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Una tarde, mientras recapitulaba en la cueva, me dormí. Al despertar encontré en el suelo a mi lado un par de cristales de cuarzo bellamente pulidos. Por un rato deliberé si tocarlos o no, porque se veían bastante ominosos. Medían como diez centímetros de largo y eran perfectamente traslúcidos. Sus extremos fueron labrados en forma de aguda punta y parecían resplandecer con luz propia. Al ver a Clara acercarse a la cueva, cuidadosamente deslicé los cristales sobre la palma de la mano y salí gateando de la cueva para enseñárselos.

– Sí, son exquisitos -asintió con la cabeza como si los reconociera.

– ¿De dónde salieron? -pregunté.

– Te los dejó alguien que te está observando muy atentamente -indicó y bajó un bulto que estaba cargando.

– No vi que nadie los dejara.

– La persona vino mientras dormías. Te advertí que no te durmieras durante tu recapitulación.

– ¿Quién vino mientras estaba durmiendo? ¿Uno de tus parientes? -pregunté, excitada. Coloqué los frágiles cristales sobre un montón de hojas y me puse los zapatos. Clara me había recomendado quitarme los zapatos para recapitular, porque al apretar los pies impiden que circule la energía.

– Si te dijera quien dejó los cristales, no tendría ningún sentido para ti o tal vez incluso te asustaría -replicó.

– Haz la prueba. Después de ver a tu sombra moverse, no creo que ya nada me asuste.

– Muy bien, si insistes -accedió al desatar su bulto-. La persona que te está observando es un maestro brujo, como los hay muy pocos en este mundo.

– ¿Quieres decir que un verdadero brujo? ¿Uno que hace cosas malas?

– Quiero decir un verdadero brujo, pero no uno que haga cosas malas. Ese brujo es un ser que moldea y da forma a la percepción como tú pintarías un cuadro con tus pinceles. Pero eso no significa que sea arbitrario. Al manejar la percepción con su intento, su comportamiento es impecable.

Clara lo comparó con los maestros pintores chinos, quienes supuestamente pintaban dragones de apariencia tan fiel que al agregar las pupilas, como toque final, los dragones salían volando de la pared o la pantalla sobre la que estaban pintados. Con voz baja, como si estuviera haciendo una revelación significativa, Clara afirmó que cuando un brujo consumado está listo para abandonar el mundo, sólo tiene que manejar la percepción, crear una puerta con su intento, pasar por ella y desaparecer.

La profunda pasión expresada por su voz me inquietó. Me senté en una gran piedra plana y, sujetando los cristales, traté de comprender quién podía ser ese maestro brujo. Desde el día de mi llegada no había hablado con nadie excepto con Clara y Manfredo, por el simple hecho de no haber nadie más. Tampoco hubo señales del cuidador mencionado por Clara. Estuve a punto de recordarle que ella y Manfredo eran los únicos seres que había visto desde mi llegada, cuando me acordé de haber observado a una persona más: a un hombre que pareció salir de la nada una mañana en que estaba dibujando unos árboles cerca de la cueva. El hombre estaba en cuclillas en un claro, a unos treinta metros de donde yo me encontraba. El frío me hacía temblar y asimismo me hizo enfocar mi atención en su rompevientos verde. Vestía pantalones color beige y el típico sombrero de paja de ala ancha del norte de México. No distinguía los rasgos de su cara, porque llevaba el sombrero ladeado sobre ella; parecía musculoso y flexible.

Estaba vuelto hacia un lado; lo vi cruzar los brazos sobre el pecho. Entonces me dio la espalda y, para mi total asombro, dio la vuelta a su espalda con las manos hasta que se tocaron las puntas de sus dedos. Luego se puso de pie y se fue, desapareciendo entre los arbustos.

Rápidamente dibujé su postura agachada. Luego bajé mi cuaderno de dibujar y traté de imitar lo que había hecho; sin lograr juntar los dedos en la espalda por mucho que estirara los brazos y retorciera los hombros. Seguí agachada, abrazándome. Al cabo de un momento dejé de temblar y me sentí con calor y a gusto, a pesar del frío.

– Así que ya lo has visto -comentó Clara cuando le conté del hombre.

– ¿Él es el maestro brujo?

Clara asintió con la cabeza e introdujo la mano en su bulto para pasarme un tamal que me llevaba para comer.

– Es muy flexible -indicó-. No es nada para él soltar las articulaciones de los hombros para luego regresarlas a su lugar. Si continúas tu recapitulación y ahorras energía suficiente, tal vez te enseñe su arte. La vez que lo viste simplemente te enseñó a combatir el frío mediante una postura específica: agacharse con los brazos cruzados sobre el pecho.

– ¿Es algún tipo de yoga?

Clara se encogió de hombros.

– Quizá tu camino y el de él se crucen de nuevo y él mismo responda a tu pregunta. Mientras tanto, estoy segura de que estos cristales te ayudarán a aclarar las cosas dentro de ti.

– ¿A qué te refieres con eso exactamente, Clara?

– ¿Qué aspecto de tu vida estabas recapitulando antes de dormirte? -preguntó, pasando por alto mi pregunta.

Le conté a Clara que estuve recordando cómo odiaba los quehaceres en mi casa. Parecía tardar horas en lavar los trastes. Lo peor era que veía por la ventana de la cocina cómo mis hermanos jugaban a la pelota. Les envidiaba el no tener que hacer trabajos domésticos y odiaba a mi madre por obligarme a hacerlos. Tenía ganas de romper sus valiosos platos, pero por supuesto nunca lo hice.

– ¿Cómo te sientes ahora al recapitularlo?

– Tengo ganas de darles de bofetadas a todos, incluyendo a mi mamá. No consigo perdonarla.

– Tal vez los cristales te ayuden a reencauzar tu intento y tu energía atrapada -indicó Clara en voz suave.

Guiada por un extraño impulso, deslicé los cristales entre mis dedos índice y medio. Encajaban cómodamente, como si estuvieran adheridos a mis manos.

– Veo que ya sabes cómo sostenerlos -comentó Clara-. El maestro brujo me instruyó enseñarte, en caso de que los sostuvieras correctamente por tu propia cuenta, un movimiento indispensable que puedes realizar con estos cristales.

– ¿Qué clase de movimiento, Clara?

– Un movimiento de poder -replicó-. Después te explicaré más acerca de su origen y propósito. Por ahora, sólo deja que te enseñe cómo realizarlo.

Me indicó que apretara con firmeza los cristales entre mis dedos índice y medio de cada mano. Ayudándome por la espalda, con suavidad me llevó a estirar los brazos delante de mí, a la altura de los hombros, y los hizo girar en sentido contrario al reloj. Hizo que comenzara por trazar círculos grandes que se hicieron cada vez más pequeños, hasta que el movimiento se detuvo y los cristales se convirtieron en dos puntos que señalaban la distancia; sus líneas imaginarias, extendidas, convergían en un punto del horizonte.

– Al trazar los círculos, asegúrate de mantener las palmas de la una frente a la otra -me corrigió-. Y siempre comienza con círculos grandes y continuos. De esta manera reunirás energía que luego podrás enfocar en cualquier cosa que desees afectar, ya sea un objeto, un pensamiento o un sentimiento.

– ¿Cómo afecta apuntar con los cristales? -pregunté.

– Mover los cristales y apuntarlos como te lo enseñé extrae la energía de las cosas -explicó-. El efecto es el mismo como cuando se desactiva una bomba. Eso es exactamente lo que quieres hacer en esta etapa de tu entrenamiento. Así que no gires los brazos nunca, bajo ninguna circunstancia, en la dirección del reloj al sostener los cristales.

– ¿Qué pasaría si los hiciera girar en esa dirección?

– No sólo producirías una bomba, sino que prenderías la mecha y causarías una explosión gigantesca. La dirección de las manecillas del reloj sirve para cargar las cosas, para ahorrar energía para cualquier empresa. Guardaremos ese movimiento para cuando estés más fuerte.

– Pero ¿no es eso lo que necesito ahora, Clara? ¿Ahorrar energía? Me siento tan agotada.

– Claro que necesitas ahorrar energía -accedió-, pero por ahora debes lograrlo eliminando tu tendencia a entregarte a absurdeces. Puedes ahorrar mucha energía con simplemente no hacer las cosas a las que estás acostumbrada, como quejarte, sentir lástima de ti misma o preocuparte por cosas que no tienen remedio. Quitar la mecha a estas cuestiones te infundirá una energía positiva y nutritiva que ayudará a equilibrarte y a curarte.

"Por el contrario, la energía que reunirías al mover los cristales en dirección del reloj es un tipo virulento de energía, un estallido devastador que no serías capaz de soportar en este momento. Por eso prométeme que bajo ninguna circunstancia lo intentarás.

– Lo prometo, Clara. Pero suena bastante tentador.

– El maestro brujo que te dio estos cristales está observando tu progreso -advirtió-, así que no debes darles mal uso.

– ¿Por qué este maestro brujo tiene interés en observarme? -no pude evitar un dejo de curiosidad morbosa en mi pregunta. Me sentía inquieta, pero al mismo tiempo halagada porque un hombre se tomara la molestia de observarme, aunque fuese desde lejos.

– Tiene intenciones contigo -replicó Clara indiferente.

Mi alarma fue instantánea. Apreté el puño y me levanté de un salto, indignada.

– No seas tan tonta como para sacar conclusiones equivocadas -dijo Clara, molesta-. Te aseguro que nadie quiere cogerte. De veras tienes que recapitular detalladamente tus encuentros sexuales, Taisha, para deshacerte de tus sospechas absurdas.

Su tono, desprovisto de todo sentimiento, y su elección vulgar de palabras por algún motivo me serenaron. Volví a sentarme y balbuceé una disculpa.

Clara se llevó un dedo a los labios.

– No estamos dedicados a ocupaciones ordinarias -aseveró-. Entre más pronto te lo metas a la cabeza, mejor. Al hablar de intenciones me refiero a intenciones sublimes; a maniobras para un espíritu audaz. Pese a lo que crees, eres muy audaz. Mira dónde te encuentras ahora. Todos los días te pasas horas sentada sola en una cueva, borrando tu vida por medio de la recapitulación. Eso requiere valor.

Confesé que me alarmaba mucho cada vez que recordaba cómo la había seguido y ahora vivía en su casa, como si fuese lo más natural en el mundo.

– Siempre me ha desconcertado -indicó-, pero nunca te he preguntado abiertamente qué te impulsó a seguirme de tan buena gana. Yo misma no lo hubiera hecho.

– Mis padres y hermanos siempre me decían que estoy loca -admití-. Supongo que esa debe ser la razón. Una extraña emoción está contenida dentro de mí y debido a ella siempre termino haciendo barbaridades.

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