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Shanna lo miró fijamente, temerosa, tratando de encontrar algún significado oculto en las palabras de su padre. No captó ninguno, asintió con la cabeza y dijo:

– Enviare a los sirvientes allí.

Su padre se puso el sombrero con algo de irritación.

– Espero que no hagas más desprecios a ese hombre. Tu disgusto hacia él es evidente, pero él me es extremadamente valioso y espero persuadirlo a que se quede con nosotros después de que haya pagado su deuda. Esta noche vendré a comer temprano.

Trahern se detuvo en el vano de la puerta y miró a su hija con una sonrisa, como si quisiera suavizar sus últimas palabras.

– Buenos días, hija -dijo.

Shanna quedó largo? rato mirando a su padre que se alejaba pero en su mente sólo veía la silueta esbelta y atezada de Ruark tendido sobre la cama.

"¡El estará aquí, en el lecho que compartimos! ¡Nuevamente usará el baño! “Una multitud de visiones le llenaron la mente, con una más brillante que las demás: la del alto dosel de la cama sobre ellos, mientras en su interior estallaba el intenso placer.

Si Milán hubiera regresado en ese momento la habría visto con el rostro encendido y los ojos distantes y soñadores.

La cabaña fue alistada y Ruark trasladó sus espartanas pertenencias a su nueva morada esa misma noche. Hizo uso de la tina de bronce y disfrutó de un baño caliente, mientras se entretenía con visiones de Shanna, envuelta en gasas blancas, que se inclinaba para susurrarle al oído, que se detenía, tímida como una criatura, junto a la cama, y que después se le entregaba desnuda y trémula en esplendoroso éxtasis.

Ruark se puso después sus cortos calzones y recorrió las habitaciones, abrió armarios y arcones vacíos, hojeó libros, siempre tratando de encontrar algo para distraer su mente. No lo logró porque nada podía hacerle olvidar a Shanna.

El día amaneció claro y radiante. Shanna despertó temprano de su inquieto sueño, cuando la luz invadió su dormitorio. Como acostumbraba levantarse tarde, no estaba Hergus para atenderla y ella misma arregló su cabello como pudo, mirándose al espejo pero sin pensar en lo que hacía. Después se puso una bata que ató flojamente alrededor de su cintura. Cuando dejó sus habitaciones no sabía adónde iría.

Empezó a bajar lentamente la escalera y había llegado a la mitad cuando oyó voces masculinas en el hall de entrada y reconoció la risa grave, profunda de Ruark en respuesta al jovial saludo del criado. Shanna se detuvo. Sus ojos perdieron la expresión distraída y ella, ahora muy atenta a lo que la rodeaba, escuchó el tono rico y confiado de la voz de Ruark y las sílabas entrecortadas de Jasón.

– El señor bajará en seguida, señor Ruark. ¿Quiere tomar asiento en el comedor y descansar mientras lo espera?

– Gracias, Jasón, pero aguardaré aquí en el hall. De todos modos, he llegado temprano.

– El señor Trahern querrá verlo cómodo, señor Ruark. Bajará de un momento a otro. Nadie se levanta más temprano que él. El señor Trahern ha trabajado duramente toda su vida y no parece dispuesto a cambiar. Yo estaré en la cocina, señor Ruark. Llámeme si me necesita.

Shanna escuchó el sonido de las pisadas de Jasón que se alejaba y después se inclinó contra la balaustrada y miró hacia el hall. Con su atuendo habitual de camisa blanca y pantalones cortos, Ruark estaba de pie frente al retrato de Georgiana y Shanna tuvo curiosidad por saber cuáles serían sus pensamientos. Había habido mucho parecido entre la madre e hija, aunque el cabello de Georgiana había sido más claro y los ojos habían sido de un color gris suave y sonrientes. Shanna se preguntó si Ruark la veía a ella en la imagen pintada al óleo de su madre, o si solamente estaba admirando el retrato.

Shanna no se dio cuenta de haber hecho ningún ruido, pero en ese breve espacio de tiempo algo sucedió entre ellos y Ruark se volvió y levantó la vista hacia la escalera, como si supiera que ella estaba allí. Shanna fue sorprendida y no pudo huir sin menoscabo de su dignidad. Aguardó mientras él, con paso mesurado, llegaba hasta el primer escalón y apoyaba allí su pie calzado con una sandalia. La miró y pareció tocarla con sus ojos en todo el cuerpo.

– Buenos días -murmuró él y su voz fue como una suave caricia.

– Buenos días, señor. -El tono de ella fue animoso y jovial, casi jocoso-. ¿Se quedará usted a desayunar?

– ¿Tú bajarás? -dijo él con expresión de interrogación, pero más pareció un ruego que una pregunta.

Shanna bajó la vista hacia su atuendo, lo señaló y repuso: -Papá no lo aprobaría estando tú aquí.

– Cámbiate de ropa, entonces -dijo Ruark-. Pero baja. ¿Vendrás?

Shanna asintió silenciosamente y en la cara de Ruark se dibujó una sonrisa radiante. Miró impúdicamente la bata entreabierta y la recorrió atrevidamente con la mirada.

– Pese a la opinión de tu padre, Shanna, yo apruebo ardientemente tu atuendo. Esperaré.

Abruptamente, sin dejarle tiempo para replicar, él se volvió y regresó donde había estado antes. Un momento más tarde la voz de Trahern llegó desde parte de la mansión -y Shanna subió apresuradamente la escalera.

De regreso en su dormitorio, Shanna revisó su guardarropa en busca de un vestido adecuado. Poco después llegó Hergus y la encontró entre una pila de vestidos descartados. Finalmente se decidió por uno de mangas abollonadas y amplia falda de delicado linón amarillo. El largo cabello veteado de dorado fue arreglado de modo que caía hacia atrás entre lazos de cinta amarilla.

Shanna entró en el comedor como una fresca brisa de primavera. Ruark rápidamente se puso de pie y le sonrió. El saludo de Trahern fue más abrupto. Había pasado su vida trabajando para hacerse de una fortuna, sin conocer las despreocupadas alegrías de la juventud. No había tenido un solo momento de frivolidad y en todo trataba de ver un propósito o una ventaja. Esto le ocasionaba cierta dificultad para comprender a su hija. Para él, ella carecía de objetivos aparentes en su vida y se contentaba con vivir sin marido y, por lo tanto, sin hijos. Ciertamente, ella parecía encontrar más placer en cabalgar sobre el lomo. de Attila o en dejarse mecer por las olas.

– Tengo que hablar de negocios, hija. No vengas a darte aires y siéntate.

Ruark se apresuró a apartar una silla para ella. Shanna sonrió agradecida y cuando Ruark volvió a sentarse, Trahern gruñó, ceñudo: – ¡Bah! ¡Jóvenes! ¡Pierden la cabeza ante cualquier cara bonita! Ruark enarcó las cejas y comentó:

– Señor, si ella no fuera su propia hija, no dudo que también usted perdería la cabeza..

Shanna replicó suavemente: -Sus lisonjas me halagan mucho, señor Ruark. -Dirigió la vista hacia su padre y levantó su hermosa nariz, como si estuviera profundamente ofendida-. Ciertamente, es raro que aquí se me dirijan palabras de elogio.

– ¡Ja! -ladró Trahern-. Si yo añadiera leña a ese fuego, ardería toda la isla. Ahora, con tu permiso, hija mía, ¿podemos hablar de nuestros asuntos?

– Pero por supuesto, papá. -Shanna levantó los ángulos de su boca y los ojos se le llenaron de picardía-. Dios no permita que yo interfiera con los negocios.

– ¡Maldición, si eso es precisamente lo que acabas de hacer! Ruark sonrió detrás de su taza de té y después de un momento logró ponerse serio.

– ¿Me repite su pregunta, señor? Temo que he perdido el hilo de nuestra conversación.

– ¡Hum! – Trahern se volvió hacia su invitado-. La repetiré una vez más. Acerca del trapiche. ¿Será 1o bastante grande para recibir la producción de todas las otras islas de los alrededores?

Ruark asintió y la conversación derivó hacia detalles del mismo tema. Shanna empezó a comer lentamente su desayuno mientras observaba disimuladamente a Ruark por el rabillo del ojo. La forma en que él hablaba de temas que a ella le eran completamente ajenos la fascinaba y le permitía apreciar la inteligencia que tanto intrigaba a su padre.

Esa tarde, en el salón, Trahern expresó sus esperanzas acerca del hombre, John Ruark.

– Como en mi vida he sido más un comerciante que un plantador, Shanna, no es necesario decirte que necesito una persona con conocimientos para que me aconseje acerca de cosechas y trapiches. Desde que el señor Ruark ha venido aquí, mucho ha hecho para incrementar nuestra fortuna. Cuando yo ya no esté, necesitarás alguien de confianza para que te guíe en esas cuestiones. Tú has estado mucho tiempo ausente y como yo soy un viejo no viviré lo suficiente para enseñarte todo lo que deberías saber. El señor Ruark puede aconsejarte muy bien y yo espero que tú se lo permitas.

Shanna se retrajo interiormente. Eso era lo que necesitaba, que Ruark se convirtiera en su consejero y hasta que tuviera derecho a aprobar a sus pretendientes. Seguramente, tendría que terminar sus días como viuda. Mentalmente suspiró, pero el sonido se le escapó.

– Pareces disgustada por mi sugerencia, hija. ¿Por qué te desagrada tanto el hombre?

– Papá -Shanna le tomó una mano y le dirigió una sonrisa fugaz y melancólica-, yo sólo quiero ser dueña de mi propio destino. No tengo intención de someterme a ese individuo.

Trahern abrió la boca para imponer su voluntad, pero ella se inclinó y le puso gentilmente un dedo sobre los labios. Le sonrió con los ojos y bajo esa mirada el viejo Trahern se ablandó. Shanna habló, casi en un susurro:

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