Литмир - Электронная Библиотека

– Menuda coincidencia, ¿no te parece? -comentó Jeremy, apoyándose en uno de los estantes.

Ella lo miró sin pestañear.

– ¿Cómo?

– Que primero te haya visto en el cementerio y ahora aquí. Y además, está lo de la carta de tu abuela, que me trajo hasta este lugar. Vaya coincidencia, ¿no crees?

– La verdad es que tengo cosas más interesantes en las que pensar.

Pero Jeremy no pensaba tirar la toalla. Casi nunca lo hacía, sobre todo cuando las cosas se ponían interesantes.

– Bueno, ya que no soy de aquí, a lo mejor podrías indicarme qué es lo que hace la gente en su tiempo libre. Me refiero a si hay algún bar donde podamos tomar algo, o quizá comer juntos… -Hizo una pausa-. Quizás un poco más tarde, cuando acabes de trabajar.

Ella pestañeó varias veces seguidas, preguntándose si lo había entendido bien.

– ¿Me está invitando a salir? -preguntó.

– Sólo si puedes.

– No, me parece que no, pero gracias de todos modos -contestó recuperando la compostura.

Ella mantuvo la vista fija en él hasta que finalmente Jeremy alzó las manos.

– De acuerdo -dijo con un tono cansado-, pero no puedes culparme por haberlo intentado. Bueno, ¿te parece bien si nos ponemos manos a la obra? Eso si no estás demasiado ocupada con lo de los informes, por supuesto. Puedo volver mañana, si te parece más conveniente. -Sonrió, y súbitamente volvió a aparecer el hoyuelo.

– ¿Hay algún dato por el que desearía empezar en particular?

– Estaba pensando en el artículo que apareció en la prensa local. Todavía no he tenido la ocasión de consultarlo. ¿Lo tienes archivado?

Ella asintió.

– Probablemente estará en la microficha. Hemos estado colaborando con el periódico durante los dos últimos años, así que no tendrá dificultades para encontrarlo.

– Genial -exclamó él-. ¿Y un poco de información en general sobre el pueblo?

– Está en el mismo fichero.

Jeremy miró a su alrededor por un momento, preguntándose adonde tenía que ir. Ella empezó a andar hacia el vestíbulo.

– Por aquí, señor Marsh. Encontrará todo lo que necesita en el piso superior.

– ¿Hay un piso superior?

Ella se dio la vuelta, hablándole por encima del hombro.

– Si hace el favor de seguirme, se lo mostraré encantada.

Jeremy tuvo que acelerar el paso para seguir a su interlocutora.

– ¿Te importa si te hago una pregunta?

Ella abrió la puerta principal y pareció dudar unos instantes.

– No, adelante -consintió, sin alterar la expresión de su cara.

– Me estaba preguntando… Me ha dado la impresión de que muy poca gente se acerca a ese cementerio.

Ella no respondió, y en el silencio, Jeremy se sintió primero tremendamente curioso, y al final claramente incómodo.

– ¿No piensas contestar? -volvió a insistir.

Ella sonrió y, para su sorpresa, le guiñó el ojo antes de franquear la puerta abierta.

– He dicho que podía preguntar, señor Marsh. Pero no he dicho que pensara contestar.

Mientras ella emprendía la marcha de nuevo con paso veloz, Jeremy se la quedó mirando, atónito. Vaya con esa fémina. No le faltaba nada. Era confiada, hermosa y encantadora, e incluso había sido capaz de rechazar su invitación para ir a tomar algo con él.

Quizás Alvin tenía razón. Quizá había algo en las atractivas chicas del sur capaz de volver loco a cualquier hombre.

Atravesaron el vestíbulo, recorrieron la sala infantil, y Lexie lo guió escaleras arriba. Una vez en el piso superior, Jeremy se detuvo y miró a su alrededor.

«Caramba, caramba», se dijo otra vez.

La biblioteca estaba constituida por algo más que unas desvencijadas estanterías abarrotadas de libros nuevos. Mucho más. Y además, rezumaba un ambiente absolutamente gótico, desde el penetrante olor a polvo hasta la típica atmósfera enrarecida de las bibliotecas privadas. Con las paredes revestidas de paneles de roble, el suelo de caoba y las cortinas color vino borgoña, la cavernosa estancia que se abría ante él contrastaba completamente con el área del piso inferior. Las esquinas estaban engalanadas con unas sillas barrocas y unas lámparas de diseño modernista estilo Tiffany. En la pared más alejada de la sala había una chimenea de piedra, sobre la que colgaba un cuadro, y las ventanas, angostas como eran, ofrecían suficiente luz natural como para aportar al lugar una sensación acogedora.

– Ahora comprendo -observó Jeremy-. El piso inferior es sólo para abrir el apetito. Aquí es donde está toda la acción.

Ella asintió.

– La mayoría de los que vienen aquí a diario están interesados en títulos recientes de autores conocidos, así que he habilitado el área de la planta baja de modo que se sientan a gusto. La sala del piso inferior es pequeña porque es donde estaban ubicados los despachos antes de que reorganizáramos la biblioteca.

– ¿Y dónde están los despachos ahora?

– En esta planta -dijo ella, señalando hacia la estantería más alejada-, al lado de la sala de los libros originales.

– Vaya, has logrado impresionarme.

Ella sonrió.

– Por aquí. Primero le enseñaré el lugar y luego le hablaré de la biblioteca.

Durante los siguientes minutos se dedicaron a charlar al tiempo que serpenteaban por los pasillos de estanterías. Jeremy se enteró de que la casa fue construida en 1874 por Horace Middleton, un capitán que había hecho su fortuna con el comercio de madera y tabaco. Había erigido la casa para su esposa y sus siete vástagos, pero nunca llegó a habitarla. Justo antes de que finalizaran las obras, su esposa falleció, y el oficial decidió trasladarse a Wilmington con su familia. La casa estuvo desocupada durante muchos años, hasta que otra familia decidió instalarse hasta 1950, cuando finalmente fue adquirida por la Sociedad Histórica, que a su vez la vendió al Estado para que la convirtiera en una biblioteca.

Jeremy escuchaba con atención mientras ella departía. Caminaban despacio, y Lexie interrumpía su propio discurso para señalar algunos de sus libros favoritos. Ella era, tal y como pronto dedujo él, una lectora mucho más ávida que él, especialmente de los clásicos; pero claro, ahora que lo pensaba bien, tenía sentido. ¿Por qué otro motivo alguien trabajaría como bibliotecario si no fuera por amor a los libros? Como si supiera lo que estaba pensando, ella se detuvo y señaló con el dedo la placa que coronaba una de las estanterías.

– Seguramente le interesará esta sección, señor Marsh.

Él examinó la placa: Sobrenatural/Brujería. Aminoró la marcha, pero no se detuvo, y se dedicó a anotar algunos de los títulos, entre ellos uno referente a las profecías de Michel de Nostredame. Nostradamus, como era más conocido, publicó cien vaticinios excepcionalmente vagos en 1555 en una obra denominada Centurias, la primera de las diez que escribió a lo largo de toda su vida. De las mil profecías que Nostradamus publicó, únicamente unas cincuenta siguen citándose en la actualidad, lo cual constituye un estrecho margen de acierto de tan sólo el cinco por ciento.

Jeremy hundió las manos en los bolsillos.

– Si quieres, puedo recomendarte algunos libros interesantes -se ofreció él.

– Estaría encantada. Tengo que admitir que necesito ayuda con esa categoría de libros.

– ¿No has leído ninguno?

– No; francamente, no me atraen los temas que tratan. Reviso esos libros cuando llegan a la biblioteca; me fijo en las imágenes y leo algunas conclusiones para decidir si son apropiados, pero nada más.

– Haces bien; es lo mejor que se puede hacer con esta clase de material -dijo Jeremy.

– Sin embargo, lo más sorprendente es que alguna gente del pueblo no desea que yo adquiera estos libros, especialmente los que tratan sobre brujería. Creen que pueden ejercer una influencia negativa en los jóvenes.

– Y es cierto; sólo cuentan mentiras.

Ella sonrió.

– Quizá tenga razón, pero no me refería a eso. Quieren que me deshaga de los libros porque creen que realmente es posible conjurar los poderes de las fuerzas malignas, y que los niños que leen esas historias pueden invocar accidentalmente a Satán y hacer que éste se dedique a cometer fechorías por el pueblo.

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