– Hacía tiempo que estas mesas no veían el sol -dijo la camarera alegremente cuando vio llegar a Holly.
– Sí, hace un día precioso -convino Holly, y ambas alzaron la mirada hacia el cielo azul. Resultaba curioso constatar hasta qué punto en Irlanda el buen tiempo se convertía siempre en el tema de conversación del día. Era tan infrecuente que, cuando por fin llegaba, todo el mundo lo vivía como una bendición.
– ¿Quieres sentarte aquí fuera, guapa?
– Pues sí, así lo aprovecharé al máximo. Dudo mucho que dure más de una hora. -Holly sonrió y tomó asiento.
– Deberías ser más positiva, chica -le aconsejó la camarera mientras acababa su tarea-. Ya está, ahora te traigo el menú -dijo, y se volvió para dirigirse al café.
– No, no hace falta-la avisó Holly, levantando la voz-. Ya sé qué quiero. Tomaré el desayuno irlandés.
– Muy bien, guapa. -La camarera sonrió y pareció sorprenderse al ver el montón de diarios encima de la mesa-. ¿Estás pensando en abrir tu propio quiosco? -preguntó, y chasqueó la lengua.
Holly bajó la vista y rió al ver el Arab Leader encima de la pila. Había cogido todos y cada uno de los periódicos sin fijarse en cuáles eran. Dudaba mucho que el Arab Leader publicara algún artículo sobre el documental.
– Bueno, si quieres que te diga la verdad, guapa -añadió la camarera, limpiando la mesa contigua a la de Holly-, nos harías un favor a todos si obligaras a cerrar a ese miserable cabrón.
Lanzó una mirada iracunda a la tienda de la acera de enfrente. Holly aún reía cuando la mujer entró en el café.
Holly se quedó un rato sin hacer más que ver la vida pasar. Le encantaba pescar retazos de las conversaciones, era como husmear a escondidas en las vidas de los demás. Lo pasaba en grande imaginando cómo se ganaban la vida, adónde se dirigían tan apresurados, dónde vivían, si eran casados o solteros… Ella y Sharon compartían esta afición y les gustaba mucho practicarla en el Café Bewley's de Grafton Street, ya que era el mejor sitio para ver gente variopinta.
En esas ocasiones creaban pequeños guiones para matar el rato, aunque últimamente Holly quizás estaba empezando a hacerlo con demasiada frecuencia. Una demostración más de que tenía la mente absorta en las vidas ajenas en vez de centrada en la suya. Por ejemplo, la nueva historia que estaba inventando sobre el hombre que en aquel momento se acercaba por la acera cogido de la mano de su esposa. Holly decidió que nadie sabía que era gay, y que el hombre que iba a cruzarse con ellos era su amante. Observó sus rostros mientras se aproximaban, preguntándose si se atreverían a mirarse a los ojos. Hicieron mucho más que eso, y ella tuvo que reprimir la risa cuando los tres se detuvieron delante de su mesa.
– Disculpe. ¿Podrían decirme qué hora es? -preguntó el amante al gay encubierto y su esposa.
– Sí, son las diez y cuarto -le contestó el gay encubierto, mirando su reloj. -Muchas gracias -dijo el amante, tocándole el brazo antes de seguir su camino.
Para Holly, estaba más claro que el agua que aquellos hombres habían empleado un código secreto para acordar una cita. Siguió observando a los peatones, hasta que finalmente se aburrió y decidió vivir su propia vida para variar.
Pasó las páginas de los tabloides y encontró un artículo breve en la sección de críticas que le llamó la atención:
LAS CHICAS Y LA CIUDAD», GRAN ÉXITO DE AUDIENCIA
por Tracey Coleman
A todos aquellos de ustedes que tuvieron la mala suerte de perderse el desternillante documental de televisión «Las chicas y la ciudad» emitido el miércoles pasado, les digo: no desesperen, pues no tardaremos en volver a tenerlo en nuestras pantallas.
Este divertidísimo documental, dirigido por el irlandés Declan Kennedy, sigue a cinco chicas de Dublín que salen de copas en su ciudad. Las chicas destapan el misterioso mundo de la vida de los famosos en Boudoir, el club de moda, y nos proporcionan treinta minutos para partirnos de risa. El programa demostró ser un éxito cuando se emitió por primera vez en Channel 4 el pasado miércoles, dado que los últimos índices de audiencia revelaron que cuatro millones de personas lo sintonizaron en el Reino Unido. La próxima emisión será el domingo a las once de la noche en Channel 4. Esto es televisión de la buena. ¡No se lo pierdan!
Holly procuró mantener la calma mientras leía el artículo. Sin duda, era una noticia magnífica para Declan, aunque desastrosa para ella. Bastante malo había sido ya que emitieran el documental una vez; sólo le faltaba que ahora lo repitieran. Desde luego se haría necesario mantener una charla seria con Declan. La otra noche, apenas lo había reprendido porque lo vio muy entusiasmado y no quería montar una escena, pero a estas alturas ya tenía bastantes problemas entre manos como para encima tener que preocuparse de aquello.
Siguió ojeando los diarios y comprendió por qué se había alarmado tanto Sharon. Todos los tabloides sin excepción publicaban un artículo sobre el documental y en uno de ellos aparecía una fotografía de ellas tres unos años atrás. Cómo la habían conseguido era un misterio. Gracias a Dios, los periódicos serios contenían algunas noticias importantes, pues de lo contrario Holly se habría preocupado por la marcha del mundo. Sin embargo, no acababa de gustarle el uso de palabras como «enloquecidas» o «borrachas», ni tampoco la explicación que daba un articulista sobre lo «bien dispuestas» que estaban. ¿Qué diablos insinuaba?
Por fin llegó el desayuno y Holly se quedó mirándolo, pasmada, preguntándose si sería capaz de engullir todo aquello.
– Con esto engordarás un poco, guapa -dijo la señora rolliza al dejar el plato en la mesa-. Te falta un poco de carne en los huesos, estás demasiado flacucha -le advirtió antes de retirarse caminando como un pato.
Holly agradeció el cumplido.
En el plato había salchichas, tocino, huevos, patatas y cebollas doradas en sartén, pudín, alubias, champiñones, tomates y cinco tostadas. Abochornada, Holly miró alrededor, esperando que nadie pensara que era una glotona de tomo y lomo. Vío que el adolescente tan plasta se acercaba otra vez con su pandilla de amigos, por lo que cogió el plato y entró a toda prisa en el café. No había tenido mucho apetito últimamente, pero por fin estaba hambrienta y no iba a permitir que un adolescente estúpido y lleno de granos le arruinara el festín.
Debía de haber permanecido en la cafetería Greasy Spoon mucho más tiempo del que pensaba porque cuando llegó a casa de sus padres, en Portmarnock, ya eran casi las dos. Contra el pronóstico de Holly, el tiempo no había empeorado y el sol seguía luciendo en lo alto del cielo azul. Contempló la atestada playa de delante de la casa y le costó distinguir dónde acababa el mar y comenzaba el cielo. Los autobuses descargaban pasajeros sin cesar al otro lado de la calle y un agradable aroma a loción bronceadora flotaba en el aire. Por la zona de hierba vagaban pandillas de adolescentes provistos de reproductores de CD a un volumen atronador con los últimos éxitos. Los sonidos y los olores devolvieron a Holly los recuerdos felices de su infancia.
Llamó al timbre por cuarta vez sin que nadie le abriera. Sabía que había alguien en casa, puesto que las ventanas de los dormitorios de arriba estaban abiertas de par en par. Sus padres siempre las cerraban cuando salían de casa, y más aún con una multitud de desconocidos deambulando por el vecindario. Avanzó por el césped hasta la ventana del salón y pegó la cara al cristal para ver si había algún signo de vida. justo cuando estaba a punto de darse por vencida y bajar a dar un paseo por la playa oyó una discusión a gritos entre Declan y Ciara. -
¡CIARA, ABRE LA MALDITA PUERTA!
– ¡TE HE DICHO QUE NO! ¡ESTOY OCUPADA!
Holly volvió a llamar al timbre para añadir leña al fuego. -¡DECLAN! -Aquél fue un grito espeluznante. -¡ÁBRELA TÚ, PEREZOSA!
– ¡jA! ¿QUE YO SOY PEREZOSA? Holly sacó el móvil y llamó a la casa.
– ¡CIARA, CONTESTA AL TELÉFONO! -¡NO!
– Oh, por el amor de Dios -rogó Holly en voz alta antes de colgar. Marcó el número del móvil de Declan.
– ¿Sí?
– Declan, abre la maldita puerta de una puta vez o la derribo de una patada -ordenó Holly.
– Oh, lo siento, Holly, creía que había abierto Ciara -mintió.
Declan abrió la puerta en calzoncillos y Holly entró hecha una furia. -¡Jesús! Espero que no montéis este número cada vez que suena el timbre. Declan se encogió de hombros sin comprometerse.
– Papá y mamá han salido -dijo dirigiéndose hacia la escalera. -Eh, ¿adónde crees que vas?
– Vuelvo a la cama.
– Te equivocas -dijo Holly con voz serena-. Vas a sentarte aquí conmigo y vamos a tener una larga charla sobre «Las chicas y la ciudad».
– No -replicó Declan-. ¿Tiene que ser ahora? Estoy muy cansado. Se frotó los ojos con los puños. Holly no se apiadó.
– Declan, son las dos de la tarde. ¿Cómo es posible que aún estés cansado? -Porque sólo hace unas horas que he vuelto a casa -contestó Declan descaradamente, guiñándole un ojo. Ahora sí que Holly no sintió la más mínima compasión, estaba simple y llanamente celosa.
– ¡Siéntate! -le ordenó, señalando el sofá.
Declan arrastró su agotado cuerpo hasta el sofá. Se desplomó y se tendió ocupándolo por entero, sin dejarle sitio a Holly. Ésta puso los ojos en blanco y acercó el sillón de su padre hacia el sofá de Declan.
– Es como si estuviera en el loquero. -Declan se echó a reír, cruzando los brazos debajo de la cabeza y levantando la vista hacia ella desde el sofá.
– Estupendo, porque pienso ametrallarte los sesos.
Declan volvió a quejarse.
– Venga, Holly, ¿es necesario? Ya hablamos sobre esto la otra noche.
– ¿De verdad creíste que aquello era todo lo que tenía que decir? «Ay, lo siento, Declan, pero no me ha gustado la manera en que nos has humillado públicamente a mí y a mis amigas, ¿nos vemos la semana que viene?»