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– Primero tendría que pasar por casa para ponerme algo más cómodo.

– Me parece perfecto que te pongas más cómoda -dijo él.

– Ya, claro -espetó ella en un tono beligerante.

– Mire, señorita, no vaya tan rápido -soltó él, fingiendo estar ofendido-. No le conozco lo suficientemente bien como para pensar en esa clase de confianzas.

– Perdona, pero esa frase es mía.

– Ah, ya me parecía que la había oído en algún sitio…

– Pues la próxima vez recurre a tu ingenio. Y para que lo sepas, no quiero que te hagas ninguna ilusión sobre esta noche.

– No me hago ilusiones. Simplemente me encanta bromear.

– Ya sabes a lo que me refiero.

– No -declaró él, intentando adoptar un aire inocente-. ¿A qué te refieres?

– Mira, dedícate a conducir y punto, ¿vale? No vaya a ser que cambie de idea y decida no acompañarte.

– Vale, vale -dijo él, girando la llave de contacto-. Uf, cuando te lo propones, puedes ser verdaderamente quisquillosa.

– Gracias. Más de uno me ha dicho que es una de mis mejores cualidades.

– ¿Ah, sí? ¿Quién?

– ¿Te gustaría saberlo?

El Taurus se deslizó lentamente por las calles envueltas en niebla. La luz amarillenta de las farolas únicamente lograba incrementar el lóbrego aspecto de la noche. Tan pronto como aparcaron, Lexie abrió la puerta.

– Espérame aquí -le ordenó, aderezándose un mechón de pelo detrás de la oreja-. Sólo tardaré unos minutos.

Jeremy sonrió. Le encantaba verla nerviosa.

– ¿No necesitas mi llave de la ciudad para abrir la puerta? Estaré más que contento de prestártela.

– Mire, ahora no empiece a pensar que es usted especial, señor Marsh. A mi madre también le concedieron la llave de la ciudad.

– Vaya, ¿ya estamos otra vez con lo de «señor Marsh»? Y yo que pensaba que empezábamos a llevarnos bien.

– Y yo empiezo a creer que el recibimiento de esta noche se te ha subido a la cabeza.

Salió del coche y cerró la puerta tras de sí en un intento de tener la última palabra.

Jeremy se echó a reír, pensando que se parecía mucho a él. Incapaz de resistirse, pulsó el botón para bajar la ventana y se inclinó hacia la puerta.

– Oye, Lexie.

Ella se dio la vuelta.

– ¿Sí?

– Ya que seguramente hará frío esta noche, ¿qué tal si traes una botella de vino?

Ella arqueó las manos sobre las caderas con gracilidad.

– ¿Para qué? ¿Para que puedas emborracharme?

Él esbozó una mueca burlona.

– Bueno, sólo si te dejas.

Lexie achicó los ojos, pero igual que antes, su semblante reveló que lo hacía más en broma que con enojo.

– Mire, señor Marsh, nunca tengo vino en casa, pero aunque lo tuviera, mi respuesta sería «no».

– ¿Nunca bebes?

– No demasiado -contestó-. Y ahora espera aquí -le ordenó señalando hacia la calle-. Me pondré unos vaqueros y saldré rápidamente.

– Te prometo que no intentaré espiarte por la ventana.

– Estupendo. Porque si hicieras una tontería como ésa, no me quedaría más remedio que contárselo a Rodney.

– Huy eso no suena nada bien.

– Tienes razón -reconoció Lexie, intentando adoptar un porte más severo-. Así que ni lo intentes.

Jeremy la observó mientras ella caminaba por la calle, plenamente seguro de que jamás había conocido a ninguna mujer como ella.

Quince minutos más tarde el coche volvió a detenerse, esta vez delante del cementerio de Cedar Creek. Jeremy aparcó en batería para que los faros alumbraran el cementerio, y su primera impresión fue que incluso la niebla parecía distinta en ese lugar. En algunos recovecos era densa e impenetrable, mientras que en otros formaba una finísima capa, y la leve brisa que soplaba confería a las plantas un movimiento discreto y sinuoso, casi como si estuvieran vivas. Las ramas inferiores y colgantes del magnolio no eran nada más que sombras difuminadas, y las tumbas medio destruidas contribuían a darle un efecto más tenebroso a la escena. La oscuridad era total; no había vestigio alguno de la luna en el cielo.

Sin apagar el motor, Jeremy salió del coche y se dirigió al maletero. Lexie siguió atentamente con la mirada todos sus movimientos, y de repente sus ojos se agrandaron desmedidamente.

– ¿Te estás preparando para fabricar una bomba o qué?

– Qué va. Sólo es un poco de cacharrería. A los chicos nos encantan esta clase de juguetes.

– Pensé que llevarías una cámara de vídeo o algo parecido, y ya está.

– Y no te equivocas. Llevo cuatro cámaras.

– ¿Para qué las necesitas?

– Para filmar cada ángulo. Por un momento cierra los ojos y piensa: ¿qué pasaría si los fantasmas aparecieran por el lado indebido? Igual me quedaría sin verles las caras.

Lexie no hizo caso del chiste.

– ¿Y qué es esto? -preguntó, señalando una caja electrónica.

– Un detector de radiación de microondas. Y esto -prosiguió mientras apuntaba hacia otro aparato- es otro artefacto parecido. Detecta actividad electromagnética.

– Estás bromeando, ¿no?

– No -repuso Jeremy-. Lo pone en el manual Ghost Busters for Real! Normalmente hay un incremento de actividad espiritual en áreas con elevadas concentraciones de energía, y este aparato ayuda a detectar un campo con energía anormal.

– ¿Has encontrado en alguna ocasión un campo con energía anormal?

– Aunque te cueste creerlo, sí. Y nada menos que en una supuesta casa encantada. Lamentablemente, no tenía nada que ver con fantasmas. El microondas del propietario no funcionaba demasiado bien.

– Ah -dijo ella.

Jeremy se la quedó mirando, con cara complacida.

– Ahora eres tú la que usa mi expresión favorita.

– Lo siento. Es todo lo que se me ocurre decir.

– No pasa nada. Podemos usarla los dos.

– Pero ¿por qué vas cargado con tantos trastos?

– Porque si detecto la posibilidad de que haya un fantasma, tengo que usar todo lo que utilizan los investigadores de fenómenos paranormales. No quiero que me acusen de que se me ha escapado algún detalle, y esta clase de investigadores tiene sus reglas. Además, parece más impresionante cuando alguien lee que has usado un detector electromagnético. La gente piensa que sabes lo que estás haciendo.

– ¿Y lo sabes?

– Claro. Ya te lo he dicho. Tengo el manual oficial.

Ella soltó una carcajada.

– Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Quieres que te ayude a descargar todos estos cachivaches?

– Los utilizaremos todos, pero si consideras que esto es un trabajo de hombres, no te preocupes. Puedo apañármelas solo mientras tú te haces la manicura.

Lexie tomó una de las cámaras de vídeo y se la colgó al hombro. Después agarró otra.

– Entendido, machista. ¿Hacia dónde?

– Eso depende. ¿Dónde crees que deberíamos instalar la base? Tú has visto las luces, así que seguramente sabrás qué sitio es más idóneo para empezar.

Lexie señaló hacia el magnolio, hacia donde ella se dirigía la primera vez que la vio en el cementerio.

– Allí -indicó-. Desde allí podrás ver las luces.

Era justo enfrente de Riker's Hill, a pesar de que la colina quedaba oculta por la niebla.

– ¿Siempre aparecen en el mismo punto?

– No lo sé, pero ahí es donde yo las vi.

En el transcurso de la siguiente hora, mientras Lexie se dedicaba a filmarlo con una de las cámaras de vídeo, Jeremy lo organizó todo. Colocó las otras tres cámaras de vídeo formando un amplio triángulo, las montó sobre trípodes, incorporó lentes con filtros especiales en dos de ellas, y ajustó el zum hasta que estuvo seguro de que cubría el área entera. Probó el láser con control remoto, y después empezó a montar el equipo de audio. Colocó cuatro micrófonos en los árboles cercanos, y el quinto lo emplazó cerca del centro, donde dispuso los detectores, el electromagnético y el de radiación, así como la grabadora central.

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