Литмир - Электронная Библиотека

Cuando entró en el edificio donde residía, vio su buzón abarrotado de propaganda y de facturas. Agarró el fajo de papeles y subió las escaleras. En su apartamento todo estaba tal como lo había dejado: el comedor, inundado de revistas; su despacho, anegado de papeles como siempre; y todavía le quedaban tres botellas de Heineken en la nevera. Tras dejar la maleta en su habitación, abrió una botella de cerveza y llevó su portátil y su bolsa de mano hasta la mesa del despacho.

La bolsa contenía toda la información que había acumulado en los últimos días: sus notas y copias de los artículos, la cámara digital que contenía las fotos que había tomado en el cementerio, el mapa, y el diario. Mientras empezaba a separar los objetos, un paquete de postales cayó sobre la mesa, y necesitó un momento para recordar que las había comprado en su primer día en Boone Creek. La primera postal ofrecía una panorámica del pueblo desde el río. Rompió el envoltorio y empezó a ojear el resto. Encontró postales en las que aparecía el Ayuntamiento, una vista brumosa de una garza azul sobre las aguas poco profundas de Boone Creek, y unos veleros congregados en un atardecer tempestuoso. De repente se detuvo para contemplar una foto de la biblioteca.

Se sentó lentamente, pensando en Lexie y dándose cuenta de nuevo de cuánto la quería.

Pero tuvo que recordarse a sí mismo que todo se había acabado, y continuó ojeando las postales. Vio una fotografía del Herbs y otra de la localidad tomada desde Riker's Hill. La última postal presentaba una foto de la zona comercial de Boone Creek, y de nuevo se quedó mirándola con aire pensativo.

La postal, una reproducción de una foto en blanco y negro, mostraba el pueblo hacia 1950. En un primer plano se podía ver el teatro con unas personas elegantemente vestidas que hacían cola delante de la taquilla; al fondo se apreciaba un árbol decorado con adornos navideños en el pequeño parque que se extendía justo al final de la calle principal. En las aceras, las parejas contemplaban los escaparates ornamentados con guirnaldas y luces de colores, o paseaban cogidas de la mano. Mientras Jeremy se dedicaba a estudiar la foto con más detenimiento, se figuró cómo debían de haber sido las fiestas navideñas en Boone Creek cincuenta años antes. En lugar de tiendas vacías con escaparates empapelados con hojas de diario, imaginó un hervidero de gente pululando por las aceras, con mujeres ataviadas con bufandas y hombres luciendo sombreros y niños señalando hacia la bicicleta colgada a modo de poste de uno de los establecimientos.

Mientras contemplaba la postal, Jeremy se puso a pensar en el alcalde. La foto no sólo representaba cómo vivía la gente en Boone Creek medio siglo atrás, sino también el ambiente que Gherkin esperaba que el pueblo volviera a recuperar. Era una existencia plácida y serena, como una de las ilustraciones de una portada realizada por Norman Rockwell, si bien con un aire sureño. Durante un buen rato sostuvo la postal entre las manos, pensando en Lexie y preguntándose otra vez qué iba a hacer con la historia.

La reunión con los productores de televisión estaba programada para el martes por la tarde. Nate quedó con Jeremy unas horas antes en el asador Smith and Wollensky's, su restaurante favorito. Nate estaba tan boyante como de costumbre, contento de ver a Jeremy y aliviado de tenerlo de nuevo en la ciudad, bajo su atenta mirada. Tan pronto como se sentó, empezó a hablar de las imágenes que Alvin había filmado, describiéndolas como excepcionales, como «esa casa encantada en Amityville, pero real», y asegurándole que a los ejecutivos de la tele les encantarían. Jeremy se mantuvo todo el rato sentado, en silencio, escuchando la cháchara de Nate, pero de repente se fijó en una mujer morena que abandonaba el restaurante, con una melena muy parecida a la de Lexie; sintió un nudo en la garganta y se excusó para ir al lavabo.

Cuando regresó, Nate estaba repasando el menú. Jeremy añadió edulcorante al té helado que había pedido, acto seguido también se puso a consultar el menú y finalmente anunció que pediría pez espada. Nate levantó la vista.

– Pero hombre, si estamos en un asador -protestó.

– Lo sé. Pero hoy me apetece algo que no sea tan pesado.

La mano de Nate se deslizó ausentemente hasta la sección central, como preguntándose si seguir o no la iniciativa de Jeremy. Al final frunció el ceño, cerró el menú y lo apartó a un lado.

– Pues yo me decanto por un buen bistec de ternera. Llevo toda la mañana pensando en él. Bueno, ¿por dónde íbamos?

– La reunión -le recordó Jeremy, y Nate se inclinó hacia delante.

– Así que no se trata de fantasmas, ¿eh? Por teléfono mencionaste que habías visto las luces, pero que creías que sabías el motivo que las originaba.

– No, no son fantasmas -aclaró Jeremy.

– ¿Qué son?

Jeremy sacó sus notas y se pasó los siguientes minutos relatándole a Nate todo lo que había averiguado, empezando por la leyenda y describiendo minuciosamente todo el proceso de su descubrimiento. Incluso él mismo podía oír el timbre monótono de su voz. Nate escuchaba y asentía sin parar, pero cuando terminó, Jeremy pudo ver las arrugas de preocupación en su frente.

– ¿La fábrica de papel? -concluyó Nate-. Por lo menos esperaba que se tratara de algunas maniobras militares del Gobierno o algo parecido, como para probar algún avión o algo así. -Realizó una pausa-. ¿Estás seguro de que no es un tren del ejército? A los de la tele les encantan las noticias sobre armas secretas, pruebas clandestinas. ¡Qué sé yo! Quizás oíste un ruido extraño, algo que carece de explicación.

– Lo siento -dijo Jeremy con un suspiro-, sólo se trata de la luz que rebota del tren. No existe ningún ruido.

Jeremy observó a Nate. Podía ver cómo le salía el humo de la cabeza, de tanto maquinar posibilidades. A lo largo de los años, Jeremy se había dado cuenta de que, cuando se trataba de vender una historia, el instinto de Nate era más agudo que el de sus editores.

– ¡Estamos apañados! ¿Descubriste qué versión de la leyenda era la verdadera? A lo mejor podríamos intentar sacar partido del tema del racismo.

Jeremy sacudió la cabeza.

– Ni siquiera he podido confirmar si Hettie Doubilet existió. Aparte de las leyendas, no aparece ninguna información sobre ella en los documentos oficiales. Y Watts Landing desapareció hace mucho tiempo.

– Jeremy, no quiero parecer quisquilloso, pero si de verdad esperas que los de la tele se sientan atraídos por tu historia, tendrás que encontrar algún detalle más que sea suficientemente significativo, que tenga gancho. Si no te muestras entusiasta, no los convencerás. ¿Tengo o no tengo razón? Sabes perfectamente que la tengo. Vamos a ver, ¿por qué no me lo cuentas todo? Averiguaste algo más, ¿no?

– ¿A qué te refieres?

– Alvin -apuntó Nate-. Cuando vino a dejarme los vídeos, le pedí su impresión acerca de la historia, y mencionó que habías encontrado algo más que era interesante.

Jeremy continuó mirándolo con cara impasible.

– ¿Eso te dijo?

– Oye, que son sus palabras, no las mías -dijo Nate, con aire satisfecho-. Pero no me contó de qué se trataba. Dijo que eso era cosa tuya. Así que deduzco que debe de ser algo gordo.

Sin apartar la mirada de Nate, Jeremy podía notar el peso del diario dentro de la bolsa. En la mesa, Nate jugueteaba con el tenedor, esperando.

– Bueno -empezó Jeremy, consciente de que se le acababa el tiempo para tomar una decisión.

No continuó, y Nate se inclinó nuevamente hacia delante.

– ¿Y bien?

Esa noche, después de que acabara la reunión, Jeremy se hallaba sentado solo en su apartamento, con la mirada extraviada hacia la ventana, contemplando el mundo exterior. Había empezado a nevar otra vez, y los copos esponjosos caían suavemente, en una danza hipnótica, bajo la luz de la farola.

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