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– ¿Por eso engaña a tanta gente?

– Hitler recita el Evangelio del Diablo. Comete sus crímenes en nombre del Mal: éste es su horror. Esto nunca se ha visto antes. Quienes lo siguen tienen que compartir su voluntad maligna, todos, Goering, Goebbels, Himmler, Ribbentrop, los aristócratas como Papen, los lumpen como Ernst Rohm, los junkers prusianos como Keitel. Stalin comete sus crímenes en nombre del Bien y yo no sé si éste es un horror más grande, porque quienes le siguen actúan de buena fe, no son fascistas, son gente comúnmente buena que cuando se da cuenta del horror estalinista, es eliminada por el

propio Stalin, Trotski, Bujarin, Kámenev, tocios los camaradas de La época heroica. Los que se negaron a seguir a Stalin porque prefirieron seguir al verdadero comunismo hasta la muerte. ¿No son héroes Bujarin, Trotski, Kámenev? ¿Dime un solo nazi que haya abandonado a Hitler por fidelidad al nacionalsocialismo?

– ¿Y tú, Jorge mi amorcito gachupín?

– Yo, Laura mi amorcito jarocho, yo un intelectual español y si quieres, está bien, un señorito, un aristó de esos que Robes-pierre mandaba guillotinar.

– Tienes el alma dividida, mi gachupincito señorito…

– No, sí me doy cuenta del mal nazi y de la traición esta-linista. Pero también soy consciente de la nobleza de la República Española, de cómo trata, simplemente, de hacernos un país normal, moderno, de respeto y convivencia y solución de problemas, cono, que vienen desde los godos. Y a esa nobleza esencial de la República, yo le sacrifico mis dudas, Laura mi amor. Entre el mal nazi y la traición comunista, me quedo con el heroísmo republicano del joven «gringo», como dicen ustedes, aquel Jim que se fue a morir por nosotros al Jarama.

– Jorge, no soy idiota. Alguien más sufrió por ustedes. Hay algo más que los une a Baltazar, a Vidal y a ti.

(-Tengo que hablarte de Pilar Méndez…)

De pie frente a la muralla de Santa Fe de Palencia, envuelta en un manto de pieles negras, salvajes, con el pelo rubio agitado por el viento arremolinado de la sierra, Pilar Méndez miraba apagarse una a una las fogatas del monte pero no sonreía atestiguando su triunfo, traición para su padre, victoria para ella, fortaleciéndose en su convicción de que ayudaba a los suyos que era como ayudar a Dios, aunque la hiciesen flaquear los pasos de los tres soldados de la República que avanzaban desde la puerta romana hasta ese espacio de tierra levantisca y mugidos de bueyes que ella, Pilar Méndez, ocupaba en nombre de su Dios, más allá de cualquier fe política, porque los Nacionales y la Falange estaban con Dios y ellos, los otros, su padre don Álvaro y los tres soldados, eran víctimas del Diablo, sin saberlo, creyéndose del buen lado, eran ellos, todos ellos, los rojos, los que incendiaban iglesias y fusilaban curas y violaban monjas: Domingo Vidal, Jorge Maura y Basilio Baltazar, su amor, su cariño ardiente, el hombre de su vida, su esposo ya sin necesidad de sacramento, caminando entre el polvo y los bueyes y el viento y los fuegos muertos, hacia ella, la mujer plantada frente al muro de la ciu-

dad moribunda envuelta en una larga manta de animales muertos, negros, una española rubia, una diosa visigoda de ojos azules y melena amarilla como las arenas del coso taurino.

¿Qué le iban a decir los tres hombres?

¿Qué le podían decir?

Ninguna palabra. Sólo la visión de Basilio Baltazar como una doble flecha de placer y dolor de la vida, inseparables. Su amante sentido como un precio, el precio de trastocar el orden de la vida, eso era el amor, pensó Pilar Méndez viendo acercarse a los tres hombres.

Basilio cayó de rodillas y abrazó las de Pilar, repitiendo sin cesar mi amor mi amor ni amor mi coño mis tetas no me quites nada tesoro mío, Pilar te adoro…

– ¿Tú, Domingo Vidal, comunista, enemigo? -dijo Pilar para fortalecerse ante el dolor amatorio de Basilio Baltazar.

Vidal asintió con la cabera rapada, el gorro de miliciano entre las manos, como si Pilar fuese una virgen, La dolorosa.

– ¿Tú, Jorge Maura, señorito traidor, pasado a los rojos?

Jorge la abrazó y ella gritó como un animal capaz de repugnancia, pero Maura le dijo no te suelto, tienes que entender, estás condenada a muerte, ¿me entiendes?, te van a fusilar al amanecer, tu propio padre te ha mandado fusilar, tu padre el alcalde tu padre llamado Alvaro Méndez, él te va a matar a pesar de nuestras súplicas, a pesar de tu madre…

La carcajada de loca de Pilar Méndez puso de pie, horripilado, a Baltazar, ¿mi madre, se reía Pilar como un animal salvaje, una hiena hermosísima, una Medusa sin mirada propia, mi madre, hay alguien que desee mi muerte más que mi madre mal llamada Clemencia la guarra, ella que me hizo devota hasta la muerte, ella que me implantó la idea del pecado y el infierno?, esa mujer no desea mi vida, desea mi muerte de mártir, muerte de virgen cree la muy bruta, virgen, Basilio, la oyes, qué ganas de que Clemencia mi madre nos hubiera visto la tarde que me arrancaste el virgo, me lo comiste a mordiscazos, escupiste mi membrana sangrienta como si fuera un moco o una hostia podrida, Basilio, te acuerdas, y me penetraste como se penetran un lobo y una loba por detrás, por el culo, sin verme la cara, te acuerdas de eso, en la casa vieja y sin muebles donde yo misma te conduje, mi amor adorado, mi único hombre, te crees tú con derecho a salvarme cuando mi propia madre me desea muerta, mártir del Movimiento, santa que salve su propia con-

ciencia, Clemencia la bien nombrada, la madre que me odia porque no me casé como ella quería, me entregué a un chico pobre y de ideas sospechosas, mi bello, mi adorado Basilio Baltazar, qué vienes a hacer aquí, qué pretenden tú y tus amigos, se han vuelto locos, no sabéis que sois todos mis enemigos, no sabéis que yo estoy en contra de vosotros, que os mandaría fusilar a todos en nombre de España y Franco, que no quiero que crezcan espinas en los viejos senderos de la muerte española, que quiere limpiarlos con mi sangre…

Vidal, brutalmente, le tapó la boca como si cerrase una cloaca, Maura la obligó a cruzar los brazos, Baltazar volvió a hincarse a sus pies. Todos tuvieron sus palabras propias pero todos le dijeron lo mismo, te queremos salvar, ven con nosotros, mira las fogatas que aún no se apagan en el monte, allí obtendremos refugio, tu padre habrá cumplido con su deber, ha dado la orden de fusilarte al amanecer, nosotros vamos a faltar al nuestro, ven con nosotros, déjanos salvarte, Pilar, aunque el precio sea nuestra propia muerte.

– ¿Por qué, Jorge? -le preguntó Laura Díaz.

A pesar de la guerra. A pesar de la República. A pesar de la voluntad del padre. Mi hija debe morir en nombre de la justicia, dijo el alcalde de Santa Fe de Palencia. Debe ser salvada en nombre del amor, dijo Basilio Baltazar. Debe ser salvada a pesar de la razón política, dijo Domingo Vidal. Debe ser salvada en nombre del honor, dijo Jorge Maura.

– Mis dos amigos miraron y me entendieron. No tuve que explicarles. No nos basta reclamarnos del amor o de la justicia. Es el honor lo que nos daba la razón. ¿El honor por la justicia?, es el dilema que miré en la cara de Domingo Vidal. ¿La traición o la belleza?, es lo que me decían los ojos enamorados de Basilio Baltazar. Los miré a los tres, desposeídos de todo lo que no fuese la piel desnuda de la verdad, en el anochecer de aquella jornada fatal frente a los muros medievales y la puerta latina, rodeados de montes que se iban apagando, los tres, Pilar, Basilio, Domingo, vi a los tres como un grupo emblemático, Laura, la razón que nadie entendería sino yo entonces y ahora tú porque te la digo. Ésta es la razón. La necesidad de la belleza supera la necesidad de la justicia. El trío entrelazado de la mujer, el amante y el adversario no se resolvía en la justicia ni el amor; era un acto de belleza necesaria, fundado en el honor.

¿Cuál puede ser la duración de una escultura cuando la encarnan no estatuas, sino seres vivos amenazados de muerte?

La perfección escultórica -honor y belleza, triunfando sobre traición y justicia- se disolvió cuando Jorge le murmuró a la mujer, huye con nosotros a la montaña, sálvate, porque si no, los cuatro vamos a morir aquí juntos y ella respondió entre dientes apretados, soy humana, no he aprendido nada, aunque Basilio rogara, no se puede ganar nada sin compasión, ven con nosotros, huye, hay tiempo, y ella que soy como una perra de la muerte, que la huelo y la sigo hasta que me maten, que no les voy a dar gusto a ustedes, que puedo oler la muerte, que todas las tumbas de este país están abiertas, que ya no nos queda otro hogar más que el sepulcro.

– Tu padre y tu madre al menos, sálvate por ellos.

Pilar los miró a los tres con un asombro en llamas y comenzó a reír enloquecida.

– Pero vosotros no entendéis nada. ¿Creéis que muero sólo por fidelidad al Movimiento?

La risa la mantuvo separada varios segundos.

– Muero para que mi padre y mi madre se odien para siempre entre sí. Que nunca se perdonen.

(Tengo que hablarte de Pilar Méndez.)

– Yo creo que tú eres uno de esos hombres que sólo son leales a sí mismos si son leales a sus amigos -dijo Laura apoyando la cabeza sobre el hombro de Jorge.

– No -suspiró él con cansancio-, sólo soy un hombre enojado conmigo mismo porque no sé explicarte la verdad y evitar siempre la mentira.

– Quizás eres fuerte porque dudas, mi gachupín. Creo que eso sí lo saqué en claro esta noche.

Cruzaron Aquiles Serdán para pasar bajo el pórtico de mármol del Palacio de Bellas Artes.

– Lo acabo de decir en el café, mi amor, todos estamos condenados. Te confieso que odio a todos los sistemas, el mío y el de los demás.

VlDAL: ¿Ya ves? El triunfo no se va a obtener sin orden. Ganemos o perdamos ahora, victoriosos hoy o derrotados mañana, vamos a necesitar orden y unidad, jerarquías de mando y disciplina. Si no, ellos nos van a ganar siempre, porque ellos sí tienen orden, unidad, mando y disciplina.

Baltazar: Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la implacable disciplina de Hitler y la de Stalin?

VIDAL: Los fines, Basilio. Hitler quiere un mundo de esclavos. Stalin quiere un mundo de hombres libres. Aunque los medios sean igualmente violentos, los fines son totalmente distintos.

– Tiene razón Vidal -rió Laura-. Estás más cerca del anarquista que del comunista.

Jorge se detuvo abruptamente frente a uno de los carteles de Bellas Artes.

– Nadie desempeñó un papel esta tarde, Laura. Vidal es realmente comunista, Basilio es verdaderamente anarquista. No te dije la verdad. Pensé que los dos, tú y yo, podríamos obtener así cierta distancia frente al debate.

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