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Capítulo 30

Me quedé helada de la cabeza a los pies. «¡Oh, Dios, Gabby! ¿En qué lío te has metido? ¿Dónde te encuentras?» Contemplé el desorden que me rodeaba. ¿Era el caos normal de Gabby o la consecuencia de una huida por causa del pánico?

Releí las notas inconclusas. ¿A quién estarían dirigidas? ¿A mí o a su perseguidor? Nunca podría perdonarse ¿qué? ¿Quién sería tan irritante? Observé el dibujo y de nuevo experimenté la misma sensación que ante la radiografía de Margaret Adkins. Premonición. ¡No, que no le sucediera nada a Gabby!

«¡Tranquilízate, Brennan! ¡Piensa!»

El teléfono. Llamé a casa de Gabby y a su despacho. En ambos lugares me respondió el contestador automático. ¡Bendita sea la era electrónica!

Piensa.

¿Dónde vivían sus padres? ¿En Trois-Riviéres 411? Sólo figuraba un Macaulay, un tal Neal. Me respondió la voz de una anciana que se expresaba en francés. «Me alegra tener noticias tuyas después de tanto tiempo. ¿Cómo estás?» No, no habían hablado con Gabriella desde hacía varias semanas. No, no era insólito. «¡Los jóvenes están tan ocupados! ¿Sucede algo malo?» Los tranquilizo y les prometo visitarlos en breve.

¿Y ahora qué? No conocía a ninguno de los actuales amigos de Gabby.

«¿Aviso a Ryan?»

«No, no es tu guardián. Y, de todos modos, ¿qué le dirías?»

«Tranquilízate. Piensa.» Me procuré una coca cola. ¿Reaccionaba exageradamente? Volví al cuarto de invitados y examiné de nuevo el dibujo. ¿Exageradamente? ¡Diablos, todo lo contrario! Busqué un número y llamé por teléfono.

– ¿Dígame?

– ¡Hola, John! Soy Tempe.

Me esforzaba porque mi voz sonara serena.

– ¡Dios! Dos llamadas en una semana. Reconócelo: no puedes vivir sin mí.

– Hace más de una semana.

– Todo lo que no sea un mes lo interpreto como una atracción irresistible. ¿Qué sucede?

– John, yo…

Advirtió mi voz temblorosa y cambió de talante, sustituyendo el desenfado por auténtica preocupación.

– ¿Sucede algo, Tempe? ¿De qué se trata?

– Son esos casos de que te hablé la semana pasada.

– ¿Qué ha ocurrido? Hice inmediatamente el perfil del tipo. Confío en que comprendan que ha sido por influencia tuya. ¿Han recibido mi informe?

– Sí. En realidad, tú has logrado que se decidan. Han formado una brigada de fuerzas. Esa parte funciona ya perfectamente.

No sabía a ciencia cierta cómo abordar el tema de mi preocupación por Gabby; no deseaba abusar de nuestra amistad.

– ¿Podría formularte más preguntas? Se trata de algo que me preocupa y que en realidad no sé…

– ¡Ni que decir tiene, Brennan! ¡Suéltalo de una vez!

¿Por dónde comenzar? Debería haber preparado una lista. Mi cabeza estaba como la habitación de Gabby, con pensamientos e imágenes confusamente diseminadas.

– Se trata de otra cosa.

– Sí, ya me lo has dicho.

– Supongo que estoy interesada por lo que vosotros llamáis delincuentes sexuales.

– De acuerdo.

– ¿Comprendería ello seguir a alguien y llamarlo pero no hacer nada abiertamente amenazador?

– Desde luego.

Comenzaría por el dibujo.

– La última vez me dijiste que los delincuentes sexuales suelen conservar recuerdos como casetes y dibujos.

– Así es.

– ¿Los hacen los delincuentes sexuales?

– ¿Hacer qué?

– Dibujos y otras cosas.

– Podrían hacerlos.

– ¿El contenido del dibujo sugeriría el nivel de violencia que son capaces de alcanzar?

– No necesariamente. Para algunos, el dibujo podría ser una válvula de escape, un modo de actuar sin implicarse realmente en la violencia. Para otros, acaso el detonador que la desencadenaría o una representación de lo que ya se ha hecho.

Magnífico.

– He encontrado el dibujo de una mujer con el vientre abierto y los intestinos extendidos a su alrededor. ¿Qué sugeriría?

– La Venus de Milo no tiene brazos; el soldado Joe no tiene pene. ¿Qué significa? ¿Arte? ¿Censura? ¿Desviación sexual? Anuncio incomprensible cuando se capta en el vacío.

Silencio. ¿Qué podía decirle?

– ¿Procedía el dibujo de la galería de Saint Jacques? -se interesó J. S.

– No. -Lo había encontrado en la basura de mi habitación de invitados-. Dijiste que los delincuentes sexuales suelen alcanzar progresivamente mayores niveles de violencia, ¿no es cierto?

– Sí. Al principio acaso sólo se dediquen a mirar o hacer llamadas telefónicas obscenas. Algunos se limitan a eso; otros, superan mayores desafíos: exhibicionismo, seguimiento, incluso allanamiento de morada. Y aun hay otros a quienes eso no les basta y pasan a las violaciones e incluso al asesinato.

– De modo que algunos sádicos sexuales acaso no sean violentos.

– De nuevo insistes en el tema de los sádicos sexuales. Pero como respuesta a tu pregunta te respondo afirmativamente. Algunos de esos tipos desarrollan sus fantasías de otros modos. Hay quienes utilizan objetos inanimados o animales o buscan compañeros tolerantes.

– ¿Compañeros tolerantes?

– Un compañero sumiso, alguien que le permita cuanto exija su fantasía. Subordinación, humillación, incluso dolor. Podría ser una esposa, una novia. A veces pagan por ello.

– ¿Una prostituta?

– Desde luego. La mayoría de las prostitutas interpretan papeles sin limitaciones.

– ¿Y ello puede desactivar tendencias violentas?

– Es posible, mientras ella esté de acuerdo. Lo mismo sucede con la esposa o la novia. Suele ocurrir que, cuando el compañero sumiso se harta, las cosas comienzan a ir mal. Ella ha sido su saco de entrenamiento y de pronto se rebela e incluso amenaza con divulgarlo. Entonces él se irrita, la mata y descubre que disfruta con ello. Hasta la próxima.

Había dicho algo que me preocupaba.

– Retrocedamos. ¿Qué clase de objetos inanimados?

– Pinturas, muñecas, ropas. En realidad, cualquier cosa. Conocí a un tipo que solía sacudir bestialmente a una muñeca hinchable de tamaño natural.

– Me repugna tener que preguntar.

– Se trataba de un odio muy arraigado contra los negros, los homosexuales y las mujeres. Disfruta cada vez que lo sacude.

– Desde luego.

Como música de fondo distinguía el Fantasma de la Ópera.

– Si un tipo obra de tal modo, hace dibujos o, por ejemplo, utiliza una muñeca, ¿significa eso que probablemente no matará?

– Tal vez, ¿pero quién sabe en realidad qué alterará su curva y lo impulsará más allá? Un día basta con un dibujo atrevido, pero al siguiente ya no.

– ¿Podría hacer ambas cosas?

– ¿Ambas qué?

– Oscilar de una conducta a otra. Matar a alguien y limitarse a perseguir y acosar a otras personas.

– Desde luego. En primer lugar el comportamiento de la víctima puede alterar la ecuación: sentirse insultado o rechazado por ella, que diga algo inoportuno o gire a la izquierda en lugar de a la derecha, y sin que ella siquiera se entere. No olvides que la mayoría de los asesinos en serie no conocían a sus víctimas. Pero esas mujeres son las protagonistas de su fantasía. O acaso vea a una mujer con un papel, y a otra le asigna uno distinto. Ama a su esposa y luego sale a matar. Escoge a una desconocida como presa y a otra como amiga.

– Así, pues ¿una vez que alguien comienza a asesinar puede volver a su anterior táctica menos violenta de vez en cuando?

– Es posible.

– ¿Y alguien que parece ser sólo un pelmazo puede llegar mucho más lejos?

– Sin duda alguna.

– Alguien que telefonea a una víctima, la sigue, le envía dibujos escabrosos ¿no es necesariamente inofensivo aunque mantenga la distancia?

– Te refieres a Saint Jacques, ¿no es cierto? ¿Era realmente así?

– ¿Te lo parece?

– Simplemente supuse que hablábamos de él. O de quienquiera que estéis persiguiendo.

«Abre la mente, despliega la fantasía…»

– John, esto… se ha vuelto algo personal.

– ¿Qué quieres decir?

Se lo expliqué todo. Le hablé de Gabby, de sus temores, de su huida. Y también de mi indignación y mis actuales alarmas.

– ¡Diablos, Brennan!, ¿cómo te metes en esas cosas? Verás, esto no me suena nada bien. Ese sujeto que molesta a Gabby es posible que se trate de Saint Jacques. Al igual que él, persigue a las mujeres, dibuja a mujeres destripadas, no tiene una sexualidad normal y lleva un cuchillo. Saint Jacques, o quienquiera que sea ese individuo, asesina a las mujeres y luego las acuchilla o desfigura. ¿Qué piensas de ello?

«Aparta tu rostro de la deslumbrante luz diurna…»

– ¿Cuándo reparó ella por vez primera en ese tipo? -inquirió J. S.

– No lo sé.

– ¿Antes o después de que se descubriera este asunto?

– Lo ignoro.

– ¿Qué sabes de él?

– Poca cosa. Frecuenta a las prostitutas, les paga por sus servicios y luego hace un numerito con lencería. Además lleva un cuchillo. La mayoría de las mujeres no quieren saber nada de él.

– ¿No te resulta extraño?

– Sí.

– Quiero que informes de este asunto a los compañeros con quienes trabajas, Tempe: que investiguen el caso. Dices que Gabby es imprevisible, por lo que tal vez no sea nada importante. Tal vez simplemente se haya largado. Pero es tu amiga, y tú has sido amenazada. Recuerda el cráneo, el tipo que te siguió en el coche.

– Quizá.

– Gabby se había alojado en tu casa y ha desaparecido. Eso merece una mirada.

– De acuerdo. Claudel saldrá inmediatamente a cazar al hombre del camisón.

– ¿Hombre del camisón? Llevas demasiado tiempo con policías.

Me interrumpí. ¿De dónde había sacado aquello? Desde luego, se trataba del hombre del maniquí.

– Tenemos un elemento que irrumpe en las casas, hace un fardo con lencería, lo apuñala y luego se marcha. Hace años que sigue esa pauta: lo llaman el hombre maniquí.

– Si hace años que obra así no será tan maniquí.

– No, no es eso. Se trata de lo que hace con la lencería, es como un maniquí.

Sinapsis. O una muñeca.

«Tócame, pálpame…»

J. S. dijo algo, pero mi mente funcionaba a toda velocidad. Maniquí, lencería, cuchillo… Una prostituta llamada Julie que sigue el juego con un camisón. El dibujo de una mujer eviscerada con las palabras «no me cortarás». Artículos de noticias descubiertos en una habitación de la rue Berger, uno referente a un allanamiento de morada y un maniquí con camisón y la aparición de mi foto, pegada y marcada con una equis. Un cráneo ensartado que sonreía desde mis arbustos. El rostro de Gabby en la pesadilla de las cuatro de la mañana. Un dormitorio caótico.

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