Sobre las mismas aguas del asombro oceánico que le causara el beso repentino, mitad escalofrío mitad calentura mitad vértigo mitad comunión intima -un entero tan grande que sólo se concibe mediante la suma de cuatro mitades- de una mujer incógnita cuya espalda de pronto tiritaba, Pig contempló el abismo inefable. Al centro de sus ojos cundidos de inquietud, Rosalba desvelaba un hambre subterránea de abrazos silenciosos: tal era el vértice de las seguridades que Pig habría de tejer de la segunda tarde en adelante, apenas descubrió, atemorizado de si mismo y al propio tiempo presa de una hipnosis deleitosa, que aquélla era la orilla final de sus dominios: si cruzaba la línea, debía hacerlo saltando hacia el vacío, pero si decidía no cruzar, caería sin remedio hacía la nada. Se empujó el bloodymary de Rosalba de un tirón, cual si fuera una droga o un vomitivo, no sin antes sobrecargarlo de pimienta. Cuando saltó al vacío, se aseguró de que estuviera todo el tiempo lleno de los labios de Rosalba profiriendo un sí, en lugar de alegar cuanto ahora le decía con su ausencia. Con párpados tembleques, pálpitos gatopantes y otros signos más arduamente descriptibles cuya presencia no era menos estruendosa que el golpe de pimienta con picante sobre garganta, estómago, paladar, epidermis. No bien pagó la cuenta por los bloodies musitó muy quedo, con la palma enconchada entre boca y oreja:
.-Tú no eres nadie para decir que no me quieres. (¿Cuál era el atractivo que había hecho de la casi-bonita una hermosura? Más allá de sus piernas largas y carnosas, del estrabismo apenas perceptible que daba a su mirada una fijeza perturbadora y un vaivén inquietante, de esas facciones asimétricas cuya imperfección no era, por cierto, ajena a la poesía, de la insalvable distancia entre ambos hemisferios de un mismo rostro capaz de inspirar a un tiempo confianza y suspicacia, Pig encontró en Rosalba una desprotección en tal modo apremiante que ya no supo, ni pudo, ni deseó pensar en otra cosa que salvarla.)
Salió de la cantina casi de buen humor, y de hecho divertido con la idea de que estaba apostando la cordura por la evidencia flaca de un escalofrío compartido.
.-¿Es usted un romántico? -pregunta la heroína de la película.
.-Si -responde su héroe-. ¿Le molesta?
.-No -concluye, sabihonda, la mujer, Todos tenemos algún defecto.