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Clara estaba sentada en el sillón de ratán a la orilla del patio, cepillándose su lustroso cabello negro. Lo acomodó con las puntas de los dedos hasta que todo quedó en su lugar. Al terminar de arreglarse, se llevó la palma de la mano izquierda a la frente y la frotó suavemente con un movimiento circular. Luego se pasó la mano por encima de la cabeza y hasta la base de la nuca, para finalmente sacudir las muñecas y los dedos en el aire. Repitió esta secuencia de frotar y sacudir varias veces más.

Observé sus movimientos, fascinada. No tenía nada de descuidados o casuales. Los ejecutó con intensa concentración, como si estuviese realizando una tarea de suma importancia.

– ¿Qué estás haciendo? -pregunté, rompiendo el silencio- ¿Te estás dando una especie de masaje facial?

Clara me echó un vistazo. Yo estaba sentada en el otro sillón, imitando sus movimientos.

– Estos movimientos circulares impiden la formación de arrugas en la frente -indicó-. Tal vez te parezca un masaje facial, pero no lo es. Son pases brujos, movimientos de la mano diseñados para reunir la energía con un propósito específico.

– ¿Qué propósito específico es ése? -pregunté, sacudiendo las muñecas en la misma forma que ella.

– El propósito de estos pases brujos es conservar la apariencia juvenil al impedir que se formen arrugas -replicó-. El propósito fue determinado con anterioridad, no por mí ni por ti sino por el poder mismo.

Debí admitir que, con respecto a Clara, si esa era la cuestión, definitivamente funcionaba. Tenía un cutis espléndido que hacía resaltar sus ojos verdes y cabello oscuro. Siempre había creído que su apariencia juvenil se debía a sus genes indígenas. No sospeché nunca que deliberadamente la cultivara por medio de movimientos específicos.

– Siempre que se reúne energía, como en el caso de estos pases brujos, lo llamamos poder -continuó Clara-. Recuerda, Taisha, que poder es cuando la energía se reúne, ya sea por sí sola o bajo el mando de alguien. Escucharás hablar mucho más acerca del poder, no sólo por mí sino también por mis parientes. Van a regresar cualquier día de estos.

Aunque Clara se refería constantemente a sus parientes, yo había perdido toda esperanza de conocerlos. Su referencia al poder era otro asunto muy diferente. No entendí nunca qué quería decir con poder.

– Te enseñaré unos pases brujos que debes ejecutar todos los días de tu vida a partir de ahora -anunció.

Lancé un suspiro quejumbroso. Eran tantas las cosas que me había enseñado y que según ella debía de hacerlas todos los días de mi vida: la respiración, la recapitulación, los ejercicios de kung fu, las largas caminatas. Si alineaba una tras otra las cosas que me dijo que hiciera, las horas del día no alcanzarían ni para la mitad.

– ¡Por favor! No me tomes tan literalmente -dijo Clara al ver mi expresión afligida-. Estoy llenando tu cerebrito de todo lo posible, porque quiero que sepas de todas estas cosas. El conocimiento reúne energía, por eso el conocimiento es poder. Para hacer que funcione la brujería, debemos saber lo que estamos haciendo cuando enfocamos nuestro intento, no en el propósito, date cuenta, sino en el resultado del acto de brujería. Si intentamos el propósito de nuestras acciones de brujería, estaríamos creando brujería; tú y yo no tenemos tanto poder.

– No te entiendo, Clara -dije, acercando mi silla un poco- ¿Para qué no tenemos suficiente poder?

– Quiero decir que ni siquiera entre las dos juntas podemos reunir la energía abrumadora que se requeriría para crear un nuevo propósito. Pero en forma individual definitivamente podemos reunir suficiente energía para enfocar nuestro intento en el resultado de estos pases brujos: que no nos salgan arrugas. Es todo lo que podemos hacer, puesto que su propósito -mantenernos joven y de apariencia juvenil- ya está establecido.

– ¿Es como la recapitulación, cuyo resultado final fue creado de antemano por el intento de los antiguos brujos? -pregunté.

– Exactamente -dijo Clara-. El intento de todos los actos de brujería ya está establecido. Sólo tenemos que enganchar nuestra conciencia con él.

Colocó su sillón en frente de mí, de modo que nuestras rodillas apenas se tocaban. Luego frotó cada pulgar vigorosamente en la palma de la otra mano y se los puso en el caballete de la nariz. Con trazos ligeros y parejos se los pasó sobre las cejas hasta las sienes.

– Este pase impedirá que se te hagan surcos entre las cejas -explicó.

Después de frotar los índices rápidamente uno con otro, como dos palos para encender un fuego, se los acercó a ambos lados de la nariz en posición vertical y suavemente los desplazó varias veces con un movimiento lateral sobre las mejillas.

– Esto es para despejar las cavidades de los sinus -indicó, estrechando deliberadamente los pasajes nasales-. En lugar de hurgarte la nariz, efectúa este movimiento.

No me agradó su referencia a que me hurgara la nariz, pero intenté el movimiento y en efecto me despejó los sinus, como lo había dicho.

– El siguiente es para evitar que se cuelguen las mejillas -señaló.

Frotó las palmas de las manos enérgicamente la una contra la otra y, con movimientos largos y firmes, se las deslizó hacia arriba sobre las mejillas hasta las sienes. Repitió el movimiento siete veces, siempre con trazos ascendentes lentos y uniformes.

Observé que tenía la cara sonrojada, pero aún no se detenía. Colocó el filo interno de la mano, con el pulgar doblado sobre la palma, arriba del labio superior, y se frotó de un lado a otro con un vigoroso movimiento de sierra.

Explicó que el punto en el que se unen la nariz y el labio superior, al frotarse enérgicamente, estimula el flujo de energía con destellos suaves y uniformes. De requerirse descargas mayores de energía, era posible obtenerlas picando el punto en el centro de la encía superior, debajo del labio superior y debajo del tabique de la nariz.

– Si te da sueño en la cueva al recapitular, frota enérgicamente el punto debajo de tu nariz y te reanimarás al instante -dijo.

Me froté el labio superior y percibí que se me destapaban la nariz y los oídos. También experimenté una ligera sensación de entumecimiento en el paladar. Duró pocos segundos, pero me quitó el aliento. Me dejó con la sensación de que estaba a punto de descubrir algo velado.

A continuación, Clara movió los índices de lado a lado debajo de la barbilla, otra vez con un rápido movimiento horizontal como de sierra. Explicó que estimular el punto debajo de la barbilla produce un estado sereno de alerta. Agregó que también podemos activar este punto descansando la barbilla sobre una mesa baja al estar sentados en el piso.

Siguiendo su sugerencia, pasé mi cojín al piso, me senté en él y apoyé la barbilla en un huacal que estaba justo en el nivel de mi cara. Al inclinarme al frente, ejercí una leve presión sobre el punto del mentón indicado por Clara. Tras unos cuantos momentos, sentí que mi cuerpo se tranquilizaba; un hormigueo me subió por la espalda y penetró en mi cabeza y mi respiración se tornó más profunda y más rítmica.

– Otra forma de despertar el centro debajo de la barbilla -continuó Clara- es acostarse boca abajo con los puños debajo del mentón, uno encima del otro.

Recomendó que, al realizar el ejercicio con los puños, debemos tensarlos para ejercer presión debajo de la barbilla y luego relajarlos para soltar la presión. Tensar y relajar los puños, indicó, produce un movimiento pulsante que envía pequeños destellos de energía a un centro vital conectado directamente con la base de la lengua. Subrayó que el ejercicio debe efectuarse de manera cautelosa, pues de otro modo podía resultar en dolor de garganta.

Fui a sentarme otra vez en el sillón de ratón.

– Este grupo de pases brujos que te he enseñado -prosiguió Clara- debe practicarse diariamente, hasta que dejen de ser movimientos de masaje y se conviertan en lo que realmente son: pases brujos. ¡Obsérvame! -ordenó.

La vi repetir los movimientos que me había enseñado, salvo que ahora puso a bailar los dedos y las manos. Sus manos parecían penetrar profundamente en la piel de su cara; otras veces le pasaban por encima ligeramente, como deslizándose por la superficie de la piel, moviéndose de manera tan rápida que parecían desaparecer. Observar sus movimientos exquisitos me hipnotizó.

– Esta forma de pasar las manos no estuvo nunca en tu inventario -dijo, riéndose, al terminar-. Esto es brujería. Requiere un intento distinto del intento del mundo diario. Con toda la tensión que sube a la cara, definitivamente necesitamos un intento diferente si hemos de relajar los músculos y entonar los centros situados ahí.

Clara dijo que todas nuestras emociones dejan huellas en la cara, más que en cualquier otra parte del cuerpo. Por eso debemos liberar la tensión acumulada usando los pases brujos y el intento correspondiente.

Me miró fijamente por un instante y comentó:

– Veo por la tensión en tu cara que has estado meditando sobre tu recapitulación. Asegúrate de realizar tus pases antes de acostarte hoy por la noche, para borrar esos surcos de tu frente.

Admití que estaba preocupada por mi recapitulación.

– El problema es que estás pasando demasiado tiempo en la cueva -dijo Clara con un guiño del ojo-. No quiero que te conviertas en una mujer-murciélago. Para estas alturas creo que has ahorrado energía suficiente para empezar a aprender otras cosas.

Se levantó del sillón de un brinco, como impulsada por un resorte. Resultó tan incongruente ver a una mujer tan fuerte saltar con tal agilidad que tuve que reír. Yo misma me puse de pie más despacio, como si tuviese el doble de su peso.

Me miró y meneó la cabeza.

– Estás demasiado tiesa -señaló-. Necesitas hacer ejercicios físicos especiales para abrir tus centros vitales.

Fuimos al perchero donde se guardaban los abrigos y las botas, al lado de la puerta trasera de la casa. Me entregó un sombrero de paja de ala ancha y me llevó a un claro situado a corta distancia del pabellón de la cocina.

El sol brillaba con intensidad; era un día extraordinariamente caluroso. Clara me indicó que me pusiera el sombrero. Señaló un área rodeada por una cerca de alambre, donde la tierra estaba aflojada en surcos y cubierta de pequeñas plantas dispuestas en ordenadas hileras paralelas.

– ¿Quién limpió el terreno y sembró todas las plantas? -pregunté, sorprendida, porque no había visto a Clara trabajar ahí-. Parece un proyecto inmenso. ¿Lo hiciste tú misma?

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