– Aquí tienes, mi lady -dijo Pellier en tono burlón-. ¡He aquí tu cena! Es decir, si puedes impedir que la coman tus voraces amiguitas. y aquí hay algo para calmar tu sed. -Vertió ale por el enrejado, el cual cayó sobre las ratas que ahora se disputaban la comida que él acababa de arrojar-. No me eches mucho de menos. Tus amiguitas te harán compañía hasta que yo esté listo para ti.
Sus pisadas se alejaron del pequeño mundo de Shanna, quien, consciente de su hambre devoradora, miró en silencio a las voraces ratas. El ruido de las gotas de humedad condensada que caían le hacía sentir más sed. El hedor del pozo la hacía toser. Las ratas, buscando ahora cualquier último bocado, volvieron a mirarla. Algo rozó su pierna y Shanna se agachó y tomó un trozo de madera. Era firme y real, cosa que no parecía ser lo demás que la rodeaba. El hambre le corroía el estómago, la sed le quemaba la garganta, la fatiga erosionaba su voluntad, el miedo minaba su determinación.
Las ratas se acercaron al borde del agua; pero se mostraban reacias a aventurarse. Entonces una más atrevida que las demás saltó y empezó a nadar hacia ella. Shanna aguardó tensa y levantó el trozo de madera. ¡Un momento más! Con un sollozo, golpeó con la madera al animal con todas sus fuerzas, y después de frenéticos movimientos, no lo volvió a ver. Cautamente, las otras retrocedieron a una distancia más segura para observada con sus ojillos rojizos.
Shanna empezó a temblar violentamente y ni siquiera la derrota de la rata pudo animar su espíritu. Si por lo menos hubiera un lugar, seco y seguro, donde pudiera refugiarse. Blandió la madera. Las ratas seguían mirándola con ojillos malévolos y alerta. Ella quería llorar pero sabía que le aguardaba un desastre mayor si se mostraba débil. ¡ Estaba tan cansada! ¡Tan hambrienta! ¡Tan sedienta! ¡Tan débil!
Ojos malignos la miraban acechantes desde la oscuridad.
"¡Socorro! " gritó su mente. "¡Socorro! ¡Ruark!".