– Ah, ni la mitad de lo que yo te amo -repuso Ruark junto al oído de ella-. Estoy a punto de hacer estallar mis calzones por el deseo que siento por ti, y tú me hablas de la devoción de otro hombre para con su esposa. ¿Tendré que morirme de hambre mientras contemplo tus pechos rosados, y fingir indiferencia ante esos frutos suculentos? Ansío saborear la manzana de tu amor y te devoraría entera.
– Calla -rió Shanna, apoyándose en él-. Estas bebido. Alguien podría oírte.
En la seguridad de que el bullicio cubriría sus palabras, Ruark continuó:
– Sí, estoy ebrio, pero sólo de este néctar que es más embriagante que el vino. Tengo fuego en mi sangre, un fuego que sólo tú puedes apagar. Ah, Shanna, Shanna, apiádate de mí.
Un brindis por los recién casados los interrumpió y Shanna se volvió cuando todos se ponían de pie y elevaban sus copas. Fue el preludio para que se formara el cortejo que acompañaría a los novios a su cabaña en alegre procesión. Shanna participó alegremente, aunque a veces se estremeció ante el rudo humor de los marineros que con sus bromas arrancaban recatadas risitas de las doncellas virginales presentes.
Fue casi un alivio cuando el grupo empezó a dispersarse y Ruark la devolvió junto a su padre. Trajeron el carruaje y Shanna subió. Demoraron unos momentos hasta que encontraron a Hergus, y cuando el grupo estuvo completo, con la escocesa y sir Gaylord, Shanna se envolvió en su chal y sonrió satisfecha, como un gato que acaba de engullirse varios canarios. Shanna permaneció sentada entre Hergus y Ruark, y Gaylord no tuvo más remedio que elegir entre sentarse en el lugar del lacayo o hacer una larga y solitaria caminata. Al ver el dilema del caballero, Pitney lo invitó con un gesto a que se sentara a su lado, en el estrecho espacio que quedaba libre. Gaylord suspiró. No estaba dispuesto a compartir el asiento con un sirviente y debió resignarse a aceptar la invitación de Pitney.
Una vez en la mansión, Shanna precedió a Hergus escalera arriba y sólo cuando la puerta de sus habitaciones, estuvo cerrada a sus espaldas, abrió su chal y dejó ver una botella de champaña sin descorchar. Hergus ahogó una exclamación y pensó que su ama había perdido la razón.
– ¿Qué piensa hacer con eso? Creo que ya ha bebido bastante. He visto cómo flirteaba con ese siervo bajo las narices de su padre.
– Oh, basta -dijo Shanna con una carcajada, y buscó unas copas en su saloncito-. Es que ya no estoy de luto y me parece apropiado celebrarlo.
– ¿Qué quiere decir con eso de que ya no está de luto? -preguntó Hergus-. Nunca supe que Milly le importara mucho. -La criada se encogió de hombros y comentó, para sí misma-: Sobre todo porque esa muchachita la envidiaba a usted. Si ese Abe Hawkins no se hubiera dedicado a la bebida, ella y su madre hubiesen podido tener mucho más. Pero él, en toda su vida no hizo un trabajo honrado.
– No es por Milly -dijo Shanna, enseñando dos copas para jerez que había encontrado-. La viuda ya no existe. Ya no estoy de duelo.
Hergus gruñó desdeñosamente.
– No ha estado casada el tiempo suficiente para considerarse una viuda. Lo menos que hubiera podido hacer el bueno del señor Beauchamp habría sido dejada encinta. En ese caso ahora usted no estaría flirteando con el señor Ruark.
Súbitamente, Shanna pensó que ya había bebido demasiado. Dejó las copas y ocultó la botella debajo de uno de los cojines de su sofá. Hergus la miró preocupada.
– Será mejor que se prepare para la cama -dijo la mujer-. Oí al señor Ruark subiendo la escalera. Venga, le cepillaré el cabello y después la dejaré sola.
– Momentos después, cuando se hubo marchado la criada, Shanna miró su imagen en el espejo. Las palabras que Ruark le había dicho esa noche resonaban en su cerebro.
La brisa agitó las cortinas y en el silencio que reinaba en la casa oyó que Ruark se movía en su habitación. Casi como una sonámbula, fue hasta la ventana y salió, sin escuchar que la puerta de su saloncito se abría y cerraba y unos pasos se acercaban.
Su papá ha dicho que subirá en un momento… -Hergus parpadeó sorprendida al ver el dormitorio vacío-. ¡Oh, Dios mío! Otra vez ha ido a reunirse con él. ¡Y ahora vendrá el señor Trahern!
Desnudo hasta la cintura, Ruark se apoyó en el grueso poste de su cama y observó con ojos llameantes a Shanna que se le acercaba con movimientos ondulantes y graciosos, apenas cubierta por su bata de batista. Sus pechos maduros presionaban contra la, delgada tela. Sus pies descalzos parecían deslizarse sobre la alfombra.
– Mi capitán pirata Ruark… -dijo Shanna, y puso sus manos sobre el vientre duro y plano de él y las deslizó hacia arriba. El la estrechó entre sus brazos.
– Shanna, Shanna -dijo Ruark, y se inclinó y la besó en la boca.
Una leve exclamación hizo que él levantara los ojos. En la ventana por donde Shanna entrara momentos antes, estaba Hergus, con una mano tapándose la boca y los ojos dilatados por el temor, el horror o la sorpresa. Para Ruark fue como si le arrojaran un balde de agua helada.
– Tenemos compañía -murmuró él y se apartó un paso. Cuando ella se volvió, él le volvió la espalda a la criada pues sus ceñidos calzones nada ocultaban de su erecta masculinidad.
– ¡Hergus! -exclamó Shanna, furiosa-. ¿Ahora me espías? ¿Qué significa esto?
La criada no supo qué decir. Una cosa era estar a solas con Shanna y otra muy diferente verla en brazos de su amante. Hergus era una persona recatada y el afecto maternal que sentía por Shanna hacía que su vergüenza le resultara más penosa.
– Señor Ruark -gimió Hergus, en tono de gran preocupación-. ¡No hay tiempo que perder! El señor Trahern ha dicho que subiría a ver a su hija. Y si el señor llegara a encontrada aquí… ¡Oh, señor Ruark, sería terrible!
Ruark la miró y empezó a llenar su pipa.
– ¿Cuánto tiempo llevaba aquí escuchando?
– No he venido a espiar -dijo la mujer, enrojeciendo-. Sólo vine a avisarles que el señor Trahern viene, señor Ruark.
– Lo sé, Hergus.
– No diré una palabra de esto -añadió Hergus rápidamente-. No diré nada, señor. Creo que usted…
La mujer se detuvo y miró asombrada hacia la cama. Ruark se volvió y vio a su esposa acurrucada como una criatura sobre su cama, aparentemente dormida.
– Prepárele la cama.
Mientras la criada se marchaba, corriendo, Ruark se acercó y levantó suavemente a Shanna en sus brazos.
Ruark la llevó – rápidamente a su habitación y oyó pasos en el pasillo. No había alcanzado a dejar a Shanna en la cama cuando se abrió la puerta del saloncito.
– Se durmió como una vela que se apaga -dijo Hergus-. Estaba guardando la ropa.
– Muy bien -gruñó Trahern.
Siguió una larga pausa, hasta que el hacendado dijo:
– Hergus, ¿no ha notado últimamente un cambio en Shanna?
– Ah, n… no, señor. -La criada tartamudeó ligeramente-. Es que ella ha crecido mucho.
– Sí, eso es seguro -respondió Trahern en tono pensativo. Me gustaría que su madre estuviera aquí. Mi Georgiana siempre fue mejor que yo para tratar a la criatura. Sin embargo, en estos últimos meses he aprendido mucho. Quizás, entre nosotros dos podamos hacer que las cosas salgan lo mejor posible. Buenas noches.
Se cerró la puerta y Ruark se apoyó en la pared, aliviado. Hergus fue hasta la ventana, lo vio y se le acercó.
– Usted es un tonto, señor Ruark -dijo la mujer-. Y se está convirtiendo en un traidor. El señor Trahern confía en mí para que cuide de la muchacha y le advierto que yo no podré decir otra mentira.
– Dios mediante -repuso Ruark, en tono apesadumbrado-, no tendré que volver a pedírselo. Ciertamente, hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir, pero a veces parece que el tiempo para vivir es superado ampliamente por el otro. Tenga paciencia, Hergus. Sólo puedo jurarle que todo lo que hago y tengo intención de hacer es por el bien de Shanna o Sabe, Hergus -su voz se convirtió en un ronco susurro- amo a la muchacha por sobre todas las cosas.
Hergus bajó la vista y luchó para controlarse y no dar una respuesta violenta. Cuando levantó la mirada, vio que estaba sola.
Con la proximidad de la partida hacia las colonias, los preparativos se aceleraban, y el aserradero quedó listo para su primer cargamento de troncos. Ruark se encargó de las inspecciones finales, pocos días antes de que se iniciara el viaje. La gran rueda de agua fue revisada; estaba perfectamente equilibrada y giraba con la suave presión de una mano. La nueva sierra fue instalada y esperaba la primera partida de rollizos que llegaría por carros desde la planicie sur.
Ruark quedó satisfecho con la inspección. Era una obra para enorgullecerse. Despidió a los capataces y obreros que lo acompañaban y caminó siguiendo el canal hasta el estanque, observando las compuertas. Todo estaba preparado.
El áspero rebuzno de una mula arriba de la presa llamó la atención a Ruark. El carretero del primer carro había dejado su cargamento de troncos en el camino arriba del aserradero y venía a pie para asegurarse de dónde debía descargados.