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Cuerpos jóvenes y bronceados se agrupaban en las mesas exteriores, paseando con seguridad por la calle e impregnando el aire de olor a crema solar de coco. Al ver el promedio de edad de la concurrencia, Holly se sintió vieja.

– Bueno, podemos ir a un bar a tomar una copa, si quieres -dijo Holiy con escaso entusiasmo, observando a unos jovencitos que bailaban en la calle. Denise se detuvo y recorrió los bares con la mirada para elegir uno.

– Hola, preciosa. -Un hombre muy atractivo se paró ante Denise y sonrió para mostrar sus impecables dientes blancos. Hablaba con acento inglés-. ¿Te vienes a tomar algo conmigo? -propuso indicando un bar.

Denise contempló al hombre un momento, sumida en sus pensamientos. Sharon y Holly sonrieron con complicidad al constatar que, después de todo, Denise no se acostaría temprano. De hecho, conociéndola, quizá no se acostaría en toda la noche.

Finalmente Denise salió de su trance.

– No, gracias, ¡tengo novio y le quiero! -anunció orgullosa-. ¡Vámonos, chicas! -dijo a Holly y Sharon, dirigiéndose hacia el hotel.

Las dos permanecieron inmóviles en medio de la calle, atónitas. Tuvieron que correr para alcanzarla.

– ¿Qué hacíais ahí boquiabiertas? -inquirió Denise con picardía.

– ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga devoradora de hombres? -preguntó Sharon a su vez, muy impresionada.

– Vale. -Denise levantó las manos y sonrió-. Puede que quedarse soltera no sea tan bueno como lo pintan.

– Desde luego que no», se dijo Holly. Bajó la mirada y fue dando patadas a una piedra por el camino mientras volvían al apartamento.

– Te felicito, Denise -dijo Sharon, cogiendo a su amiga por la cintura. Se produjo un silencio un tanto incómodo y Holly oyó la música que iba alejándose lentamente, dejando sólo el ritmo sordo del bajo en la distancia. -Esa calle me ha hecho sentir vieja -dijo Sharon de pronto.

– ¡A mí también! -convino Denise con expresión de asombro-. ¿Desde cuándo sale de copas la gente tan joven?

Sharon se echó a reír.

– Denise, no es que la gente sea más joven, somos nosotras las que nos hacemos mayores.

Denise meditó un instante y luego dijo:

– Bueno, tampoco es que seamos viejas, por el amor de Dios. Aún no nos ha llegado el momento de colgar las zapatillas de baile y coger el bastón. Podríamos pasar toda la noche de parranda si nos apeteciera, es sólo que… estamos cansadas. Hemos tenido un día muy largo… Oh, Dios, parezco una anciana. Denise se quedó sola divagando, puesto que Sharon estaba pendiente de Holly que, cabizbaja, seguía dando patadas a la misma piedra por el camino.

– Holly, ¿estás bien? Hace rato que no abres la boca.

Sharon estaba preocupada.

– Sí, sólo estaba pensando -susurró Holly sin levantar la cabeza.

– ¿Pensando en qué? -preguntó Sharon en voz baja.

Holly levantó la cabeza de golpe y respondió: -En Gerry. Estaba pensando en Gerry.

– Bajemos a la playa -propuso Denise, y se quitaron los zapatos para hundir los pies en la arena fría.

El cielo estaba despejado y se veía negro azabache. Un millón de estrellas titilaba en el firmamento como si alguien hubiese arrojado purpurina sobre un inmenso telón negro. La luna llena descansaba apoyada en el horizonte, reflejando su luz en el agua y mostrando la frontera entre el cielo y el mar. Las tres se sentaron en la orilla. El agua chapaleaba a sus pies, serenándolas, relajándolas. El aire tibio mezclado con una brisa fresca pasó rozando a Holly poniéndole el vello de punta. Cerró los ojos y respiró hondo para llenar los pulmones de aire fresco.

– Por eso te hizo venir aquí, ¿sabes? erijo Sharon, observando cómo se relajaba su amiga.

Holly mantuvo los ojos cerrados y sonrió.

– Hablas muy poco de él, Holly -añadió Denise con voz serena mientras con el dedo hacía dibujos en la arena.

Holly abrió los ojos lentamente. Su voz sonó baja pero afectuosa y aterciopelada.

– Ya lo sé.

Denise levantó la vista de los círculos dibujados en la arena. -¿Por qué?

La mirada de Holly se perdió en la negrura del mar.

– No sé cómo hacerlo. -Vaciló un momento-. Nunca sé si decir «Gerry era» o «Gerry es». No sé si estar triste o contenta cuando hablo de él con otras personas. Creo que si estoy contenta, ciertas personas me juzgan y esperan que me eche a llorar. Y si me pongo triste al hablar de él la gente se incomoda. -Siguió contemplando el mar oscuro que brillaba a lo lejos bajo la Luna y, cuando volvió a hablar, lo hizo en voz aún más baja-. En una conversación no puedo reírme de él como hacía antes porque resulta feo. No puedo hablar sobre las cosas que me contó en confianza porque no quiero revelar sus secretos, ya que por algo eran sus secretos. La verdad es que no sé cómo referirme a su recuerdo cuando charlamos. Y eso no significa que no me acuerde de él aquí -dijo dándose unos golpecitos en la sien.

Las tres amigas estaban sentadas en la arena con las piernas cruzadas. John y yo hablamos de Gerry continuamente. -Sharon miró a Holly con los ojos brillantes-. Comentamos las ocasiones en que nos hizo reír, que fueron muchas. -Las tres rieron al recordarlo-. Incluso hablamos de las veces en que nos peleamos. Cosas que nos gustaban de él y cosas que realmente nos fastidiaban -prosiguió Sharon-. Porque para nosotros Gerry era así. No todo era bueno. Lo recordamos todo de él, y no hay absolutamente nada de malo en ello. Tras unos segundos de silencio, Denise dijo con voz temblorosa: -Ojalá mi Tom hubiese conocido a Gerry.

Holly la miró sorprendida.

– Gerry también era mi amigo -dijo Denise con los ojos llenos de lágrimas-. Y Tom ni siquiera lo conoció. Así que a menudo le cuento cosas sobre Gerry para que sepa que, no hace mucho, uno de los hombres más buenos de este planeta era mi amigo, y que pienso que todo el mundo debería haberle conocido. -El labio le tembló y se lo mordió con fuerza-. Me cuesta creer que alguien a quien quiero tanto y que lo sabe todo sobre mí no conozca a un amigo a quien quise durante más de diez años.

Una lágrima rodó por la mejilla de Holly, que se acercó a Denise y la abrazó. -Pues entonces, Denise, tendremos que seguir contándole cosas de Gerry a Tom, ¿verdad?

A la mañana siguiente no se molestaron en acudir a la reunión con la responsable de las vacaciones, puesto que no tenían intención de apuntarse a ninguna excursión ni de participar en ninguna estúpida competición deportiva. En su lugar, se levantaron temprano y participaron en el baile de la tumbona, corriendo alrededor de la piscina para arrojar las toallas con la intención de asegurarse un sitio para la jornada. Por desgracia, no consiguieron madrugar lo suficiente. («¿Es que nunca duermen estos malditos alemanes?», soltó Sharon.) Finalmente, después de que Sharon apartara a hurtadillas unas cuantas toallas de tumbonas que nadie vigilaba, consiguieron tres tumbonas contiguas.

Justo cuando Holly se estaba quedando dormida oyó unos gritos ensordecedores y vio que la multitud corría junto a ella. Por alguna inexplicable razón, a Gary, uno de los empleados del operador turístico, se le había ocurrido que sería muy divertido vestirse de drag queen y que Victoria lo persiguiera alrededor de la piscina. Toda la gente de la piscina los alentaba a gritos mientras las chicas ponían los ojos en blanco. Al final Victoria alcanzó a Gary y ambos se las ingeniaron para caer juntos al agua con gran estrépito.

Todo el mundo aplaudió.

Poco después, mientras Holly nadaba tranquilamente, una mujer anunció a través de un micrófono inalámbrico que llevaba colgado de la cabeza que dentro de cinco minutos iba a dar comienzo la sesión de aeróbic acuático. Victoria y Gary, con la inestimable cooperación de la Brigada Barbie, fueron de tumbona en tumbona obligando a todo el mundo a levantarse para participar. -¡A ver cuándo dejáis de incordiar! -oyó Holly que Sharon gritaba a un miembro de la Brigada Barbie que pretendía tirarla a la piscina. Holly no tardó en verse obligada a salir del agua ante la llegada de un rebaño de hipopótamos que se disponía a zambullirse para su sesión de aeróbic acuático. Las tres amigas permanecieron sentadas durante una interminable sesión de media hora de aeróbic acuático, mientras la instructora dirigía los movimientos a voz en grito por megafonía. Cuando por fin terminó, anunciaron que estaba a punto de comenzar el torneo de waterpolo. Así pues las chicas se pusieron de pie de inmediato y se dirigieron a la playa en busca de paz y tranquilidad.

– ¿Has vuelto a tener noticias de los padres de Gerry Holly? -preguntó Sharon. Ambas estaban tumbadas en sendas colchonetas hinchables, flotando a la deriva cerca de la orilla.

– Sí, me mandan una postal cada tantas semanas para decirme dónde están y cómo les va.

– ¿Todavía están en ese crucero?

– Sí.

– ¿Los echas de menos?

– Si quieres que te diga la verdad, me parece que ya no me consideran parte de su vida. Su hijo se ha ido y no tienen nietos, así que no creo que sientan que seguimos siendo familia.

– No digas tonterías, Holly. Estabas casada con su hijo y eso te convierte en su nuera. Es un vínculo muy fuerte.

– Qué quieres que te diga -musitó Holly-. Me parece que con eso no les basta.

– Son un poco reticentes, ¿verdad?

– Sí, mucho. No soportaban que Gerry y yo viviéramos «en pecado», como solían decir. Se morían de ganas de que nos casáramos. ¡Y luego todavía fue peor! Nunca comprendieron que no quisiera cambiarme el apellido.

– Es verdad. Ya me acuerdo -dijo Sharon-. Su madre me estuvo dando la lata con eso el día de la boda. Decía que la mujer tenía el deber de cambiarse el apellido como señal de respeto al marido. ¿Te imaginas? ¡Qué cara! Holly se echó a reír.

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