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– No puedo insistir demasiado en que practiques todos los pases que te he enseñado -indicó-. Son los compañeros indispensables de la recapitulación. Éste hizo milagros para mí. Obsérvame con atención. Fíjate si alcanzas a ver mi doble.

– ¿Tu qué? -pregunté, presa del pánico. Tenía miedo de perderme de algo crucial o de no saber qué pensar de ello aunque lo viese.

– Observa mi doble -repitió, articulando las palabras con cuidado-. Es como una doble exposición. Tienes suficiente energía para intentar conmigo el resultado de este pase brujo.

– Pero dímelo de nuevo, Clara; ¿cuál es el resultado?

– El doble. El cuerpo etéreo. La contraparte del cuerpo físico que, para ahora ya debes saber o al menos sospechar, no constituye una mera proyección de la mente.

Se dirigió a un área de suelo parejo y se colocó con los pies juntos y los brazos en los costados.

– Clara, espera. Estoy segura de que no tengo energía suficiente para ver a lo que te refieres, porque ni siquiera lo comprendo como concepto.

– No importa que no lo comprendas como concepto. Sólo observa con atención; tal vez yo tenga suficiente poder para que las dos intentemos mi doble.

Con el movimiento más ágil que le había visto ejecutar hasta ese momento, subió los brazos arriba de la cabeza, uniendo las palmas de las manos en un ademán de rezo. Luego se arqueó hacia atrás, formando una curva elegante con los brazos estirados detrás de ella, casi hasta el suelo. Lanzó el cuerpo lateralmente a la izquierda, de modo que en un instante terminó inclinada al frente, casi tocando el suelo. Y antes de que pudiese siquiera abrir la boca por la sorpresa, se había lanzado de regreso y su cuerpo se encontraba arqueado hacia atrás, lleno de gracia.

Se lanzó de ida y de vuelta otras dos veces, como para darme la oportunidad de observar sus movimientos llenos de inconcebible velocidad y gracia, o quizá la oportunidad de ver su doble. En cierto punto de su movimiento la vi como una forma brumosa, como si fuese una fotografía de tamaño natural en doble exposición. Por una fracción de segundo dos Claras estaban moviéndose, la una un milisegundo detrás de la otra.

Lo que estaba viendo me dejó totalmente perpleja, aunque al pensarlo lo podía explicar como una ilusión óptica creada por su velocidad. Pero en el ámbito corporal sabía que mis ojos habían visto algo inconcebible; había tenido energía suficiente para suspender las expectativas comunes de mis sentidos y dejar entrar otra posibilidad.

Clara interrumpió su exquisita acrobacia y se acercó a mi lado, ni siquiera sin aliento. Explicó que este pase brujo permite al cuerpo unirse con su doble en el reino del no ser, cuya entrada se cierne arriba de la cabeza y ligeramente atrás de ella.

– Al doblarnos hacia atrás con los brazos estirados, creamos un puente -indicó Clara-. Y puesto que el cuerpo y el doble son como los dos extremos de un arco iris, podemos usar nuestro intento para unirlos.

– ¿Debo practicar este pase a una hora específica? -pregunté.

– Este es un pase brujo del crepúsculo -afirmó-. Pero debes tener mucha energía y estar extremadamente calmada para hacerlo. El crepúsculo te ayuda a calmarte y te proporciona un impulso adicional de energía. Por eso el fin del día es la mejor hora para practicarlo.

– ¿Lo intento ahora? -pregunté. Ante su mirada de duda, le aseguré que de niña había practicado gimnasia y estaba ansiosa por hacer la prueba.

– La cuestión no es si practicaste gimnasia de niña, sino lo calmada que estés en este momento -replicó Clara.

Dije que estaba todo lo calmada que podía estar. Clara se rió, escéptica, pero me dijo que siguiera adelante y tratara de hacerlo. Ella me cuidaría para asegurarse de que no fuese a fracturar nada torciéndome con demasiada violencia.

Planté los pies en el suelo, doblé las rodillas y lentamente empecé a ejecutar mi mejor arco, pero al pasar de cierto punto la gravedad se hizo cargo y caí torpemente al piso.

– La calma está muy lejos de ti -concluyó Clara amablemente al ayudarme a levantarme-. ¿Qué te molesta, Taisha?

En lugar de revelar a Clara lo que me preocupaba, pregunté si podía tratar de hacerlo de nuevo. Pero la segunda vez tuve aún más problemas que antes. Estaba segura de que mis preocupaciones mentales y emocionales me habían hecho perder el equilibrio. Sabía que las exigencias del yo, tal como dijera Clara, eran en verdad excesivas y acaparaban toda mi atención. No tuve más remedio que confesar a Clara que me molestaba sin medida el hecho de haber llegado a un punto del cual no podía moverme en mi recapitulación.

– ¿Cuál es ese punto? -preguntó Clara.

Admití que tenía que ver con mi familia.

– Ahora sé, sin duda alguna, que nunca les caí bien -dije con tristeza-. No es que no lo sospechara desde siempre, porque así fue y solía ponerme furiosa por ello. Pero ahora que he revisado mi pasado, como no logro enojarme más, no sé qué hacer.

Clara me miró con ojos críticos, haciendo la cabeza para atrás para escudriñarme.

– ¿Qué queda por hacer? -preguntó-. Has hecho el trabajo y has averiguado que no les caías bien. ¡Eso está muy bueno! No veo cuál es el problema.

Su tono arrogante me irritó. Esperaba, si no es que compasión, al menos comprensión y un comentario inteligente.

– El problema -respondí categórica, al borde de las lágrimas- es que me he quedado inmóvil. Sé que necesito profundizar más de lo que he hecho, pero no puedo. Sólo puedo pensar en que no me querían, mientras que yo los amaba.

– Espera, espera. ¿No me dijiste que los odiabas? Recuerdo claramente…

– Sí, eso dije, pero cuando lo dije no sabía lo que estaba diciendo. En realidad amaba a mis padres, también a mis hermanos. Después aprendí a despreciarlos, pero eso fue mucho después. No de niña. De niña quería que me hicieran caso y que jugaran conmigo.

– Creo que entiendo a qué te refieres -dijo Clara, asintiendo con la cabeza-. Sentémonos a hablar de esto.

Nos sentamos en el tronco otra vez.

– Según yo lo veo, tu problema se deriva de una promesa que hiciste de niña. Sí hiciste una promesa de niña, ¿verdad, Taisha? -preguntó, mirándome directamente a los ojos.

– No recuerdo haber hecho ninguna promesa -contesté sinceramente.

Con tono amable Clara sugirió que tal vez no la recordaba porque la hice de muy pequeña o porque se trató más de un sentimiento que de una promesa articulada en voz alta. Clara explicó que de niños muchas veces hacemos votos y luego estamos obligados por estos votos, aunque ya no recordemos haberlos hecho.

– Este tipo de promesas impulsivas pueden costarnos la libertad -afirmó Clara-. A veces nos encontramos comprometidos por una absurda devoción infantil o por promesas de amor sin fin.

Explicó que hay momentos en la vida de cada uno, especialmente en la temprana infancia, cuando deseamos algo con tal intensidad que automáticamente fijamos nuestro intento total en ello, el cual, una vez fijo, permanece en su lugar hasta que cumplamos nuestro deseo. Profundizó diciendo que los votos, los juramentos y las promesas comprometen nuestro intento, de modo que a partir del momento en que los hacemos nuestras acciones, sentimientos y pensamientos se dirigen de manera consistente hacia el cumplimiento o el mantenimiento de dichos compromisos, sin importar que recordemos o no haberlos contraído.

Me aconsejó que en la recapitulación repasara todas las promesas hechas por mí en mi vida, sobre todo las hechas en forma apresurada o bajo la influencia de la ignorancia o criterios erróneos. A menos que deliberadamente retirase mi intento de ellas, éste no se liberaría nunca para poder expresarse en el presente.

Traté de pensar en lo que estaba diciendo, pero mi mente sólo enfrentaba una masa de confusión. De repente recordé una escena de mi remota infancia. Debo haber tenido seis años. Quería que mi mamá me abrazara, pero me rechazó con un empujón, diciéndome que estaba muy grande para los mimos y que fuese a limpiar mi cuarto. Pero siempre mimaba al menor de mis hermanos, que era cuatro años mayor que yo y el preferido de mi madre. Entonces juré que no amaría ni volvería a acercarme a ninguno de ellos. Y desde ese día parecía haber cumplido la promesa, manteniéndome siempre distanciada de ellos.

– Si es cierto que no te querían -indicó Clara-, es tu destino el no ser querida por tu familia. ¡Acéptalo! Además, ¿qué importa ahora que te hayan querido o no?

Aún importaba, pero no se lo dije a Clara.

– También yo tuve un problema muy parecido al tuyo -prosiguió Clara-. Siempre estuve consciente de ser una muchacha sin amigos, gorda y desdichada, pero a través de la recapitulación averigüé que mi madre deliberadamente me había engordado desde el día en que nací. Según sus razonamientos, una muchacha gorda y fea no se va nunca de la casa; se queda ahí, como una sirvienta para toda la vida.

Quedé horrorizada. Era la primera vez que Clara me revelaba algo acerca de su pasado.

– Acudí a mi maestro, definitivamente el mejor maestro que uno pudiese tener, para pedirle su consejo al respecto -continuó-. Y él me dijo: "Clara, te compadezco, pero estás perdiendo el tiempo porque entonces fue entonces: ahora es ahora. Y ahora sólo hay tiempo para la libertad."

– Verás, sinceramente estaba convencida de que mi madre me había arruinado para toda la vida; yo era una gorda que no podía dejar de comer. Tardé mucho tiempo en comprender el significado de "Entonces fue entonces: ahora es ahora. Y ahora sólo hay tiempo para la libertad."

Clara guardó silencio por un momento, como para permitir que el impacto de sus palabras surtiera efecto en mí.

– Sólo tienes tiempo para luchar por la libertad, Taisha -indicó, dándome un empujoncito-. Ahora es ahora.

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