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La naturaleza del poder que ejercen es ambigua

¿Pertenezco? ¿Realmente pertenezco? ¿Y él realmente pertenece? Y si alguien me ve hablar con él, ¿pensaría que pertenezco o que no pertenezco?

Trilling

La naturaleza del poder que ejercen es ambigua como la naturaleza misma de nuestra situación: de ellos sólo puede decirse que son de ideas contrarias. Sus primeros y juveniles desasosiegos universitarios tuvieron algo del vicio solitario. Desgraciadamente, en nuestra Universidad, donde no existía lo que Luis Trías de Giralt, en un alarde menos retórico de lo que pudiera pensarse, dio en llamar la cópula democrática, la conciencia política nació de una ardiente, gozosa erección y de un solitario manoseo ideológico. De ahí el carácter lúbrico, turbio, sibilino y fundamentalmente secreto de aquella generación de héroes en su primer contacto con la subversión. En un principio ninguno parecía tener el mando. Ocurre que de pronto, en 1956, se les ve andar como si les hubiesen dado cuerda por la espalda, como rígidos muñecos juramentados con un puñal escondido en la manga y una irrevocable decisión en la mirada de plomo.

Impresionantes e impresionados de sí mismos, misteriosos, prestigiosos y prestigiándose avanzan lentos y graves por los pasillos de la Universidad con libros extraños bajo el brazo quién sabe qué abrumadoras órdenes sobre la conciencia, levantando a su paso invisibles oleadas de peligro, de consignas, de mensajes cifrados y entrevistas secretas, provocando admiración y duda y femeninos estremecimientos dorsales junto con fulgurantes visiones de un futuro más digno. Sus nobles frentes agobiadas por el peso de terribles responsabilidades y decisiones extremas penetran en las aulas como tanques envueltos en la humareda de sus propios disparos, derriban núcleos de resistencia, fulminan rumores y envidias, aplastan teorías y críticas adversas e imponen silencio: entonces es cuando a veces se oye, como en el final brusco de un concierto, esa voz desprevenida, pillada en plena confidencia, parece una sola, larga, tartajeante y obscena palabra:

– … y pecemeparecepecepertenece.

A menudo han sido vistos dos o tres en una mesa apartada del bar de la Facultad, hablando por lo bajo, leyendo y pasándose folletos. Teresa Serrat está siempre con ellos, activa, vehemente, sofisticada, iluminada por dentro con su luz rosada igual que una pantalla. Ciertos elementos de derechas están empeñados en decir que la hermosa rubia politizada se acuesta con sus amigos, por lo menos con Luis Trías de Giralt. Pero todo el mundo sabe que, aunque son tiempos de tanteo por arriba y por abajo, de eso todavía nada.

Crucificados entre el maravilloso devenir histórico y la abominable fábrica de papá, abnegados, indefensos y resignados llevan su mala conciencia de señoritos como los cardenales su púrpura, a párpado caído humildemente, irradian un heroico resistencialismo familiar, una amarga malquerencia de padres acaudalados, un desprecio por cuñados y primos emprendedores y tías devotas en tanto que, paradójicamente, les envuelve un perfume salesiano de mimos de madre rica y de desayuno con natillas: esto les hace sufrir mucho, sobre todo cuando beben vino tinto en compañía de ciertos cojos y jorobados del barrio chino. Entre dos fuegos, condenados a verse criticados por arriba y por abajo, permanecen distantes en las aulas, impenetrables, sólo hablan entre sí y no mucho porque tienen urgentes y especiales misiones que cumplir, incuban dolorosamente expresivas miradas, acarician interminables silencios que dejan crecer ante ellos como árboles, como inteligentes perros de caza olfatean peligros que sólo ellos captan, preparan reuniones y manifestaciones de protesta, se citan por teléfono como amantes malditos y se prestan libros prohibidos.

El grupo de los escogidos no es muy numeroso, asignarles una categoría no es fácil, Luis Trías parece su capitán. Alto, silencioso, la cabeza un poco ladeada, mareada en su propio perfume de rosa, al verle en los pasillos y en las aulas se asemeja también a un semáforo viviente regulando la circulación de ideas y proyectos subversivos. Pero las masas se preguntan: ¿está realmente conectado? El semáforo parpadea, insondable, cuando Teresa le mira.

En realidad, todo empezó como la vida misma: el desasosiego y el resistencialismo universitario que en el 57 se echaría a la calle en demanda de reivindicaciones culturales y políticas (dejando caer la buena semilla que tal vez años después germinaría, dicho sea para tranquilizar la memoria de los mártires que todavía viven, algunos ya sentados en el sillón directivo del patrimonio familiar) venía incubándose desde hacía tiempo en tres encantadoras muchachas de la Facultad de Letras, una de ellas Teresa y otras de Bellas Artes, cuando dos años atrás asistían a las clases con unos pantalones doblados bajo el brazo y al salir acudían a cierto piso de la calle Fontanella, cuya dueña parece que era una exclaustrada cordial y culta, y allí se ponían los pantalones, encendían pitillos, se tumbaban en el suelo sobre almohadones y aceleraban su íntimo latido hablando de las nuevas ideas con una vehemencia parecida a la de las prostituta ante la próxima llegada de la VI Flota. Tiempo después, los cada vez más numerosos y excitados asistentes a las clases de Historia de cierto profesor adjunto recién regresado de Francia, tuvieron ocasión de ver como se producía periódicamente un milagro ante sus asombrados ojos: durante la lección, la palabra mágica del profesor, su exposición exhaustiva y dialéctica de ciertas realidades de la vida, iba dando vueltas en torno a sí mismo (en realidad no hablaba más que de sí mismo, dirían luego sus detractores) como un pájaro maravilloso y exótico que con el pico fuese liberándole de sus prendas de vestir y colocándole otras, o como la lenta metamorfosis efectuada por la varita mágica de una hada, hasta que se quedaba completamente vestido de miliciano, con mono y fusil y cartucheras y todo, ante los deslumbrados ojos de sus alumnos. (Por supuesto, los que estaban familiarizados con la verdadera personalidad del miliciano, encontraban el parecido lejano y grotesco). Un visionario estremecimiento recorría la clase de cintura en cintura, las muchachas escuchaban al profesor boquiabiertas y con los ojos cerrados, un conocido sobón de mano larga y expeditiva llegó a decir que percibía claramente ciertos suspiros, otros oían tocar campanas, es la hora, soltad las palomas, amigos, voy a ser padre: esta es la historia de un parto múltiple y adolescente, hay generosidad y sacrificio pero también negligencia y confusión, no todos los hijos serían luego reconocidos por el padre, así es la vida, todos hemos sido jóvenes, suceden tantas cosas.

Los acontecimientos se precipitaron: bastó que Luis Trías de Giralt efectuara un rápido viaje a París para que, a su regreso, empezara a correrse la voz de que también él se había inscrito (la noticia, que de golpe convertía a Luis Trías en el elemento más calificado para hacerse con el mando de la incipiente organización secreta, provenía en realidad de una de aquellas chicas que asistían a las reuniones del piso de la calle Fontanella: fue después de una noche de gin y desquiciamiento verbal con el propio líder en el bar “Saint-Germain”, donde juntos incubaron vagas conexiones con misteriosos poderes ocultos). La Universidad de Barcelona debía ponerse a la altura de la de Madrid, que en estas lides siempre fue más seria, consecuente y eficaz. “En febrero del 56, después de la suspensión de un Congreso de Estudiantes, en Madrid, los ánimos estaban excitados, hubo un choque, sonó un disparo, y un joven cayó al suelo gravemente herido.” Luis Trías, que por esas fechas estaba en Madrid (empezaba a convertirse en un ser convenientemente ubicuo, escurridizo y sorprendente) fue detenido y sufrió seis meses de cárcel.

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