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– Oye, que a tu hermana pequeña le está yendo muy bien por su cuenta, gracias -contestó Holly, observando cómo el mar se estrellaba con violencia contra las rocas y los rociones de espuma besaban la Luna.

Se sentaron a cenar y a Holly se le hizo la boca agua ante el espléndido festín. -Hoy he recibido un e-mail de Ciara -anunció Declan.

Todos exclamaron con entusiasmo.

– Ha enviado esta foto -agregó pasando la fotografía que había impreso. Holly sonrió al ver a su hermana tendida en la playa, celebrando la No chebuena con una barbacoa en compañía de Mathew. Tenía el pelo rubio y la piel bronceada y ambos parecían muy felices. Contempló un rato la imagen, sintiéndose orgullosa de que su hermana hubiese encontrado su lugar. Después de recorrer el mundo buscando sin tregua, todo indicaba que Ciara por fin había encontrado la dicha. Holly confió en que tarde o temprano a ella le sucediera lo mismo. Pasó la foto a Jack, que sonrió al mirarla.

– Han dicho que hoy quizá nevará -anunció Holly, sirviéndose otra ración de asado. Ya había tenido que desabrocharse el botón del pantalón, pero al fin y al cabo era Navidad, época de regalos y… festines…

– No, no nevará -repuso Richard, chupando un hueso-. Hace demasiado frío.

Holly puso ceño y preguntó:

– Richard, ¿cómo puede hacer demasiado frío para que nieve?

Richard se lamió los dedos y los limpió con la servilleta que llevaba sujeta al cuello, y Holly contuvo la risa al darse cuenta de que se había puesto un chaleco de lana con el dibujo de un gran árbol de Navidad.

– Tiene que hacer menos frío para que nieve -insistió. Holly rió.

– Richard, en la Antártida están a menos un millón y sin embargo nieva. Y eso no es poco frío.

Abbey también se echó a reír. Luego dijo con toda naturalidad: -Así es como funciona.

– Lo que tú digas -concedió Holly, poniendo los ojos en blanco.

– En realidad Richard tiene razón -terció Jack al cabo de un rato, y todos dejaron de masticar para mirarlo. Aquélla no era una frase que oyeran con frecuencia. Jack se puso a explicar por qué nevaba y Richard le echó una mano con los detalles científicos. Ambos intercambiaron sonrisas y se mostraron muy satisfechos de su condición de sabelotodo. Abbey arqueó las cejas al cruzar con Holly una mirada secreta de asombro.

– ¿Quieres un poco de verdura con la salsa, papá? -preguntó Declan, ofreciéndole con seriedad impostada un cuenco de brócoli.

Todos miraron el plato de Frank y rieron. Una vez más, era un aut¿núco mar de salsa.

– Ja, ja-se mofó Frank, cogiendo el cuenco que le ofrecía su hijo-. De todos modos vivimos demasiado cerca del mar para conseguirla -agregó.

– ¿Conseguir qué? ¿Salsa? -bromeó Holly, y los demás rieron de nuevo.

– Nieve, tonta-dijo Frank, cogiéndole la nariz como solía hacer cuando era niña.

– Bueno, pues yo apuesto un millón de libras a que hoy nieva -insistió Declan, mirando desafiante a sus hermanos.

– Muy bien, pero más vale que empieces a ahorrar, Declan, porque si tus hermanos dicen que no, es que no -bromeó Holly.

– Pues ya estáis pagando, chicos. -Declan se frotó las manos con avaricia, señalando hacia la ventana con el mentón.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Holly, levantándose de golpe de la silla ¡Está nevando!

– Menuda teoría la nuestra -dijo Jack a Richard, y ambos se echaron a reír mientras miraban los copos blancos que caían del cielo.

Todos abandonaron la mesa, se pusieron los abrigos y salieron afuera, excitados como niños. Al fin y al cabo, eran exactamente eso. Holly echó un vistazo a los demás jardines de la calle y comprobó que las familias de todas las casas habían salido a ver la nevada.

Elizabeth rodeó los hombros de su hija y la estrechó con fuerza.

– Vaya, parece que Denise tendrá unas navidades blancas para su boda -dijo sonriente.

El corazón de Holly latió con fuerza al pensar en la boda de Denise. Dentro de muy pocos días tendría que enfrentarse a Daniel. Su madre le preguntó en voz baja, como si le hubiese leído el pensamiento:

– ¿Ya has pensado que vas a decirle a Daniel?

Holly alzó la mirada hacia los brillantes copos de nieve que caían del negro cielo estrellado. Fue un instante mágico y justo entonces tomó su decisión final.

– Sí. -Sonrió, y exhaló un hondo suspiro.

– Bien. -Elizabeth la besó en la mejilla-. Y recuerda, Dios te guía y te acompaña.

Holle sonrió.

– Más vale que así sea, porque voy a necesitarlo mucho durante un tiempo.

– ¡Sharon, no cojas esa maleta, pesa demasiado! -gritó John a su esposa y Sharon dejó caer la bolsa, enojada.

– John, no soy una inválida. ¡Estoy embarazada! -le espetó Sharon, mientras John se alejaba hecho una furia.

Holly cerró el maletero con estrépito. Estaba harta de las rabietas de John y Sharon; los había oído discutir en el coche todo el trayecto hasta Wicklow. Ahora sólo tenía ganas de entrar en el hotel y que la dejaran descansar en paz y tranquilidad. También empezaba a temer un poco a Sharon, su nivel de voz había subido considerablemente en las dos últimas horas y daba la impresión de estar a punto de estallar. En realidad, viendo el tamaño de su vientre de embarazada, Holly temía que en efecto estallaría y no quería estar presente cuando eso sucediera.

Holly cogió su bolsa y echó un vistazo al hotel, que más bien era un castillo. Era el lugar que Tom y Denise habían elegido para celebrar su boda de Año Nuevo y no podían haber encontrado un entorno más bello. El edificio estaba cubierto de hiedra verde que trepaba por sus viejos muros y una fuente enorme presidía el patio delantero. Varias hectáreas de exuberantes jardines perfectamente cuidados se extendían alrededor del hotel. Así pues, Denise no iba a tener un decorado de navidades blancas para su boda, ya que la nieve no había cuajado. Aun así, la nevada fue un hermoso momento que compartir con su familia el día de Navidad y había conseguido levantarle un poco el ánimo. Ahora sólo quería encontrar su habitación y mimarse. Ni siquiera estaba segura de que el vestido de dama de honor aún le sentara bien después de la comilona navideña, pero no iba a comunicar a Denise sus temores va que probablemente le daría un infarto. Quizá no resultaría tan complicado, hacer unos arreglillos…

Tampoco osaba decirle a Sharon que estaba preocupada por eso. depués de haberla oído gritar que ni siquiera le cabía la ropa que se había probado el día anterior, por no hablar de un vestido que había comprado meses atrás.

Holly arrastraba su maleta por el patio adoquinado cuando de repente salió despedida hacia delante. Alguien había tropezado con su equipaje.

– Perdón -oyó decir a una voz cantarina, y se volvió enojada para ver quién había estado a punto de romperle el cuello. Se quedó mirando a una rubia muy alta que bamboleaba las caderas mientras se dirigía a la entrada del hotel. Holly frunció el entrecejo, aquellos andares le resultaban familiares. Sabía que aquella mujer le sonaba de algo, pero… Oh, oh.

Laura.

«¡Oh, no -pensó horrorizada-. Al final Tom y Denise han invitado a Laura!» Tenía que encontrar a Daniel enseguida y advertirle. Seguro que se llevaría un disgusto cuando se enterara de que la habían invitado. Y de paso, si el momento era oportuno, concluiría la charla que tenía pendiente con él. I:so si aún quería dirigirle la palabra; al fin y al cabo había transcurrido casi un mes desde la última vez que habían hablado. Cruzó los dedos con fuerza en la espalda y se encaminó presurosa hacia la recepción.

La recibió un tumulto.

La zona de recepción estaba atestada de maletas y gente enojada. Holly reconoció al instante la voz de Denise por encima del barullo.

– ¡Escuche, no me importa que haya cometido un error! ¡Arréglelo! ¡Reservé cincuenta habitaciones hace meses para los invitados a mi boda! ¿Me ha oído bien? ¡Mi boda! Así que ahora no pienso mandar a diez de ellos a una pensión barata de la carretera. ¡Soluciónelo!

Un recepcionista con cara de espanto tragó saliva, asintió enérgicamente y trató de explicar la situación.

Denise levantó la mano hasta su cara.

– ¡No quiero oír más excusas! ¡Limítese a conseguir diez habitaciones más para mis invitados!

Holly localizó a Tom, que parecía perplejo, y fue a su encuentro. -¡Tom! -

Se abrió paso a codazos entre la multitud.

– Hola, Holly-dijo Tom con aire distraído.

– ¿En qué habitación está Daniel? -preguntó de inmediato.

– ¿Daniel? -repitió Tom, confuso.

– ¡Sí, Daniel! El padrino… Es decir, tu padrino -corrigió.

– Ah, pues no lo sé, Holly -dijo Tom, volviéndose para agarrar por la solapa a un empleado del hotel.

Holly dio un salto para situarse delante de él e impedirle ver al empleado.

– ¡Tom, necesito saberlo enseguida! -suplicó horrorizada.

– Mira, Holly, de verdad que no lo sé. Pregunta a Denise -masculló, y echó a correr por el pasillo para alcanzar al empleado.

Holly miró a Denise y tragó saliva. Denise parecía una posesa, y no tenía intención de preguntarle nada en aquel estado. Se puso al final de la cola de invitados y veinte minutos después, tras colarse un par de veces, llegó al mostrador.

– Hola, quisiera saber en qué habitación se aloja el señor Daniel Connelly, por favor -preguntó enseguida.

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