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– No -dijo ella.

– Entonces, ¿por qué has venido?

– Para disculparme por la forma en que te traté ayer en la biblioteca. No debería haberme comportado de ese modo. No te lo merecías.

Jeremy esbozó una sonrisa.

– No te preocupes. Es agua pasada. Yo también lo siento.

Lexie levantó el diario.

– He traído esto para ti, por si todavía lo quieres.

– Pensé que no querías que lo usara.

– Y así es.

– No lo entiendo. ¿Por qué me lo das?

– Porque soy consciente de que debería haberte comentado lo del pasaje del diario antes, y no quiero que creas que se ha tratado de alguna clase de montaje ni que hay alguien más implicado. Puedo entender que hayas llegado a pensar que todo el pueblo estaba detrás de una supuesta jugarreta, y esto es una forma de demostrarte que no es cierto. De veras, te lo aseguro, no hay ningún montaje…

– Lo sé -la interrumpió Jeremy-. El alcalde ha venido a verme esta misma mañana.

Ella asintió, y clavó los ojos en el suelo para recuperar fuerzas antes de volverlo a mirar a la cara. En ese instante, Jeremy pensó que Lexie iba a decir algo, pero fuera lo que fuese, al final se contuvo.

– Bueno, pues nada más -manifestó Lexie al tiempo que ocultaba las manos en los bolsillos de su abrigo-. Supongo que será mejor que me marche, para que puedas ponerte en camino. Jamás me han gustado las despedidas largas.

– ¿Esto es un adiós? -inquirió él, intentando sostener la mirada.

Lexie parecía tener el semblante triste cuando apartó la vista hacia un lado.

– Es lo que toca, ¿no?

– ¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Sólo has venido a decirme que se acabó? -Jeremy se pasó los dedos crispados por el pelo-. ¿Yo no puedo dar mi opinión sobre el tema?

Lexie respondió con voz calmosa.

– Ya hemos hablado de esto. Mira, no he venido aquí para pelearme contigo, ni tampoco para hacer que te enfades. He venido porque me arrepiento de cómo te traté ayer. Y porque no quiero que te vayas pensando que este fin de semana no ha significado nada para mí. Porque no es cierto.

Aunque le costó horrores, Jeremy consiguió expresar sus temores.

– Pero tu intención es poner punto y final a lo nuestro.

– Mi intención es ser lo más realista posible acerca de lo nuestro.

– ¿Y si te digo que te quiero?

Durante un largo momento, Lexie lo miró sin decir nada, hasta que finalmente giró la cara.

– No lo digas.

Jeremy avanzó un paso hacia ella.

– Pero es la verdad. Te quiero. No puedo evitarlo; es lo que siento.

– Jeremy…, por favor…

Él se movió con más rapidez, notando que finalmente estaba logrando erosionar las defensas de Lexie, sintiendo cómo crecía su coraje a cada paso.

– Quiero que lo nuestro funcione, quiero que…

– No podemos -replicó ella.

– Claro que podemos -afirmó él, rodeando el coche-. Hallaremos una forma, ya lo verás.

– No -dijo ella tajantemente. Después retrocedió un paso.

– ¿Por qué no?

– Porque voy a casarme con Rodney, ¿está claro?

Jeremy se quedó paralizado.

– ¿Se puede saber de qué diantre estás hablando?

– Ayer por la noche, después del baile, Rodney vino a verme y estuvimos hablando durante mucho rato. Es un chico honesto, trabajador, me ama, y vive aquí. Tú no.

Él la miró boquiabierto, consternado por la revelación.

– No te creo.

Ella sostuvo la mirada, con expresión impasible.

– Es verdad.

Jeremy no consiguió encontrar las palabras adecuadas. Lexie le entregó el diario, después levantó una mano e hizo un breve saludo en señal de despedida, y empezó a andar hacia atrás, sin darse la vuelta, con la mirada fija en él.

– Adiós, Jeremy -se despidió, antes de darse la vuelta para entrar en el coche.

Todavía paralizado por el efecto de la noticia, Jeremy oyó el ruido del motor y vio cómo ella miraba por encima del hombro para dar marcha atrás. Intentó reaccionar, puso la mano sobre el capó para detenerla; pero mientras el coche se movía, dejó que sus dedos se deslizaran suavemente por encima de la superficie húmeda y finalmente retrocedió un paso al tiempo que el coche se incorporaba a la carretera.

Por un instante, a Jeremy le pareció ver lágrimas en las mejillas de Lexie. Pero entonces vio cómo ella apartaba la mirada, y de repente supo que no volvería a verla.

Deseó pedirle en voz alta que se detuviera. Deseó confirmarle que se quedaría, que quería quedarse, que si marcharse significaba perderla, entonces no tenía sentido regresar a Nueva York. Pero las palabras quedaron apresadas en su interior, y el coche de Lexie se fue distanciando de él lentamente, ganando velocidad a medida que se alejaba.

Jeremy se quedó de pie, en medio de la niebla, con la mirada fija en la carretera hasta que el coche se convirtió en una sombra y sólo los focos fueron visibles. Y entonces desapareció completamente; el sonido del motor quedó amortiguado por los susurros de la vegetación que lo envolvía.

Capítulo 20

El resto del día pasó como si Jeremy lo estuviera contemplando a través de los ojos de otra persona. Apenas recordaba cómo había seguido a Alvin por la autopista de vuelta a Raleigh, y en más de una ocasión se sorprendió a sí mismo mirando por el retrovisor, esperando que uno de los coches que lo seguía a distancia fuera el de Lexie. Ella había sido perfectamente explícita en su deseo de dar por acabada la relación, pero incluso así, Jeremy podía sentir cómo le subía la adrenalina cada vez que veía un coche parecido al suyo; entonces aminoraba la marcha para poder verlo mejor. Alvin, mientras tanto, se alejaba considerablemente de él. Jeremy sabía que debería prestar atención a la carretera que tenía delante, pero en lugar de eso, se pasó casi todo el trayecto mirando hacia atrás.

Después de devolver el coche alquilado, enfiló hacia la terminal y se encaminó a la puerta de embarque. Mientras pasaba por delante de numerosas tiendas llenas de gente y se abría paso entre las personas que se desplazaban a toda prisa por el largo pasillo, se preguntó de nuevo por qué Lexie había decidido sacrificar todo lo que habían empezado a edificar juntos.

En el avión, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Alvin ocupó el asiento contiguo.

– Gracias por reservarme un asiento a tu lado -le recriminó Alvin con un tono lleno de sarcasmo. Luego guardó su bolsa de mano en el compartimento superior.

– ¿Cómo? -balbuceó Jeremy.

– Los asientos. Pensé que te ibas a encargar de reservar dos asientos juntos en el momento en que facturabas el equipaje. Suerte que se me ocurrió preguntar cuando me dieron la tarjeta de embarque. Me habían dado un asiento en la última fila.

– Lo siento. Supongo que me olvidé -se excusó Jeremy.

– Ya, claro -contestó Alvin, dejándose caer en el asiento próximo al de su amigo. Acto seguido, miró a Jeremy-. ¿Quieres que hablemos?

Jeremy dudó unos instantes.

– No creo que haya nada de que hablar.

– Eso es lo que me has dicho antes. Pero tengo entendido que expresar los sentimientos abiertamente resulta una terapia muy efectiva. ¿No miras los programas de la tele? Sí, hombre, esos en los que la gente va y suelta sus penas delante de todo el mundo. Mira, se trata de expresar lo que sientes, de purgar tus sentimientos, de buscar respuestas.

– Quizá más tarde -lo interrumpió Jeremy.

– Muy bien; como quieras. Entonces aprovecharé para echar una siestecita. -Alvin se acomodó en el asiento y entornó los ojos.

Jeremy fijó la vista en la ventana mientras Alvin dormía durante casi todo el vuelo.

En el aeropuerto de La Guardia, Jeremy tomó un taxi y súbitamente se vio abordado por el barullo y el ritmo frenético de la ciudad: hombres trajeados y con maletines que caminaban por las aceras a grandes zancadas; mamás que arrastraban literalmente a sus hijos pequeños al tiempo que hacían malabarismos para no desparramar las bolsas de la compra; el olor del humo de los tubos de escape de los automóviles; el ruido de las bocinas, y de las sirenas de los coches de policía. Era perfectamente normal, el mundo en el que había crecido y que hasta hacía poco le había parecido absolutamente lógico. Lo que le sorprendió fue que mientras contemplaba la escena a través de la ventana del taxi, intentando orientarse de nuevo en su vida cotidiana, se acordó del Greenleaf y del absoluto silencio que había experimentado en ese lugar.

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