camisa blanca de manga larga, sin introducirla en los pantalones por la cintura sino dejándola suelta, y luego la arremangó hasta los codos. Se plantó delante del espejo y se abrochó todos los botones menos uno que normalmente solía abotonarse, dejando entrever la parte superior del escote.

Se secó el pelo con un secador y se peinó con cuidado; luego le tocó la hora al maquillaje: se aplicó un leve toque de sombra en las mejillas, se perfiló los ojos con un lápiz delineador y se retocó los labios con una barra de carmín. Deseó tener un poco de perfume a mano, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Cuando estuvo lista, se alisó la camisa delante del espejo en un intento de estar impecable, y se sintió satisfecha con su aspecto. Sonriendo, trató de recordar la última vez que había puesto tanto empeño en estar guapa.

Jeremy se hallaba sentado en la butaca, con las piernas cruzadas, cuando Lexie entró en la sala. Levantó la vista y, por un momento, pareció que iba a decir algo, pero se quedó mudo, contemplándola.

Incapaz de apartar la vista de Lexie, de repente comprendió por qué había sido tan importante para él volverla a ver. No le quedaba otra alternativa; sabía que estaba completamente enamorado de esa mujer.

– Estás… guapísima -logró susurrar finalmente con una voz ronca.

– Gracias -respondió ella, sintiéndose súbitamente presa de una emoción incontenible.

Sus miradas se encontraron; ninguno de los dos desvió la vista, y en ese instante, Lexie comprendió que el mensaje que se reflejaba en los ojos de Jeremy era el suyo.

Capítulo 15

Durante unos segundos ninguno de los dos fue capaz de moverse, hasta que Lexie suspiró y apartó la vista. Todavía temblando, levantó la botella de cerveza tímidamente.

– Creo que necesito otra cerveza -dijo con una sonrisa indecisa-. ¿Quieres una?

Jeremy se aclaró la garganta.

– No, gracias. Ya he cogido otra.

– Vuelvo en un minuto. De paso, echaré un vistazo a la salsa.

Lexie se dirigió a la cocina sintiendo un ligero temblor en las piernas, y se detuvo delante de los fogones. La cuchara de madera había dejado una marca de salsa de tomate en la encimera tras asirla para remover el contenido del cazo, y cuando terminó, volvió a colocarla en el mismo sitio. Después abrió la nevera, cogió otra cerveza y la depositó sobre la encimera, junto con las olivas. Intentó abrir el bote, pero sus manos temblorosas no se lo permitieron.

– ¿Quieres que te eche una mano? -preguntó Jeremy.

Lexie levantó la vista, sorprendida. No lo había oído entrar, y se preguntó si sus sentimientos eran tan evidentes como ella los sentía.

– Si no te importa…

Jeremy agarró el bote de olivas, y Lexie observó cómo se le tensaban los músculos de los antebrazos mientras forcejeaba con la tapa del bote. Después, él se fijó en la cerveza que descansaba sobre la encimera, la abrió y se la pasó a Lexie.

No se atrevió a mirarla a los ojos, ni tampoco a pronunciar ninguna palabra. En el silencio de la estancia, Lexie contempló cómo él se apoyaba en la repisa. La luz estaba encendida, pero sin la tenue luz del anochecer que se colaba por las ventanas, parecía como si la luz de la lámpara que colgaba por encima de sus cabezas fuera más suave que cuando habían empezado a cocinar.

Lexie tomó un trago de su cerveza, saboreando el gusto, saboreando cada detalle de esa noche: su aspecto, cómo se sentía, y la forma en que él la miraba. Estaba lo suficientemente cerca como para poder tocar a Jeremy, y por un brevísimo instante tuvo la tentación de hacerlo, pero en lugar de eso, se dio la vuelta y se dirigió a la alacena.

Cogió una botella de aceite de oliva y otra de vinagre balsámico y vertió un poco de ambos contenidos en un cuenco pequeño, luego añadió sal y pimienta.

– Qué olor más delicioso -comentó él.

Cuando Lexie terminó de preparar el aliño, tomó el bote de olivas y las vertió en otro cuenco pequeño.

– Todavía queda una hora para la cena -comentó. Hablar parecía mantenerla serena-. Puesto que no esperaba compañía, sólo puedo ofrecerte olivas como aperitivo. Si fuera verano, sugeriría que saliéramos al porche, pero ahora hace demasiado frío. Además, supongo que deberías saber que las sillas de la cocina no son muy cómodas, que digamos.

– Entonces, ¿qué hacemos?

– ¿Te parece bien si volvemos a sentarnos en la sala de estar?

Jeremy pasó delante, se detuvo ante la butaca y cogió la libreta de Doris; vio que Lexie depositaba las olivas en la mesita auxiliar y luego intentaba acomodarse en el sofá. Cuando se sentó a su lado, pudo oler el dulce aroma floral del champú que ella había utilizado. Desde la radio les llegaban las notas apagadas de una canción.

– ¿Has estado ojeando la libreta de Doris?

Jeremy asintió.

– Sí, me la ha dejado esta mañana.

– ¿Y?

– Sólo he podido echar un vistazo a las primeras páginas. Pero he de admitir que contiene muchos más detalles de los que esperaba encontrar.

– ¿Ahora crees que predijo el sexo de todos esos bebés?

– No -contestó él-. Como ya te dije ayer, seguramente Doris sólo anotó los casos en los que acertó.

Lexie sonrió.

– ¿Y no te has fijado en cómo están escritas esas fichas? Unas veces con lápiz, otras con bolígrafo. A veces incluso se puede intuir que tenía prisa; en cambio, en otras se explaya.

– No digo que la libreta no parezca convincente. Lo único que digo es que no puede predecir el sexo de los bebés con tan sólo coger a alguien por la mano.

– Ya, claro, si tú lo dices…

– No; porque es imposible.

– ¿Te refieres a que estadísticamente es improbable?

– No, digo imposible.

– Muy bien, señor escéptico, allá tú. Cambiando de tema, ¿qué tal va tu historia?

Jeremy empezó a juguetear con la etiqueta de la botella de cerveza, como si pretendiera arrancarla.

– Muy bien. Aunque si me queda tiempo, me gustaría terminar de leer los diarios de la biblioteca, para ver si obtengo alguna anécdota que me sirva para ilustrar la historia.

– ¿Has descubierto el motivo?

– Sí. Ahora lo único que tengo que hacer es demostrarlo. Espero que el tiempo se ponga de mi lado y colabore.

– Lo hará. Han dicho que habrá niebla durante todo el fin de semana. Lo he oído por la radio esta mañana.

– Perfecto. Pero la parte negativa es que la solución no resulta tan amena como la leyenda.

– Entonces, ¿ha valido la pena ir hasta Boone Creek?

Jeremy asintió.

– Sin ninguna duda. No me habría perdido este viaje por nada del mundo -declaró con voz susurrante.

Al oír su tono, Lexie comprendió exactamente a qué se refería, y se lo quedó mirando en silencio. Apoyó la barbilla en la mano y estiró una pierna sobre el sofá, complacida con ese ambiente íntimo, con lo deseable que él hacía que se sintiera.

– ¿Y cuál es la solución? -preguntó, inclinándose levemente hacia delante-. ¿Puedes darme la respuesta?

La luz de la lámpara a su espalda la rodeaba de un halo difuminado, y sus ojos violetas brillaban debajo de sus oscuras pestañas.

– Prefiero mostrártelo -repuso él.

Lexie sonrió.

– Porque esperas que te lleve de vuelta al pueblo, ¿no es así?

– Correcto.

– ¿Y cuándo quieres regresar?

– Mañana, si es posible.

Jeremy sacudió la cabeza, intentando no perder el control de sus sentimientos.

No deseaba echar a perder la velada, pero tampoco quería presionarla demasiado. Lo cierto era que deseaba algo más que rodearla con sus brazos.

– Tengo que ver a Alvin, un amigo. Es un cámara de Nueva York que se ha desplazado hasta el pueblo para realizar una filmación profesional.

– ¿Va a ir a Boone Creek?

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