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– En fin, estás mucho mejor sin ellos -aseguró Sharon.

– Hola, chicas -saludó Denise, acercándose en su colchoneta.

– ¡Oye! ¿Dónde te habías metido? -preguntó Holly.

– Ah, estaba charlando con un tipo de Miami. Muy majo, por cierto. -¿Miami? Ahí es donde fue Daniel de vacaciones -dijo Holly, sumergiendo los dedos en el agua azul claro.

– Hummm… -terció Sharon-. Daniel sí que es majo, ¿verdad?

– Sí, es muy agradable -convino Holly-. Da gusto hablar con él. -Tom me contó que lo pasó muy mal no hace mucho -dijo Denise, volviéndose para ponerse panza arriba.

Sharon aguzó el oído al detectar un posible cotilleo. -¿Y eso?

– Creo que iba a casarse con su novia y resultó que la muy zorra se acostaba con otro. Por eso se mudó a Dublín y compró el pub, para alejarse de ella.

– Ya lo sabía, es espantoso, ¿no? -dijo Holly, apenada.

– ¿Por qué, dónde vivía antes? -preguntó Sharon.

– En Galway. Era encargado de un pub de allí -explicó Holly.

– Vaya -dijo Sharon, sorprendida-. No tiene acento de Galway.

– Bueno, se crió en Dublín y se alistó en el ejército, luego lo dejó y se mudó a Galway, donde su familia tenía un pub; después conoció a Laura, estuvieron juntos siete años y se prometieron en matrimonio, pero ella le ponía los cuernos, así que rompieron y él regresó a Dublín y compró el Hogan's…

– Holly se quedó sin aliento.

– Ya veo que apenas sabes nada sobre su vida -se burló Denise. -Mira, si tú y Tom nos hubieseis prestado un poquito más de atención la otra noche en el pub ahora tal vez no sabría tantas cosas sobre él -replicó Holly con buen humor.

Denise exhaló un hondo suspiro.

Jesús, cuánto echo de menos a Tom -susurró apenada.

– ¿Ya se lo has dicho a ese tipo de Miami? -Sharon sonrió.

– No, sólo estábamos, charlando -aseguró Denise a la defensiva-. A decir verdad, no me interesa radie más. Es muy extraño, es como si ni siquiera pudiera ver a los demás hombres. Me refiero a que ni siquiera me fijo en ellos. Y dado que estamos rodeadas por cientos de tíos medio desnudos, creo que eso es decir mucho.

– He oído que a eso lo llaman amor, Denise -contestó Sharon, esbozando una sonrisa.

– Bueno, sea lo que sea, nunca había sentido nada parecido.

– Es una sensación estupenda -agregó Holly.

Guardaron silencio un rato, sumidas en sus pensamientos, dejándose acunar por el suave balanceo de las olas.

– ¡Joder! -exclamó Denise de repente, asustando a las otras dos-. ¡Mirad qué lejos estamos!

Holly se incorporó de inmediato y miró alrededor. Estaban tan alejadas de la orilla que la gente de la playa parecían hormiguitas.

– ¡Mierda! -exclamó Sharon asustada, y Holly comprendió que tenían un problema.

– ¡Todas a nadar, deprisa! -gritó Denise, y las tres se tumbaron boca abajo y comenzaron a remar con todas sus fuerzas. Al cabo de unos minutos, se dieron por vencidas. Estaban agotadas. Para su horror, constataron que estaban aún más lejos que antes.

De nada servía remar, la corriente era demasiado intensa y las olas demasiado altas.

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