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– Me encantaría saber qué responder -declaró Lexie, odiando la nota de culpabilidad en su voz.

– Ya te lo he dicho; no tienes que decir nada.

Sabía que no tenía que hacerlo. No era como si fueran una pareja o si lo hubieran sido alguna vez, pero tenía la extraña sensación de enfrentarse con un ex marido después de un reciente divorcio, cuando las heridas todavía no habían cicatrizado. De repente deseó que él no estuviera tan claramente enamorado, aunque era consciente de que ella era culpable de haber alimentado la llama durante los dos últimos años, si bien lo había hecho más por motivos de seguridad y comodidad que por una mera cuestión romántica.

– Bueno, sólo para que lo sepas, tengo muchas ganas de que todo vuelva a su cauce habitual -acertó a decir finalmente.

– Yo también -respondió él. Los dos se quedaron callados durante unos instantes. En el silencio, Lexie desvió la vista hacia un lado, deseando que Rodney fuera más sutil a la hora de mostrar sus sentimientos.

– Rachel está guapísima esta noche, ¿no te parece?

Las comisuras de la boca de Rodney apuntaron hacia arriba antes de mirar a Lexie de nuevo. Por primera vez, lo vio sonreír levemente.

– Sí, es cierto -respondió él.

– ¿Todavía sale con Jim? -preguntó ella, refiriéndose al chico que regentaba el Terminix, un negocio de fumigación de cosechas. Lexie los había visto juntos una noche durante las vacaciones, mientras se dirigían a Greenville probablemente para cenar en la camioneta verde de Jim que lucía un enorme insecto de cartón.

– No, no salió bien -replicó él-. Sólo salieron juntos una vez. Rachel me contó que su coche olía a desinfectante, y que se pasó toda la noche estornudando sin parar.

A pesar de la tensión latente, Lexie se echó a reír.

– Eso me suena a la clase de historietas que sólo le pueden pasar a Rachel.

– Ella lo tiene más que olvidado, y no parece que le haya dejado mal sabor de boca; por más coces que recibe, no se da por vencida.

– A veces pienso que necesitaría encontrar a un buen tipo, o por lo menos a alguien que no se pasee por el pueblo con un insecto gigante en lo alto del coche.

Rodney soltó una risotada, como si estuviera pensando lo mismo. Sus ojos coincidieron un instante, y luego Lexie apartó la vista y se aderezó el pelo detrás de la oreja.

– Creo que será mejor que entre -anunció ella.

– Lo sé -dijo Rodney.

– ¿Y tú? ¿Vas a entrar?

– No lo sé. No pensaba quedarme demasiado rato. Y además, estoy de servicio. El condado es demasiado grande para una sola persona, y Bruce es el único que está patrullando esta noche.

Lexie asintió.

– Bueno, por si no nos vemos más esta noche, ve con cuidado, ¿de acuerdo?

– Lo haré. Hasta luego.

Lexie empezó a dirigirse hacia la puerta.

– Oye, Lexie. Ella se dio la vuelta.

– ¿Sí?

Rodney tragó saliva.

– Tú también estás preciosa esta noche.

El tono triste en que lo dijo casi le partió el corazón, y sus ojos se humedecieron durante un instante.

– Gracias.

Rachel y Jeremy se mostraron sumamente prudentes, moviéndose discretamente a cierta distancia de la multitud. Rachel se dedicó a mostrarle los cuadros de diversos miembros de la familia Lawson, quienes compartían una increíble similitud no sólo de una generación a otra sino, extrañamente, también entre los dos géneros. Los hombres tenían rasgos afeminados, y las mujeres mostraban una tendencia a ser masculinas, por lo que parecía que cada pintor hubiera usado el mismo modelo andrógino. Jeremy apreció que Rachel lo mantuviera ocupado y alejado del peligro, a pesar de que ella se negara a soltarse de su brazo. Podía oír cómo la gente murmuraba sobre él, pero no estaba todavía listo para mezclarse con el resto de los convidados. Lo cierto era que se sentía adulado ante todo ese montaje. Nate no había sido capaz de reunir a más de una décima parte de los allí congregados para ver su intervención televisiva, y encima tuvo que ofrecer bebida gratis para asegurarse de que vendría el máximo número de personas posible.

No obstante, en Boone Creek las cosas eran distintas. En los pueblos pequeños de Estados Unidos la gente se dedicaba a jugar al bingo o a los bolos, y a ver la reposición de antiguas series televisivas. No había visto tanto pelo azul ni tanto poliéster desde… seguramente jamás, y mientras sopesaba la situación, Rachel le apretó el brazo para llamar su atención.

– Prepárate, corazón; ha llegado el momento del espectáculo.

– ¿Cómo dices?

Ella miró por encima del hombro de Jeremy, hacia la creciente conmoción que se estaba formando a sus espaldas.

– Hombre, Tom, ¿qué tal va? -saludó Rachel, luciendo su mejor sonrisa a lo Hollywood.

El alcalde parecía ser la única persona en toda la estancia que sudaba. Su calva relucía como una bola de billar bajo la luz de las lámparas, y si estaba sorprendido de ver a Jeremy con Rachel, no lo demostró.

– ¡Rachel! Estás tan guapa como siempre. Veo que te has encargado de mostrar el ilustre pasado de esta honorable casa a nuestro invitado.

– He hecho lo que he podido -repuso ella.

– Vaya, vaya; me parece perfecto.

Siguieron departiendo sobre cuestiones triviales antes de que Gherkin decidiera ir directo al grano.

– Rachel, ¿verdad que no te importa si te robo a tu acompañante? Me parece que ya le has contado suficientes cosas sobre esta honorable mansión, y la gente tiene ganas de que empiece la función.

– Oh, no te preocupes, adelante -contestó ella con aplomo, y en cuestión de segundos, el alcalde sustituyó la mano de Rachel por la suya y empezó a guiar a Jeremy hacia la multitud.

Mientras caminaban, la gente dejó de hablar y se apartó hacia los lados, como si se tratara del mar Rojo dando paso a Moisés. Algunos invitados contemplaban a los dos individuos con los ojos bien abiertos, o erguían el cuello y la barbilla para poder verlos mejor. La gente empezó a emocionarse y a susurrar lo suficientemente alto como para que Jeremy oyera lo que decían: «¡Es él, es él!».

– No puedes ni imaginar lo contentos que estamos de que finalmente hayas podido venir -murmuró el alcalde, hablando por la comisura de los labios y sin dejar de sonreír a la multitud-. Por un momento había empezado a preocuparme.

– Quizá deberíamos esperar a Lexie -dijo Jeremy, intentando evitar que sus mejillas se sonrojaran. Todo ese espectáculo, especialmente el ser escoltado por el alcalde como si fuera la reina de la fiesta, le parecía grotesco, excesivo, chocante.

– Acabo de hablar con ella, y me ha dicho que se reunirá con nosotros allí -aclaró el alcalde.

– ¿Allí? ¿Dónde es allí?

– Hombre, estás a punto de conocer al resto de los empleados del Consistorio. Ya conoces a Jed y a Tully y a los muchachos que te he presentado esta mañana, pero todavía hay unos cuantos más. Ah, y también están los comisionados del condado. Igual que yo, están bastante impresionados por tu visita, bastante impresionados. Y no te preocupes; tienen a punto todas sus historias sobre los fantasmas. Has traído la grabadora, ¿no?

– Sí, la tengo en el bolsillo.

– Vaya, vaya. Perfecto. Y… -Por primera vez dio la espalda a la multitud para mirar a Jeremy-. Supongo que esta noche piensas ir al cementerio.

– Así es; y hablando de eso, quería asegurarme de que…

El alcalde siguió hablando como si no lo hubiera oído, sin dejar de saludar a la multitud.

– Como alcalde, considero que es mi obligación decirte que no tienes nada que temer. Oh, es todo un espectáculo, es cierto, lo suficiente como para conseguir que le dé un síncope a un elefante. Pero hasta el día de hoy, nadie ha resultado herido, excepto por Bobby Lee Howard, y empotrarse contra esa señal de la carretera tuvo menos que ver con lo que vio que con el hecho de que hubiera ingerido doce pastillas antes de sentarse detrás del volante.

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