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– Vaya, el señor Ruark la ha entrenado bien.

Ruark rodeó con un brazo las caderas de Shanna y puso una mano con atrevida familiaridad, sobre las nalgas de ella.

– Ajá -dijo- pero todavía tiene un poco que aprender. Es como amansar a una buena yegua. No puedo dejarla sola mucho tiempo.

Sintió que Shanna se ponía rígida y adivino que sus palabras la enfurecían.

– Ajá -gritó el inglés-. Así es. Pero deja, muchacho, que Carmelita te enseñe dos o tres cosas.

Ansiosamente, Carmelita se acercó meneando sus anchas caderas y se, inclinó sobre la silla de Ruark, sin prestar atención a Shanna, la cual ardió lentamente de furia mientras los dedos morenos se curvaban entre los cabellos oscuros de Ruark. Al ver la expresión colérica de la otra, Carmelita rió.

– Tómalo con calma, cariño. El parece suficientemente capaz de complacemos a las dos, Mientras seamos más, será más divertido -rió carmelita.

Shanna entrecerró los ojos cuando la mujer cayó entre risitas sobre e regazo de Ruark. El trató de incorporarse debajo del peso de la mujer y pareció un poco fastidiado cuando Carmelita le cubrió de besos la cara el pecho. Retorciéndose sobre el regazo de él y hablándole al oído, ella le tomó una mano que apoyó sobre uno de sus pechos y llevo íntimamente su otra mano al bulto de la virilidad de él.

Dentro de Shanna, algo estalló. Con un alarido de rabia, así abalanzó y dio a Carmelita un empujón que la arrojó cuan larga era, a1suelo. Allí Carmelita se sentó, algo aturdida por el ataque de esta supuesta dama. Sin embargo, la tempestad de carcajadas de los piratas hizo que esta afrenta no pudiera quedar impune y una hoja larga y delgada apareció súbitamente en la mano de Carmelita.

Ruark se puso de pie y nuevamente pareció que tendría que intervenir, pero el ruido de vidrios rotos lo hizo volverse y mirar a Shanna. Arqueó las cejas asombrado cuando vio que ella enfrentaba ala otra con un paño pasado por el asa de una jarra rota. Retiró su silla y se apartó del camino de Shanna, aunque no demasiado. Ella defendía su terreno revoleando la toalla con la jarra rota en un extremo, a manera de masa efectiva y peligrosa. Ruark no pudo menos que admirar la determinación que había apreciado en ocasiones anteriores, y la belleza salvaje que la cólera le producía.

Carmelita retrocedió un paso con su incertidumbre claramente, retratada en la Cara. Aun si conseguía herir a Shanna, los bordes cortantes de la jarra la desfigurarían para toda la vida, y en este lugar, donde tenia que ganarse la vida con los hombres, no podía permitirse la pérdida de la más mínima parte de su dudosa belleza. Vio en los ojos de Shanna una firme determinación y creyó más prudente, al, menos por el momento retirarse.

Carmelita guardó el cuchillo y Shanna dejó su arma. Harripen rió y retiró un brazo para darle en las nalgas una palmada de aprobación a Shanna y casi se tragó la lengua por la sorpresa cuando ella le dio una sonora bofetada.

Ruark contuvo el aliento, aguardando la reacción del inglés; pero Harripen, después de la primera sorpresa, soltó una fuerte carcajada.

– ¡Maldición -dijo- ella es tan mala como el mismo Trahern!

El holandés, por efectos del ron negro que era su bebida preferida, se sintió más atrevido. Se acercó a Shanna y antes que ella pudiera reaccionar le dio un sudoroso abrazo de oso mientras le gritaba junto al oído.

– Ese Harripen no tiene suerte con las mujeres. Ahora, muchacha, el viejo Fritz Schwindel se encargará de ti.

La rodilla de Shanna encontró un punto sensible y el holandés, se dobló en dos en medio de gritos de dolor mientras su mano se alzaba, para darle un puñetazo en la cabeza. Shanna fue más veloz que el obeso holandés y esquivó el golpe, pero los dedos de él engancharon la parte posterior del escote del vestido y abrieron la costura hasta la cintura.

Ruark se agazapó y en seguida salto como una serpiente. Voló por el espacio como un tigre al ataque. Schwindel todavía estaba semi doblado, tratando de calmar el dolor de sus testículos, cuando Ruark lo golpeo en el pecho. El ataque lanzó al holandés contra la pared, y cuando rebotó, Ruark lo alzó y lo arrojó por encima de su hombro al suelo donde se deslizó debajo de la mesa.

El sable entonó su canción agridulce cuando salió de su vaina y el holandés se puso de pie del otro lado de la mesa, apartando sillas y hombres de su paso en su prisa por escapar.

– Nein. Nein -gritó- Der recht ich nicho haben. -Viendo que sus palabras no tenían efecto en Ruark, luchó con el idioma inglés y dijo-: ¡y o no tengo derecho! ¡Me rindo! ¡Me rindo!

La vista del cobarde gritando del otro lado de la mesa tranquilizó a Ruark, quien guardó lentamente su acero. Miró los rostros de los piratas y no vio ningún desafío. No necesitaba hablar más. Ellos entendían por fin sus derechos sobre la moza y que él no toleraría que los mismos fueran cuestionados. Volvió la espalda a los hombres y con un gesto envió a Shanna que lo precediera. La siguió con pasos lentos y mesurados hasta que estuvieron en su habitación, con la puerta cerrada y atrancada.

Ruark se apoyó en el marco y aspiró profundamente para relajar la tensión de su espalda. La misma había ido aumentando con cada paso que daba él alejándose de la mesa y tuvo la seguridad de que, con la posible excepción de Madre, no hubo ninguno que no hubiese querido tener el coraje para hundirle una hoja de acero entre las costillas. Vio que Shanna cruzaba la habitación hacia la ventana y que allí se quedó, mirando silenciosamente la oscuridad. El no podía adivinar que ella todavía estaba enojada con Carmelita y que nada quería saber con él.

Suspiró, tanto por frustración como por el alivio de estar todavía con vida. Que lo condenaran antes de arrastrarse ante ella para pedirle perdón por algo de lo que él era inocente; sin embargo, deseaba la ternura que sus explicaciones podrían provocar en ella. Ansiaba una mirada comprensiva, besarla en la boca, tomar en sus brazos el cuerpo sedoso, pero sabía que algo faltaría si no se tenía mutua confianza.

Había una vela encendida junto a la cama. Gaitlier, pensó. Y la cama estaba abierta como una invitación. El no recordaba haber visto al hombrecillo con los demás. Debió venir y retirarse por la parte de atrás la escalera exterior, pensó Ruark. También la bañera estaba llena. Realmente Gaitlier sabía atender a una dama como Shanna. Ruark se acercó a su esposa por detrás y levantó gentilmente un rizo de los hombros de ella.

– ¿Shanna?

Ella se volvió, con ojos dilatados por la ira y un desafío en los labios.

– Sshh -dijo él antes de que ella pudiera hablar. La tomó de una mano y la llevó hasta la bañera. Allí, la habitación estaba a oscuras y ella, no pudo entender el propósito de él hasta que él encendió una vela. En seguida, Shanna empujó a Ruark a un lado y rápidamente hizo una cortina improvisada con una sábana entre dos espejos.

Momentos después Ruark sonrió cuando la oyó meterse en el agua y suspirar aliviada contenta.

Momentos más tarde, Ruark se acercó a la cortina y la levanto haciendo que Shanna se sobresaltara. La acarició con la mirada de pies a cabeza. Los pechos brillaban con gotas de agua que parecían despedir chispas a la luz de la vela. El agua no ocultaba nada a sus ojos y sintió que su pasión empezaba a encenderse. Ella lo miraba con una mirada suave y respiraba rápidamente.

Shanna se cubrió el pecho con una toalla.

– Mi amo y señor, ¿no me concede un poco de privacidad?

Ruark la miró ceñudo

– Shanna, amor, ciertamente eres hermosísima, pero yo siento demasiado la mordedura de la ira, sobre todo últimamente.

¿Tengo que soportarlo pese a que no tienes motivos?

– ¡Que no tengo motivos! -estalló Shanna-. Te pavoneas de un lado a otro con tus calzones cortos y sin camisa, recorres las callejuelas más sórdidas de la aldea y te paseas por mi balcón para que yo te salude como a un amante perdido hace tiempo. ¿Acaso soy tonta? Ante ellos -señaló la puerta con la cabeza- haré el papel de esclava fregona pero no te equivoques. En esta habitación dormirás solo. O si en verdad eres un pirata atrevido, tendrás que emplear la fuerza para tomarme.

– Shanna -dijo Ruark, decidido a aclarar la situación-, ¿por haces esto? Yo…

– ¿Quieres dejar esa cortina, por favor, y permitirme cierta intimidad por un momento?

Después de despedirlo así, Shanna se recostó en la bañera y empezó a lavarse lentamente una pierna. Ruark contuvo el impulso de arrebatarle la toalla y poner fin a la indiferencia que ella aparentaba. Su pasión se lo pedía pero su mente sabía que eso hubiera sido una locura. Sabía que Shanna, enfrentada con la fuerza, se resistiría con todas las, energías de una gata furiosa y no se, rendiría hasta quedar agotada. ¿Dónde estaría entonces el placer de tomarla? El había conocido la alegría de la respuesta voluntaria de ella. No se conformaría con menos

Furioso, dejó la sábana que hacía de cortina y se tendió en la cama para mirar su silueta que se recortaba en la tela proyectada la luz de la vela. Pasaron varios minutos. Ruark se quitó los calzones se metió debajo de la sábana. Aguardó impaciente, sabiendo que Shanna no podría despedirlo fácilmente una vez en la cama. El ya había notado que los colchones de pluma se hundían en el centro y los acercarían uno al otro. Aun con grandes esfuerzos, a ella le costaría mantenerse separada.

La vela junto a la cama iluminaba la habitación con su débil resplandor. El seguía aguardando. Por fin ella apareció, completamente vestida. Llevaba una falda larga de seda negra bordada con flores multicolores y levantada a un costado para mostrar un muslo esbelto y torneado. Una blusa suelta y delgada, demasiado o grande, apenas se mantenía en su 1ugar sobre un hombro y la curva alta y llena de los pechos. Su cabello, iluminado por su propio oro, estaba sostenido hacia atrás con una cinta y caía sobre la espalda en toda su gloriosa longitud.

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