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Una tarde, poco antes de que oscureciera, Clara y yo regresábamos a la casa desde la cueva por la larga ruta escénica cuando sugirió que nos sentáramos a descansar a la sombra de unos árboles. Estábamos observando las sombras proyectadas por los árboles en el suelo cuando de súbito una ráfaga de viento estremeció las hojas que empezaron a centellear formando una conmoción de luz y oscuridad. Pequeñas olas recorrieron los dibujos en el suelo. Cuando hubo pasado el viento, las hojas de nuevo se aquietaron, y también las sombras.

– La mente se parece a estas sombras -indicó Clara con voz suave-. Cuando nuestra respiración es pareja, nuestras mentes están quietas. Si es errática, la mente se estremece como las hojas agitadas.

Traté de observar si mi respiración estaba pareja o inquieta, pero sinceramente no lo supe distinguir.

– Si la respiración es agitada, la mente se pone inquieta -continuó Clara-. A fin de aquietar la mente, lo mejor es comenzar por aquietar la respiración -me dijo que mantuviera la espalda recta y me concentrara en mi respiración hasta que estuviera suave y rítmica, como la de un bebé.

Señalé que cuando una persona se dedica a una actividad física como nosotras lo acabábamos de hacer, al caminar por los cerros, era imposible que la respiración fuese tan suave como la de un bebé, que se la pasa acostado sin hacer nada.

– Además -continué-, no sé cómo respiran los bebés. No he estado cerca de muchos y cuando lo estuve, no me fijé en su respiración.

Clara se acercó para colocar una mano en mi espalda y la otra en mi pecho. Para mi consternación, me oprimió hasta constreñirme de tal manera que me sentí a punto de sofocar. Traté de soltarme, pero me sujetó con manos de hierro. A manera de compensación, empecé a meter y a sacar el estómago rítmicamente, conforme el aire entraba otra vez a mi cuerpo.

– Así respiran los bebés -indicó-. Recuerda la sensación de sacar el estómago, para que puedas reproducirla sin importar que estés caminando, haciendo ejercicio o acostada sin hacer nada. No lo creerás, pero somos tan civilizados que debemos aprender de nuevo a respirar correctamente.

Retiró las manos de mi pecho y espalda.

– Ahora deja que el aire suba hasta llenar tu pecho -instruyó-. Pero no permitas que te inunde la cabeza.

– No hay forma de que el aire se me meta a la cabeza -contesté, riendo.

– No me tomes tan literalmente -me regañó-. Al decir aire en realidad me refiero a la energía derivada de la respiración, que penetra en el abdomen, el pecho y luego la cabeza.

Tuve que reír ante su seriedad. Me preparé para escuchar otro torrente de metáforas chinas.

Sonrió y me guiñó el ojo.

– En mi caso, la seriedad es consecuencia directa de mi tamaño -afirmó con una risita-. Nosotras, las personas grandotas siempre somos más serias que las pequeñitas y joviales. ¿No es cierto, Taisha?

No entendí por qué me incluía a mí entre las grandotas. Me llevaba por lo menos cinco centímetros de estatura y dieciséis kilos de peso. Me molestó sobremanera que me llamara grandota, y aún más su insinuación de que yo era demasiado seria. Sin embargo, no expresé mis sentimientos en voz alta, porque sabía que ella exageraría la cuestión y me mandaría llevar a cabo una profunda recapitulación sobre el tema de mi tamaño.

Clara me miró como para medir mi reacción a su pregunta. Sonreí y fingí no haberme molestado en absoluto. Al observar mi estado de atención, se puso seria de nuevo y siguió explicándome que nuestro bienestar emocional está directamente ligado con el fluir rítmico de nuestra respiración.

– La respiración de una persona agitada -prosiguió, inclinándose un poco hacia mí- es rápida y superficial y se ubica en el pecho o la cabeza. La respiración de una persona calma se hunde en el abdomen.

Traté de bajar mi respiración al abdomen, para que Clara no sospechase que había estado irritada. Sin embargo, ella esbozó una sonrisa sagaz y agregó:

– A las personas altas nos resulta más difícil respirar desde el abdomen, porque nuestro centro de gravedad está un poquito más arriba. Por eso es aún más importante que nos mantengamos calmados y serenos.

A continuación explicó que el cuerpo se divide en tres cámaras principales de energía: el abdomen, el pecho y la cabeza. Me tocó el estómago justo debajo del ombligo, luego el plexo solar y finalmente el centro de mi frente. Explicó que estos tres puntos constituyen los centros claves de las tres cámaras. Entre más sosegados la mente y el cuerpo más aire puede absorber una persona en cada una de las tres divisiones del cuerpo.

– Los bebés absorben una vasta cantidad de aire con relación a su tamaño -afirmó Clara-. Pero al crecer nos constreñimos, especialmente alrededor de los pulmones, y absorbemos menos aire.

Clara respiró profundamente antes de continuar.

– Puesto que las emociones están vinculadas directamente con la respiración -señaló-, una buena manera de calmarnos es regulando la respiración. Podemos entrenarnos para absorber más energía, por ejemplo, mediante el alargamiento deliberado de cada inhalación.

Se puso de pie y me pidió que observara su sombra con cuidado. Noté que estaba perfectamente quieta. Luego me pidió levantarme y observar mi propia sombra. No pude más que detectar un ligero temblar, como la sombra de los árboles al ser rozadas las hojas por una brisa.

– ¿Por qué tiembla mi sombra? -pregunté-. Pensé que estaba perfectamente inmóvil.

– Tu sombra tiembla porque los vientos de las emociones soplan a través de ti -replicó Clara-. Estás más tranquila que cuando empezaste a recapitular, pero aún queda mucha agitación dentro de ti.

Me indicó que me apoyara en la pierna izquierda, con la derecha levantada y doblada en la rodilla. Me tambaleé al tratar de mantener el equilibrio. Me maravillé al observar que Clara se mantenía con la misma facilidad en una sola pierna que en ambas, y su sombra seguía totalmente inmóvil.

– Parece costarte trabajo mantener el equilibrio -señaló Clara al bajar una pierna y levantar la otra-. Eso significa que tus pensamientos y sentimientos no están tranquilos, ni tampoco tu respiración.

Alcé la otra pierna para volver a intentar el ejercicio. Ahora mi equilibrio fue mejor, pero al observar la quietud de la sombra de Clara experimenté una repentina punzada de envidia y tuve que bajar la pierna para evitar caerme.

– Cuando tenemos un pensamiento -explicó Clara al bajar nuevamente la pierna-, nuestra energía se desplaza en dirección de ese pensamiento. Los pensamientos son como guías: hacen que el cuerpo se mueva por un camino específico.

"Ahora vuelve a mirar mi sombra -ordenó-. Pero trata de no considerarla simplemente como una sombra. Trata de atisbar la esencia de Clara, según la muestra su sombra-retrato.

De inmediato me puse tensa. Sería sometida a juicio y se evaluaría mi desempeño. Los sentimientos de competencia de mi infancia, de tener que superar a mis hermanos, volvieron a la superficie.

– No te pongas tensa -advirtió Clara, severa-. No es un concurso. Sólo es una delicia. ¿Entiendes? ¡Una delicia!

Había sido condicionada concienzudamente para reaccionar a las palabras. La palabra "delicia" me hundió en una confusión total y finalmente me produjo pánico. No está usando la palabra correctamente -fue lo único que alcancé a pensar-. Seguramente se refiere a otra cosa. Sin embargo, Clara repitió la palabra una y otra vez, como si quisiese que se me grabara.

Mantuve los ojos en su sombra. Tenía la impresión de que era hermosa, serena, llena de poder. No era tan sólo un área oscura, sino que parecía poseer profundidad, inteligencia y vitalidad. De súbito creí ver que la sombra de Clara se movía en forma independiente de cualquier movimiento del cuerpo de Clara. El movimiento fue tan increíblemente rápido que casi pasó desapercibido. Esperé, aguantando la respiración; lo miré, y le entregué toda mi atención. Entonces volvió a suceder, y esta vez definitivamente estaba preparada. La sombra se estremeció y se estiró, como si de repente se le hubieran inflado los hombros y el pecho. La sombra pareció haber cobrado vida.

Proferí un grito y me levanté de un salto. Le vociferé a Clara que su sombra estaba viva. Me dispuse a echarme a correr, aterrada ante la idea de que la sombra me persiguiese, pero Clara me detuvo, sosteniéndome el hombro.

Cuando me hube calmado lo suficiente para volver a hablar, le describí lo que había visto, manteniendo los ojos apartados del suelo todo el tiempo por miedo a ver otra vez la siniestra sombra de Clara.

– Observar el movimiento de las sombras significa que obviamente has liberado una enorme porción de energía con tu recapitulación -comentó Clara.

– ¿Estás segura que no me lo imaginé nada más, Clara? pregunté, con la esperanza de que dijera que sí.

– Tu intento la hizo moverse -declaró con mucha autoridad.

– ¿No crees que la recapitulación también perturba la mente? -pregunté-. Debo estar muy perturbada para ver a las sombras moverse por fuerza propia.

– No. El propósito de la recapitulación es romper con las suposiciones fundamentales que hemos aceptado a lo largo de nuestras vidas -explicó Clara con paciencia-. A menos que se rompa con ellas, no podemos impedir que el poder del recuerdo nuble nuestra conciencia.

– ¿A qué te refieres exactamente con el poder del recuerdo, Clara?

– El mundo es una enorme pantalla de recuerdos; al romperse ciertas suposiciones -indicó-, no sólo se pone freno al poder del recuerdo, sino que incluso se le cancela.

No entendí a qué se refería y tomé a mal que hiciera todo tan difícil de comprender.

– Probablemente el viento movió el polvo sobre el cual se proyectaba tu sombra -dije, para ofrecer una explicación razonable.

Clara meneó la cabeza.

– Trata de mirarla de nuevo y cerciórate de ello -sugirió.

Sentí carne de gallina en los brazos. Nada me obligaría a mirar otra vez su sombra.

– Insistes en que las sombras de la gente no se mueven solas -indicó Clara-, porque eso es lo que te dice tu capacidad de recordar. ¿Recuerdas haberlas visto moverse alguna vez?

No, por supuesto que no.

– Ahí está. Pero lo que te pasó hace un momento fue que tu capacidad normal de recordar se contuvo por un instante y viste a mi sombra moverse.

Clara me señaló con el dedo y se rió.

– Tampoco fue que el viento moviese el polvo -afirmó. Luego escondió su cabeza bajo el brazo, como una niña tímida. Se me hizo raro que, pese a ser una mujer adulta, nunca se veía ridícula haciendo ademanes infantiles.

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