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Estaba oscureciendo y cada vez me preocupaba más terminar mi tarea. Clara me había pedido rastrillar las hojas en el claro detrás de la casa y que subiera unas piedras del arroyo, para bordear por ambos lados el camino que conducía del huerto a la parte de atrás del patio. Había rastrillado las hojas y estaba colocando apresuradamente las piedras del río a lo largo del camino, cuando Clara salió de la casa para ver cómo iba.

– Estás poniendo las piedras como caigan -indicó, mirando el camino-. Y todavía no rastrillas las hojas. ¿Qué has estado haciendo toda la tarde? ¿Soñando despierta otra vez?

Consternada, vi que una inoportuna ráfaga de viento había esparcido los ordenados montones de hojas antes de que tuviese oportunidad de meterlas en un canasto.

– Creo que el camino se ve bastante bien -repliqué, a la defensiva-. En cuanto a las hojas, bueno, ¿tengo yo la culpa de que el viento las haya revuelto otra vez?

– Cuando se aspira a la forma perfecta, "bastante bien" no es suficiente -me interrumpió Clara-. Ya debes saber que la forma exterior de todo lo que hacemos es en realidad una expresión de nuestro estado interior.

Le dije que no entendía cómo acomodar unas piedras pesadas pudiese ser más que trabajo duro.

– Eso crees porque todo lo haces sólo para salir del paso -contestó. Caminó hasta la hilera de piedras que había acomodado y meneó la cabeza-. Estas piedras se ven como si las hubieras dejado caer sin pensar en su colocación adecuada.

– Está oscureciendo y se me iba a acabar el tiempo -expliqué. No estaba de humor para una larga conversación sobre cuestiones de estética o composición. Además, por mis clases de arte creía saber más que Clara sobre el tema de la composición.

– Colocar piedras es igual a la práctica del kung fu -indicó Clara-. Lo que importa no es qué tanto hacemos, ni qué veloces somos sino cómo hacemos las cosas.

Sacudí las muñecas para relajar mis dedos acalambrados.

– ¿Quieres decir que cargar piedras forma parte del entrenamiento en las artes marciales? -pregunté, sorprendida.

– ¿Qué crees que es el kung fu? -preguntó a su vez.

Sospeché que se trataba de una pregunta engañosa, así que deliberé por un momento para encontrar la respuesta correcta.

– Es un conjunto de técnicas de combate pertenecientes a las artes marciales -respondí con confianza.

Clara meneó la cabeza.

– Para encontrar una respuesta pragmática, no hay nadie como Taisha -comentó riéndose.

Se sentó en una de las sillas de ratán a la orilla del patio, desde donde se tenía una buena vista del camino. Me dejé caer en la silla a su lado. Cuando quedé cómodamente instalada, con los pies apoyados en el borde de una gigantesca maceta de barro, Clara se puso a explicar que el término "kung fu" deriva de la yuxtaposición de dos ideogramas chinos, de los cuales uno significa "trabajo hecho durante un periodo de tiempo"; y el otro, "hombre". El término resultante de la combinación de los dos ideogramas se refiere al empeño del hombre por perfeccionarse mediante un esfuerzo constante. Sostuvo que siempre estamos expresando nuestro estado interior a través de nuestras acciones, ya sea que practiquemos ejercicios formales, acomodemos piedras o rastrillemos hojas.

– Por lo tanto, perfeccionar nuestros actos equivale a perfeccionarnos nosotros mismos -explicó Clara-. Ese es el verdadero significado del kung fu.

– Como sea, sigo sin entender la conexión entre el trabajo del jardín y la práctica del kung fu -objeté.

– Entonces déjame explicártelo con más detalle -replicó Clara en un exagerado tono de paciencia-. Te pedí que trajeras las piedras desde el arroyo para que, al subir el sendero empinado con el peso adicional, desarrollaras tu fuerza interior. No nos interesa simplemente fortalecer los músculos, sino más bien cultivar la energía interior. Además, todos los pases de respiración que te he enseñado hasta ahora, y que deberías estar practicando diariamente, están diseñados para acrecentar tu fuerza interior.

Me hizo sentir culpable. Su forma de mirarme al decir que debía estar practicando los ejercicios de respiración todos los días dejó traslucir que estaba consciente de que no los efectuaba religiosamente.

– Lo que has aprendido aquí conmigo podría calificarse de kung fu interior, o nei kung, en China -continuó Clara-. El kung fu interior utiliza la respiración controlada y la circulación de energía para fortalecer el cuerpo e incrementar la salud, mientras que las artes marciales exteriores, como las formas de karate que aprendiste de tus maestros japoneses y algunas de las formas que te enseñé, apuntan a desarrollar los músculos y la rapidez del cuerpo para reaccionar, liberando la energía y dirigiéndola hacia afuera de nosotros.

Según indicó Clara, el kung fu interior era practicado por los monjes en China mucho tiempo antes de que elaborasen los estilos exteriores o duros de combate que popularmente se conocen como kung fu hoy en día.

– Pero comprende lo siguiente -prosiguió Clara-. Ya sea que estés aprendiendo artes marciales o la disciplina que te he enseñado, el objetivo de tu entrenamiento es perfeccionar tu ser interior para que pueda trascender su forma exterior, a fin de realizar el vuelo abstracto.

El abatimiento descendió sobre mí como una nube sombría.

Sentí que una conocida sensación de fracaso se apoderaba de mí. Aunque en efecto realizara los pases de respiración recomendados por Clara, estaba segura de no lograr nunca lo que quería, sea esto lo que fuese. Ni siquiera podía decir lo que significaba el gran cruce, ni mucho menos concebirlo como una posibilidad pragmática.

– Has tenido mucha paciencia durante todos estos meses -indicó Clara dándome unas palmaditas en la espalda, como si percibiera mi necesidad de aliento-. No me has importunado acerca de mis constantes insinuaciones de que te estoy enseñando brujería como una disciplina formal.

Era la oportunidad perfecta para preguntar algo que me preocupaba desde la primera vez que usó la palabra.

– ¿Por qué llamas brujería a esta disciplina formal? -pregunté.

Clara me escudriñó. La expresión de su cara era de total seriedad.

– Es difícil decirlo. No me gusta hablar de la brujería porque temo que la voy a describir equivocadamente y que eso te va a ahuyentar -replicó-. Pero creo que ha llegado el momento de hablar de ello. Primero déjame contarte algo más acerca de la gente del antiguo México.

Clara se inclinó hacia mí y, con voz baja, afirmó que la gente del México prehispánico era muy semejante, en muchos aspectos, a los chinos de la antigüedad. Compartían una visión similar del mundo, quizá porque posiblemente tuvieron el mismo origen. Sin embargo, los indígenas del México antiguo poseían una ligera ventaja, según indicó, porque el mundo en que vivían se encontraba en transición. Este hecho los hizo en extremo eclécticos y curiosos acerca de todas las facetas de la existencia. Querían comprender el universo, la vida, la muerte y el alcance de las posibilidades humanas en lo referente a la conciencia y la percepción. Su poderoso afán de conocimiento los llevó a desarrollar prácticas que les permitieron alcanzar niveles inconcebibles de conciencia. Hicieron descripciones detalladas de estas prácticas y detallaron los reinos descubiertos por medio de ellas. Esta tradición fue trasmitida de generación en generación, siempre velada por el secreto.

Casi sin aliento, por la emoción o quizá la admiración, Clara concluyó sus comentarios acerca de los antiguos indígenas con la afirmación de que, en efecto, eran brujos. Me miró con los ojos muy abiertos; en el crepúsculo, sus pupilas se veían enormes. Me confió que su principal maestro, un indígena mexicano, conocía perfectamente esas prácticas antiguas y se las había enseñado a ella.

– ¿Me estás enseñando esas prácticas, Clara? -pregunté, con la misma emoción que ella-. Dijiste que los antiguos brujos usaban los cristales como armas, que con su intento impregnaron de poder a los pases de brujería y que la recapitulación también fue creada en la antigüedad. ¿Significa eso que estoy aprendiendo brujería?

– En cierta forma, así es -replicó Clara-. Pero por el momento es mejor no fijarse en el hecho de que estas prácticas son brujería.

– ¿Por qué no?

– Porque nos interesa algo que está más allá de los rituales y conjuros esotérico y aberrantes de la antigüedad. Verás, creemos que sus extrañas prácticas y su búsqueda obsesiva del poder sólo dieron como resultado un mayor realce del yo. Esto constituye un callejón sin salida, porque no conduce nunca a la libertad total, que es lo que nosotros buscamos. El peligro radica en que la disposición de esos brujos fácilmente influye en uno.

– No influiría en mí -le aseguré.

– Realmente no puedo decirte más por el momento -indicó, exasperada-. Pero averiguarás más conforme avances.

Me sentí traicionada y protesté con vehemencia. La acusé de jugar deliberadamente con mi mente y sentimientos, al tentarme con trocitos de información que despertaban mi curiosidad y con la promesa de que todo sería esclarecido en un momento incierto del futuro.

Clara pasó mis protestas por alto completamente. Era como si yo no hubiese dicho una sola palabra. Se puso de pie, caminó hasta el montón de piedras y levantó una de ellas como si fuera de unicel. Después de meditar por un momento qué lado debía quedar hacia arriba, colocó la piedra en el borde del camino. Luego acomodó otras dos piedras, del tamaño de unos balones de fútbol americano, a ambos lados de la primera. Una vez satisfecha con su colocación, dio unos pasos hacia atrás para estudiar el efecto. Debí admitir que el camino, las piedras grises colocadas por ella y las dentadas hojas verdes de las plantas formaban una composición sumamente armoniosa.

– Lo que importa es la gracia con la que manejes las cosas -me recordó Clara al recoger otra piedra-. Tu estado interior es reflejado por tu forma de moverte, hablar, comer o colocar piedras. No importa qué hagas, mientras reúnas energía con tus acciones y la transformes en poder.

Por un rato, Clara miró la vereda, como si estuviera meditando dónde poner la piedra que tenía en las manos. Al encontrar un sitio adecuado, la depositó con cuidado y le dio una palmadita afectuosa.

– Como artista, deberías saber que hay que colocar las piedras donde estén en equilibrio -dijo-, no donde resulte más fácil para ti dejarlas caer. Por supuesto, si estuvieras imbuida de poder podrías dejarlas caer como fuese y el resultado sería la belleza misma. Comprender esto es el verdadero propósito del ejercicio de colocar las piedras.

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