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– ¿Dormiste bien? -me preguntó Clara cuando entré a la cocina. Estaba a punto de sentarse a desayunar. Vi que la mesa estaba puesta también para mí, aunque no me había dicho la noche anterior a qué hora sería el desayuno.

– Dormí como un oso -respondí verazmente.

Me pidió que la acompañara y me sirvió un poco de condimentada carne deshebrada. Le conté que despertar en una cama desconocida siempre había sido difícil para mí. Mi padre cambiaba mucho de trabajo y la familia tenía que acompañarlo adonde hubiese un puesto disponible para él. Temía el sobresalto matutino de despertar, desorientada, en una casa nueva. Sin embargo, el temor no se materializó en esta ocasión. Al despertar sentí que el cuarto y la cama siempre habían sido míos.

Clara me escuchó con atención y asintió con la cabeza.

– Eso es porque te encuentras en armonía con la persona a la que pertenece el cuarto -indicó.

– ¿De quién es? -pregunté con curiosidad.

– Algún día te enterarás -dijo al colocar una gran porción de arroz junto a la carne en mi plato. Me pasó un tenedor-. Come. Hoy necesitarás todas tus fuerzas.

No me permitió hablar hasta que hube limpiado el plato.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunté mientras ella guardaba los trastes.

– Yo no voy a hacer nada -me corrigió-. Tú eres la que irás a una cueva para iniciar tu recapitulación.

– ¿Mi qué, Clara?

– Te dije anoche que todas las cosas y personas en esta casa tienen una razón de estar aquí, incluyéndote a ti.

– ¿Por qué estoy aquí, Clara?

– Tu razón de estar aquí te será explicada por etapas -replicó-. En el nivel más simple estás aquí porque te gusta estar aquí, sin importar lo que pienses acerca de tu estadía. Una segunda razón, y más compleja, es que te encuentras aquí para aprender y practicar un ejercicio fascinante llamado la recapitulación.

– ¿Qué ejercicio es ése? ¿En qué consiste?

– Te contaré más sobre él cuando lleguemos a la cueva.

– ¿Por qué no puedes decírmelo ahora?

– Paciencia, Taisha. No puedo responder a todas tus preguntas ahora, porque aún no posees energía suficiente para asimilar las respuestas. Más adelante tú misma comprenderás por qué es tan difícil explicar ciertas cosas.

"Ponte tus botines para caminar y vámonos.

Salimos de la casa y subimos unas colinas situadas hacia el Este, siguiendo la misma vereda que tomamos la noche anterior. Tras una breve caminata descubrí el claro plano sobre terreno elevado que había resuelto visitar de nuevo. Sin aguardar la iniciativa de Clara me dirigí hacia él, porque estaba ansiosa por averiguar si podía ver la casa en el día.

Me asomé y vi una especie de cuenca comprimida entre unas colinas bajas y recubierta de follaje verde. Aunque el día estaba despejado y soleado, no vi indicio alguno de los edificios. Una cosa era evidente: árboles enormes y más numerosos de lo que recordaba haber visto de noche.

– Sin duda reconocerás el baño -afirmó Clara-. Es la mancha rojiza junto al grupo de mezquites -di un brinco involuntario, porque estuve tan absorta en la contemplación del valle que no escuché a Clara acercarse a mis espaldas.

Para ayudar a enfocar mi atención, señaló una parte específica del verdor que había debajo. Pensé decirle, por cortesía, que lo podía ver, del mismo modo en que siempre solía asentir a lo que dijera cualquiera, pero no quise empezar el día siguiéndole la corriente. Guardé silencio. Además, había algo tan exquisito en ese valle escondido que me quitó el aliento. Lo miré absorta en forma tan total que me adormecí; me apoyé en una roca y permití que lo que hubiera en el valle me llevara consigo. Y en efecto, me transportó. Sentí que me encontraba en un parque para días de campo, enmedio de una fiesta muy animada. Escuché las risas de la gente…

Mi arrobamiento terminó cuando Clara me puso de pie, levantándome de las axilas.

– ¡Dios mío, Taisha! -exclamó-. Eres más extraña de lo que creía. Por un momento pensé que te había perdido.

Quise contarle mi sueño, porque estaba segura de haberme quedado dormida por un instante. Sin embargo, mi relato no pareció interesarle y echó a caminar.

Clara tenía la zancada firme y decidida, como si supiese exactamente adónde iba. Yo, en cambio, la seguí distraída, esforzándome sólo por mantener su paso sin tropezar. Avanzamos en silencio total. Tras más de media hora llegamos a una formación peculiar de roca que estaba segura habíamos pasado antes.

– ¿No estuvimos aquí antes? -pregunté, rompiendo el silencio.

Clara asintió con la cabeza.

– Estamos dando vueltas -admitió-. Algo te acecha y si no lo perdemos nos seguirá hasta la cueva.

Me volví para ver si había alguien atrás de nosotros; sólo distinguí los arbustos y las ramas torcidas de los árboles. Me apuré para alcanzar a Clara y tropecé con un tocón. Sobresaltada, grité al caer de bruces. Con una velocidad increíble, Clara me agarró del brazo e impidió mi caída cruzando una pierna delante de mí.

– No eres muy buena para caminar, ¿verdad? -comentó.

Le dije que nunca había sido buena para las actividades al aire libre; crecí con la idea de que caminar y salir de campamento eran para la gente del campo, para personas rústicas y sin sofisticación, no para los cultos habitantes de la ciudad. Caminar por los cerros al pie de las montañas no era una experiencia grata para mí. Y a excepción de la vista de su propiedad, paisajes que quitaban el aliento a otras personas me dejaban indiferente.

– Da igual -indicó Clara-. No estás aquí para contemplar el paisaje. Tienes que concentrarte en el camino. Y cuídate de las víboras.

Hubiese o no víboras por ahí, su advertencia definitivamente sirvió para mantener mi atención en el suelo. Conforme seguimos adelante, el aliento me faltó cada vez más. Los botines que Clara me había proporcionado me colgaban de los pies como pesas de plomo. Me costaba trabajo alzar los muslos para colocar un pie delante del otro.

– ¿De veras es necesario este recorrido por la naturaleza? -pregunté al fin.

Clara se detuvo en seco y se volvió hacia mí.

– Antes de que podamos hablar sobre algo significativo, al menos tendrás que estar consciente de tu elaborado séquito -señaló-. Estoy haciendo lo posible por ayudarte a hacer precisamente eso.

– ¿A qué te refieres? -pregunté, molesta-. ¿Qué séquito? -mi mal humor, como de costumbre volvió a apoderarse de mí.

– Me refiero a tu carga de emociones y pensamientos habituales, a tu historia personal -explicó Clara-. A todo lo que te convierte en lo que crees ser, una persona única y especial.

– ¿Qué tienen de malo mis emociones y pensamientos habituales? -pregunté. Sus aseveraciones incomprensibles definitivamente me irritaban.

– Esas emociones y pensamientos habituales representan el origen de todos nuestros problemas -declaró.

Entre más hablaba en acertijos, más aumentaba mi frustración. En ese instante me hubiera podido dar de cocos por haber cedido a la invitación de esa mujer. Era una reacción retrasada. Los temores que habían estado latentes dentro de mí de repente ardieron con luz viva. Me imaginé que ella tal vez fuese una psicópata que en cualquier momento podía sacar un puñal para matarme. Por otra parte, en vista de su obvio entrenamiento en las artes marciales, no le haría falta un puñal. Un solo puntapié de su pierna musculosa sería el acabose para mí. No podía contra ella. Era mayor que yo, pero infinitamente más fuerte. Me imaginé convertida en otra estadística más, en una persona perdida de la que jamás volvía a saberse nada. Deliberadamente aminoré el paso, a fin de incrementar la distancia entre nosotros.

– No te entregues a un estado de ánimo tan morboso -dijo Clara, definitivamente entrometiéndose en mis pensamientos-. Al traerte aquí sólo quise ayudar a prepararte para encarar la vida con un poco más de gracia. Pero lo único que he logrado, al parecer, es poner en movimiento una avalancha de sospechas y temores mezquinos.

Me sentí auténticamente avergonzada por haber tenido pensamientos tan morbosos. Resultaba desconcertante cómo pudo acertar con tal precisión acerca de mis sospechas y temores y cómo calmó mi agitación interna con un solo golpe directo de palabras. Deseé que me fuese posible pedir disculpas y revelarle lo que estaba pasando por mi mente, pero no estaba dispuesta a hacerlo; hubiera aumentado más aún mi desventaja.

– Tienes un curioso poder para tranquilizar la mente, Clara -dije en cambio-. ¿Aprendiste a hacer esto en el Oriente?

– No es una gran hazaña -admitió-, no porque tu mente sea fácil de tranquilizar, sino porque todos somos iguales. Para conocerte en detalle sólo tengo que conocerme a mí misma. Y te prometo que me conozco.

"Ahora sigamos caminando. Quiero llegar a la cueva antes de que te derrumbes por completo.

– Dime otra vez, Clara, ¿qué vamos a hacer en esa cueva? -pregunté, sin deseos de echar a caminar nuevamente.

– Voy a enseñarte cosas inimaginables.

– ¿Qué cosas inimaginables?

– Lo sabrás pronto -dijo, mirándome con los ojos muy abiertos.

Ansiaba contar con más información, pero antes de que pudiera entablar conversación con ella ya había subido la mitad, de la ladera siguiente. Arrastrando los pies, la seguí otros 400 metros, más o menos, hasta que por fin nos sentamos junto a un arroyo. Ahí el follaje de los árboles era tan denso que ya no alcanzaba a ver el cielo. Me quité los botines. Tenía una ampolla en el talón.

Clara recogió un palo duro y puntiagudo y me picó los pies en el espacio entre el dedo gordo y el segundo. Algo parecido a una suave corriente de electricidad se precipitó por mis pantorrillas y la parte interna de mis muslos. Luego hizo que me pusiera a gatas; tomando cada pie a su vez, los volteó plantas arriba y me picó en el punto ubicado justo debajo de la protuberancia del dedo gordo. Proferí un grito de dolor.

– No fue tan doloroso -afirmó, en el tono de alguien acostumbrado a tratar con personas enfermas-. Los médicos chinos de la época clásica solían aplicar esa técnica para dar una sacudida o revivir a los débiles, o bien para lograr un estado único de atención. Pero hoy en día ese conocimiento clásico está desapareciendo.

– ¿A qué se debe eso, Clara?

– A que el énfasis en el materialismo ha hecho que el hombre se aleje de las exploraciones esotéricas.

– ¿A eso te referías cuando en el desierto me dijiste que se había roto el lazo con el pasado?

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