– No seas payaso, Jorge. Te digo que nosotros juzgamos los crímenes de la iglesia porque traicionan una promesa ya cumplida, que es una obligación: imitar a Cristo. Los comunistas en cambio no pueden juzgar los crímenes de su iglesia porque sienten que traicionan una promesa que está en el futuro. Que aún no encarna.
– ¿Entrarías entonces a una orden religiosa? ¿Voy a tener que convertirme en un Donjuán para seducirte en el convento?
– Oh, no bromees. Quietas las manos, Donjuán.
– No, si no hablo en broma. Si te entiendo bien, esa pureza cristiana implica una obediencia a la lección de Jesús que sólo se puede cumplir enclaustrándose en un convento. Get thee to a nun-nery, Rachel!
– No. Se debe cumplir en el mundo. Además, ¿cómo me voy a hacer monja después de conocerte a ti?
Habían seguido juntos los cursos de Husserl con una devoción casi sagrada. Estudiaban con el maestro, pero sin darse cuenta, porque Husserl encauzaba las cosas con discreción, con independencia de él, con estudiantes motivados por él pero libres gracias a las alas que él les regalaba.
– A ver, George, ¿qué quiere decir el maestro cuando habla de «sicología regional»?
– Creo que se refiere a la manera de ser concreta de las emociones, de los actos, del conocimiento. Lo que él nos pide es suspender nuestra opinión mientras no veamos todas esas evidencias como fenómenos originales, como él dice, «en carne y hueso»… Primero los ojos bien abiertos para mirar lo que nos rodea en nuestra «región», allí donde realmente estamos. Después, la filosofía.
Caminaban mucho de noche por la vieja ciudad universitaria a las puertas de la Selva Negra, explorando los costados de la catedral gótica, perdiéndose en los pasajes medievales, cruzando los puentes del Dreisam apresurado por unirse al Rin.
Friburgo era como una antigua reina de piedra con los pies en el agua y una corona de pinos y la pareja de estudiantes la recorría elaborando y reelaborando las lecciones del día, admirados él y ella -tomados del brazo primero, ahora de las manos- de que el propio maestro estuviese elaborando él mismo, nervioso y noble, con su altísima frente aclarando el ceño preocupado y las cejas ame-
nazantes, su recta nariz olfateando ideas y sus grandes barba y bigote cubriendo unos labios largos, tan largos como los de un animal filosófico, un mutante que saliese del agua nutritiva de la primera creación a una tierra ignorada, empeñado en dar voz a más ideas de las que caben en un discurso. Las palabras de Husserl no alcanzaban a la rapidez de su pensamiento.
Todos lo llamaban «el maestro». Desnudo ante los ojos de sus alumnos, les proponía una filosofía sin dogmas, sin conclusiones, abierta en cada momento a la rectificación y a la crítica del profesor y de sus alumnos. Todos sabían que el Husserl de Friburgo no era el de Halle, cuando inventó la fenomenología a partir de una simple propuesta: primero se acepta la experiencia, luego se piensa. No era ya el Husserl de Gotinga, centrado en la atención a lo que aún no es interpretado porque en ello puede residir el misterio de las cosas. Era el Husserl de Friburgo, el maestro de Jorge y Raquel, para quien la libertad moral del ser humano dependía de una sola cosa: reivindicar la vida contra todo lo que la amenaza. Era el Husserl que había visto desplomarse la cultura europea en la Primera Guerra Mundial.
– No entiendo, George. Nos pide reducir los fenómenos a la conciencia pura, a una especie de sótano más abajo del cual ya no hay nada reducible. ¿No podemos excavar debajo, ir más hondo?
– Bueno, creo que en ese sótano como tú lo llamas están la naturaleza, el cuerpo y la mente. Ya es mucho. ¿E doppo? ¿Adonde nos quiere llevar el viejo?
Como si leyese los pensamientos de sus alumnos gracias a sus ojos de águila, tan salvajemente contrastados con su tieso cuello de paloma, su plastrón, su chaleco cruzado por una leontina, su anticuada levita negra, sus pantalones con tendencia a colgarse sobre los botines negros, Husserl les dijo que después de la Gran Guerra, el mundo espiritual europeo se había desplomado y si él predicaba una reducción del pensamiento a las bases mismas de la mente y la naturaleza, era sólo para renovar mejor la vida de Europa, su historia, su sociedad y su lenguaje.
– No concibo al mundo sin Europa y a Europa sin Alemania. Una Alemania europea que sea parte de lo mejor que Europa le ha prometido al mundo. No hago una filosofía abstracta, caballeros y señoritas. Estoy enraizado en lo mejor que hemos hecho. Lo que puede sobrevivimos. Nuestra cultura. Lo que puede inspirar a los hijos y nietos de ustedes. Yo no lo veré. Por eso lo enseño. Me adelanto a mi muerte.
Entonces los dos salieron a celebrar en un alegre keller estudiantil que generalmente evitaban por su ruidosa camaradería pero esta noche todos se asombraron o rieron por los brindis que hacían Raquel y Jorge con los tarros de cerveza en alto, ¡por la in-tersubjetividad!, ¡por la sociedad, el lenguaje y la historia que todo lo relacionan! ¡no estamos separados! ¡somos un nosotros ligado por lengua, comunidad y pasado!
Causaron risa, simpatía, alboroto y gritos de ¿cuándo se casan?, ¿pueden dos filósofos llevarse bien en la cama?, ¿es cierto que su primer hijo se va a llamar Sócrates?, ¡oh, intersubjetividad, ven a mí, déjame interpenetrarte!
Entraron a la catedral después de recorrer sus costados con la mirada maravillada, inteligente y sensual de descubrir allí mismo, en esta famosa Münster terminada en el albor del siglo XVI, una ilustración perfecta de lo que les preocupaba, como si las lecciones del maestro regresasen, no a complementar, sino a renacer en el tímpano del pecado original que aquí, en un costado de la catedral, precedía a la Creación descrita en la arquivolta, diciéndonos que era la Creación lo que redimía el pecado, lo dejaba atrás. La Caída no era la consecuencia de la Creación, no hay Caída, se dijeron los amantes de Friburgo, hay Origen y luego hay Creación.
En el lado occidental del edificio, en cambio. Satanás, posando como «Príncipe del Mundo», encabeza una procesión que se aleja no sólo del pecado original, sino de la Creación divina. Frente al desfile satánico se abre, sin embargo, la puerta principal de la catedral y es allí, no afuera sino adentro, o más bien en el ingreso mismo al recinto, donde se describe y declara la Redención.
Entraron por esa puerta y casi como en comunión, sentados lado a lado de rodillas, sin temor alguno al ridículo, oraron en voz alta,
vamos a regresar a nosotros mismos vamos a pensar como si fundáramos el mundo vamos a ser sujetos vivos de la historia vamos a vivir el mundo de la vida
Los nazis corrieron a Husserl de Friburgo y de Alemania. El viejo exiliado continuó enseñando en Viena y en Praga, con la Wehrmacht siempre pisándole los talones. Lo dejaron regresar a morir en su amado Friburgo pero el filósofo ya había dicho que «en
el fondo de todo judío hay un absolutismo y un amor del martirio». En cambio, su discípula Edith Stein, ella sí ingresada como monja al Carmelo después de renunciar a Israel y convertirse al cristianismo, diría ese mismo año, «Las desgracias caerán sobre Alemania, cuando Dios vengue las atrocidades cometidas contra los judíos». Fue el año de La Noche de Cristal organizada por Goebbels para destruir las sinagogas, los comercios judíos, y a los judíos mismos. Hitler anunció su propósito de aniquilar para siempre a la raza judía en Europa.
Fue el mismo año en que Jorge Maura conoció en México a Laura Díaz y en que Raquel Mendes-Alemán, con la estrella de David pegada al pecho, saludaba a los SS en las calles con el grito «[Alabado sea Cristo!» y lo repetía en el suelo, sangrante, pateada y golpeada, «¡Alabado sea Cristo!».
El 3 de marzo de 1939, el vapor Prinz Eugen de la Lloyd Triestino zarpó de Hamburgo con doscientos veinticuatro pasajeros judíos a bordo, convencidos de que serían los últimos en salir de Alemania después del terror de la Kristalnacht del 9 de noviembre de 1938 y debido a una serie de circunstancias, algunas atribuibles a la demencia aritmética de los nazis (¿quién es judío?, ¿el hijo del padre y madre judía, o también el de un solo progenitor hebreo, o los descendientes de menos de tres abuelos arios, etcétera, etcétera, hasta la generación de Abraham?), otras a la riqueza de los judíos acomodados que pudieron comprar su libertad entregándoles a los nazis dinero, cuadros, residencias, muebles (como la familia de Lud-wig Wittgenstein en la Austria anexada al Reich), otras a amistades viejas que ahora eran nazis pero que guardaban un recuerdo cálido de sus amigos hebreos de antes, otras, porque le dieron sus caricias a un jerarca del régimen para salvar, como Judith, a sus padres y hermanos: pero este Holofernes era inmortal: \5\ otros, en fin, debido a funcionarios consulares que, con o sin autorización de sus gobiernos, intercedieron a favor de judíos individuales.
Raquel empezó a usar, el mismo día que los SS la golpearon, la cruz de Cristo al lado de la estrella de David, t $ y acabó encerrada en su pequeño estudio de Hamburgo, porque esa doble provocación significó que la esperarían a la puerta de su casa, con perros salvajes sin bozal y cachiporras en los puños, advirtiéndole, sal, atrévete, puta judía, semilla podrida de Abraham, peste eslava, piojo levantino, chancro gitano, sal, atrévete, hetaria andaluza, trata de encontrar comida, escarba en los rincones de tu pocilga, marrana,
come polvo y cucarachas, si un judío puede comer oro también puede comer ratas.
Les advirtieron a los vecinos que si me daban de comer, ellos mismos se quedarían sin raciones primero y si reincidían, los mandarían a un campo: yo, Raquel Mendes-Alemán, decidí morirme de hambre por mi raza judía y por mi religión católica; decidí, George, ser testigo absoluto de mi tiempo y supe que no tendría salvación cuando el partido nazi declaró que «nuestros peores enemigos son los judíos católicos». Es cuando abrí mi ventana y grité a la calle, «San Pablo dijo: ¡Soy hebreo! ¡Soy hebreo! ¡Soy hebreo!» y mis propios vecinos me apedrearon y a los dos minutos una ráfaga de metralla destruyó mis vidrios y tuve que acurrucarme en un rincón, hasta que llegó con un salvoconducto el cónsul mexicano, el señor Salvador Elizondo, y me dijo que tú habías intercedido por mí para embarcarme en el Prinz Eigen y salir a la libertad de América. Yo me había jurado quedarme en Alemania y morirme en Alemania como testigo de mi fe en Cristo y en Moisés. Cedí entonces, mi amor lejano, y sabía por qué, no por miedo a ellos, no por temor a que me llevaran a esos lugares cuyos nombres todos conocíamos ya -Dachau, Oranienburg, Buchfnwald- sino por la vergüenza de que mi propia iglesia y mi propio Padre, el Papa, no levantasen la voz para defendernos, a los judíos todos, pero también a los judíos católicos como yo. Roma me dejó huérfana, Pío XII nunca habló en defensa del género humano George, no de los judíos solamente; el Santo Padre nunca le dio la mano al género humano. Me la diste tú, me la dio México. No había mejor oportunidad que embarcarse en el Prinz Eugen que nos iba a llevar a América. El presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, iba a hablar con Franklin Roose-velt para que nos dejaran desembarcar en la Florida.