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– Si el alcalde tiene razón, este año la congregación será desorbitada, en comparación con otros años.

– Bueno, Tom siempre tiende a ser demasiado optimista, y por eso mismo tiene la necesidad de crear una sensación de premura, para que todo esté listo. Además, incluso si la gente no se apunta a la gira, a todos les gusta asistir al desfile del sábado para ver a la familia Shriner al completo, exhibiendo sus innumerables coches, ¿sabes? A los niños les encanta. Y este año también organizarán un zoo de animales domésticos por primera vez.

– ¡Vaya, cuántas actividades!

– Sería mucho mejor si no cayera en pleno invierno. El festival de Pamlico siempre atrae a más gente, pero claro, es en junio, y nosotros normalmente tenemos uno de esos carnavales itinerantes que abre las puertas ese mismo fin de semana. Son días en que un comerciante puede hacerse rico o arruinarse por completo. Me refiero al estrés que originan. Estoy hablando de un montaje diez veces superior a lo que yo estoy preparando ahora.

Jeremy sonrió.

– La vida aquí nunca deja de sorprenderme.

– Ah, uno nunca sabe si le gustará hasta que no lo prueba, aunque tengo la impresión de que a ti te agradaría vivir aquí.

Doris dijo la frase en un tono asertivo, como si estuviera poniendo a Jeremy a prueba, y él no estuvo seguro de qué responder. Detrás de ellos, Rachel estaba enfrascada limpiando una mesa mientras charlaba animadamente con el cocinero, que se hallaba en la otra punta de la sala. Ambos se reían de las constantes ocurrencias del uno y del otro.

– Bueno, de todos modos -continuó Doris, intentándolo sacar del compromiso de responder-, estoy muy contenta de que hayas venido. Lexie me explicó que te había contado lo de mi libreta. Dijo que probablemente no creerás ni una sola de las entradas que contiene; pero si te apetece consultarla, estaré más que encantada de enseñártela. La tengo ahí detrás, en la cocina. -Me gustaría echarle un vistazo -confesó él-. Lexie me comentó que habías anotado hasta el más mínimo detalle de todos los casos.

– Así es. Quizá no esté a la altura de lo que puedas esperar de una base de datos informática, pero la verdad es que jamás pensé que a nadie le interesaría leerlo.

– Seguro que me sorprenderá. Y hablando de Lexie, precisamente ése es el motivo de mi visita. ¿La has visto esta mañana? No está en la biblioteca.

Doris asintió.

– Pasó por mi casa muy temprano. Por eso he traído la libreta. Me contó que visteis las luces ayer por la noche.

– Sí, así es.

– ¿Y?

– Fue una experiencia increíble. Pero tal y como tú aseguras, no se trata de fantasmas.

Ella lo miró con cara de satisfacción.

– Me da la impresión de que ya has averiguado el motivo; si no, no estarías aquí.

– Creo que sí.

– Perfecto -dijo Doris. A continuación hizo una señal por encima del hombro-. Siento no poder quedarme más rato a charlar contigo, pero estoy muy ocupada. Si te parece bien, iré a buscar la libreta. Quién sabe, a lo mejor te da por escribir una historia sobre mis poderes sobrenaturales cuando acabes con la de los fantasmas.

– Nunca se sabe -se rio él.

Mientras Jeremy observaba cómo Doris desaparecía en la cocina, se puso a pensar en la conversación que acababan de mantener. Había sido muy agradable, pero curiosamente impersonal. Y cayó en la cuenta de que Doris no había contestado realmente a su pregunta sobre el paradero de Lexie. Al final no había logrado averiguar nada, lo cual parecía sugerir que -por alguna razón-, de repente, Doris no deseaba hablar sobre Lexie. Y eso no le daba buena espina. Levantó la vista y vio que se acercaba de nuevo a la mesa. Esbozaba la misma sonrisa agradable que antes, pero esta vez Jeremy sintió una sensación de malestar en el estómago.

– Bueno, si tienes alguna pregunta sobre las entradas -dijo ella, entregándole la libreta-, no dudes en llamarme. Y si quieres, puedes copiar lo que quieras; sólo te pido que me la devuelvas antes de que te marches. Le tengo mucho aprecio.

– Así lo haré -prometió él.

Doris se quedó de pie delante de él, y Jeremy tuvo la impresión de que era su forma de indicarle que la conversación estaba a punto de terminar. En cambio, él no pensaba dar el brazo a torcer tan fácilmente.

– Una cosa más -agregó Jeremy.

– ¿Sí?

– ¿Te parece bien si le devuelvo la libreta a Lexie, si la veo hoy?

– Ningún problema -respondió ella-. De todos modos, ya sabes dónde encontrarme, por si acaso.

Jeremy comprendió la indirecta y sintió que el estómago se le encogía todavía más.

– ¿Ha mencionado algo sobre mí cuando la has visto esta mañana? -preguntó él.

– No, no me ha contado casi nada. Sin embargo, me ha dicho que seguramente pasarías por aquí.

– ¿Estaba bien?

– A veces -empezó Doris lentamente, como si estuviera midiendo las palabras- comprender a Lexie es difícil, así que no estoy segura de si puedo responderte o no. Aunque creo que se recuperará, si eso es lo que te interesa.

– ¿Estaba enojada conmigo?

– No, de eso sí que estoy segura. No estaba enojada.

Esperando recibir más información, Jeremy no dijo nada. Un silencio incómodo se formó entre ellos, y Doris lanzó un prolongado suspiro. Por primera vez desde que se habían conocido, Jeremy se fijó en que las arrugas alrededor de sus ojos delataban su edad.

– Me gustas, Jeremy, y lo sabes -declaró ella con una voz suave-. Pero me estás poniendo entre la espada y la pared. Tienes que comprender que soy leal a ciertas personas, y Lexie es una de ellas.

– ¿Y eso qué significa? -preguntó él, notando una repentina sequedad en la boca.

– Significa que sé lo que quieres y lo que estás intentando averiguar, pero no puedo contestarte. Lo único que puedo decirte es que si Lexie hubiera deseado que tú supieras dónde estaba, te lo habría dicho.

– ¿La veré de nuevo, antes de irme?

– No lo sé. Supongo que eso lo decidirá ella.

Con ese comentario, Jeremy empezó a asimilar que Lexie se había marchado del pueblo.

– No entiendo por qué ha reaccionado de ese modo -dijo Jeremy, consternado.

Doris sonrió con tristeza.

– Sí -contestó ella-, creo que sí que lo entiendes.

Lexie se había ido.

Como un eco, las palabras resonaban en su cabeza una y otra vez. Sentado detrás del volante y de vuelta al Greenleaf, Jeremy intentó analizar los hechos con serenidad. No se alarmó. Jamás sentía pánico. Las ganas que le habían entrado de sonsacarle a Doris el paradero de Lexie no tenían importancia, ni tampoco la sensación de desesperación que lo había invadido, simplemente dio las gracias a Doris por su ayuda y se dirigió al coche, como si no hubiera esperado nada diferente.

Y además, se recordó a sí mismo, no había razón alguna para alarmarse. A Lexie no le había sucedido nada grave. Simplemente no quería volver a verlo, y eso le dolía. Quizá debería de haberlo supuesto. Le había pedido demasiado, incluso cuando ella le dejó perfectamente claro desde el principio que no estaba interesada en él.

Sacudió enérgicamente la cabeza, pensando que no le extrañaba que ella se hubiera ido. Aunque pudiera ser moderna en ciertos aspectos, en otros era tradicional, y probablemente estaba cansada de tener que hacer frente a sus tácticas seductoras tan transparentes. Probablemente para ella resultaba mucho más fácil marcharse del pueblo que tener que dar explicaciones a alguien como él.

Así pues, ¿qué pensaba hacer? Quizá Lexie regresara, o quizá no. Si regresaba, perfecto. Pero si no…, bueno, ahí era cuando empezaba a complicarse todo. Podía quedarse de brazos cruzados y aceptar su decisión, o podía ir a buscarla. Si en algo era diestro era en encontrar a gente. Con la ayuda de información pública, de conversaciones amistosas y de las páginas electrónicas adecuadas, había aprendido cómo seguir la pista de alguien hasta llegar a su mismísima puerta. Sin embargo, pensaba que con Lexie no sería necesario recurrir a todas esas artimañas. Después de todo, ella misma le había dado la respuesta que necesitaba. Sí, estaba seguro de que sabía su paradero; lo cual significaba que podía afrontar la cuestión del modo que quisiera.

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