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– No te preocupes por mí. Ya pensaré en algo para no aburrirme.

– Si te apetece, puedes ducharte. Ahora mismo te traigo una toalla.

Jeremy todavía sentía la sal en el cuello y en los brazos, por lo que sólo necesitó un instante para aceptar la oferta.

– Perfecto. Una ducha me sentará de maravilla.

– Dame un minuto para que te prepare las cosas, ¿vale?

Lexie sonrió y agarró su cerveza. Después abandonó la cocina con la sensación de tener la mirada de Jeremy clavada en sus caderas, y se preguntó si él se sentía tan turbado como ella.

Al final del pasillo, abrió la puerta del armario, tomó un par de toallas y depositó una encima de la cama de Jeremy. Debajo del lavamanos del lavabo de la habitación de invitados había varios champús y una nueva pastilla de jabón, que Lexie dispuso en la repisa de la bañera. Se miró un momento en el espejo y se imaginó a Jeremy envuelto en una toalla después de tomar una ducha. La imagen le provocó cierta agitación. Lanzó un prolongado suspiro, sintiéndose como una adolescente de nuevo. Entonces escuchó la voz de él.

– ¿Lexie? ¿Dónde estás?

– En el baño -respondió ella, sorprendida por el tono tranquilo de su propia voz-. Me estoy asegurando de que tienes todo lo que necesitas.

Jeremy se plantó a su espalda.

– ¿Por casualidad no tendrás una maquinilla de afeitar desechable en uno de esos armarios?

– No, lo siento. Miraré en mi cuarto de baño, pero creo que…

– Oh, no te preocupes -la interrumpió al tiempo que se pasaba la mano por encima de la barbilla-. Bueno, esta noche estaré un poco desaliñado.

Lexie se dijo que no le importaba que estuviera desaliñado y, sin saber por qué, notó cómo se ruborizaba. Rápidamente se dio media vuelta para que Jeremy no se percatara de su azoramiento y empezó a ordenar los champús.

– Puedes usar el que quieras. Y recuerda que el agua caliente tarda un poco en salir, así que ten paciencia.

– De acuerdo. ¿Te importa si uso el teléfono? Tengo que hacer un par de llamadas.

Ella asintió con la cabeza.

– El teléfono está en la cocina.

Al pasar por su lado, no pudo evitar rozarlo a causa del reducido espacio que había en el cuarto de baño, y nuevamente sintió cómo él la observaba por detrás, si bien prefirió no darse la vuelta para confirmar sus sospechas.

En lugar de eso, Lexie se dirigió a su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella, sintiéndose avergonzada por los pensamientos tan ridículos que la asaltaban. No había pasado nada, y no sucedería nada, se dijo una y otra vez. Cerró la puerta con llave, con la esperanza de que su acción fuera suficientemente simbólica como para bloquear sus pensamientos. Y funcionó, al menos durante unos instantes, hasta que vio su maleta, la que Jeremy había traído unos minutos antes.

Al pensar que él había estado en su habitación, se puso todavía más nerviosa, interpretándolo como un anticipo de lo que podría suceder. Cerró los ojos e intentó mantener la mente en blanco, pero al final no le quedó más remedio que aceptar que se había estado engañando a sí misma durante todo ese tiempo.

Jeremy regresó a la cocina después de la ducha tonificante y olió el delicioso aroma de la salsa que se cocía lentamente en el fuego. Apuró la cerveza, encontró el cubo de basura debajo del fregadero y tiró la botella, luego sacó otra de la nevera. En el estante inferior divisó un trozo de parmesano fresco y un bote de olivas Amfiso sin abrir, y por unos momentos tuvo la tentación de abrir el bote y tomar una, pero se contuvo.

Localizó el teléfono, marcó el número de la oficina de Nate y la secretaria lo pasó inmediatamente con el jefe. Durante los primeros veinte segundos, tuvo que mantener el aparato alejado de la oreja para no oír todo el sermón airado de Nate, pero cuando finalmente éste se calmó, reaccionó positivamente ante la sugerencia de Jeremy de mantener una reunión la semana siguiente. Jeremy concluyó la llamada con la promesa de que volvería a llamarlo a la mañana siguiente.

Con Alvin, sin embargo, no tuvo suerte. Después de marcar su número, escuchó el contestador del buzón de voz. Entonces esperó un minuto, volvió a intentarlo y de nuevo apareció el contestador. El reloj de la cocina marcaba casi las seis, y Jeremy imaginó que en esos momentos Alvin debía de estar probablemente conduciendo en dirección a Boone Creek. Deseó poder hablar con él antes de que su amigo saliera a cenar.

Sin nada más por hacer y con Lexie todavía fuera de vista, Jeremy decidió salir al porche que había en la parte trasera de la cabaña. El frío empezaba a ser más que notable. El gélido viento soplaba con fuerza, y a pesar de que no podía ver el océano, le llegaba el rumor de las olas. Se sintió acunado por esa grácil cadencia hasta que prácticamente entró en un estado de trance.

Al cabo de un rato regresó a la sala de estar, que ahora se encontraba prácticamente a oscuras. Echó un vistazo al pasillo y vio un pequeño halo de luz por debajo de la puerta de la habitación de Lexie. Sin saber qué hacer a continuación, encendió una lamparita que había cerca de la chimenea. La estancia se inundó de sombras, y Jeremy se dedicó a ojear los libros apilados encima del mantel hasta que se acordó de la libreta de Doris. Con las prisas por llegar hasta allí, se había olvidado por completo de ese material. Abrió su bolsa de viaje, cogió la libreta y se acomodó en la butaca. Al sentarse, notó cómo la tensión que sentía en los hombros desde hacía muchas horas se desvanecía lentamente.

En esos instantes lo invadió una fantástica sensación de placer, y pensó que la vida debería ser siempre así.

Un poco antes, cuando Lexie oyó que Jeremy cerraba la puerta de la habitación de invitados, se acercó a la ventana y tomó un trago de su cerveza, contenta de tener algo con que calmar sus nervios.

Los dos habían mantenido una conversación superficial en la cocina, manteniendo la distancia para no sentirse incómodos. Sabía que debería continuar comportándose de ese modo cuando saliera de la habitación, pero mientras dejaba la botella de cerveza a un lado, se dio cuenta de que ya no deseaba continuar manteniendo la distancia.

A pesar de que era consciente de los riesgos, la forma de comportarse de Jeremy la había seducido -la sorpresa al verlo caminar por la playa hacia ella, su sonrisa fácil y su pelo despeinado, la mirada nerviosa y traviesa-; en esos instantes, él se había comportado al mismo tiempo como el hombre que ella conocía y como el hombre que aún no conocía. Aunque se negó a admitirlo en ese momento, ahora se daba cuenta de que ansiaba conocer la parte de él que todavía permanecía oculta, fuera lo que fuese, sin temor a lo que pudiera descubrir.

Dos días antes no habría ni soñado que pudiera sucederle algo similar, especialmente con un hombre al que casi no conocía. Ya había salido escaldada de más de una relación amorosa, y ahora se daba cuenta de que había evitado otras posibles situaciones dolorosas escudándose en la seguridad que le confería la soledad. Pero vivir una vida libre de riesgos no era precisamente vivir, y si tenía que cambiar, lo mejor era empezar cuanto antes. Después de ducharse, se sentó en el extremo de la cama, abrió la cremallera de la maleta y sacó un frasco de loción. Se aplicó un poco en las piernas y en los brazos y se masajeó los pechos y la barriga, saboreando la vitalidad que le transmitía en la piel.

No había traído ropa delicada; en sus prisas por abandonar el pueblo por la mañana, había agarrado lo primero que había encontrado en el armario. Rebuscó por la maleta hasta que encontró sus vaqueros favoritos. Estaban completamente desgastados, rasgados por las rodillas y por la parte de los talones. Pero de tanto lavarlos, el tejido se había vuelto más flexible y suave, y era consciente de que esos viejos vaqueros se adaptaban perfectamente a los contornos de su figura, acentuando sus formas. Al pensar que Jeremy se fijaría en ese detalle, se sintió emocionada como una quinceañera.

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