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– ¿Qué más quieres que diga? Tú me has hecho una pregunta y yo la he respondido.

– Es el gran problema de la mente de los físicos -se lamentó el joven mientras anotaba algo-. Os tomáis las preguntas al pie de la letra. Lo que quería saber era qué es lo que vende Blanes para que todo el mundo quiera comprarlo. O sea… Ya sé que dicen que es un sabio de la hostia, candidato al Nobel, que si se lo dan sería el primer Nobel de Física español en toda la historia del puto premio… Todo eso lo sé. Lo que me gustaría saber es de qué va su rollo, ¿entiendes? El curso se titula… -Examinó uno de los papeles y leyó con dificultad-: «Topología de las cuerdas de tiempo en la radiación electromagnética visible»… La verdad, por el título no saco mucho en claro.

– ¿Quieres que te explique toda la física teórica en una sola respuesta? -rió Elisa.

Maldonado pareció tomarse en serio la oferta.

– Adelante -dijo.

– Bien, veamos… Trataré de resumir… -Elisa se sentía cada vez más en su elemento. Le gustaba explicar todo lo que le gustaba entender-. ¿Te suena la teoría de la relatividad?

– Sí, de Einstein. «Todo es relativo», ¿no?

– Eso no lo dijo Einstein sino Sara Montiel -rió Elisa-. La teoría de la relatividad es algo más complicada que eso. Pero lo que quiero decir es que resulta exacta en casi todas las situaciones, menos en el mundo de los átomos. En ese mundo es más exacta otra teoría llamada cuántica. Son las más perfectas creaciones intelectuales que el ser humano ha concebido jamás: entre ambas podemos explicar casi toda la realidad. Pero el problema es que necesitamos ambas. Lo que es válido en la escala de una no lo es en la de la otra, y viceversa. Y eso es un gran problema. Desde hace años los físicos están intentando que las dos teorías coincidan en una sola. ¿Me explico?

– Algo así como los dos partidos mayoritarios de este país, ¿no? -aventuró Maldonado-. Los dos tienen defectos pero nunca coinciden en nada.

– Algo así. Bueno, pues una de las teorías que más papeletas tiene para lograr que coincidan es la teoría de cuerdas.

– Jamás había oído hablar de ella. ¿De «cuerdas», dices?

– También se la llama de «supercuerdas». Es una teoría de enorme complejidad matemática, pero viene a decir algo muy sencillo… -Elisa buscó a su alrededor y cogió la servilleta de papel bajo su vaso. Mientras hablaba la dobló por la mitad y alisó el borde plegado con sus dedos largos y firmes. Maldonado la miraba con atención-. Según la teoría de cuerdas, las partículas que forman todo el universo, ya sabes, electrones, protones… Todas esas partículas, o las partículas que las componen, no son bolitas, como nos enseñaron en el colegio, sino cosas alargadas como cuerdas…

– Cosas como cuerdas… -meditó Maldonado.

– Sí, muy finas, porque su única dimensión sería la longitud. Pero con una propiedad especial. -Elisa levantó las manos sosteniendo la servilleta entre ambas de manera que el borde plegado quedara frente a los ojos de Maldonado-. Dime qué ves.

– Una servilleta.

– Ése es el gran problema de la mente de los periodistas: os fiáis demasiado de las apariencias. -Elisa sonrió, burlona-. Olvídate de lo que crees que es. Dime tan solo qué crees que estás viendo.

Maldonado entornó los párpados observando el fino borde que le mostraba Elisa.

– Un… Una línea… Una recta…

– Muy bien. Desde tu punto de vista, podría ser una cuerda, ¿verdad? Un hilo. Pues la teoría dice que las cuerdas que forman la materia solo parecen cuerdas miradas desde cierto punto de vista… Pero si las miramos desde otra posición… -Elisa hizo girar la servilleta ante los ojos de Maldonado y le mostró el rectángulo de la cara superior-… esconden otras dimensiones, y si pudiéramos desenrollarlas, o «abrirlas»… -desdobló la servilleta del todo hasta convertirla en un cuadrado-… podríamos ver muchas dimensiones más.

– Qué pasada. -Maldonado parecía impresionado, o quizá fingía muy bien-. ¿Y se han descubierto ya esas dimensiones?

– Ni de coña -dijo Elisa mientras arrugaba la servilleta y la introducía en el vaso-. Para «abrir» una cuerda subatómica hacen falta máquinas con las que todavía no contamos: aceleradores de partículas de gran potencia… Pero ahí es donde intervienen Blanes y su teoría. Según Blanes, existen ciertas cuerdas que se pueden «abrir» a baja energía: las del tiempo. Blanes ha demostrado matemáticamente que el tiempo está formado por cuerdas, como cualquier otra cosa material. Pero las cuerdas del tiempo sí pueden abrirse con la energía de los aceleradores actuales. Lo que ocurre es que es muy difícil llevar a cabo el experimento.

– O sea, traducido a cosas prácticas… -Maldonado se volvía loco escribiendo-. Eso significaría… ¿viajar en el tiempo? ¿Retroceder al pasado?

– No: los viajes al pasado son pura ciencia-ficción. Están prohibidos por las leyes básicas de la física. No hay marcha atrás posible, lo siento. El tiempo solo puede ir hacia delante, hacia el futuro. Pero si la teoría de Blanes fuera correcta, existiría otra posibilidad… Podríamos abrir las cuerdas de tiempo para ver el pasado.

– ¿Ver el pasado? ¿Te refieres a… ver a Napoleón, a Julio César…? Eso sí que suena a ciencia-ficción, colega.

– Te equivocas. Eso sí que es muy posible. -Ella lo miró con expresión divertida-. No solo posible: normal. Vemos el pasado remoto todos los días.

– Quieres decir en las películas viejas, en las fotos…

– No: ahora mismo estamos viéndolo. -Rió ante la expresión de él-. En serio. ¿Qué te apuestas?

Maldonado miró a su alrededor.

– Hombre, algunos profesores están viejecillos, pero… -Elisa reía negando con la cabeza-. ¿Hablas en serio?

– Muy en serio. -Alzó la mirada y Maldonado la imitó. Había anochecido. Un tapiz cristalino refulgía en el cielo negro-. La luz de esas estrellas tarda millones de años en llegar a la Tierra -explicó ella-. Puede que ya no existan, pero nosotros seguiremos viéndolas durante mucho tiempo… Cada vez que miramos al cielo de noche retrocedemos millones de años. Podemos viajar en el tiempo con solo asomarnos a una ventana.

Durante un momento ninguno de los dos habló. Los sonidos y luces de la fiesta habían dejado de existir para Elisa, que se hallaba mucho más pendiente del grandioso, abovedado silencio de catedral que la cubría. Cuando bajó la vista y miró a Maldonado se dio cuenta de que él había sentido lo mismo.

– La física es bonita -dijo ella en un leve murmullo.

– Entre otras cosas -repuso Maldonado mirándola.

Continuaron las preguntas, aunque a un ritmo más lento. Luego él le propuso hacer un alto para comer, a lo cual ella no rehusó (se había hecho tarde y tenía hambre). Maldonado se puso en pie de un salto y se dirigió a la barra del bar.

Mientras lo aguardaba, Elisa contempló el ambiente con despreocupación. Los últimos coletazos de la fiesta perduraban en la dulce temperatura de verano, sonaba una arcaica canción de Umberto Tozzi y aquí y allá grupos de estudiantes y profesores charlaban animadamente bajo las farolas encendidas. Entonces se percató del hombre que la estaba observando. Era un tipo completamente anodino. Se hallaba de pie sobre la plataforma inferior del terraplén. Su camisa a cuadros de manga corta y su pantalón bien planchado no resultaban llamativos. En su fisonomía solo destacaban el pelo entrecano y un, eso sí, más que generoso bigote gris. Sostenía un vaso de plástico y bebía de vez en cuando. Elisa supuso que sería un profesor, pero no charlaba con los otros colegas ni parecía estar haciendo otra cosa.

Salvo mirarla.

Le intrigó aquella mirada fija. Se preguntó si lo conocía de algo, pero concluyó que era él quien debía de conocerla a ella: a lo mejor también había visto su foto en las revistas.

De repente el hombre giró la cabeza con rapidez (con demasiada rapidez) y pareció integrarse en uno de los corros de profesores. A ella le inquietó más aquella brusca retirada que su actitud previa de mirón. Era como si fingiera, como si se hubiera percatado de que Elisa lo había descubierto. Me pillaste, maldita seas. Sin embargo, cuando Maldonado regresó con dos bocadillos envueltos en papel, una bolsa de patatas fritas, una cerveza y otra Coca-Cola light para ella, Elisa olvidó el incidente: no era la primera vez que un hombre maduro la miraba con atención.

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