Литмир - Электронная Библиотека

Dos minutos más tarde sonó el teléfono de Jeremy, y él reconoció el número en la pantalla de su móvil. A pesar de que no estaba de humor, sabía que tenía que contestar, o si no a ese pobre hombre le daría un ataque al corazón.

– ¿Qué tal? -saludó Jeremy-. ¿Cómo te encuentras?

– ¡Jeremy! -gritó Nate. La voz llegaba entrecortada a causa de las interferencias-. ¡Tengo unas noticias increíbles! ¡No te vas a creer lo ocupado que he estado! ¡Esto es peor que una casa de locos! ¡He concertado una teleconferencia con los de la ABC a las dos del mediodía!

– Genial -respondió Jeremy.

– Espera, un momento. Te oigo fatal.

– Lo siento. Es por la escasa cobertura.

– ¿Jeremy? ¿Estás ahí? No te oigo.

– Sí, Nate, estoy aquí.

– ¿Jeremy? -gritó Nate. Obviamente no había oído su respuesta-. Escucha, si todavía me oyes, busca un teléfono público y llámame a las dos. ¡A las dos! ¡Tu carrera profesional depende de esa llamada! ¡Tu futuro profesional depende de esa llamada!

– Vale, de acuerdo.

– ¡Oh, no me lo puedo creer! ¡Qué desastre! -exclamó Nate contrariado, como si hablara consigo mismo-. No oigo nada. Escucha, pulsa una tecla si has entendido todo lo que he dicho.

Jeremy pulsó la tecla del número 6.

– ¡Fantástico! ¡Perfecto! ¡A las dos! ¡Y habla con la máxima naturalidad posible!, ¿vale? Esta gente parece bastante estirada y…

Jeremy cortó la llamada, preguntándose cuánto tiempo tardaría Nate en darse cuenta de que ya no lo escuchaba.

Jeremy esperó. Luego esperó un rato más.

Se paseó por la biblioteca, pasó por delante del despacho de Lexie, miró por la ventana para ver si había señales de su coche, sintiendo una creciente sensación de inquietud a medida que transcurrían los minutos. Sólo era una corazonada, pero que Lexie se hubiera ausentado esa mañana le parecía bastante extraño. No obstante, hizo todo lo posible por convencerse a sí mismo de que se equivocaba. Se dijo que tarde o temprano aparecería, y probablemente más tarde se reiría de su ridícula corazonada. Sin embargo, ahora que había concluido su búsqueda -a no ser que le interesara la posibilidad de hallar alguna anécdota excepcional en alguno de los diarios, que por cierto todavía no había acabado de leer-, no sabía qué hacer.

Regresar a Greenleaf quedaba descartado. No quería pasar más rato del necesario en ese lugar, aunque tenía que admitir que le empezaban a gustar los extravagantes toalleros. Alvin no llegaría hasta la tarde, y lo último que deseaba era merodear por el pueblo, ante el temor de que el alcalde lo acorralara. Pero tampoco quería pasarse todo el día encerrado en la biblioteca.

Deseó que Lexie hubiera sido un poco más explícita sobre cuándo pensaba volver, o al menos que le hubiera indicado dónde estaba. Había algo en la nota que no acababa de encajar, ni incluso después de haberla leído por tercera vez. ¿Lexie no se había parado a pensar en la absoluta falta de detalles del mensaje, o acaso lo había hecho adrede? Ninguna de las dos opciones le hizo sentirse mejor. Tenía que salir de ese edificio; le costaba horrores no pensar en lo peor.

Recogió sus cosas, bajó las escaleras y se detuvo delante del mostrador de recepción. La anciana que hacía las veces de conserje permanecía oculta detrás de un libro. Jeremy carraspeó para llamar su atención. La mujer levantó la vista y sonrió.

– ¡Hombre, señor Marsh! Le he visto cuando llegaba esta mañana, pero no le he dicho nada porque parecía preocupado. ¿En qué puedo ayudarle?

Jeremy apretó las notas debajo del brazo e intentó hablar con un tono lo más distendido posible.

– ¿Sabe dónde está la señorita Darnell? Me ha dejado una nota diciéndome que tenía que salir, y me preguntaba cuándo volverá.

– ¡Qué curioso! -exclamó ella-. Estaba aquí cuando llegué. -Revisó un calendario que había sobre el mostrador-. Hoy no tiene ninguna reunión, y tampoco veo que haya anotado ninguna otra cita. ¿Ha mirado en su despacho? Igual se ha encerrado ahí dentro. A veces lo hace, cuando se le empieza a amontonar el trabajo.

– Ya lo he hecho -confirmó él-. ¿Sabe si tiene un teléfono móvil para que pueda localizarla?

– No, no tiene móvil; de eso estoy más que segura. Siempre dice lo mismo, que lo último que quiere es que alguien la encuentre cuando ella no desea ser encontrada.

– Entiendo. Bueno, gracias de todos modos.

– ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

– No, sólo necesitaba la ayuda de la señorita Darnell para el proyecto que estoy llevando a cabo.

– Siento no poder ayudarle.

– No se preocupe.

– ¿Por qué no se pasa por el Herbs? Igual está allí, ayudando a Doris a prepararlo todo para este fin de semana. O quizá se ha ido a su casa. El problema con Lexie es que uno nunca sabe qué es lo que piensa hacer. A mí ya no me sorprende nada de lo que hace esa muchacha.

– Gracias. Si regresa, ¿me hará el favor de decirle que la he estado buscando?

Jeremy se marchó de la biblioteca con un profundo desasosiego.

Antes de dirigirse al Herbs, Jeremy pasó por la casa de Lexie, y se fijó en que las cortinas de la ventana estaban echadas y que no había rastro de su coche. Aunque no observó nada extraordinario en la escena que tenía delante, de nuevo le pareció que algo no iba bien, y la sensación de intranquilidad se acrecentó cuando condujo de vuelta por la carretera hacia el pueblo.

El trajín matutino en el Herbs había culminado, y el restaurante ofrecía el ambiente de calma contenida que siempre hay en esa clase de locales entre el desayuno y el almuerzo, cuando es hora de recoger todas las mesas y prepararlas para el siguiente turno. El personal superaba a los clientes que todavía ocupaban unas pocas mesas en una proporción de cuatro contra uno, y Jeremy sólo necesitó un momento para comprobar que Lexie tampoco se hallaba allí. Rachel estaba limpiando una mesa y, al verlo, alzó el trapo que tenía en la mano a modo de saludo.

– ¿Qué tal, corazón? -le dijo al tiempo que se le acercaba-, Es un poco tarde, pero estoy segura de que todavía podemos prepararte algo para desayunar, si tienes hambre.

Jeremy jugueteó con las llaves dentro del bolsillo.

– No, gracias. No tengo hambre. ¿Está Doris? Me gustaría hablar un momento con ella.

– Otra vez la necesitas, ¿eh? -Rachel sonrió y con la cabeza señaló hacia la cocina por encima del hombro-. Está ahí dentro. Voy a decirle que estás aquí. Ah, y cambiando de tema, menudo exitazo la fiestecita de anoche. Todo el mundo hablaba de eso esta mañana, y el alcalde se ha dejado caer por aquí para ver si te habías recuperado. Me ha dado la impresión de que se ha quedado bastante decepcionado al no verte.

– La verdad es que me lo pasé estupendamente.

– Mientras esperas, ¿quieres que te sirva una taza de té o de café?

– No, gracias -contestó él.

Rachel desapareció detrás de las puertas oscilantes, y un minuto más tarde apareció Doris, secándose las manos en el delantal. Tenía una mejilla sucia de harina, pero incluso a distancia, Jeremy pudo distinguir las ojeras que denotaban su cansancio, y parecía moverse más lentamente que de costumbre.

– Perdón por la apariencia -se disculpó ella, señalándose a sí misma-. Me has pillado preparando la masa para las tartas. Voy un poco retrasada con los preparativos, por lo de la cena de anoche. Necesitaré bastantes horas para tenerlo todo listo antes de que la marabunta inunde el local mañana.

Jeremy recordó lo que Lexie le había dicho y preguntó:

– ¿Cuántas personas crees que vendrán el fin de semana?

– ¡Quién sabe! -respondió ella-. Normalmente llegan unas doscientas personas por lo de la gira, a veces incluso más. El alcalde esperaba poder reunir aproximadamente a un millar de personas para la gira de este año, pero siempre me resulta complicado calcular cuántos vendrán a desayunar y a almorzar.

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