Lo que no había en Cuernavaca era un solo delator.
Laura se preguntaba en cuál de todas estas categorías cabría el hombre pequeño, calvo, flaco, mal vestido, enfermo de enfisema pulmonar, plagado de contradicciones, al cual ella llegó a amar con un amor distinto del que había sentido por los otros hombres, por Orlando, por Juan Francisco, y sobre todo por Jorge Maura.
Contradicciones: Harry se estaba muriendo de enfisema pero no dejaba de fumar cuatro cajetillas diarias porque decía que las necesitaba para escribir, era un hábito insuperable, sólo que no escribía nada y seguía fumando, mientras miraba con una especie de pasión resignada los grandes atardeceres del valle de Morelos cuando el perfume del laurel de Indias vencía la respiración extinta de Harry Jaffe.
Respiraba con dificultad y el aire del valle invadía sus pulmones, destruyéndolos: el oxígeno ya no le cabía en la sangre, pero un día su propia respiración, el aire de un hombre llamado Harry Jaffe, se le escaparía de los pulmones como se escapa el agua de un caño averiado y le invadiría la garganta hasta sofocarlo con lo mismo que necesitaba: aire.
– Si escuchas con atención -esbozaba una mueca el enfermo- puedes oír el rumor de mis pulmones, como el snap-crac-kle-pop de los cereales…, soy una taza de Rice Krispies -reía con dificultad-, soy el desayuno de los campeones.
Contradicciones: ¿él cree que ellos no saben y ellos saben pero no lo dicen?, ¿él sabe que ellos saben y ellos creen que él no lo sabe?
– ¿Cómo escribirías sobre ti mismo, Harry?
– Tendría que contar la historia con palabras que detesto.
– ¿La historia o tu historia?
– Hay que olvidar las historias personales para que aparezca la historia verdadera.
– ¿Y no es «la historia verdadera» sólo la suma de las historias personales?
– No sé qué contestarte. Vuelve a preguntármelo otro día.
Ella pensaba en la suma de sus amores carnales, Orlando, Juan Francisco, Jorge y Harry, de sus amores familiares, su padre Fernando y la Mutti Leticia, las tías María de la O, Virginia e Hil-da; de sus pasiones espirituales, los dos Santiagos. Se detenía, turbada y fría a la vez. Su otro hijo, Dantón, no aparecía en ninguno de estos altares personales de Laura Díaz.
Otras veces ella le decía, no sé quiénes fueron tus víctimas, si es que las hubo, Harry, quizás no tuviste victimas, pero si las tuviste, ahora déjame que yo lo sea… una más.
El la miraba con incredulidad y la obligaba a verse a sí misma de igual manera. Laura Díaz nunca se había sacrificado por nadie. Laura Díaz no era víctima de nadie. Por eso podía serlo de Harry, limpia, gratuitamente.
– ¿Por qué no escribes?
– Mejor pregúntame qué significa escribir…
– Está bien. ¿Qué significa?
– Significa descender adentro de uno mismo, como si uno mismo fuese una mina, para luego ascender de nuevo, Laura. Ascender al aire puro con las manos llenas de mí mismo…
– ¿Qué traes de la mina, oro, plata, plomo?
– ¿La memoria? ¿El lodo de la memoria?
– La memoria nuestra de cada día.
– Dánosla hoy. Es pura mierda.
Le hubiera gustado morir en España.
– ¿Por qué?
– Por simetría. Mi vida y la historia hubiesen coincidido.
– He conocido mucha gente que piensa como tú. La historia debió detenerse en España, cuando todos eran jóvenes y todos eran héroes.
– España era la salvación. Ya no quiero tablas de salvación, ya te lo dije.
– Entonces debes hacerte cargo de lo que siguió a la guerra de España. ¿Siguió la culpa, entonces?
– Hubo muchos inocentes, allá y acá. No puedo salvar a los mártires. Mi amigo Jim murió en el Jarama. Hubiera muerto por él. Era inocente. Nadie más lo ha sido después.
– ¿Por qué, Harry?
– Porque yo no lo fui y no dejé que nadie volviese a serlo.
– ¿No te quieres salvar a ti mismo?
– Sí.
– ¿Conmigo?
– Sí.
Pero Harry estaba destruido, no se había salvado, no iba a morir nunca más en el frente del Jarama, iba a morir de enfisema, no de una bala franquista o nazi, una bala con dedicatoria política, iba a morir de implosión por bala que traía adentro, física o moral o física y moral. Laura quería darle un nombre a la destrucción que, al cabo, la unía inexorablemente a un hombre que no tenía más compañía, aun para seguirse destruyendo, con un cigarrillo o con un arrepentimiento, que ella misma, Laura Díaz.
Salieron de Cuernavaca porque los hechos persistían y Harry dijo que detestaba las persistencias. En Cuernavaca aceptaban que estuviera allí pero no le dirigían la palabra ni la mirada. Laura se preguntó, asumiendo la voz de Harry, ¿por qué la fría distancia de los otros exiliados, como si él, de alguna manera, no fuese uno de ellos?, y más, ¿por qué me aceptan al mismo tiempo que me rechazan?, ¿no quieren darme el trato discriminatorio que ellos mismos sufrieron?, porque si delaté en secreto -dijo Laura con la voz de Harry- ellos no me van a recriminar en público; porque si actué en secreto, ellos no pueden tratarme como enemigo pero yo no puedo revelar la verdad…
– ¿Y vivir tranquilo?
– No sé quiénes fueron tus víctimas, Harry. Déjame que yo lo sea.
Si estaba refugiado en México, era porque lo seguían persiguiendo en los Estados Unidos. ¿Por qué lo seguían acusando, si tal era el caso, los cazadores de brujas? ¿Porque no delató? ¿O, precisamente, porque delató? Pero ¿qué clase de delación fue la suya, una delación que me permite vivir entre mis víctimas? ¿Debió denunciarse a sí mismo como delator ante los demás perseguidos? ¿Ganaría con ello? ¿Qué ganaría con ello? ¿Penitencia y credibilidad? ¿Haría penitencia y entonces creerían en él, lo mirarían y le dirigirían la palabra? ¿Se habían equivocado todos, ellos y él?
En Cuernavaca, en el exilio, ¿se pusieron de acuerdo en creer que él no delató, que era uno de ellos?
– Entonces, ¿por qué a él no lo persiguen más y a nosotros nos siguen persiguiendo?
(Laura, el delator es inexpugnable, atacar la credibilidad del delator es minar en sus fundamentos el sistema mismo de la delación.
(¿Tú delataste?
(Suponte que sí. Pero que no se sepa que delaté. Que se me crea un héroe. ¿No conviene más para la causa?)
– Se los aseguro. El podría regresar y nadie lo molestaría.
– No. Los inquisidores siempre encuentran nuevos motivos para perseguir.
– Judíos, conversos, musulmanes, maricas, raza impura, falta de fe, herejía -le recordó durante una de sus visitas esporádicas Basilio-. Al inquisidor nunca le faltan motivos para acusar. Y si falla o envejece un motivo, Torquemada se saca de la manga otro nuevo e inesperado. Es el cuento de nunca acabar.
Abrazados de noche, haciendo el amor con la luz apagada, Harry reteniendo la tos, Laura con camisón para esconder un cuerpo que ya no le agradaba, podían decirse cosas, podían hablar con caricias, podía decirle él a ella ésta es la última oportunidad para el amor the last chance for love, y ella a él lo que está pasando ya estaba anunciado y él, ya pasó, lo que está pasando, tú y yo es lo que ya pasó entre tú y yo, Laura Díaz, Harry laffe, ella debía suponer, ella debía imaginar. A la hora del desayuno, a la hora del coctel crepuscular cuando sólo un diáfano martini se defendía de la noche, y en la noche misma, a la hora del amor, ella podía imaginar respuestas a sus preguntas, ¿por qué no habló?, o;por qué habló, si habló, en secreto?
– Pero tú no hablaste, ¿verdad?
– No, pero me tratan como si hubiera hablado.
– Es cierto. Te están insultando. Te están tratando como si no importaras. Vamonos de aquí, los dos solos.
– ¿Por qué dices esto?
– Porque si tienes un secreto y lo respetan es porque no les pareces importante.
– Puta, bitch, crees que con tus trampas me obligas a hablar…
– A las putas los hombres les cuentan sus cuitas. Déjame ser tu puta, Harry, habla…
– Oíd bitch -rió sarcástico Harry-, puta vieja.
Ella ya no tenía capacidad para sentirse insultada. Ella misma se lo había pedido, déjame ser tu perra.
– Bueno, perra, imagina que hablé en testimonio secreto. Pero imagina, sólo mencioné a los inocentes, a Mady, a Julie. ¿Sigues mi lógica? Imaginé que por ser inocentes no los tocarían. Los tocaron. Los mataron. Yo imaginaba que sólo tocarían a los comunistas y por eso no los nombré. Me juraron que sólo andaban detrás de los rojos. Por eso imaginé a los inocentes. No los tocarían. No cumplieron con lo prometido. No imaginaron lo mismo que yo. Por eso pasé del testimonio secreto a la sesión abierta y ataqué a McCarthy.
(¿Es o ha sido usted miembro del Partido Comunista?
(Usted es el comunista, senador, usted es el agente rojo, a usted le paga Moscú, senador McCarthy, usted es el mejor propagandista del comunismo, senador
(Punto de orden, desacato, el testigo es reo de desacato al Congreso de los Estados Unidos)
– ¿Por eso pasé un año en la cárcel? ¿Por eso no tienen más remedio que respetarme y aceptarme como uno de ellos? ¿Por eso soy un héroe? Pero ¿también soy un delator? ¿Imaginan que delaté porque creí que nadie iba a probar lo improbable, que Mady Chris-tians o John Garfield eran comunistas? ¿Imaginan que nombré a los inocentes para salvar a los culpables? ¿Imaginan que no entendí la lógica de la persecución, que era convertir al inocente en víctima? ¿Imaginan que pude haber nombrado a otro amigo mío, J. Edward Bromberg, o a Maltz, a Trumbo, a Dmytrik, porque ellos sí fueron comunistas? ¿Imaginan que por eso no los nombré en la sesión secreta? ¿Imaginan que nombré sólo a los inocentes porque yo mismo pequé de inocencia? ¿Imaginan que pensé que no les podría comprobar nada a los inocentes por serlo? ¿Por eso el Comité se encargó de probarles todo lo que no eran mediante el uso del terror? ¿Era más fácil atemorizar al inocente que al culpable? ¿El culpable podía decir fui o soy comunista y pagar con honor las consecuencias? ¿Pero el inocente sólo podía negar y pagar peor que el culpable las consecuencias? ¿Es esa la lógica del terror? Sí, el terror es como una tenaza invisible que te va acogotando como el enfisema me ahoga a mí mismo. No puedes hacer nada y acabas agotado, muerto, enfermo o suicida. El terror consiste en matar de miedo al inocente. Es el arma más poderosa del inquisidor. Dime que fui un estúpido, que
no supe prever eso. Imagina que cuando me decidí a atacar al Comité, mis delaciones ya habían surtido efecto. Nadie puede desandar lo andado, Laura.