Mientras se aseguraba de que todo funcionaba correctamente, oyó a Lexie gritar:
– ¡Eh! ¿Qué tal estoy?
Jeremy se dio la vuelta y la vio con las gafas de visión nocturna. Tenía un divertido aspecto de mosca.
– Muy sexi -respondió-. Me parece que finalmente has encontrado el estilo que mejor te queda.
– Estas gafas son divertidísimas. Puedo verlo todo con una nitidez increíble.
– ¿Y ves algo que pueda interesarme?
– Aparte de un par de pumas y unos osos con pinta de estar hambrientos, puedes estar tranquilo; no hay nadie más.
– Perfecto. Ya casi he terminado. Ahora lo único que me queda por hacer es esparcir un poco de harina por el suelo y desovillar el hilo.
– ¿Harina?
– Es para asegurarme de que nadie se acerque al equipo y lo manipule sin que me dé cuenta. Sus huellas quedarían impresas en la harina, y con el hilo sabré si alguien se acerca.
– Qué gran idea. Aunque supongo que te habrás dado cuenta de que estamos solos, ¿verdad?
– Nunca se sabe -contestó él.
– Oh, pues yo sí que lo sé. En fin, sigue con tus preparativos; yo continuaré apuntando con la cámara hacia la dirección adecuada. Por cierto, lo estás haciendo muy bien.
Jeremy se echó a reír mientras abría la bolsa de harina y empezaba a esparcirla por el suelo, formando una delgada capa blanca alrededor de las cámaras. Acto seguido hizo lo mismo alrededor de los micrófonos y del resto del material, después ató el hilo a una rama y formó un extenso cuadrado que rodeaba toda el área, como si estuviera acordonando la escena de un crimen. Realizó una segunda pasada con el hilo medio metro por debajo del primer cuadrado y luego colgó unas campanitas en el hilo. Cuando hubo terminado, se dirigió hacia donde estaba Lexie.
– No sabía que había que hacer tantas cosas -comentó ella.
– Supongo que a partir de ahora me tratarás con un poco más de respeto, ¿no?
– No creas. Sólo intentaba entablar conversación.
Jeremy sonrió antes de hacer una señal hacia el coche.
– Voy a apagar las luces del coche. Y con un poco de suerte, nada de esto habrá sido en vano.
Cuando apagó el motor, el cementerio se tornó negro, y Jeremy esperó unos instantes para que sus ojos se adaptaran a la falta de luz. Por desgracia, no se adaptaron; el cementerio estaba más oscuro que una cueva. Intentó ir a tientas hasta la verja, totalmente a ciegas, pero tropezó con la raíz de un árbol justo en la entrada del cementerio, y poco le faltó para darse de bruces contra el suelo.
– ¿Puedes pasarme las gafas de visión nocturna, por favor? -gritó.
– Ni hablar -la oyó responder-. Ya te lo he dicho, este chisme es fantástico; puedo ver perfectamente. No te preocupes, sigue andando hacia delante, que vas bien.
– Pero no puedo ver nada.
– Sigue andando. Sólo preocúpate por los cuatro escalones que tienes enfrente.
Jeremy inició la marcha lentamente, con los brazos extendidos hacia delante.
– ¿Y ahora qué?
– Estás justo enfrente de una cripta, así que muévete hacia la izquierda.
Por la inflexión de su voz, parecía que Lexie se lo estaba pasando en grande.
– Te has olvidado decir: «Simón dice».
– ¿Quieres que te ayude o no?
– Lo que quiero es que me des mis gafas -exclamó en tono suplicante.
– Ven a buscarlas.
– ¿Y por qué no vienes tú a traérmelas?
– Podría, pero no lo haré. Es mucho más divertido ver cómo deambulas por ahí como un zombi. Ahora muévete a la izquierda. Ya te diré cuándo tienes que detenerte.
El juego prosiguió en esa línea hasta que finalmente Jeremy logró regresar al lado de Lexie. Se sentó un momento en el suelo, y ella se quitó las gafas entre risitas.
– Toma.
– Gracias.
– No hay de qué. Ha sido un placer ayudarte.
Durante la siguiente media hora, Lexie y Jeremy rememoraron detalles de la fiesta. Estaba demasiado oscuro para que Jeremy pudiera ver la cara de Lexie, pero le gustó mucho la sensación de tenerla tan cerca en medio de la oscuridad circundante.
Cambiando el tema de conversación, él dijo:
– Cuéntame qué pasó la vez que viste las luces. Esta noche he oído las versiones de todo el mundo, excepto la tuya.
A pesar de que sus rasgos no eran nada más que sombras, Jeremy tuvo la impresión de que ella se dejaba llevar por los recuerdos de algo que no estaba segura de querer recordar.
– Tenía ocho años -evocó, con la voz suave-. No sé por qué razón, empecé a tener pesadillas sobre mis padres. Doris tenía colgada en la pared una foto del día que se casaron, y ésa era la apariencia que tenían en mis sueños: mamá vestida con su traje de novia, y papá con su esmoquin. Pero en mis sueños los veía atrapados en el coche después de caer al río. Era como si los estuviera contemplando desde fuera del coche, y podía ver el pánico reflejado en sus caras mientras el agua engullía el coche lentamente. Mi madre tenía una expresión realmente triste, como si se diera cuenta de que eso era el final; de repente, el coche empezaba a hundirse más rápidamente, y yo lo veía todo desde arriba.
Su voz tenía un extraño tono emotivo. Suspiró hondamente y reemprendió el relato:
– Me despertaba gritando. No sé cuántas veces sucedió (con los años todos los recuerdos acaban volviéndose borrosos), pero probablemente tuve esa pesadilla bastantes veces antes de que Doris se diera cuenta de que no se trataba sólo de una fase. Supongo que otros padres me habrían llevado a un terapeuta, pero Doris…, bueno, ella se limitó a despertarme una noche, me pidió que me vistiera y que me abrigara con una chaqueta gruesa, y a continuación me trajo aquí. Me dijo que iba a mostrarme algo maravilloso.
Volvió a suspirar.
– Recuerdo que era una noche cerrada como ésta, así que Doris me agarró de la mano para evitar que tropezara y me cayera. Deambulamos entre las tumbas y luego nos sentamos un rato, hasta que aparecieron las luces. Parecía como si estuvieran vivas. De repente todo se iluminó, hasta que las luces desaparecieron. Después regresamos a casa.
Jeremy casi podía notar cómo se encogía a causa de los recuerdos.
– Aunque era muy pequeña, comprendí lo que había pasado, y cuando volvimos a casa, no pude dormir, porque estaba segura de que acababa de ver los fantasmas de mis padres. Era como si hubieran venido a visitarme. Después de esa vivencia, nunca más volví a tener aquella pesadilla.
Jeremy la escuchaba en silencio. Ella se inclinó hacia él, para acercarse un poco más.
– ¿Me crees?
– Sí -respondió-. De veras, te creo. Estoy seguro de que, aunque no te conociera, tu historia sería la que más recordaría de esta noche.
– Pues mira, si no te importa, preferiría que mi experiencia no apareciera en tu artículo.
– ¿Estás segura? Podrías hacerte famosa.
– No me interesa, gracias. Ya he sido testigo de cómo un poco de fama puede arruinar a un tipo estupendo.
Él soltó una carcajada.
– Puesto que esta historia quedará entre tú y yo, ¿puedo preguntarte si tus recuerdos eran uno de los motivos por los que has aceptado venir conmigo aquí esta noche? ¿O era simplemente porque querías disfrutar de mi extraordinaria compañía?
– Bueno, definitivamente no ha sido por la segunda razón -aseveró Lexie, aunque a pesar de sus palabras, sabía que sí que lo era. Le pareció que él también se daba cuenta, pero en la breve pausa que siguió a su comentario, notó que sus palabras habían sido demasiado punzantes-. Lo siento -se disculpó.
– No pasa nada -dijo él, agitando la mano-. Recuerda, tengo cinco hermanos mayores. Los insultos han formado parte de mis relaciones familiares desde que era pequeño, así que estoy más que acostumbrado.
Ella irguió la espalda.
– Muy bien, contestando a tu pregunta… Quizá sí que quería ver las luces de nuevo. Para mí siempre han sido una fuente de apoyo.
Jeremy rompió una ramita del suelo, jugueteó con ella unos instantes y luego la tiró a un lado.