Литмир - Электронная Библиотека

Jeremy asintió.

– Ya, la impresionable juventud de los estados pentecostales del cinturón de la Biblia.

– Eso es; pero por favor, no se le ocurra citar mi nombre si piensa escribir algo referente a esa cuestión, ¿de acuerdo?

Jeremy levantó la mano con porte solemne.

– ¡Palabra de Scout!

Por unos breves momentos, anduvieron en silencio. El sol invernal apenas tenía fuerzas para irrumpir entre las nubes opacas, y Lexie se detuvo frente a una fila de lámparas para encenderlas. Una tenue luz amarillenta se adueñó de la sala. Mientras ella se inclinaba hacia delante, Jeremy inhaló el ligero aroma floral de su perfume.

Con movimientos distraídos, él se dirigió hacia el retrato que adornaba la chimenea.

– ¿Quién es?

Lexie hizo una pausa y desvió la vista hacia donde él estaba mirando.

– Mi madre.

Jeremy la contempló con curiosidad, y Lexie suspiró.

– Después de que la biblioteca original fuera pasto de las llamas en 1964, mi madre se encargó de buscar un nuevo edificio y empezar una nueva colección, algo que todo el mundo en el pueblo daba por imposible. Entonces ella sólo tenía veintidós años, pero invirtió muchos años en hacer campaña con las autoridades del condado y del estado para obtener fondos, organizó paradas ambulantes de pastelitos, y se dedicó a visitar uno a uno todos los negocios de la localidad, sin dejarlos en paz hasta que accedían a darle dinero. Necesitó muchos años, pero al final lo consiguió.

Mientras ella hablaba, los ojos de Jeremy iban de Lexie al retrato. Existía cierta similitud, pensó, algo que debería de haber reconocido a simple vista, especialmente en los ojos. Así como el color violeta le había llamado la atención inmediatamente, ahora que estaba más cerca de ella descubrió en los ojos de Lexie una pincelada azul celeste en la parte más externa del iris que en cierto modo le confería un aire de gentileza. Aunque el retrato intentaba reflejar el color inusual, no lo conseguía.

Lexie terminó de relatar la historia y rápidamente se aderezó un mechón rebelde detrás de la oreja. Repetía ese gesto con cierta regularidad. Jeremy pensó que probablemente era un hábito nervioso, lo cual quería decir que se sentía nerviosa con él, y consideró ese detalle como una buena señal.

Jeremy carraspeó.

– Por lo que me has contado, debe de ser una mujer fascinante. Me encantaría conocerla.

Lexie sonrió complacida, pero en lugar de proseguir, sacudió la cabeza un par de veces.

– Lo siento. Supongo que no debería robarle tanto tiempo. Está aquí por cuestiones de trabajo, y le estoy entreteniendo innecesariamente. -Señaló hacia la sala de los originales con la cabeza-. Será mejor que le enseñe el lugar donde permanecerá encerrado los próximos días.

– ¿Crees que será necesario que dedique varios días a la búsqueda de datos?

– Me ha pedido referencias históricas y el artículo, ¿no? Me encantaría poder anunciarle que toda la información está indexada, pero no es así. Siento decirle que le espera una búsqueda bastante tediosa.

– Pero no hay tantos libros que consultar, supongo.

– No se trata sólo de libros, aunque tenemos un sinfín de títulos que le serán muy útiles. Probablemente encontrará parte de la información que busca en los diarios. Me he dedicado a compilar todos los que he podido de la gente que vivió en esta área, y le aseguro que la colección es considerablemente voluminosa. Incluso he conseguido algunos diarios que se remontan al siglo xvii.

– No tendrás por casualidad el de Hettie Doubilet, ¿verdad?

– No, pero tengo dos que pertenecieron a personas que vivían en Watts Landing, e incluso uno de un tipo que se definía a sí mismo como un historiador aficionado local. No obstante, debo avisarle que no puede sacar nada de la biblioteca, y estoy segura de que necesitará bastante tiempo para revisar todo ese material. Prácticamente son ininteligibles.

– Me muero de ganas por empezar -apuntó Jeremy animado-. Las investigaciones tediosas me entusiasman.

Ella sonrió.

– Estoy segura de que se le da muy bien ese trabajo.

Él esbozó una mueca burlona.

– Pues sí, pero también se me dan bien otras cosas…

– No me cabe la menor duda, señor Marsh.

– Jeremy -dijo él-. Llámame Jeremy.

Ella lo observó fijamente.

– No creo que sea una buena idea.

– Oh, es una idea genial, confía en mí.

Ella resopló al tiempo que pensaba que era la clase de tipo que nunca daba el brazo a torcer.

– Es una oferta tentadora -repuso Lexie-. De veras, me siento agasajada, pero no obstante, no le conozco lo suficientemente bien como para confiar en usted, señor Marsh.

Jeremy la observó ensimismado cuando ella le dio la espalda, entonces pensó que no era la primera fémina que intentaba mantener vigente la línea divisoria de la formalidad. Las mujeres que recurrían a la inteligencia para mantener a los hombres a raya solían tener un punto de agresividad, pero no sabía por qué la reacción de ella le transmitía como… como una sensación agradable, carente de malicia. Quizá era su acento sureño, la sonoridad casi musical que confería a las palabras. Probablemente era capaz de convencer a un gato para que atravesara el río a nado.

No, se corrigió a sí mismo, no se trataba meramente del acento. Ni de su inteligencia, que tanto le atraía. Ni siquiera de sus fascinantes ojos y lo atractiva que estaba con esos vaqueros. De acuerdo, cada uno de esos elementos formaba parte de su encanto, pero había algo más. ¿El qué? No la conocía, no sabía nada acerca de ella. Se dio cuenta de que apenas le había contado nada sobre sí misma. Había hablado mucho sobre libros y sobre su madre, pero todavía era una absoluta desconocida.

Jeremy se sintió invadido por una repentina sensación de desasosiego al darse cuenta de que, aunque estaba allí para redactar ese dichoso artículo sobre fantasmas, preferiría pasar las siguientes horas con Lexie en lugar de ponerse a trabajar. Deseaba pasear con ella por el pueblo, o incluso mejor, cenar juntos en un romántico restaurante alejado de Boone Creek, donde pudieran estar solos para conocerse mejor. Esa mujer irradiaba un aura de misterio, y a él le encantaban los misterios. Los misterios siempre culminaban en sorpresas, y mientras la seguía hacia la sala contigua, no pudo evitar pensar que ese viaje al sur se estaba convirtiendo en una experiencia ciertamente interesante.

La sala de los originales era pequeña; probablemente había sido una de las habitaciones de la casa solariega. Estaba atravesada por un tabique de madera que dividía la estancia de un extremo al otro. Las paredes estaban pintadas del color beis del desierto, con el borde ribeteado de color blanco, y el suelo de madera estaba un poco desgastado, sin llegar a poder considerarse deteriorado. Por detrás del tabique sobresalían unas prominentes estanterías repletas de libros; en una de las esquinas descansaba una caja con tapa de vidrio que parecía el cofre de un tesoro, con un televisor y un equipo de vídeo al lado, por lo que sin duda la caja debía de contener cintas de vídeo sobre la historia de Carolina del Norte. En el extremo opuesto a la puerta descollaba un antiguo secreter de tapa deslizable emplazado debajo de una ventana. Justo a la derecha de Jeremy había una mesita con una máquina de microfichas. Lexie se dirigió hacia el secreter, abrió el cajón inferior y luego regresó con una cajita de cartón.

Depositó la caja en la mesita, hojeó rápidamente las láminas transparentes y extrajo una. Inclinándose hacia él, encendió la máquina y colocó la transparencia encima, moviéndola delicadamente hasta que la transparencia quedó totalmente centrada. Jeremy pudo oler la dulce fragancia de su perfume, y un momento después, el artículo aparecía delante de él.

– Puede empezar con esto -lo invitó ella-. Mientras tanto iré buscando más material que pueda serle útil.

19
{"b":"101273","o":1}