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Al principio no detecté ruido alguno. Me encontraba al otro extremo del garaje y escogía mi llave, cuando por fin se interfirió en mi mente consciente. Me quedé inmóvil y escuché con atención. Un intenso pitido llegaba a mis oídos, desde mi espalda, junto a la entrada principal de vehículos.

Mientras avanzaba en aquella dirección y trataba de identificar su origen, el tono se definió en un latido agudo y palpitante. Cuando estuve más próxima, advertí que procedía de una puerta situada a la derecha de la rampa. Aunque la puerta se veía ajustada, el cerrojo estaba parcialmente cerrado, lo que desencadenaba la alarma.

Empujé, ajusté la barra de seguridad y cerré por completo. El pitido se interrumpió bruscamente y el garaje quedó en absoluto silencio. Me dije que, por la mañana, comentaría el aparente mal funcionamiento a Winston.

La casa me pareció fresca y acogedora tras pasar tantas horas en agujeros sucios y tórridos. Por un momento me detuve en el vestíbulo para recibir el aire refrigerado sobre mi recalentada piel. Birdie se frotó una y otra vez contra mi pierna arqueando la espalda y ronroneando a modo de salutación. Le acaricié la cabeza, le di de comer y comprobé los mensajes recibidos. Alguien había colgado sin decir palabra.

Fui a la ducha. Mientras me enjabonaba una y otra vez rememoré mentalmente los acontecimientos del día. ¿Qué había logrado? Ahora conocía la residencia del maníaco de lencería de Julie; por lo menos suponía que se trataba de él puesto que era jueves. ¿Y eso qué significaba? Acaso no tuviese nada que ver con los crímenes.

Pero no lograba convencerme por completo. ¿Por qué? ¿Por qué pensaba que aquel tipo estaba implicado? ¿Por qué me creía en la obligación de perseguirlo? ¿Por qué temía por Gabby? A Julie nada le había sucedido.

Tras la ducha aún seguía nerviosa y sin poder dormir, por lo que saqué una loncha de queso Brie y un pedazo de tornme de chèvre de savoie del refrigerador y me serví un ginger ale. Me cubrí con un edredón y, tras tenderme en el sofá, pelé una naranja y me la comí con el queso. El televisor no logró atraer mi atención. De nuevo me centré en mi debate interior.

¿Por qué me había pasado cuatro horas en compañía de arañas y ratas para espiar a un tipo que disfrutaba viendo a las prostitutas en lencería? ¿Por qué no dejar que los polis llevaran el asunto?

Seguí meditando sobre ello. ¿Por qué no me había limitado a decir a Ryan lo que sabía y pedirle que persiguiera a aquel tipo?

Porque se trataba de una cuestión personal. Pero no del modo en que yo me lo había estado diciendo. No se trataba solamente de la amenaza sufrida en mi jardín, de un ataque contra mi seguridad o la de Gabby. Había algo más que me hacía obsesionarme por aquellos casos, algo más profundo y preocupante. Durante una hora, poco a poco, me vi obligada a reconocerlo.

Lo cierto era que últimamente me estaba asustando. Cada día veía de cerca a la muerte. Mujeres asesinadas por hombres y arrojadas a un río, un bosque o un vertedero, los huesos fracturados de alguna criatura descubiertos en una caja, una alcantarilla o una bolsa de plástico. Día tras días los limpiaba, los examinaba, los clasificaba, redactaba informes y prestaba declaraciones sobre ellos. Y, a veces, no sentía nada: aislamiento profesional, desinterés objetivo. Veía la muerte demasiado de cerca con excesiva frecuencia e intuía que estaba perdiendo el sentido de su significado. Sabía que no podía afligirme por el ser humano que había sido cada uno de aquellos cadáveres, que aquello vaciaría rápidamente mi reserva de emociones. Se imponía cierta dosis de aislamiento profesional a fin de realizar el trabajo, pero no hasta el extremo de renunciar a todo sentimiento.

Las muertes de aquellas mujeres habían despertado algo en mi interior. Me dolía su miedo, su dolor, su impotencia ante la locura. Sentía ira e indignación y la necesidad de desenmascarar al animal responsable de semejante carnicería. Sentía dolor por aquellas víctimas, y mi respuesta a su muerte era un modo de salvar mis sentimientos, mi propia humanidad y mi amor por la vida. Sentía, y estaba reconocida por ello.

Por consiguiente, se había convertido en algo personal y no me detendría. Por ello había merodeado por los jardines del monasterio, por los bosques y por los bares y callejuelas del Main. Convencería a Ryan para que siguiera aquella pista, descubriría al cliente de Julie y encontraría a Gabby. Tal vez todo ello estuviera relacionado. No importaba. De uno u otro modo saldría a la luz el hijo de perra responsable de aquel derramamiento de sangre femenina y contribuiría a encerrarlo para siempre.


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