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Nélida me esperaba con paciencia en la puerta trasera. Había tardado horas en calmarme. La tarde estaba avanzada. La seguí al interior de la casa. En el pasillo, justo delante de la sala, se detuvo de manera tan brusca que casi choqué con ella.

– Como te dijo Clara, vivo del lado izquierdo de la casa -indicó, volviéndose para mirarme-. Y te llevaré ahí. Pero primero pasemos a la sala y sentémonos por un rato, para que recobres el aliento.

Estaba jadeando y el corazón me latía a una velocidad inquietante.

– Estoy en buenas condiciones físicas -le aseguré-. Practicaba kung fu con Clara todos los días. Pero ahora no me siento muy bien.

– No te preocupes por estar sin aliento -dijo Nélida en tono tranquilizador- La energía de mi cuerpo está ejerciendo presión sobre ti. Es debido a esa presión adicional que el corazón te late más de prisa. Una vez que te acostumbres a mi energía, ya no te molestará.

Me tomó de la mano y me llevó a sentarme sobre un cojín en el piso, con la espalda apoyada en la parte delantera del sofá.

– Cuando estés agitada, como ahora, apoya la región lumbar de tu espalda en un mueble. O dobla los brazos hacia atrás, apretando con las manos la parte de arriba de tus riñones.

Sentarme en el piso con la espalda apoyada en esa forma definitivamente me calmó. En unos cuantos instantes, pude respirar normalmente y ya no sentía el estómago hecho nudos.

Observé a Nélida caminar de un lado al otro delante de mí.

– Ahora dejemos algo claro, de una vez por todas -dijo, sin interrumpir sus pasos livianos y reposados-. Cuando dije que soy responsable de ti, me refería a que estoy a cargo de tu total libertad. Así que no me vengas con más tonterías acerca de tus esfuerzos por independizarte. No me interesan tus enojos pueriles con tu familia. Pese a que has estado reñida con ella durante toda la vida, tu lucha carece de propósito y dirección. Es hora de dar una causa digna a tu fuerza natural y tu impulso compulsivo.

Noté que su paseo por la sala no era nervioso en absoluto. Más bien parecía una forma de captar mi atención, porque me tranquilizó por completo, además de mantenerme atenta.

Nuevamente le pregunté si volvería a ver a Clara y a Manfredo alguna vez. Nélida fijó en mí una mirada despiadada que me hizo sentir escalofríos.

– No, no los verás -contestó-. Al menos no en este mundo. Ambos han dedicado un esfuerzo impecable a tu preparación para el gran vuelo. Sólo si logras despertar a tu doble y pasar a lo abstracto volverás a verlos. Si no, se convertirán en recuerdos que o se los contarás a otros o se quedarán guardados dentro de ti, pero que irás olvidando poco a poco.

Le juré que no olvidaría jamás a Clara ni a Manfredo; formarían para siempre parte de mí, aunque nunca los volviese a ver. Pese a que algo dentro de mí estaba consciente de esto, no soporté la idea de una separación tan terminante. Quise llorar, como lo había hecho con tanta facilidad durante toda mi vida, pero mi pase brujo con los cristales de algún modo había surtido efecto; había perdido la capacidad de llorar. Ahora que realmente necesitaba llorar, no pude hacerlo. Estaba vacía por dentro. Era yo como siempre había sido: fría. Excepto que ya no me quedaban pretensiones. Recordé lo que Clara me había dicho, que la frialdad no equivale a crueldad ni a falta de corazón sino a una indiferencia inflexible. Por fin supe lo que significaba no tener compasión.

– No te concentres en tu pérdida -dijo Nélida al percibir mi estado de ánimo-. Al menos no por el momento. Mejor veamos algunas maneras útiles para reunir energía a fin de que intentes lo inevitable: el vuelo abstracto. Ahora sabes que nos perteneces a nosotros, a mí en particular. Hoy mismo debes tratar de pasar a mi lado de la casa.

Nélida se quitó los zapatos y se sentó en un sillón enfrente de mí. Con un solo movimiento lleno de gracia, subió las rodillas al pecho y plantó los pies en el asiento. La amplia falda le cubría las pantorrillas, de modo que sólo se le veían los tobillos y los pies.

– Ahora trata de no juzgar ni de ser tímida o malpensada -dijo.

Antes de que pudiera responder, levantó la falda y separó las piernas.

– Observa mi vagina -ordenó-. El agujero entre las piernas de una mujer es la abertura energética de la matriz, un órgano que es a la vez poderoso y competente.

Horrorizada, descubrí que Nélida no traía ropa interior. Podía ver su entrepierna. Quise apartar la vista, pero quedé hipnotizada. Sólo pude mirarla, con la boca medio abierta. No tenía vello y su vientre y piernas eran duros y lisos, sin vestigio de arrugas ni de grasa.

– Puesto que no existo en el mundo como hembra, mi matriz ha adquirido un carácter distinto del carácter de una indisciplinada mujer común y corriente -dijo Nélida sin indicios de pena-. Así que simplemente no deberías de verme de manera despectiva.

En efecto era hermosa y experimenté una punzada de envidia pura. Por lo menos me triplicaba la edad, pero yo nunca me hubiera visto tan bien en una posición similar. De hecho, ni en sueños hubiera permitido que alguien me viese desnuda. Siempre usaba largas batas, como si tuviera algo que esconder. Al recordar mi propia timidez aparté la vista cortésmente, pero no sin haber echado un vistazo a algo que sólo puedo llamar energía pura: el área alrededor de su vagina parecía irradiar una fuerza que me mareaba al verla fijamente.

Cerré los ojos y no me importó lo que pensara de mí. La risa de Nélida fue como una cascada infinita de agua, suave y burbujeante.

– Estás perfectamente calmada ahora -indicó-. Mírame de nuevo y respira hondo varias veces para recargarte.

– Espere un momento, Nélida -dije, invadida por un repentino temor, pero no a mirarle la vagina sino a algo que acababa de descubrir. Mostrarme su desnudez había tenido un efecto inconcebible en mí: calmó mi angustia y me hizo desprenderme de toda mi pudibundez. En un instante, me volví extraordinariamente familiar con Nélida. Tartamudeando de manera lastimosa, le expuse lo que acababa de comprender.

– Eso es exactamente el efecto que debe tener la energía de la matriz -respondió Nélida alegremente-. Ahora en serio, tienes que mirarme y respirar hondo. Después, podrás analizar las cosas todo lo que quieras.

Obedecí y no sentí timidez alguna. Inhalar su energía me vigorizó de manera curiosa, como si entre nosotras se hubiese formado un vínculo que no requería palabras.

– Puedes lograr maravillas si controlas y haces circular la energía de la matriz -dijo Nélida, al volver a taparse las pantorrillas con la falda.

Explicó que la función primaria de la matriz es la reproducción, a fin de perpetuar nuestra especie. No obstante, la matriz también posee funciones secundarias sutiles y sofisticadas, hecho que desconocen las mujeres. Y esas eran, indicó, las que a ella y a mí nos interesaba desarrollar.

Me dio tanto gusto que Nélida me incluyera en su afirmación que de hecho sentí un cosquilleo en el vientre. Escuché con atención mientras ella explicaba que la función secundaria más importante de la matriz es servir de guía al doble. En tanto que los hombres dependen de una mezcla de raciocinio e intento para guiar a sus dobles, las mujeres tienen a su disposición la matriz, una fuente poderosa de energía dueña de abundantes y misteriosos atributos y funciones, diseñados todos para proteger y nutrir al doble.

– Todo esto sólo es posible, por supuesto, si te desembarazas de toda la energía estorbosa dejada por los hombres dentro de ti -indicó-. La recapitulación completa de tu actividad sexual se encargará de eso.

Recalcó que usar la matriz constituye un método extremadamente poderoso y directo de comunicación con el doble. Me recordó el pase brujo que había aprendido, en el que se respira directamente con la abertura de la vagina.

– Por medio de la matriz, los animales hembras perciben las cosas y regulan sus cuerpos -dijo-. Por medio de la matriz, las mujeres pueden generar y almacenar poder en sus dobles, para construir y destruir o para unirse a todo lo que las rodea.

Otra vez sentí un hormigueo en el vientre, una tenue vibración que se extendió a mis genitales y a la cara interior de mis muslos.

– Además de la energía de la matriz, otra forma de comunicación con el doble, también llamado el otro, es por medio del movimiento -continuó Nélida-. Esta es la razón por la que Clara te enseñó los pases brujos. Hay dos pases que debes usar hoy a fin de prepararte adecuadamente para lo que viene.

Se dirigió al closet, sacó un petate, lo desenrolló en el piso y me indicó que me acostara encima. Cuando quedé tendida boca arriba, me pidió que doblara las rodillas un poco, cruzara los brazos en el pecho y rodara una vez a la derecha y luego a la izquierda. Me hizo repetir este movimiento siete veces. Al rodar, debía encorvar la espina dorsal lentamente a la altura de los hombros.

A continuación me indicó que de nuevo me sentara en el piso con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el sofá, mientras que ella se acomodó en el sillón. Inhaló por la nariz, despacio y con suavidad. Luego movió el brazo y la mano izquierdos en espiral hacia arriba, con gracia, como si estuviese taladrando el aire con la mano. Pareció meter la mano en un hoyo. La estiró, asió algo y luego retrajo el brazo, dándome la impresión de haber sacado una larga cuerda de un agujero en el aire. Realizó los mismos movimientos con el brazo y la mano derechos.

Mientras ella realizaba su pase brujo, reconocí que se trataba de un movimiento de igual naturaleza que los que Clara me había enseñado, pero al mismo tiempo distinto, más ligero y uniforme, con mayor carga de energía. Los pases brujos de Clara semejaban movimientos tomados de las artes marciales; desbordaban gracia y fuerza interior. Los pases de Nélida eran siniestros, amenazadores y al mismo tiempo placenteros para la vista; irradiaban una energía nerviosa, pero no eran agitados.

Al ejecutar su pase, el rostro de Nélida parecía una hermosa máscara. Sus rasgos eran simétricos, perfectos. Mientras observaba sus exquisitos movimientos, realizados con un desprendimiento y desapego absolutos, recordé lo dicho por Clara acerca de que Nélida no tenía piedad.

– Este pase sirve para reunir energía de la vastedad que se ubica justo detrás de todo lo que vemos -indicó-. Trata de hacer un agujero, penetra detrás de la fachada de las formas visibles y agarra la energía que nos sostiene. Hazlo ahora.

Traté de imitar sus movimientos rápidos y llenos de gracia, pero me sentía tiesa y torpe en comparación. No tuve la sensación de estar metiendo la mano por un agujero para agarrar la energía, por mucho que esforzara la imaginación. Sin embargo, al terminar el pase me sentí fuerte y rebosante de energía.

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