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"Te tengo noticias -prosiguió Clara-. De niña, viste a las sombras moverse, pero aún no eras una persona racional, así que estaba bien que se movieran. Al crecer, tu energía fue atada por las restricciones sociales y por eso se te olvidó que las viste moverse y sólo recuerdas lo que en tu opinión te está permitido recordar.

Estaba tratando de asimilar todo el alcance de lo que Clara estaba diciendo cuando de súbito recordé que, de niña, solía ver a las sombras menearse y retorcerse en las banquetas, sobre todo los días despejados de calor. Siempre me pareció que trataban de liberarse de las personas a quienes pertenecían. Me aterraba ver a las sombras volverse de lado para mirar atrás. Siempre me pareció extraño que los adultos ignoraran totalmente las travesuras de sus sombras.

Cuando se lo mencioné a Clara, concluyó que mi terror era producto del conflicto entre lo que en realidad veía y lo que me dijeron era posible y permisible ver.

– Creo que no te entiendo, Clara -dije.

– Trata de imaginarte a ti misma como un gigantesco almacén de recuerdos -sugirió-. En este almacén, otros y no tú han depositado sentimientos, ideas, diálogos mentales y patrones de comportamiento. Puesto que es tu almacén puedes entrar, hurgar por ahí a la hora que quieras y usar lo que encuentres. El problema es que no tienes ningún control sobre el inventario, puesto que fue establecido antes de que te posesionaras del almacén. Por eso te ves drásticamente limitada en tu selección de objetos.

Agregó que nuestras vidas parecen constituir una línea de tiempo ininterrumpida, porque nunca cambia el inventario en nuestros almacenes. Subrayó que, de no vaciar el almacén, no hay manera de ser lo que realmente somos.

Abrumada por mis recuerdos y por lo que Clara estaba explicando, me senté en una gran piedra. Con el rabo del ojo vi mi sombra y experimenté una sacudida de pánico al preguntarme: ¿qué hago si mi sombra no se sienta exactamente igual que yo?

– No soporto esto, Clara -exclamé al mismo tiempo que me ponía de pie de un salto-. Regresemos a la casa.

Clara me ordenó quedarme quieta.

– Calma la mente -indicó, sin quitarme la vista de encima- y el cuerpo también se tranquilizará; de otra manera, reventarás.

Clara sostuvo la mano izquierda delante del cuerpo con la muñeca apoyada justo arriba del ombligo; la palma vuelta hacia la derecha y los dedos, apretados unos contra otros, señalaban al frente. Me dijo que adoptara esa posición de la mano y mirara la punta de mi dedo medio. Miré por encima del caballete de la nariz, lo cual me obligó a mirar hacia abajo haciendo un ligero bizco. Explicó que mirar fijamente en esa forma sitúa nuestra conciencia fuera de nosotros en el suelo, disminuyendo así nuestra agitación interna.

A continuación dijo que inhalara profundamente a la vez que señalaba el suelo, dirigiendo mi intento a extraer de él una chispa de energía, como una gota de pegamento, sobre el dedo medio. Luego debía hacer girar la mano en la muñeca hacia arriba hasta que la base de mi pulgar me tocara el esternón. Debía contemplar la punta de mi dedo medio y contar hasta siete, para luego desplazar mi conciencia inmediatamente a la frente, a un punto ubicado entre los ojos y justo arriba del caballete de la nariz. Dicho desplazamiento, indicó, debe ser acompañado por el intento de transferir la chispa de energía del dedo medio al punto entre los ojos. Si se logra la transferencia, aparece una luz sobre la pantalla oscura tras los ojos cerrados. Afirmó que podemos enviar este luminoso punto de energía a cualquier parte de nuestro cuerpo para contrarrestar el dolor, la enfermedad, la aprensión o el miedo.

Alargó la mano y suavemente me oprimió el plexo solar.

– Si requieres una rápida recarga de energía, como ahora, ejecuta la respiración de poder que te voy a enseñar y te garantizo que te sentirás vigorizada.

Observé a Clara realizar una serie de cortas inhalaciones y exhalaciones por la nariz en rápida sucesión, haciendo vibrar el diafragma. La imité y tras respirar unas veinte veces, contrayendo y relajando mi diafragma, sentí que una ola de calor se me extendía por todo el abdomen.

– Vamos a quedarnos aquí sentadas efectuando la respiración de poder y mirando la luz detrás de los ojos -indicó-, hasta que ya no tengas miedo.

– En realidad no sentí tanto miedo -mentí.

– Es que no te viste -replicó Clara-. Desde acá estuve viendo a alguien a punto de desmayarse.

Tenía toda la razón. En mi vida había experimentado un susto tan fuerte como al ver estirarse la sombra de Clara. Recuerdos perdidos brotaron desde profundidades tan olvidadas que por un instante o dos en verdad me sentí niña otra vez.

Volteé la palma de la mano de lado y me miré la punta del dedo, tal como Clara lo había recomendado. Mantuve fijos los ojos y luego desplacé la atención al centro de la frente. No vi ninguna luz, pero gradualmente me tranquilicé.

Casi estaba oscuro. Distinguía la silueta de Clara perfilada a mi lado. Su voz era tranquilizadora; dijo:

– Quedémonos un rato más, para dejar que esa chispa de energía se asiente en tu cuerpo.

– ¿Aprendiste esta técnica en China, Clara? -pregunté.

Meneó la cabeza.

– Te dije que tuve a un maestro aquí en México -indicó, y luego agregó con reverencia- mi maestro fue un hombre extraordinario que dedicó su vida a aprender el arte de la libertad y luego a enseñárnoslo.

– Pero, ¿no es de origen oriental este método de respiración?

Parecía deliberar antes de responder. Pensé que su vacilación se debía al deseo de mantener su reserva.

– ¿Dónde lo aprendió tu maestro? -insistí-. ¿También fue a China?

– Todo lo que sabía se lo aprendió a su maestro -contestó Clara evasivamente.

Cuando le pedí que me contara más acerca de su maestro y lo que éste le había enseñado, Clara pidió disculpas por no encontrarse en posición de profundizar en el tema en ese momento.

– Para entenderlo -explicó-, tendrías que adquirir un tipo especial de energía que por el momento no posees.

Me dio unas palmaditas en la mano.

– No apresures las cosas -dijo compasivamente-. Pensamos enseñarte todo lo que sabemos. ¿Por qué las prisas?

– Siempre me intriga mucho cuando dices "nosotros", Clara, porque tengo la impresión de que hay otras personas en la casa y he empezado a ver y a escuchar cosas que mi razón me dice no pueden ser verdad.

Clara se rió hasta que parecía a punto de caerse de la roca en la que estaba sentada. Su repentino y exagerado estallido me irritó aún más que su negativa a hablar sobre su maestro.

– No sabes lo chistoso que me resulta tu dilema -indicó a manera de explicación-. Me demuestra, exactamente como cuando viste a las sombras moverse, que estás liberando tu energía. Has empezado a vaciar tu almacén. Entre más objetos de tu inventario deseches, más espacio habrá para otras cosas.

– ¿Como qué? -pregunté, aún molesta-. ¿Para ver a las sombras moverse y escuchar voces?

– Quizá -respondió vagamente-. O tal vez incluso veas a las personas a quienes pertenecen las sombras y las voces.

Quería saber a qué personas se refería, pero se negó a decir más al respecto. Se puso de pie en forma abrupta y anunció que quería volver a la casa para prender el dínamo antes de que oscureciera demasiado.

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