.- ¿Por qué hablas en inglés? -se había atrevido a preguntar, y era seguro que ya no volvería a atreverse.
.-Porque soy bilingüe, Bestia -Violetta resplandecía de sólo abrir los labios. ¿Cómo iba a reclamar otra respuesta, cuando ese solo «Bestia» contenía la ponzoña bastante para obligarlo a entrar con gusto al matadero? ¿Quién quería, finalmente, hacer o recibir aclaraciones, cuando tal resplandor ocurría y rebotaba en sus miradas de desconocidos? Hay un deleite intrépido en el acto de mirar de hito en hito a una extraña y decirle en silencio: Te conozco. Aunque no sea cierto, y más: justo porque es mentira. ¿No es acaso el amor una asombrosa, y a veces milagrosa, conjunción de patrañas? ¿No es exacto que menos por menos da más (Cuando piensa en Violetta, cosa que aún le pasa todo el tiempo, Pig suele sorprenderse tarareando el coro: I´n only happy when it rains, invariablemente saltando hasta el inicio de otra estrofa: I on1y smile in the dark. Y entonces apretando las mandíbulas sonríe, con la vista perdida en horizontes insondables cuyo aroma lo sigue envenenando, cual si no fuese un infinito melancólico, sino los mismos ojos de Violetta, lo que Pig ha aprendido a contemplar cada vez que se dice en inglés lo que ni hablando desde su lado oscuro se diría en español: Solamente sonrió en la penumbra.)
.-Regreso en un momento -casi gritó Pig, al comprobar que aun después de haber capitulado en el asunto del collar, la junta seguiría su camino hacia la noche.
.-No te tardes, Poeta-escuchó, cuando ya tenía un pie afuera de la sala de juntas, y al instante deseó escaparse. Algo que nadie hacía, más que Paul. Quien, por cierto, ya estaba por largarse. Eran las cinco y media y allí estaban las cosas de Violetta: podía escurrirse hasta la calle, ocultarse detrás de cualquier árbol, esperarla, seguirla, como la sombra intrusa de un perro escurridizo. Además, ¿quién se creía ese patán de Rodolfo Ferreiro para exigirle que no se tardara? ¿No valía la pena desaparecer, así sólo lo hiciera por honrar su sagrada independencia? Bajó las escaleras con algunos papeles en la mano, se deshizo de todos en el camino y llegó hasta la calle probando el sabor dulce de la trasgresión gratuita. La trampa por el gusto de la trampa, la mentira dos veces mentirosa, el placer enfermizo (aunque también: inmenso) de enchuecar lo ya chueco, ¿no eran los atributos laborales del Diablo Guardián?