– ¿Y las «desconexiones»? ¿Recuerda este término? Esos momentos en los que se pone a soñar despierta…
– Sí, las tengo, pero mucho menos que antes.
– ¿Cuándo fue la última?
– Hace una semana, viendo la televisión.
Una vez al mes varios especialistas de Eagle viajaban a Madrid para someterla a un chequeo en secreto: análisis de sangre y orina, radiografías, pruebas psicológicas y una larga entrevista. Ella se dejaba hacer. El lugar donde la citaban no era una clínica sino un piso de Príncipe de Vergara con una decoración anodina. Los análisis y las radiografías se las hacía la semana previa en el consultorio de un médico particular, de modo que los especialistas contaban con los resultados cuando ella los veía. Aquellas citas le costaban mucho esfuerzo, porque se prolongaban durante casi todo el día (pruebas psicológicas por la mañana y entrevista por la tarde) obligándola a interrumpir las clases, pero había llegado a acostumbrarse, incluso a necesitarlas; al menos, eran gente con la que podía hablar.
Los especialistas atribuían sus pesadillas a efectos residuales, del Impacto. Afirmaban que a otros miembros del equipo les sucedía lo mismo, explicación que, para su sorpresa, lograba tranquilizarla.
No había vuelto a hablar con ninguno de sus compañeros,: no solo porque se había comprometido a no hacerlo, sino porque, a esas alturas, ya había dejado de importarle seguirles el rastro. Pero había ido coleccionando noticias dispersas a lo largo de los años. Por ejemplo, sabía que Blanes no daba señales de vida en el mundo científico y se hallaba recluido en Zurich; corría rumor de que estaba muy afectado por el cáncer que padecía su antiguo mentor, ya jubilado, Albert Grossmann. A Marini y Craig, por lo que a ella respectaba, bien podía habérselos tragado la tierra, aunque había oído que Marini ya no daba clases. Sus últimas informaciones apuntaban a que Jacqueline Clissot y Reinhard Silberg también se habían retirado de la circulación académica, y Clissot, en concreto, había caído «enferma» (pero qué podía ser su mal, nadie parecía saberlo). En cuanto a Nadja, le había perdido la pista del todo. Y ella misma…
– Se encuentra cada vez mejor, Elisa. Le vamos a dar una buena noticia: a partir del año que viene, nuestras visitas serán cada dos meses. ¿Le alegra?
– Sí.
– Feliz Navidad, Elisa. Que el año 2012 le traiga todo lo mejor.
Bueno, allí estaba, aquella noche de diciembre, vestida con una bata y unos encajes de Victoria's Secret, disponiéndose a tomar escalivada para cenar antes de dedicarse a su «juego» del Señor Ojos Blancos, y escuchando, de repente, la voz de su pasado.
Había una foto. Mostraba a un hombre aún joven pero de aspecto demacrado, rala barba gris y gafas de montura de alambre, junto a una mujer bonita, aunque de cara algo redonda, que cargaba a un niño de pelo revuelto y rubio de unos cinco años de edad. El niño, desafortunadamente, había heredado la misma redondez facial de su madre. La madre y el niño sonreían sin reparos (al niño le faltaban dientes), mientras que el hombre permanecía serio, como si se hubiese visto forzado a posar para no enfadar a nadie. Habían sido fotografiados en un jardín; al fondo había una casa.
Imaginaba escenas al mirar aquella foto. Por descontado, la noticia no ofrecía tales detalles, y ella sabía que su fantasía los inventaba, como inventaba las perversas palabras del Señor Ojos Blancos, pero aun así aquellas escenas saltaban a su conciencia como fotos con flash.
Le sacaron los ojos. Cortaron sus genitales. Le amputaron brazos y piernas. El niño lo vería todo. Le obligarían a mirar. «Mira lo que hacemos con papá… ¿Reconoces a papá ahora?»
Estaba sentada en la alfombra, frente al televisor, con las piernas encogidas y entrelazadas cubiertas a medias por la bata, como si se dispusiera a adoptar la postura del loto. Pero no usaba la televisión sino el teclado de Internet adosado al receptor. La página pertenecía a un canal británico de noticias de última hora. Era el único lugar donde había aparecido, le había dicho Nadja, quizá porque se trataba de un suceso reciente.
– Qué horror, pobre Colin… Pero… -Se detuvo sin querer añadir: «Pero no entiendo por qué me llamas tres días antes de Navidad para decirme esto».
– Hay cosas que la noticia no especifica y que a Jacqueline le contaron -dijo Nadja desde el altavoz del teléfono inalámbrico-. A la esposa de Colin la encontraron de madrugada corriendo por la carretera, gritando… Así fue como supieron que había ocurrido algo. Al niño lo hallaron en el jardín trasero de la casa: había pasado toda la noche a la intemperie y presentaba síntomas graves de congelación… Es lo que no entiendo, Elisa. ¿Por qué abandonó a su hijo pequeño en la casa sin llamar a la policía ni a nadie? ¿Qué clase de… de cosa ocurrió?
– Aquí dice que entraron unos hombres y los amenazaron. Eran criminales peligrosos, ex convictos… Estaban drogados y querían dinero… Quizá ella pudo huir.
– ¿Abandonando a su hijo en la casa?
– Los que atacaron a Colin la obligarían a hacerlo. O sintió pánico. O enloqueció. Determinadas experiencias pueden… pueden…
Sangre por todas partes: en el techo, las paredes, el suelo. El niño en el jardín, abandonado. La madre corriendo por el arcén. ¡Ayuda, por favor! ¡Ayuda! ¡Ha entrado una sombra en mi casa!¡ Una sombra que quiere devorarnos! ¡No veo su rostro, solo su boca! ¡Y es ENOOOOOORMEEEEE!
– A Jacqueline le han dicho que la casa está rodeada de soldados.
– ¿Qué?
– Soldados -repitió Nadja-. Nadie sabe qué hacen allí. Policías de paisano, pero también soldados, personal sanitario, gente con mascarilla… Las ventanas han sido bloqueadas y no te puedes acercar ni a un kilómetro. Y todo se ha agravado con el corte de luz. Anoche hubo un apagón en los alrededores de Oxford. Todavía dura. Afirman que fue debido a un cortocircuito en la planta que abastece a la ciudad. ¿Te suena de algo, Elisa?
Entró la oscuridad, y el abeto se apagó. Se apagaron las bombillas que rodeaban el calcetín del niño, donde Father Christmas iba a dejar sus regalos la noche del 24. La familia Craig estaba en casa, y la oscuridad penetró como un ciclón.
Seguía vivo mientras le arrancaban el rostro. El niño lo vio todo.
– Con Rosalyn se apagaron las luces de la estación… y con Cheryl Ross las de la despensa… Y hay otro detalle en el que no habíamos caído, Elisa: la luz del cuarto de baño de Rosalyn, la mía y la tuya… ¿Recuerdas? Las tres tuvimos aquel sueño… y las tres sufrimos cortes de luz en nuestros baños…
Coincidencias. Voy a contarte otra coincidencia.
– No podemos extraer conclusiones sobre eso, Nadja… La física no relaciona los sueños con la energía eléctrica.
– ¡Lo sé! Pero el miedo no depende de la lógica… Tú razonas mucho, y me tranquilizas con tu lógica, pero cuando Jacqueline me llamó para contarme lo de Colin, yo… He pensado que… lo de la isla no ha terminado todavía… -Un sollozo.
– Nadja…
– Ahora le ha tocado a Colin… como antes a Rosalyn, a Cheryl y a Ric… Pero es lo mismo, y tú lo sabes.
– Nadja, cielo… ¿Lo has olvidado? Fue Ric Valente quien hizo aquello. Ahora está muerto.
Hubo un silencio. La voz de Nadja surgió como un gemido:
– ¿Realmente crees que fue él quien las mató, Elisa? ¿Realmente lo crees?
No, no lo creo. Decidió no contestar. Se frotó los muslos desnudos. Los números que destellaban en la pantalla de la televisión le indicaban que solo le quedaba una hora antes de que él «llegara». Su «juego» era un ritual que no podía posponer, un hábito, como morderse las uñas. Solo debía quitarse la bata y aguardar. Tengo que colgar.
– Jacqueline y yo hemos hablado de algo más. -El cambio de tono de su antigua amiga la alarmó-. Dime una cosa. Dímela con toda sinceridad, con el corazón en la mano… Dime si no es verdad que tú… tú te… te preparas… para él. -Ella escuchaba, sentada en la alfombra, inmóvil-. Elisa, dímelo, por lo que más quieras, por nuestra antigua amistad… ¿Te da vergüenza? A mí también, mucha… Pero, ¿sabes qué? ¡El miedo, Elisa! ¡El miedo que tengo supera mi vergüenza… -Ella escuchaba: no podía moverse, ni siquiera pensar, solo escuchar aquellas palabras-. Ropa interior especial…, quiero decir, provocativa, y siempre de color negro… Quizá te gustase antes usarla o quizá no, pero ahora la usas con mucha frecuencia, ¿verdad? Y a veces no te pones nada… Dime si no es cierto que a veces sales a la calle sin ropa interior, sin haber tenido jamás esa costumbre… Y por las noches… ¿no sueñas con…?