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Jeremy asintió con la cabeza y volvió a observar el puente de caballetes con porte pensativo.

Lexie sonrió.

– Sé lo que estás pensando. Piensas que quizá la luz de los trenes emite destellos cuando pasa por encima del puente y eso es lo que origina las luces, ¿no es cierto?

– Sí, es una posibilidad que se me ha pasado por la cabeza.

– Pues no. Ese no es el motivo -anunció ella, sacudiendo la cabeza repetidas veces.

– ¿Estás segura?

– Por la noche todos los trenes se dirigen hacia el enorme patio de la fábrica de papel, para que puedan cargarlos a la mañana siguiente. Así que la luz de la locomotora brilla en dirección opuesta, lejos de Riker's Hill.

Jeremy consideró la explicación mientras se apoyaba en la barandilla al lado de ella. El viento azotaba su melena, aportándole un aspecto desaliñado. Lexie escondió las manos en los bolsillos de la chaqueta.

– ¿Sabes qué? Entiendo perfectamente por qué te sientes tan orgullosa de haberte criado en este lugar -declaró él.

Ella se dio la vuelta para apoyarse de espaldas a la barandilla y clavó la vista en la calle principal del pueblo, con sus pequeñas tiendas pulidas y adornadas con banderas americanas, con su barbería, con su pequeño parque situado al final del paseo entarimado.

La acera estaba transitada por personas que entraban y salían de los establecimientos, trajinando bolsas. A pesar del aire fresco invernal, nadie parecía llevar prisa.

– Bueno, tengo que admitir que en cierta manera se parece bastante a Nueva York.

Jeremy se echó a reír.

– No lo decía por eso. Me refería a que probablemente a mis padres les habría encantado criar a sus hijos en un lugar como éste; con tantas zonas verdes y bosques donde poder jugar, e incluso con un río para bañarse cuando aprieta el calor. Debe de haber sido… idílico.

– Todavía lo es. O al menos eso es lo que algunos pensamos.

– Parece que no abandonarías Boone Creek por nada del mundo.

Lexie se quedó pensativa unos instantes.

– Es cierto, aunque me marché para ir a la universidad, y eso es algo que poca gente hace aquí. Es un condado pobre, y el pueblo ha pasado por numerosas penurias desde que cerraron el molino textil y la mina de fósforo. Además, son muchos los padres que no confían en las ventajas que supone el ofrecer a sus hijos una buena educación. A veces resulta duro convencer a los niños de que existen cosas más importantes en la vida que trabajar en la fábrica de papel que hay justo al otro lado del río. Yo vivo aquí porque quiero, porque así lo he elegido. Pero muchas de estas personas simplemente se quedan porque no pueden marcharse.

– Eso sucede en todas partes. Tampoco ninguno de mis hermanos fue a la universidad, así que siempre he sido el bicho raro de la familia, sólo porque me gustaba estudiar. Mis padres son de la clase obrera y toda su vida han vivido en Queens. Mi padre era conductor de autobuses; se pasó cuarenta años de su vida sentado detrás del volante hasta que finalmente se retiró.

Lexie parecía interesada.

– Vaya, es curioso. Ayer pensaba que eras el típico tipo que se había criado en el Upper East Side. Ya sabes, con porteros que te saludan por tu nombre, escuelas privadas carísimas, ágapes diarios consistentes en cinco platos, un mayordomo que anuncia las visitas…

Jeremy se estremeció con cara de horror.

– Primero me dices que pensabas que era hijo único, y ahora me sueltas eso. Estoy empezando a pensar que me tomas por un remilgado insoportable.

– No, remilgado no, tan sólo…

– No sigas, por favor -la atajó levantando la mano-. Prefiero no saberlo, especialmente porque no es verdad.

– ¿Cómo sabes qué es lo que iba a decir?

– Porque ya veo por dónde vas, y tengo la certeza de que no dirás nada positivo sobre mí.

Las comisuras de la boca de Lexie apuntaron hacia arriba sutilmente.

– Lo siento. No hablaba en serio.

– No te creo -contestó él con una sonrisa afable. A continuación se dio la vuelta para apoyarse también de espaldas a la barandilla, y la brisa lo golpeó en plena cara-. Pero no te preocupes; no me lo tomaré como algo personal, porque te aseguro que no soy ningún ricacho malcriado.

– No, eres un periodista objetivo.

– Exactamente.

– Aunque te niegas a mantener una actitud abierta sobre cualquier tema que tenga matices misteriosos.

– Exactamente.

Lexie soltó una carcajada.

– ¿Y qué hay acerca de la supuesta aura de misterio que envuelve a las mujeres? ¿Tampoco crees en eso?

– Oh, sé que es verdad -proclamó, pensando en ella en particular-. Pero no es como creer en una fusión fría.

– ¿Por qué?

– Porque las mujeres son un misterio subjetivo, no objetivo. Es imposible medir nada respecto a ellas de un modo científico, aunque tengo que admitir que es cierto que existen diferencias genéticas entre los dos géneros. Los hombres sólo tildan a las mujeres de misteriosas porque no se dan cuenta de que ellos ven el mundo de una forma diferente a como lo ven ellas.

– ¿De veras?

– Claro que sí. Es una cuestión que se remonta a la evolución de la especie y a las formas más convenientes de conservarla.

– ¿Y tú eres un experto en la materia?

– Tengo ciertos conocimientos en esa área, sí.

– Así pues, ¿también te consideras un experto en mujeres?

– No, de ningún modo. No te olvides de que soy muy tímido.

– Ya. Y aún quieres que me lo crea.

Jeremy cruzó los brazos y enarcó una ceja.

– Déjame que lo adivine… Crees que soy incapaz de mantener una relación estable.

Lexie lo miró con desdén.

– Más o menos.

Él se echó a reír.

– ¿Qué puedo decir? El periodismo de investigación forma parte de un mundo glamuroso, y hay montones de mujeres que desean formar parte de ese mundo.

Ella esbozó una mueca de hastío.

– Vamos, hombre. Ni que fueras un actor de cine o un cantante de una banda de rock. Escribes para Scientific American.

– ¿Y?

– Bueno, aunque sólo sea una chica provinciana, estoy segura de que no es la clase de revista que atraiga a muchas seguidoras femeninas.

Él la miró con aire triunfal.

– Me parece que te contradices.

– Se cree usted muy listo, ¿eh, señor Marsh? -espetó al tiempo que fruncía el ceño.

– Vaya, de nuevo te decantas por el trato formal. ¿Significa eso que estás pensando en retirarme la confianza?

– Quizá -respondió altivamente mientras se arreglaba el pelo detrás de la oreja-. Pero que conste que has sido tú el que ha evitado el tema de que para ser famoso se necesita disponer de un fornido grupo de seguidoras. Mira, todo lo que tienes que hacer es dejarte ver por los sitios de moda y desplegar tus encantos.

– ¿Así que crees que soy un tipo encantador?

– Diría que algunas mujeres podrían considerarte un tipo encantador.

– Pero tú no.

– No estamos hablando de mí. Estamos hablando de ti, y ahora estás intentando cambiar de tema otra vez, lo cual significa, probablemente, que tengo razón pero que te niegas a admitirlo.

Jeremy la contempló con admiración.

– Es usted muy lista, señorita Darnell.

– Eso es lo que dicen -asintió ella con orgullo.

– Y encantadora -agregó él a continuación.

Lexie sonrió y desvió la mirada hacia otro lado. Clavó los ojos en la tarima de madera que había debajo de sus pies, luego miró hacia el pueblo, luego hacia el cielo, y finalmente resopló incómoda. Finalmente decidió no decir nada que sirviera para responder al halago, pero notó que se sonrojaba sin poderlo remediar.

Como si le estuviera leyendo el pensamiento, Jeremy decidió cambiar de tema rápidamente.

– Tengo una curiosidad: ¿qué opinas sobre todos los acontecimientos que sucederán en el pueblo este fin de semana?

– ¿No estarás aquí para sacar tus propias conclusiones? -inquirió Lexie.

– Probablemente sí. Pero tengo curiosidad por saber tu opinión.

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